2. Conocerte
Hoy fue un día tranquilo, raro para ser lunes. La oficina estuvo casi sin movimiento, así que llegué temprano a casa. Me di un baño, escribí un poco y ahora preparo la cena para Taís y para mí; son cerca de las nueve y no tardará en llegar de sus clases de danza.
—¡Hola familia! —Y ahí está, tan alegre como siempre. No sé qué sería de mi vida sin ella y su alegría de vivir. Creo que hay dos tipos de personas en este mundo: las que se ahogan en los problemas y los que nadan a través de ellos. Supongo que yo pertenezco a la primera y ella a la segunda.
—Aquí preparándote una cena deliciosa —grito para que me oiga y venga junto a mí. Segundos después la veo en el umbral de la puerta de la cocina. Su cabello sujeto en el rodete, su bolso colgado al hombro y su uniforme de la academia de danzas a la cual asiste.
—Estoy muerta, pero no sabes lo que pasó —dice con entusiasmo—. En tres meses vendrán los del Ballet Nacional a hacer audiciones en la Academia y la directora me dijo que podía presentarme. ¿Sabes lo que es eso, papo? ¡Mis sueños de ser una bailarina profesional podrían estar más cerca de lo que pensaba!
—Me agrada eso, pequeña, pero quiero que te cuides. Nada de dejar de comer y tampoco de descuidar la escuela, ya falta muy poco. —Taís va a clases de danza desde los tres años, es su pasión y su sueño, y es justo una de las cosas que la mantuvo firme cuando su mundo tambaleó. Pero el ambiente de la danza es duro, ensaya hasta quedar sin aliento y el entorno es muy exigente con la cuestión de la alimentación. Ella tiene varias compañeras con problemas alimeticios y yo nunca quise que ella pasara por eso, no, otra vez no. Lo hablamos desde muy pequeña, por suerte su contextura física le ayuda, es chiquita y delgada, justo como su madre.
—Lo sé, papo. No te preocupes por eso. ¡Pero estar en un ballet! ¡Es todo lo que siempre quise! —exclama con emoción.
—Lo sé, y estoy seguro de que lo lograrás. Me encantará estar allí en primera fila viéndote surgir y ser feliz —digo con cariño.
Ella me regala una sonrisa tierna y luego de dejar su bolso botado en el suelo —como siempre—, se sienta en su sitio en nuestra pequeña mesa redonda. Sirvo la comida para ambos y comemos mientras comentamos un poco más acerca de nuestros días.
—Lavo los cubiertos, me baño y te veo en el estudio para que sigamos con el capítulo del día, papo —dice cuando acabamos.
—Pensé que ya lo habías olvidado —suspiro con una sonrisa. Es mentira, sabía que no se le olvidaría.
—¡Nunca!, estoy súper intrigada con aquella historia —exclama.
Un rato después ella ya está allí en su sitio de siempre, con sus piernas cruzadas sobre el asiento en lo que ella llama «posición marposita», pues con ese nombre enseñan a las niñas pequeñas en el ballet a sentarse así. Yo en mi sitio con el cuaderno en mis manos, abierto en el capítulo de hoy y tomando coraje para adentrarme en las páginas de mi vida pasada.
—Te escucho, atentamente —dice para alentarme y sonríe.
El sábado estuve allí desde las cinco y media, esperándola, ansioso. Algo en esa chica hacía que mi interior vibrara, que algo en mi corazón despertara de una forma que nunca antes había experimentado. Ella me atraía, y desde el inicio supe que Carolina sería especial en mi vida, esa clase de chicas que dejan huellas a su paso. Lo que entonces no sabía era que ella terminaría siendo mi todo, y cuando la perdiera, solo me quedaría la nada.
Ella llegó un cuarto para las seis. Me sonrió al verme recostado por la pared de la Biblioteca. Iba con un vestido corto de color azul, medias negras largas y botas. Llevaba el pelo suelto y desaliñado, un bolso pequeño negro y un par de libros bajo sus brazos. Sus labios estaban pintados en un rosa tenue y en su mano libre traía una botella de agua.
—¿Llevas mucho esperando? —preguntó al verme.
—No, solo unos minutos.
—Bien... entremos entonces —dijo sin siquiera saludarme con un beso en la mejilla.
En la biblioteca no pudimos hablar mucho, y eso me ponía nervioso. Cada que comentábamos algo alguien nos miraba con mala cara para que hiciéramos silencio. La Biblioteca no era un buen lugar para hacer citas.
