21. Amor entre las flores.


Cuando llego a casa encuentro un ramo de flores en la entrada. Rodrigo y Taís están sentados en el sofá viendo una película. Apenas me ven sonríen y el chico se levanta.

—Debo irme, amor... Te llamaré mañana. —Se despide besándola en los labios.

—¿Ya te vas? —pregunto saludándolos. Él siempre se queda a cenar con nosotros.

—Sí... es que mi madre me ha pedido que fuera con ella a un sitio. No quiero ir pero no puedo decirle que no. —Se encoje de hombros—. Solo estaba esperando a que llegaras.

Hacía semanas que le había dicho a Rodri que me tuteara, el que me hablara de «señor» me hacía sentir demasiado viejo.

—Bueno, entonces no te retraso más —sonrío y voy a la cocina a preparar algo y dejarlos despedirse como a todos los novios adolescentes les encanta, por media hora o más.

Cuando oigo la puerta cerrarse voy a sentarme al lado de Taís.

—¿Todo bien? —pregunto intentando que todo sonara natural, ella asiente. Sus ojos ya no brillan como antes.

—¿Me lees qué pasó con tu historia? Siento que la hayamos dejado de lado. —Se disculpa.

—No lo sientas, me has ayudado mucho a ver las cosas de otra forma, creo que esta terapia de alguna forma está dando resultado. Tu y yo saldremos de esto renovados... ya lo verás. —Ella sonríe y me abraza. Un rato después traigo el libro para leer.

Aquella mañana de sábado la fui a buscar. Estaba entusiasmado por nuestro fin de semana y el festejo de nuestro aniversario. Le había comprado un libro de regalo, sabía que le encantaría porque lo estaba buscando desde hacía mucho. Además llevaba una película para que viéramos juntos.

Se suponía que nos encontraríamos en una esquina un poco retirada de su casa, allí la recogería para que fuéramos a ese sitio que quedaba a una hora de allí, una casa de campo que era de su familia.

La visualicé allí esperándome, se encontraba con Alelí que ya estaba con su novio quien también debía buscarla allí. Apenas me vio sonrió entusiasmada. Estaba vestida con un pantalón negro y una blusa suelta del mismo color. Traía una camperita rosa atada a la cintura y una mochila enorme y muy cargada de color negro con estrellas blancas colgaba de su hombro. Sus cabellos rubios estaban sujetos en una coleta alta. Me saludó con la mano mientras yo estacionaba en frente, justo atrás del auto del novio de Alelí. Ellos también me saludaron y luego los vi despedirse. Entonces ella vino corriendo hacia mi vehículo.

Parecía una niña entusiasmada y traviesa, se sentó y juntó sus piernas en el asiento y luego me observó divertida.

—¡Estoy muy emocionada! —sonrió—. ¡La vamos a pasar de maravillas! Ese sitio es hermoso, hay mucha naturaleza y lugares para descubrir, además estaremos solos... y se me antojan miles de lugares y de cosas que podemos hacer —agregó y luego se impulsó un poco para levantarse y alcanzar mi mejilla plantándome allí un beso.

—Me encanta como suena eso —sonreí.

Lo siguiente que hicimos fue colocar la dirección en el GPS y luego ella encendió la radio. Y partimos, cantando, riendo, disfrutando de nuestro amor y nuestra cercanía. Estar con ella era todo lo que yo necesitaba para ser feliz.

Llegamos al sitio y en realidad era mágico. Una casa de piedras en la cima de una montaña, un bosque de árboles rodeando el sitio lo hacían parecer sacado de una historia de hadas. Estacionamos en frente y bajamos.

—¡Wow! ¡Es una casa fantástica! —exclamé asombrado. No podía creer que esto fuera solo un sitio para vacacionar.

—Es hermosa, era el lugar favorito de mi madre, por eso no solemos venir demasiado. Ella construyó este sitio, esto es todo ella —murmuró mirando la inmensa fachada de piedra con plantas cayendo de entre los ventanales. Pensé que mantener una casa así sería súper costoso, pero alguien probablemente se encargaba de hacerlo porque la casa estaba impecable.

Carolina buscó la llave y la insertó en la cerradura principal, giró con cuidado y la puerta se abrió. Un aire fresco nos recibió desde adentro. Ingresamos. Se notaba en la humedad y frescura del ambiente que la residencia llevaba cerrada un buen tiempo. Corrimos las cortinas y abrimos los ventanales para que la luz del sol se filtrara y diera un poco de calor al ambiente.

