22. Alas de ángel.
—¡Papo! —Escucho la voz de Taís intentando despertarme. Es domingo, no sé ni donde estoy y me cuesta despabilarme. Cuando abro los ojos la veo sentada en mi cama, sus muletas reposando por la pared.
—¿Qué sucede? —pregunto y entonces sonríe.
—Nika y Lina quieren que vaya con ellas al cine en la tarde. ¿Me das permiso?
—Por supuesto —sonrío—. Yo aprovecharé para ir a visitar a mamá, ya sabes que está un poco quejosa, anda con algunos dolores.
—Está bien, pero ¿por qué no pedimos algo para almorzar? Y así luego continuamos con tu historia. Quiero saber qué pasó con las flores que tenías en el... —Se burla señalándome y yo le doy un golpecito de broma. Ella sonríe. Me alegra verla bien, hoy es un buen día.
Llamamos a un restaurante italiano que queda cerca y pedimos pasta, yo tallarines y ella ñoquis. Comemos mientras vemos una comedia de esas que suelen repetir los domingos en los canales de cable y luego nos vamos al estudio a continuar con la lectura.
Y tanto amor nos dio hambre, así que fuimos hasta la casa y nos tomamos una ducha rápida para sacarnos los restos de campo que se nos pegó a la piel. Y nos bañamos juntos, nos besamos en la ducha, nos acariciamos de nuevo y nos regalamos placer.
Sonriendo felices, tomados de la mano, con la plenitud recorriéndonos a flor de piel, salimos y subimos al auto para ir al pueblo en busca de algo para comer. Entramos a un restaurante de comida rápida y nos pedimos un par de hamburguesas. Cuando las mismas llegaron a la mesa, un destello de preocupación brilló en los ojos de Carolina. Yo la conocía y no veía aquello desde hacía bastante tiempo.
—¿Qué sucede? —pregunté preocupado.
—Nada... no sé si quiero comerme esto. Es enorme... y... no siempre es fácil —admitió y yo lo sabía. Sabía que su lucha con la comida no había terminado, solo estaban en tregua, pero muchas veces un almuerzo, una cena, una hamburguesa, era una pequeña batalla y yo no quería que la perdiera.
—Si quieres pide una ensalada.
—Pero no podemos desperdiciar así la comida... Me la comeré igual. —Tomé su mano en la mía y la observé.
—Lo importante es que te alimentes, si sientes que no quieres comerla pediremos otra cosa, una ensalada césar o lo que se te antoje. Déjala allí, la llevaremos para más tarde. No quiero que te sientas mal... —insistí.
—Gracias... eres tan lindo —sonrió emocionada—. Una ensalada creo que estará bien...
Y eso fue lo que comió, una ensalada césar con un poco de pollo, aunque no comió todo el pollo y lo dejó allí en el plato. Supongo que era uno de esos días en los que su cabecita le traicionaba. No le dije nada, solo la abracé y me encargué de recordarle lo bella que estaba.
Llegamos a la casa y nos dispusimos a dormir una siesta. Tanta actividad diurna nos había agotado, nos metimos bajo las mantas y abrazados, como si fuéramos uno solo, nos perdimos en los brazos de Morfeo.
Cuando abrí los ojos eran cerca de las seis de la tarde, sentí el vacío en su lado de la cama y me incorporé a buscarla. Ella estaba allí, sentada observándome y sus ojos estaban cristalizados, su mirada era melancólica y cuando me vio me regaló una media sonrisa.
—¿Estás bien? —pregunté y ella solo asintió.
—¿Quieres que veamos una película? —cuestionó y asentí.
—Traje la que querías ver, la de «Ciudad de Ángeles».
—¡Genial! —exclamó cambiando inmediatamente su estado de ánimo— ¡Vamos!
Bajamos a la sala donde un televisor enorme estaba incrustado por la pared. Aun no terminaba de sorprenderme el lujo en aquella casa a la cual, según parecía, no se acercaban hacía mucho tiempo.
—Mi papá la alquila en temporada —dijo encogiéndose de hombros cuando le pregunté quien la disfrutaba.
Colocó la película y en minutos empezó a reproducirse en la enorme pantalla. Me senté abriendo mis brazos para que ella se refugiara en ellos y con su cuerpo caliente pegado al mío nos perdimos en la historia de un ángel enamorándose de una humana y queriendo dejar todo para estar con ella. Al final lo hizo, pero finalmente ella muere. Podía sentir las lágrimas de Caro derramándose sin piedad y aquello hizo que me perdiera un poco en la historia.
