3. Encuentro inesperado
Hoy fue un día intenso, quienes no vinieron a la oficina ayer aparecieron todos hoy. Pero es bueno, trabajar me gusta porque me distrae, además mi trabajo es —junto a Taís—, todo lo que tengo y me entretiene.
—Papo, ¿me vas a dar permiso y dinero para salir el viernes? Tenemos un cumpleaños y Paty y yo queremos ir a la peluquería. Se abrió una nueva cerca de su casa y están haciendo una promoción de dos por uno, o sea que nos va a salir a mitad de precio. —Está entusiasmada con aquello, es que la pequeña es coqueta y le agrada todo eso de maquillarse, peinarse y arreglarse. Cuando era chica yo solía ser su juguete, me peinaba y me maquillaba dejándome luego peor que un payaso.
—¿Va a ir cierto chico que conociste hace unos días a ese cumpleaños? —pregunto con tono pícaro y divertido, las mejillas de Taís se pigmentan de un rosa intenso y yo río abiertamente.
—¿Soy muy obvia? —Quiere saber con una sonrisa dulce.
—Un poco, pero solo porque te conozco demasiado. No hay problemas, tienes el permiso y el dinero, pero no vuelvas demasiado tarde que me preocupo.
—Paty se quedará a dormir aquí porque sus padres viajarán, ¿puede? —pregunta sonriente.
—Claro... ¿pero cómo vendrán de la fiesta?
—¿Nos puedes buscar? —inquiere mordiéndose el labio y yo asiento. Esto de ser padre de una chica de la edad de Taís es estar en constante movimiento, siempre.
—¿Bueno... seguimos con esto? —pregunto ya en el escritorio, cada quien en su sitio dispuestos a nuestra lectura diaria. Yo cada vez menos desinhibido y Taís cada día más curiosa.
—Soy toda oídos.
Después de aquella salida no supe de ella en varios días. La busqué en la Universidad pero nadie sabía nada. Había una chica que solía estar con ella, me acerqué a preguntarle y me dijo que estaba indispuesta. Le pedí su número, pero como buena amiga, dijo que no podía dármelo y que ya volvería y no me preocupara.
Laura me había estado llamando mucho en esos días, quería salir conmigo, repetir nuestros encuentros de las vacaciones. Ella era bonita, interesante y muy fácil. No en el mal sentido de la palabra, sino que no era difícil estar con ella, conquistarla, sacarle una sonrisa. Decidí invitarla al cine y a cenar esa noche, después de todo la desaparición de Carolina me hacía sentir en cierta forma frustrado, necesitaba de alguien como Laura que me ayudara a subir mi autoestima.
Después de nuestra cita del otro día yo había quedado más entusiasmado con ella, con sus misterios, con sus sonrisas, con sus ironías, pero a ella, parecía haberle dado igual. Desapareció como si nada, y estaba seguro que en cualquier momento, aparecería de la misma forma.
Cuando llegó la hora pactada busqué a Laura a su casa, ella se acercó a mí y plantó un dulce beso en mis labios. Teníamos algo, no puedo definir muy bien qué era; una especie de amistad especial o de amistad con derechos, visto que habíamos pasado ya ciertos límites. Le correspondí el beso y luego la observé de arriba abajo, traía una blusa negra, unos pantalones del mismo color y una chaqueta en tono rosa viejo que le daba un cierto aire infanti. Su cabello lleno de ondas iba suelto por sobre sus hombros y cuando me pilló observándola, sonrió levantando las cejas y ladeando la cabeza.
—¿Te gusta? —preguntó con tono sexy.
—Cualquier cosa que te pongas me gustará —respondí y la tomé por la cintura para acercarla a mí. La verdad es que ella me gustaba y cuando estábamos juntos me sentía cómodo, como si estar juntos fuera lo correcto.
La llevé hasta el auto y como todo buen caballero le abrí la puerta para que pasara. Luego fui hasta mi sitio y manejé hasta el cine; compramos las entradas, las palomitas y los refrescos y nos dispusimos a esperar que se habilitara la sala. No sé qué película íbamos a ver, en realidad Laura la había elegido y yo solo había pagado.
La gente que estaba en la función anterior comenzó a salir de la sala y yo tomé a Laura de la mano para que nos acercáramos de manera que apenas se despejara la sala pudiéramos entrar entre los primeros. Me gustaba elegir los asientos del medio, ni muy adelante ni muy atrás, y teniendo en cuenta que había muchas personas esperando pretendí adelantarme para conseguir buen lugar.