Carolina se sentó en uno de los sillones dejando su bolso al lado y yo caminé por el sitio observando la decoración y las fotos. Había muchas fotos. Una chimenea se encontraba en el centro de una de las paredes, encima un cuadro enorme con una foto familiar. Un hombre de cabello rubio, elegante y trajeado; una mujer de cabello rojizo y ojos verdes como los de Caro, sonriente en un vestido de fiesta de color azul. Una niña de vestido blanco con cuello de encajes, no tenía más de dos años sus inmensos ojos verdes, su sonrisa gigante y el pelo recogido en dos coletas le daban un aire travieso. Era ella, Carolina... mi Carolina.

—Siempre fuiste hermosa —murmuré y ella sonrió. Su mirada perdida en el mismo cuadro y sus ojos vidriosos me dieron la pauta de que estaba viendo la imagen de su madre—. Era una mujer hermosa—. Ella asintió y aplanó los labios en un gesto de resignación.

—Mi madre no era una mala persona, era como todos, resultado de su propia vida, de sus experiencias, de sus miedos y de sus fracasos —suspiró. Sus ojos se derramaron en lágrimas.

—Estoy seguro de que estaría orgulloso de ti —dije caminando hasta ella y arrodillándome a sus pies, limpié sus lágrimas con mis dedos. Ella se encogió de hombros.

—No lo creo... no lo sé. Supongo que no tengo muchos recuerdos de ella, era modelo y su obsesión eran las ropas y su peso, pero cuando se casó con mi padre, lo dejó. Él no quería que ella trabajara en eso, ni en nada. Mi padre es una persona posesiva y absorbente, no le gustaba que nadie admirara a su mujer. Pero ella era una mujer joven que amaba su profesión y dejar de trabajar la deprimió. Creo que nunca superó el haber abandonado sus sueños y comenzó a vivir una especie de realidad paralela.

—¿Y entonces enfermó? —pregunté recordando que me había dicho que murió de cáncer.

—Sí... y murió... Me abandonó. —Sus lágrimas volvieron a derramarse, esta vez con más fuerza.

—No te abandonó, Caro. La muerte es algo que no podemos evitar, estoy seguro de que si ella hubiera podido negarse, si hubiera podido elegir se hubiera quedado a tu lado. ¿Qué madre no quiere cuidar a sus hijos? ¿Verlos crecer? Estoy seguro de que donde quiera que esté ella vela por ti.

Por algún motivo mis palabras la hicieron derramar más lágrimas, así que me senté a su lado y la abracé. Quizá necesitaba llorar, quizá necesitaba sacar aquel dolor o aquella impotencia que sentía en ese momento.

—Si me hubiera querido no me hubiera dejado con mi padre. Él es una mala persona, no me quiere, y ella sabía cómo era él y aun así se fue, me dejó sola... a mi suerte.

—Supongo que no podía hacer otra cosa, y aunque no conozco a tu padre estoy seguro de que te quiere, quizás a su manera... pero lo hace. Se preocupa por ti, porque estudies, porque seas alguien en la vida intenté animarla.

—Eso solo lo hace por su apellido, por mantener su nombre... Lo hace por él, no por mí. A él no le importa que yo sea feliz. —Sollozaba y empezaba a perder de nuevo el control de sus emociones. No la contradije, solo la abracé y la besé en la frente intentando calmarla.

—Vayamos a caminar, ¿quieres? Quizá necesites despejarte un poco.

Ella asintió y luego de dejar nuestras cosas en la que sería la habitación principal y la que utilizaríamos esa noche, salimos al jardín. Nos metimos entre los arboles ingresando al pequeño bosque que rodeaba la propiedad. Caminamos de la mano y respiramos un poco de ese aire puro y limpio que nos brindaba la naturaleza. Llegamos a un sitio donde crecían un montón de minúsculas flores campestres de color blanco con centro amarillo, no eran margaritas pero eran similares en versión miniatura. Ella recogió algunas y se las puso en la cabeza, se veía hermosa y sus lágrimas ya habían desaparecido por completo. La observé allí, moviéndose entre aquel césped bastante crecido, juntando flores silvestres, brillando como un ángel a la luz del sol.