La tenía allí, en mis brazos; frágil y vulnerable, tan ella y tan mía, tan dulce y tan hermosa. Medité sobre todo lo que habíamos vivido hasta allí, un año de ser novios. Un año lleno de aprendizajes, lleno de momentos felices pero también de peleas y pequeñas batallas. Esas guerras que no hacían más que unirnos y terminar en fogosas reconciliaciones.
Mi atención se centró en una frase de la película, cuando luego de la muerte de la protagonista, el amigo —ángel— le pregunta al exángel si valió la pena dejar todo por ella, él le responde: «Prefiero haber sentido uno solo de sus cabellos, un beso de sus labios una caricia de su mano, que toda una eternidad sin ello».
En aquel momento me pareció una frase hermosa, pero no sabía que un día la recordaría de una forma tan especial. Allí estaba yo, abrazando a la mujer que amaba, perdiéndome en el perfume de su cabello y sintiendo la textura de su piel. Acariciando las lágrimas que caían por la emoción que esa película le había dejado y sintiéndome invencible solo por ser el dueño de su amor y de su corazón. Sentía que podía hacerlo todo, alcanzar lo que quisiera, volar si era necesario, solo porque ella me había escogido y me había regalado el honor de ser su novio. Y entonces pensé que si algo tan triste sucediera, así como en aquella historia, yo también pensaría igual que el personaje. Estaba profundamente agradecido con la vida por dejarme estar al lado de la mujer que veneraba y amaba, y si algo saliese mal, no cambiaría ningún segundo de nuestra historia, porque era mejor haber estado a su lado que nunca haberla conocido.
Cuando la película terminó fuimos a la cocina y nos preparamos unos sándwiches, comimos en silencio, disfrutando de nuestras presencias, sintiendo aun las emociones que nos dejó aquella historia y perdiéndonos en nuestros pensamientos, observándonos el uno al otro.
—Tengo un regalo para ti —dije luego de que terminamos. La tomé de la mano y la llevé a la habitación.
—¿Qué es? —preguntó sorprendida cuando le pasé el libro envuelto en un papel plateado y con un moño de color rosa.
—¿Un libro? —respondí sonriendo. Ella lo abrió entusiasmada, era uno que habíamos estado buscando en las librerías y como no lo conseguimos lo ordené por internet cruzando los dedos para que llegara antes de esta fecha, y por suerte llegó.
—¡Un ángel para Emily! —Me abrazó emocionada—. Gracias, me encanta.
—Te escribí una dedicatoria en la primera página —sonreí y entonces ella la abrió, la leyó y sonriendo volvió a besarme.
—Gracias por creer en mí y en mis sueños —susurró aun sobre mis labios.
Entonces se apartó y buscó algo en su bolso, se acercó y me dio una pequeña cajita. La abrí y encontré un dije de oro, eran unas alas de ángel. Ella me sonrió.
—Eran de mi madre —explicó—. Cuando era más pequeña, una compañera me dijo que las madres eran los ángeles de la guarda de sus hijos y que como yo no tenía mamá, no tenía un ángel que me cuidara. Lloré mucho ese día, estuve triste por muchas semanas. Entonces Alelí le contó a su mamá y ella me dio este pequeño dije. Me dijo que era de mi madre y que aunque no estuviera conmigo, ella sería mi ángel y velaría por mí desde donde estuviera. Me puse ese dije por gran parte de mi adolescencia, pensaba que ella estaba más cerca de mí si lo usaba. Pero un día me revelé ante esa idea, mi madre no era mi ángel, nunca lo había sido. A ella tampoco le importaba yo, entonces me lo saqué y lo guardé por muchos años. Ahora... quiero que lo tengas tú, porque tú si eres mi ángel. A ti sí te importo, tu sí me cuidas —dijo con increíble ternura.
Nos abrazamos y nos besamos de nuevo, y nos dejamos envolver por esa sensación de melancolía pero a la vez alegría. Nos prometimos una vez más amor eterno y nos fundimos en besos y caricias.
—Quiero hacerme un tatuaje, unas pequeñas alas de ángel con tu inicial en una de ellas —dijo esa noche desnuda entre mis brazos.
—Estás loca, si tu padre te descubre te matará.
