25. El dolor
—Bueno, vas a leerme el siguiente, ¿verdad? —preguntó.
—Okey...
No me bajé del auto pero lo observé, no quería escuchar lo que me tenía que decir porque sabía que terminaría por destrozarme pero tampoco podía moverme, estaba completamente atónito.
—Ella no es lo que crees sino lo que tú quieres creer de ella. Es fantástica creando personajes que las demás personas aman. ¿Te ha dicho que nadie sabía lo de su bulimia? Pues todos lo sabemos, incluso su padre, que ha mandado sacar todos los picaportes de los baños de su casa para que no pudiera encerrarse allí a vomitar. Ella se encargó de negarlo, pero mi madre la descubrió y desde entonces la tienen bastante controlada... aunque lo sigue haciendo. ¿O creías que lo había dejado? Eso no se deja así como así y ella está enferma.
—No... ella ya no lo hace.
—Sí, claro... —Se mofó y quise golpearlo una vez más. Se burlaba de ella, se burlaba de mí—. Y seguro te dijo que su madre murió de cáncer, ¿no? —Me quedé paralizado ante el miedo que me producía lo que iba a decir después de aquello. Un brillo en sus ojos y una sonrisa lo hizo ver macabro—. ¡Su madre se suicidó!
—¿Qué? No... y ¿por qué... —Cerré los ojos con fuerza, no entendía todo esto y no podía creer que todo fuera mentira. No entendía el porqué Caro me había mentido así.
—Y para ponerte al día con todo, estoy seguro que mi prima no te contó quien fue el que le enseñó a hacer todas esas cosas que te hacía debajo de las sábanas. —El idiota se señalaba así mismo y sonreía autosuficiente—. Te dije que siempre volvería a mí, y lo hará. Ella me pertenece. —Aquello terminó de fragmentar mi corazón en miles de millones de pedacitos. Me quedé perplejo ante aquello y quise replicarle, quise gritarle que estaba mintiendo y que era un asqueroso desubicado, pero no me salió nada. Él rio divertido y se fue cerrando fuerte la puerta de mi auto.
Me quedé allí, abombado, sintiendo que el mundo se me caía encima, que estaba viviendo la peor de las pesadillas, que nada de eso podía ser cierto... Entré en negación, no, Caro me amaba y yo a ella, y nos conocíamos hacía más de un año y estábamos juntos desde hacía mucho tiempo... y nos contábamos todo, no nos ocultábamos nada... Ella era mi novia y mejor amiga. ¿Por qué me mentiría así? ¿Por qué me ocultaría tantas verdades? ¿Es que acaso yo no le había dado la suficiente confianza para poder decirme la verdad de todo? ¿Quién era la mujer a quien amaba? ¿Quién era en realidad? ¿Acaso habría más mentiras?
Encendí el motor del auto y manejé sin rumbo, sentía las lágrimas aglomerándose en mi garganta y empujar con fuerza para salir, para escapar. Pidiendo a gritos que las liberara, que las dejara ser. Pisé con fuerza el acelerador intentando que el vértigo y la adrenalina causada por la velocidad hicieran que doliera menos. Necesitaba huir... no sabía a dónde... a otra dimensión, a una realidad alternativa...
Imágenes de nuestra historia pasaban como ráfagas inconexas por mi mente.
«Mi madre murió de cáncer».
« Mi primera vez fue con Leo... Gael me dijo que debía hacerlo, que era normal que sucediera».
«Nadie lo sabe. Mis primos, mis tíos... mi padre. Ellos no pueden saberlo».
«Tú eres mi ángel, mi ángel guardián... el que me ha rescatado del abismo, de las profundidades de mi propia existencia».
La negación se convirtió en enfado... estaba indignado, me sentía completamente herido, lastimado... dolido. Me sentía humillado, usado... traicionado.
¡Y cómo dolía la traición! ¡Cómo dolía la mentira! Por ratos quería llamarla y gritarle, preguntarle por qué había jugado así conmigo. Y luego quería olvidar todo lo que me dijo Gael y lo que descubrí de su casa... y todo el día de hoy... y volver al sábado que estuvimos juntos en su casa de campo, abrazarla... rogarle que me quisiera. ¡Quería que me diera una explicación!, y sobre todo... quería poder creer en esa explicación, quería encontrar una excusa para tantas mentiras, para tanta traición.
Cuando me di cuenta estaba en otra ciudad, había manejado más de sesenta kilómetros y estaba completamente desorientado. Busqué un bar, me bajé y pedí una cerveza... y luego otra más... y una última... o penúltima...
Y así volví a mi casa, llorando y borracho, manejando a toda velocidad. Intentando huir de mi realidad y del dolor que estaba sintiendo.
Cuando llegué a mi casa, solo quería dormir. Dormir y no levantarme nunca más, dormir y despertarme tres días atrás... Era mejor vivir en la sombra de la mentira que sentirme tan dañado por tanta verdad. Me arrojé a mi cama y lloré, como un niño perdido, como uno abandonado. Lloraba porque sabía que no podría perdonarla, no tendría las excusas necesarias, aunque quisiera creerlas no serían suficientes... Lloraba porque quería creerle, quería rogarle que me pidiera perdón y que me dijera que nunca más me volvería a mentir y yo... quería creerle.