Entonces la vi saliendo de aquella sala, iba abrazada del cuello de un chico y sonreía. El muchacho tenía una de sus manos aferrada a la cintura de ella y con la otra iba haciendo señas que a ella le parecían muy simpáticas. Mi estómago se encogió y sentí celos, le estaba regalando a ese chico la misma sonrisa dulce que me había regalado a mí el otro día, y no sabía por qué, pero algo dentro de mí se alzaba posesivo y atrevido. Abracé a Laura con la tonta e ilógica intención de que Carolina sintiera lo mismo que yo cuando me viera, pero ella solo pasó de largo y levantó una mano para saludar de lejos. No respondí a ese saludo, estaba demasiado molesto.
Casi empujé a Laura entre la multitud para que ocupáramos un asiento, luego me disculpé y me excusé de que iría al baño antes de que empezara la película. Salí como un bólido esperando encontrarla aun por allí y para mi suerte la vi afuera del sanitario de damas. Me acerqué casual, como si yo fuera a entrar en el de caballeros que estaba en frente.
—¡Hola! —saludé y ella sonrió mientras secaba sus manos aún mojadas por su pantalón de jean.
—Hola —respondió concentrada.
—Hay una máquina adentro que tira aire caliente, sirve para secar las manos —dije y señalé la puerta del baño de damas.
—No tengo paciencia para esperar que se sequen con el viento.
—¿Qué te sucedió estos días, que no has ido a la Universidad? —pregunté cambiando de tema consciente de que no teníamos demasiado tiempo.
—Ehmm hummm... estuve un poco enferma —respondió dudosa y se encogió de hombros.
—¿Gripe? ¿Algún virus?
—Sí... un resfriado muy fuerte —respondió asintiendo—. Mañana estaré por allí.
—Bien... yo... —No sabía qué más decir pero entonces el chico de hace rato apareció al lado nuestro haciendo lo mismo que ella, secando sus manos por sus pantalones.
—Hola —saludó.
—Él es Rafael, un amigo de la universidad. —Me presentó velozmente, lo que me hizo pensar que se estaba excusando por hablar conmigo.
—Un gusto, soy Gael —dijo el chico pasándome la mano—. Su primo —agregó y la miró, ella asintió. Una ráfaga de alivio se instaló en mí, no era su novio, era su primo y eso logró que una sonrisa genuina se pintara en mi rostro.
—Un placer —respondí al saludo mientras me volvía la sangre al cuerpo. Era un verdadero placer saber que no era su novio.
—Nos vemos mañana —se despidió Carolina tomando de la mano a Gael. Caminaron hacia la salida y yo entré al baño.
Me lavé la cara y suspiré mientras veía mi imagen en el espejo. No me conocía a mí mismo. ¿Dónde estaba toda la seguridad que solía tener con las chicas? ¿Dónde estaba mi capacidad de mantener mi mente siempre fría y no dejar que ninguna inundara mi vida más de lo que yo podía controlar? No quería terminar como esos idiotas enamorados que se dejaban manejar como títeres por sus novias, siempre había dicho que jamás sería uno de esos. Yo podía manejar la relación si era yo quien quería menos.
Desde pequeño había aprendido que las relaciones eran una cuestión de tire y afloje, a veces tocaba dar y otras ceder, pero siempre había uno que quería más. En el caso de mi familia era mi madre quien siempre cedía ante los excesos de mi padre. Ella siempre lo terminaba perdonando y yo odiaba verla sufrir esperando que él pusiera de su parte. Me prometí a mí mismo no convertirme en esa clase de persona y siempre ser yo quien quisiera menos, era más fácil para mi padre, más llevadero que para mi madre.
Volví a la sala y me senté al lado de Laura aún un poco afectado por mi reciente encuentro con la chica que revolvía todo dentro de mí. Laura con su sonrisa fresca y espontánea me tomó de la mano justo antes de que se apagara la luz y empezara la película.
Cuando uno está con alguien metido en la cabeza o en el corazón, todo, hasta lo más sencillo le recuerda a esa persona. La película trataba de ángeles y demonios, supongo que era por eso que Carolina vino a verla, para su «investigación». Esta chica era algo obsesiva, su tenacidad era impresionante y esa noche pensé para mí mismo que esa clase de gente siempre consigue lo que busca, ella probablemente alcanzaría ese éxito y esa fama que tanto anhelaba.
