31. Luz y oscuridad


Esa mañana me despierto muy cansado. Supongo que es porque no dormí casi nada al lado de mamá. La tarde anterior tuve que viajar de urgencia porque se había caído y se había roto la cadera. La internaron y debían operarla.

Tuve que fallarle a Taís, no pude ir a su fiesta. Eso me duele en el alma. Lina me dijo que no me preocupara, pero Nika me mandó un mensaje bastante desagradable.

«No quiero pensar mal de ti, pero no entiendo cómo es que abandonas a tu hija en un momento tan importante».

Le explico lo sucedido y creo que lo entiende. Aun así le prometo que estaré puntualmente a las once en su casa y las invitaré a todas a almorzar, luego de que me llevaran a ver el salón que le prepararon a Taís. Ella me envía la dirección.

La verdad es que no me siento muy bien hoy, mucho dolor de cabeza y cansancio. Como si no hubiera dormido nada, y es que dormí en la incómoda y pequeña cama para acompañantes del hospital, quizás es por eso. El caso es que no puedo volver a fallar a Taís, así que de igual manera debo movilizarme.

Consigo que Ximena cuide a mamá por ese día, obviamente luego de rogarle miles de veces. Ximena siempre tiene una buena excusa para evadir responsabilidades, y yo, para evitar pelear, simplemente lo dejo pasar.

Me regreso y voy directo a lo de Nika, pero no consigo estacionamiento, así que tengo que caminar una cuadra. Mi brazo izquierdo hormiguea y mi cabeza duele. El dolor es intenso y punzante, cada vez más insoportable, por momentos siento que me voy a desmayar.

La veo a Taís salir agitada, viene hacia a mí a una velocidad asombrosa, teniendo en cuenta que tiene el pie inmovilizado. Tiene los ojos llorosos y quiero preguntarle qué le sucede pero no puedo, las palabras no salen. Apenas puedo decirle que me siento mal, me siento confundido.

Entonces una punzada de dolor se incrusta en mi cabeza, parece perforarme el cerebro. Veo a tres personas salir tras Taís y acercarse a mí corriendo ante el grito de ayuda de ella. Siento que veo esta escena desde afuera, no puedo responder ni interactuar.

Entonces la veo, ella está en el medio. Parece una visión, un ángel de luz. El dolor mengua de solo contemplarla y me pierdo en sus ojos. Está tan o más bella de lo que la recuerdo. El dolor vuelve a intensificarse.

Su mirada se clava en mis ojos. Pienso que estoy delirando. Lucho con mi cerebro porque por un instante no sé si estoy en el presente o en el pasado, pero no puedo pensar demasiado, nada en mi cuerpo responde. Me siento mareado y todo empieza a verse borroso.

Esa no puede ser Carolina, es Lina o Nika, una de las amigas de Taís. No sé cuál porque aún no las he visto en persona a ninguna de los dos, solo estoy confundido. Debe ser todo este malestar y este mareo que me envuelve lo que me está haciendo ver visiones. Por un instante creo que quizás me estoy muriendo y voy a ir a un paraíso donde puedo vivir con ella.

Pero entonces la oigo, su voz que suena como miles de campanillas capaces de encender todos mis sentidos. La voz que tanto había soñado con volver a escuchar diciendo mi nombre.

—¡Rafael!... Por Dios, Rafa... ¿Qué te sucede? ¡No! ¡Rafa!...

Es ella, Carolina... mi Carolina. Es su voz, son sus ojos... Quiero responderle, cerciorarme que estoy viéndola en realidad. Mis ojos batallan por enfocar a los suyos, no siguen las instrucciones de mi cerebro confundido y adolorido. Entonces la miro, la chispa verde sigue allí pero luce asustada. Algunas lágrimas se derraman.

Y me mira, no puedo oír, pero parece que dice mi nombre. No quiero dejar de mirarla, si he de morir aquí, sus ojos son lo último que quiero ver.

Y entonces todo se pone negro, y yo me pierdo en la oscuridad.

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