—Pareces un ángel, un bello y hermoso ángel —sonreí y ella se volteó a mirarme.

—Tú eres mi ángel, mi ángel guardián, el que me ha rescatado del abismo, de las profundidades de mi propia existencia —sonrió mientras se acercó a mí y me dio un dulce beso en los labios—. ¿Recuerdas que me habías pedido que te dedicara mi primer libro?

—Sí, lo recuerdo... Dijiste que no veías el motivo para ello —bromeé y ella negó con la cabeza.

—Mi primer libro te lo dedicaré a ti, porque tratará de una chica que se enamora de su ángel de la guarda, como yo me he enamorado de ti... —dijo tomando mi rostro entre sus manos—. Tú eres mi ángel guardián, no me dejes nunca, ni aunque los demonios quieran robarse mi alma. —Pidió haciendo alusión a su libro y yo la abracé. Escondí mi nariz en sus cabellos de oro y absorbí su aroma.

—No te dejaría jamás, iría a buscarte al infierno si fuera necesario, siempre y cuando tú así lo quieras. Pero si un día no quisieras más estar conmigo, tendría que dejarte ir. Haría lo que fuera solo por verte feliz, incluso alejarme, si eso fuera lo que necesitaras. Y así hice una promesa que me costaría por completo la felicidad.

—No digas eso... no hay nada en el mundo que haga que yo me aleje de ti. Seremos como los personajes de mi libro, venceremos a los demonios y también a los ángeles, a todos los que nos enfrenten, los venceremos y probaremos que esto es amor del bueno, porque no me imagino una vida sin ti —dijo sonriendo y girando entre la naturaleza con los brazos abiertos, yo sonreía de verla tan libre.

—Ni yo...

—¿Quieres hacer el amor aquí? ¿Entre la naturaleza, las flores y el césped?

—¿No vendrá nadie? —pregunté mirando a los alrededores.

—No... no hay nadie en la zona... además, no me importa. Ser observados podría ser excitante —sonrió y sin más palabras levantó su blusa sacándosela y quedando en ropa interior.

Nos amamos allí, con el césped fresco adhiriéndose a nuestra piel, con el olor a tierra y las pequeñas flores muriendo aplastadas por nuestros cuerpos. Nos quedamos allí, tendidos en el verde, sintiéndonos libres y espontáneos, sintiéndonos dueños del mundo y de la vida. Estiré la mano y recogí algunas de las florcitas que habían sobrevivido a nuestra hazaña, las fui colocando sobre su cuerpo, sobre sus pechos, sobre su ombligo, sobre su pubis. Ella reía y me observaba decorarla, sus vellitos rubios parecían oro al contacto con el sol.

—Eres hermosa, no hay palabras para describir cuanto me gustas y cuanto te amo —mencioné y ella sonrió.

Me observó a los ojos y acarició mi mejilla, entonces sacó las florcitas de su cuerpo y las fue poniendo sobre el mío. Decoró divertida mis pezones y luego hizo una hilera de flores que iban desde mi ombligo hasta mi miembro y lo rodeaban. Ella reía y yo sonreí negando.

—¿Me veo sexy? —pregunté incorporándome para observar su obra de arte y ella sonrió.

—Pareces una flor exótica —dijo y rio.

Entoncesla abracé y volví a besarla con pasión, deseo y amor. Y volvimos a amarnos unavez más, y volvimos a prometernos amor eterno... y volvimos a jurarnos felicidad...8uvwrkhtCvS�"�<�l�

—Mucha información —dice Taís cubriéndose el rostro sonrojada y yo río—. Demasiada información —repite—. ¿Cómo me saco la imagen de mi tío desnudo con flores alrededor de su...? —Me eché a reír y ella también.

—Al menos te estás riendo, extraño verte feliz —digo y ella deja de sonreír, suspira.

—Tengo miedo, del futuro... de no poder bailar nunca más —dice y algunas lágrimas caen por sus mejillas. Me levanto y me acerco a ella, la abrazo.

—No puedo prometerte que podrás volver a bailar porque no soy quien para hacerlo. Pero estoy seguro que la vida tiene algo bueno para ti a la vuelta de la esquina. —La beso en la frente. Ella suspira pero no dice nada, se aferra a mi pecho y llora.

Quisiera poder impedir que todo esto le estuviera pasando.

¿Cómo vamos? ¿Qué tal están llevando esta historia?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top