Cuando la película terminó fuimos a cenar algo. Una pizza en un local italiano que a Laura le agradaba.
—Estuvo buena la peli, ¿no? —pregunté y ella asintió.
—Por cierto, ¿de dónde conoces a la chica que saludaste antes de entrar? —comentó mientras tomaba un pedazo de pizza con sus manos y se lo llevaba a la boca.
—Hmmm... de la facultad —respondí fingiendo que tardé en recordar de quién me hablaba.
—Fuimos compañeras de colegio un par de años, es una chica rara —afirmó mientras comía.
—¿Rara? ¿Por qué?
—No sé... —Se encogió de hombros—. Se la pasaba leyendo, metida en su mundo de fantasías, soñando con ideas locas para un libro que nunca escribió. O al menos no hasta ese momento. Además no tenía amigas y era... algo malvada.
—¿Malvada? —pregunté con una sonrisa, ese término me parecía exagerado.
—Sí... Digamos que era de esa gente que parece no tener corazón —afirmó y se encogió de hombros.
Aquello me llamó mucho la atención. No sé a qué clase de gente se refería Laura. ¿Quién no tiene corazón? Supongo que todos tenemos ese poder de amar y a la vez de dañar a alguien.
—¿A qué te refieres? —pregunté curioso.
—No, no es nada... Además es una tonta historia de secundaria. Mejor planeemos el fin de semana. ¿Quieres ir a la playa? Tengo una fiesta en casa de unas amigas. ¡Descontrol! —sonrió meneando un poco su cuerpo en su silla y levantó su vaso para brindar.
—Eso suena interesante —sonreí y brindé con ella—. ¡Por el descontrol! —Ofrecí y ella sonrió mientras golpeaba su vaso con el mío suavemente.
Aquellanoche me quedé pensando en la idea que Laura tenía de Carolina, quería pensarque era solo cuestión de chicas.
—Me cuesta mucho imaginarte así, papo. Tan... libre, divertido, alocado.
—Supongo que todos fuimos jóvenes alguna vez, pequeña —sonrío ante su comentario.
—No se trata de ser joven; en principio, ni siquiera eres viejo. Pero a lo que me refiero es que, ahora eres tan... comedido. No te he conocido una novia en años, la última que recuerdo fue Rebecca, y cuando eso yo tenía como ocho o nueve años. Antes parecías salir con muchas chicas —añade y yo sonrío.
—Ya ves, supongo que tú eres mi única chica —dijo guiñándole un ojo.
—Eso me halaga, pero sabemos que no es cierto. Esta chica, Carolina, marcó tu vida de una forma que no pudiste superarla nunca. Supongo que no encontraste a nadie que estuviera a su alcance a tus ojos, papo, pero me temo que el problema no es ella, sino tú —dice y yo la observo con curiosidad.
—¿Qué quieres decir con eso? —pregunto un poco asombrado por su comentario ya que aún no sabe casi nada de la historia.
—Supongo que las personas pueden dejarnos marcas imborrables, pero somos nosotros los que decidimos superarlas o no. Quizá no la perdonaste, quizá te quedaste sin decirle algo, no pudiste cerrar la historia y por eso se te quedó allí, atragantada... Pero, ¿crees que ella está así por ti ahora, papo? ¿Crees que ha dejado su vida de lado por ti? —pregunta y yo tardo en responder.
—No lo creo; no lo hizo antes, mucho menos ahora —respondo con franqueza y algo de melancolía. Lo que me acaba de decir es muy cierto.
—¿Sabes qué ha sido de ella? —pregunta curiosa.
—No tengo idea.
—¿Y si la buscamos en Google? ¿En Facebook? —pregunta entusiasmada—. Quizá podrías hacer el cierre.
—No... no quiero buscarla. Creo que eso sería mucho más doloroso. Para mí escribir esto es el cierre, Taís. A veces cuando lo escribimos, lo leemos y lo compartimos, entendemos mejor las cosas —digo con seguridad, si algo es seguro es que no quiero saber dónde está Carolina ni qué ha sido de ella.
—Bien... ya veremos a medida avance la historia, papo —responde con una media sonrisa, espero que no trame nada extraño, Taís a veces puede ser bastante impredecible.
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