4. Dulzura.
Estoy sentado en la sala mirando una serie en la televisión, ha sido un día tranquilo, pero aun así me siento cansado. Escucho la puerta abrirse y siento los pasos de Taís.
—Hoy estoy súper agotada —dice cuando ingresa al lugar, viene de sus ensayos. Supe que sería así desde que mencionó lo de la audición. A veces no entiendo por qué se esfuerza tanto, pero supongo que es el camino para alcanzar sus metas.
—¿Quieres acostarte o vas a cenar primero? —pregunto mientras la observo dejar sus cosas sobre el sofá, por una vez no las tira al suelo.
—Me daré un baño y luego bajo a cenar. Además tienes que leerme el capítulo de hoy —dice y bosteza.
—Si estás cansada lo dejamos para mañana, Taís. No es necesario que...
—No, sí es necesario. Me intriga, quiero saber más y más. Además tengo cosas que contarte. Espérame, vuelvo en un rato.
Preparo un poco de agua caliente y sal en un cuenco para que coloque sus pies adentro. Lo llevo al escritorio junto con su plato con comida, puede cenar mientras yo leo, así no se acuesta tan tarde. Taís se exige demasiado, va al colegio de mañana y se queda hasta la tarde, de allí sale y va a la academia donde pasa ensayando por largas horas. Sus pies están llenos de heridas que las zapatillas de punta le infringen, es un arte sacrificado, pero ella lo ama. Cuando uno las ve tan suaves y ligeras desplazándose en los escenarios no tiene idea de lo duro que es llegar hasta allí.
—Te busqué en la cocina y no estabas —dice volviendo.
—Ven aquí, te preparé esto porque seguro te duelen los pies. Siéntate y comes mientras te leo. ¿Qué opinas?
—Que tengo el mejor papá del mundo —sonríe y hace lo que le digo.
Al día siguiente fui ansioso a la universidad, esperanzado en la promesa de Carolina de vernos ese día. No sabía qué implicaba el «vernos», si se trataba de la parte literal de cruzarnos por uno de los pasillos o si era más bien hablar mientras tomábamos algo en la cafetería en alguno de los recesos. Mi cabeza volaba a altas velocidades y me encontraba en clases soñando despierto con encontrarla en la cafetería y que me permitiera sentarme con ella. Algunos posibles diálogos se formaban en mi cerebro y la necesidad de verla se hacía intensa.
Cuando llegó la hora de uno de los recesos fui a la cantina seguido de mi amigo JuanPi a ver si por si acaso la encontraba por allí y casualmente me sentaba a su mesa. Pero no estaba, así que compramos algo para comer y salimos al patio. Allí la vi sentada en el suelo con las piernas cruzadas, recostada en un árbol, leyendo un libro y comiendo un enorme sándwich. Al lado de ella reposaban su mochila, un vaso con refresco, una botella de agua y una tableta de chocolate. Me disculpé con JuanPi para que entendiera que no quería su compañía y me acerqué a ella. Él se quedó observando a la distancia.
—¿Así que te gustan las cosas dulces? —dije señalando el chocolate.
—El chocolate me da muchísimo placer —afirmó ella observando primero aquello y luego levantando la vista para verme.
—Es bueno saber cuáles son las cosas que te generan placer —respondí con obvias segundas intenciones y ella rio desenfadada al entender por dónde iba.
—Creo que son varias, pero habrá que ir averiguándolas de a poco —continuó el juego y logró volverme loco al momento ante lo que aquella frase prometía. ¿Acaso me estaba diciendo... pidiendo de alguna forma que siguiera investigando qué era lo que le daba placer?
—Con gusto haría esa investigación —respondí con mi mejor sonrisa sexy, aquella por las que las chicas solían caer rendidas ante mí. Bueno, no a un cien por ciento, pero me había funcionado algunas veces.
—¿Tenías una cita con Laura ayer? —preguntó entonces haciéndome un gesto para que me sentara a su lado.
—¿La conoces? —Fingí desconocimiento.
—Fuimos compañeras, un par de años en la escuela —respondió encogiéndose de hombros—. ¿También asiste a esta universidad? No la he visto por aquí...
—No, nos conocimos en el verano, por medio de unos amigos —comenté.
—¿Tienen algo? ¿Están saliendo? —preguntó y me miró de una manera que me aceleró el corazón. ¿Me lo estaba preguntando por curiosidad o era porque le importaba? ¿Habría sentido ella lo mismo que yo al verla con Gael cuando me vio con Laura?
—Hmmm. No es mi novia... pero...
—No me digas que eres de esos chicos que toman a las chicas como una diversión pasajera y ya —respondió frunciendo el ceño y negó con la cabeza, en realidad no me lo estaba preguntando, lo estaba afirmando.
—¡Ey!, tranquila —dije y levanté una mano en gesto para que se detuviera—. Es algo que surgió entre los dos, no soy solo yo, fue una relación de verano y bueno... ocasionalmente nos encontramos o hacemos algo.