Y así me quedé dormido, cansado de tanto llorar, de tanto sufrir, de tanto tomar. Y desperté muchas horas después, cuando el sol ya se estaba por esconder de nuevo. Y aun dolía, aun dolía igual.
Me metí a la ducha para sacarme el olor a alcohol y me tomé una pastilla para la resaca. ¿Cómo había llegado a mi casa anoche? Lo último que recordaba era estar ahogándome en alcohol en un bar mientras le contaba mis penas de amor a un cantinero desconocido, justo como una película.
Gracias a Dios había llegado sano y salvo. No sé cómo lo había hecho.
Me recosté de nuevo en la cama y observé el techo por un buen rato. Tenía miedo de revisar mi celular y encontrar mensajes desesperados de Carolina pidiendo que fuera a verla para que me explicara todo... o no encontrar ningún mensaje.
Finalmente lo encendí... y no había mensajes. Y eso dolió, ¿acaso no se había enterado que su primo me había abordado y me había contado todo aquello? ¿Acaso no le importaba que me hubiera enterado de todo? ¿Ella no quería arreglarlo? ¿Lo dejaría morir así? ¿Tan poco valía para ella?
Taís tiene los ojos vidriosos, su corazón es tan grande que esto le afecta. Dejo el cuaderno y me siento a su lado, la abrazo.
—No lo entiendo —murmura—. Si según lo que escribiste antes ella parecía quererte, papo.
—Tampoco lo entiendo...
—La odio... la buscaré y le diré lo que pienso en la cara —río ante su amenaza.
—No seas tontita, no tiene sentido. Lo que pretendo es poder soltar esta historia, no busco ni venganza ni redención... solo... superarla de una buena vez. Ha pasado demasiado tiempo y me cansa cargar con esta maleta de sentimientos.
—Lo entiendo —dice y me da un beso en la mejilla.
Nos quedamos allí por un rato y luego cada quien se va a dormir. Me cambio y me acuesto en la cama, cierro los ojos y recuerdo el dolor que sentí ante el descubrimiento de aquello. Hasta ahora me pregunto si acaso ella y Gael... Niego, suspiro. Quizás me engañó durante todo el tiempo que estuvimos juntos... ¡Qué más da! El tiempo ha pasado y no tiene sentido quedarme fijado en todo esto, cosas que ni siquiera tienen respuesta.
Muchas veces quise buscarla solo para enfrentarla y que me dijera la verdad... La verdad de lo que fue, de lo que pasó. Por mucho tiempo creí que si ella me decía la verdad podría cerrar esta historia, soltarla, olvidarla... Pero, ¿de qué me sirve?, su verdad no hará que volvamos en el tiempo, su verdad no hora que lo que dolió duela menos... Su verdad no hará desaparecer sus mentiras. Ya no tenía sentido...
El sonido de un mensaje de texto me saca de mis pensamientos.
«¿Duermes?». —Hace rato no mensajeaba con Lina.
«No, acabo de acostarme. ¿Cómo estás?». —Sonrío, esta mujer me cae bien.
«Bien... entusiasmada con la idea de la fiesta del sábado. ¿Vendrás?».
«Sí, ahí estaré. Sobre eso, quería darte las gracias, supongo que tú tienes mucho que ver. Nika me dijo que le diste la idea».
«Adoro a Taís, Rafael. Haría lo que fuera por ella. Tu hija tiene una luz especial, ilumina nuestras vidas. Creo que tanto Nika como yo tuvimos una juventud tan... complicada... que ella es nuestra forma de redimirnos con la vida jajaja... o algo así. Me hubiera gustado ser tan inteligente, tan madura como ella cuando tenía su edad. Y ahora está pasando un momento difícil y nosotras no queremos que ella... decaiga».
«Gracias por eso. Estamos muy solos y a veces no puedo con todo. Si ustedes no estuvieran...».
«Pero estamos... Oye, muero por conocerte».
«Yo también quiero conocerte a ti».
«¿Por qué no nos hemos visto antes? Oh, ya sé, somos muy ocupados... Pero... creo que también es porque tenemos miedo».
«Puede que tengas razón. No estoy acostumbrado a esto... digamos que soy solitario».
«¿Un corazón roto que nunca ha terminado de sanar?».
«Algo así, ¿tu?».
«Lo mismo... Supongo que cuesta volver a confiar».
«Exacto... Pero bueno, la vida sigue...».
«Bueno... me genera mucha ansiedad la idea de verte, espero con ansias el sábado. Taís me dijo que hoy estuviste enfermo, ¿estás bien?».
«Sí, solo una subida de tensión... algo que es normal en mí. Heredé esto de mi padre... pero no te preocupes, ya estoy bien. Gracias por preguntar».
«Bueno... hay que cuidarse... Te dejo para que descanses».
«Tu igual. Nos vemos pronto».
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