—Puedo tatuarme algún sitio poco visto —murmuró sugerente acercándose a mi oído—. ¿Lo hacemos mañana?
—No necesito que te pongas mi inicial en el cuerpo, con que la lleves en el corazón estoy más que satisfecho. Siento como que te estarías marcando, no me gusta —añadí.
—Déjame hacerlo, quiero hacerlo... Acompáñame mañana, conozco un sitio en el pueblo —Insistió con entusiasmo.
—¿Domingo? —pregunté confundido.
—Es amigo de Gael, si está en casa me atenderá.
—Está bien... aunque no necesitas ponerte la inicial, en serio...
—Pensemos donde... mi padre no lo debe ver —dijo ignorando mi comentario anterior.
—En el hombro... me gustan los tatuajes en el hombro, hacia la espalda... uno pequeño... es sexy.
—Bien... allí será, además en esa zona tengo una pequeña cicatriz que me gustaría olvidar —sonrió y luego de una larga noche solo observándonos nos quedamos dormidos.
—¡Wow! Aun no entiendo qué sucedió, papo. Ella en realidad parecía estar enamorada de ti también —murmura pensativa y yo asiento.
—Yo tampoco lo entiendo muy bien... Creo que nunca lo entenderé...
—Creo que es eso lo que más te duele, esa incertidumbre, la desazón...
—Puede ser... —Mientras los dos nos quedamos pensativos su teléfono suena. Por la forma en que lo saluda deduzco que es Rodrigo, así que para que ella no se molestara en salir del estudio, me levanto y salgo.
Voy hasta mi habitación, busco el libro y lo abro. Allí están los varios dibujos que hizo aquella noche —con un lápiz de grafito— en la hoja libre de la parte trasera del libro que le había regalado. Quería elegir un diseño y se había puesto a dibujar varios y me los había mostrado.
También había miles de garabatos que rezaban nuestros nombres unidos con diferentes tipos de letra. Le había regañado por escribir en el libro, pero ella solo se había reído. Me llevo el libro hasta el rostro y aspiro su aroma. Nunca había sido leído, solo había sido hojeado. Pienso en qué triste sería ser un libro que nunca fue leído ni disfrutado. Entonces hago una analogía con mi vida, ese libro era como alguien que nunca había amado, que nunca había sufrido. Yo no era así, yo era como un libro hojeado, un libro que había cumplido su misión, había vivido, amado, llorado, sentido.
Las cosas salieron mal y ella no pudo llevarse consigo aquel regalo. Recuerdo el dije de alas de ángel cuando veo uno de los dibujos en el cual ella lo había calcado. Esa joya tampoco se la llevó, pero yo se la regresé. No podía quedarme con eso, había sido de su madre.
Beso el libro y lo guardo en su sitio, quizá podría prestárselo a Taís un día, quizás ella le diera vida. Es un hermoso recuerdo, es todo lo que me queda de Caro. Eso más el dolor de mis recuerdos.
Me siento en la cama y recuerdo ese día, ese último día. Recuerdo haber pensado que pasara lo que pasara era mejor haberla tenido, haber compartido ese año a su lado, que nunca haberla conocido. ¿Seguía pensando aquello?
Suspiro, a pesar de todo el dolor que me causó el final, no cambiaría nuestros momentos juntos. A veces, cuando algo duele tanto, tapa lo hermoso que hubo antes del dolor y todo se tiñe de oscuro, pero no es así. Ahora que escribo mis mejores recuerdos me doy cuenta de que hubo cosas hermosas, momentos felices. Nada explica su comportamiento final y la incertidumbre siempre será como un clavo en mi alma, pero no cambiaría nada, y si tuviera que volver a vivir, la elegiría de nuevo. Es muy cierto el refrán que dice: «Vale más haber amado y perdido, que nunca haber amado».
Leer en voz alta este capítulo me hizo tomar consciencia de algo importante. Yo la amé, la amé intensamente y le di lo mejor de mí. Si no pudo ser, si ella no lo valoró, no es mi problema, yo no soy el culpable. Hice lo mejor que pude por ella, y amarla así me hizo mejor persona.
Me siento mejor, respiro y me quito un peso de encima. Años después estoy empezando a entender muchas cosas, estoy empezando a soltar y cuando suelto me libero.
Amé este capítulo, parece que Rafa por fin empieza a soltar...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top