—¡Odio a los chicos que son así! —exclamó exagerada, yo solo abrí los ojos como platos y levanté mis brazos en señal de rendición.
—Ya te dije que es algo de común acuerdo. No me gusta jugar con las personas, Carolina. Si es eso lo que piensas puedes estar tranquila, no soy de esos.
—Bueno, de todas formas es cosa tuya... y de ella si se deja envolver por tus bonitos ojos o tu sonrisa sexy.
—Entonces estás admitiendo que mis ojos son bonitos y mi sonrisa es sexy... interesante —dije tratando de mantener la calma aunque esa afirmación había hecho revolucionar a mi corazón. Ella solo negó con la cabeza.
—¿Qué te pareció la película? —preguntó para cambiar de tema y yo sonreí mientras la miraba fijo a los ojos antes de contestar.
—Me recordó a ti, creo que cualquier ángel que vea en cualquier sitio ahora me recuerda a ti. —Ella me regaló su sonrisa dulce, aquella que me encantaba y pareció sorprendida por mi respuesta.
—Tú... ¿piensas en mí? —preguntó con un tono de voz que no le era muy común, parecía algo insegura, un poco avergonzada o quizá,.. no sé, pero las ganas de protegerla me regresaron de nuevo de una forma abrumadora. Se veía y se sentía algo vulnerable.
—¿Eso te extrañaría? —inquirí más que nada para medir su reacción, ella solo se encogió de hombros y bajó un poco la mirada demostrando inseguridad.
—Sí... un poco... no lo sé —admitió. Me generaba unas inmensas ganas de abrazarla y decirle que sí, que pensaba en ella, mucho más de lo que podía imaginar.
—Sí, pienso en ti... bastante —admití y me animé a tomar su mano entre las mías. Ella no se movió pero tampoco levantó la vista. Se sentía nerviosa y yo sonreí para sacar la tensión del asunto—. ¿Te molesta que piense en ti?
—No, en realidad no sé cómo sentirme al respecto, yo... no estoy acostumbrada a importarle a nadie. Digo, no es que yo te importe, pero si piensas en...
—¡Oye! —La interrumpí y ella volteó a mirarme, le sonreí de la forma más dulce que pude pues en sus ojos vi algo parecido al miedo—. Me importas, Carolina... —afirmé y ella sonrió.
—Creo que puedes llamarme Caro, o Carito o Carola o como quieras —dijo guiñándome un ojo.
—¿Puedo suponer entonces que ya somos amigos aunque no nos conozcamos desde siempre como me dijiste aquella vez?
—Creo que puedes suponer eso —respondió con su expresión de vulnerabilidad, aún dócil, aún insegura.
Nos quedamos en silencio un rato, no era incómodo, era más bien agradable. Ella tomó el chocolate y lo partió dándome un pedazo, lo comimos en silencio y después ella se bebió toda el agua que traía en su botella. Cuando iba a preguntarle cómo podía tomar tanta agua sobre el chocolate llegó la hora de volver a clases, así que la ayudé a levantarse, juntar sus cosas y la acompañé a su salón. Nos despedimos en frente y cuando iba a ingresar la llamé de nuevo.
—¿Puedo acompañarte a tu casa a la salida? —Me animé a preguntarle.
—Creo que eso sería divertido —asintió ella y se perdió en su salón. A mí se me pintó una sonrisa de felicidad en mis labios y caminé al mío sintiendo como el aire ingresaba a mis pulmones y me hacía sentir vivo, pleno, entusiasmado ante la gama de posibilidades que me dibujaba el futuro, al lado de Caro.
Las horas que quedaban no pasaron tan rápido como me hubiera gustado pero lo bueno era que todo llega y finalmente la hora de la salida también llegó. Lo malo era que no encontré a Caro por ningún lado y su amiga —que creo que se llamaba Leila—, me dijo que se había tenido que marchar y que me pedía que la disculpara.
Ahí estábamos de nuevo, recién en el inicio de la relación más tormentosa que tendría en mi vida y descubriendo —sin darme cuenta— cual sería la dinámica de esto: ella dando, y luego retirando lo dado. Ella mostrándose y luego ocultándose.
De todas formas en ese momento no lo entendí, y no sé si algún día llegaré a entenderlo, lo cierto es que me sentí mal. La felicidad, algarabía y entusiasmo que me habían llenado todas esas horas se difuminaron y me llevaron por los caminos de la frustración, el enojo y hasta la tristeza. Me sentía como un niño de cuatro años cuando le explotan el globo.
Salí de allí camino a mi auto, renegando contra mi suerte. Preguntándome si acaso si hubiera salido unos minutos antes, aún la hubiera encontrado, si tan solo el profesor de Criminalística no hubiera tardado tanto en cerrar la clase. Lo cierto es que ella no me había querido esperar, o quizás en realidad había sucedido algo... o... Decidí ir a su casa, yo era impulsivo y arriesgado, quería saber de una buena vez qué es lo que pasaba con esta chica que me convertía en una especie de pandorga que volaba a merced de sus estados de ánimo.
Llegué a la casa donde la había dejado el otro día y llamé a la puerta. Una señora robusta, de cabello canoso y mirada celeste, vestida en uniforme negro con blanco me saludó amablemente.
—¿Diga, joven?
—Me gustaría hablar con Carolina, ¿puede ser? —pregunté tratando de mantener la educación y sobre todo el impulso de entrar a buscarla exigiendo una explicación, después de todo no tenía ese derecho.
—¿Carolina? —cuestionó la mujer frunciendo el ceño en confusión.
—Sí...
—¡Hola! —Una jovencita de cabello rubio y ojos verdes similares a los de Carolina salió de la nada colocándose delante de la señora—. Soy Alelí, Carolina no está... le puedo decir que has venido, es mi prima.
—Hola —saludé incómodo ante el efusivo saludo de la chica llena de explicaciones y la atenta pero confundida mirada que provenía de la ama de llaves.
—Solo dile que me llame. —Saqué una tarjeta que tenía en el bolsillo del pantalón y que era del trabajo de mi padre, con un bolígrafo que traía en el bolsillo anoté atrás el número de mi celular y se lo pasé a Alelí.
—Lo haré, no te preocupes—. Y tras aquella afirmación ella misma se encargó de cerrar con velocidad la puerta, casi en mis propias narices.
Me volteé para regresar al auto y entonces la vi, venía caminando con la cabeza gacha y traía puestos auriculares. Me quedé frente a su casa esperando que ingresara pero ella pasó de largo sin siquiera verme. Entonces la seguí y la llamé tocándole el hombro.
—¡Ey! —Ella levantó la vista y una mueca que no pude descifrar se formó en su rostro—. ¿Qué demonios pasa contigo? —pregunté un tanto exasperado, esta chica me sacaba de mis casillas. Ella suspiró.
—Disculpa, no quise ser grosera solo... Es mejor así.
—¿Por qué? ¡Solo quiero conocerte! —exclamé un tanto hastiado.
—Si me conoces cambiarás de opinión —dijo y bajó avergonzada la mirada.
—¿De qué hablas? —pregunté confundido, impaciente y algo enfadado—. Déjame a mí decidir eso, ¿no? —Ella frunció los labios y volvió a mirarme encogiéndose de hombros.
—Yo no soy lo que piensas...
—Mira... ¿Qué te parece si salimos esta tarde y conversamos? Debo regresar enseguida porque mi padre necesita ayuda en la empresa, pero no quiero que esto quede así, necesitamos hablarlo. Me mareas, me confundes... No me gusta cómo me estoy sintiendo. Dame una salida hoy y lo hablamos.
—Bien... te veo en el parque a las cuatro, ¿está bien? —accedió.
—Está bien —asentí y me volteé para subir al carro. No quería despedirme así, pero debía volver. La volví a mirar y vi miedo o tristeza en su mirada verde—. ¡No me falles! —supliqué y ella asintió.
—Tengo una ligera sospecha de por dónde irá este asunto —dice y frunce el labio en una mueca divertida, sus ojitos grises miran hacia arriba.
—Puede que aciertes en algunas cosas. Todo lo que sé tuve que haber aprendido de algún lado y por algo.
—Justo es a eso lo que me refería. Una pena... —Suspira Taís.
—Cuéntame lo que me querías contar. —Cambio de tema para no retrasarla demasiado, está agotada y necesita descansar.
—Hoy recibí un mensaje, de este chico, Rodrigo. Me preguntó si iría a la fiesta del viernes y me dijo que quería que nos viéramos allí. Seguimos hablando un buen rato y... nada, solo me agrada mucho.
—Toma las cosas con calma, ya lo sabes. Pero sé feliz, disfruta el momento. Eres joven —digo con una sonrisa, me gusta verla crecer.
—A veces siento que eres mi abuelo, papo. ¡Tú eres tan joven! ¿Qué te parece si te presento a alguien? Mi profesora de danza jazz podría gustarte, es soltera y muy bonita. O quizás la maestra de música, ella es como una amiga de todos en clase, no parece profesora. Nos contó su historia, creo que te agradará —añade con emoción.
—¿Recuerdas cuando me presentaste a la madre de tu compañero? Ya hemos pasado por eso, Taís. Ya dejémoslo así, no quiero más complicaciones en mi vida —digo y niego con la cabeza sin dejar de sonreír.
—Prométeme que cuando terminemos esta historia, cerrarás ese libro e intentarás salir al menos con una chica, papo. Te darás la oportunidad. Quizá para ese entonces, y si esto te sirve de terapia como supones, ya te sientas mejor —insiste.
—Bien... lo pensaré —prometo más para que vaya a descansar que para otra cosa, mañana debe madrugar y necesita dormir.
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