No sabría decir qué es lo que ella hacía en realidad, iba a uno de los estantes, sacaba unos libros y los traía, los abría y buscaba algo en ellos; tomaba apuntes y luego los cerraba y los llevaba de nuevo a los estantes. Repetía el proceso una y otra vez. Yo mientras, estaba fascinado con la gracilidad de sus movimientos, con la belleza de su cuerpo y de su rostro, la armonía de sus facciones que cambiaba de una a otra mientras hojeaba esos libros que traía. Algo la tenía emocionada, motivada, embebida en todo lo que hacía. Por un instante deseé ser ese algo y que me mirara de la misma forma que observaba a esos libros, con tanta emoción y entusiasmo.
Entre susurros escuetos, no me decía mucho más que lo que le parecían aquellos libros. «En éste encontré mucho, en éste no encontré casi nada». Solo hacía esa clase de comentarios, así que me encontré preguntándome si me aceptaría ir a tomar un café después de este «encuentro de lectura», como ella lo había denominado, aunque yo no leyera libros, solo la leyera a ella.
Cuando por fin dio por terminada la búsqueda de no sé qué en todos esos libros, nos decidimos a salir de la Biblioteca. Una vez afuera y antes de que se despidiera, me animé a invitarla, con mucho miedo al rechazo. Podía presentir ya desde ese entonces, que ella era como una cajita de sorpresas, nunca se sabía cómo terminaría actuando, pero eso a su vez me atraía y me atrapaba.
—¿Vamos a tomar un café? —Lo solté de la forma más casual posible.
—Hmmm... —Me observó un tanto confundida, sus labios fruncidos y sus cejas levantadas me hicieron entender que lo estaba pensando. Me adelanté a su respuesta.
—Vamos, no muerdo... —Sonreí con dulzura, a ver si cedía un poco.
—Okey, pero no tengo demasiado tiempo —zanjó.
Si dentro de mí hubiera habido personitas como esas de la película de Disney, en aquel momento habrían estado saltando, emocionadas y felices, festejando la victoria. Y es que los hombres somos competitivos, y esta chica se había convertido en un desafío para mí. Sólo que en aquel entonces no sabía que había guerras que era mejor no batallarlas y nadie me había dicho aquel refrán de que: «Huir a tiempo no es cobardía».
—Bien... Te llevaré a un sitio donde sirven un capuccino único —dije intentando contener la emoción.
—¿Quién dijo que me gusta el capuccino? —La observé y parpadeé confundido ante su comentario, pero ella entonces se echó a reír y me di cuenta que bromeaba.
—Amarás ese —respondí confianzudo y ella solo asintió con su sonrisa fresca.
Cuando llegamos al café, elegimos una mesa con vista a la calle. Nos trajeron el menú y entonces ordenamos dos capuccinos, yo pedí un muffin de canela y ella pidió brownies de chocolate con almendras y dulce de leche.
—¿No es demasiado dulce para alguien tan dulce? —pregunté con la intención de hacer un tonto cumplido porque no se me ocurrió nada mejor para arrancar alguna conversación.
—Hmmm —dijo y me miró a los ojos. Me perdí por unos segundos en ese verde profundo de su mirada—. ¿Crees que soy dulce?
—Creo que eres como una de esas frutas que tienen la cascara un poco ácida o amarga, pero que por dentro pueden ser muy dulces. Como una fresa... ¿Al principio pueden ser un poco ácidas, no?
—¿Me estás diciendo que por fuera soy ácida o amarga? —preguntó con seriedad, lo que me puso algo nervioso.
—Bueno... no puedes negar que has sido bastante ácida conmigo. —Me encogí de hombros.
—Puedo ser muy dulce si me lo propongo. —Y entonces sonrió de una forma tan exquisita, tan única, que creo que ese fue el momento exacto en el cual caí rendido a sus pies. El momento exacto en que mi yo se impregnó de ella para no volver a ser nunca más simplemente yo, al menos no sin ella.
Carolina tenía varias sonrisas, y esa era y sería por siempre la que yo más amaría, la que más añoraría. Aquella sonrisa parecía salirle del alma, iluminaba todo su rostro y hacía que sus ojitos se achinaran dejando solo un par de destellos verdes iluminando sus facciones como faroles. El pequeño hoyuelo parecía más profundo y su rostro perdía aquellas muecas irónicas para convertirse en el de una niña inocente, serena, a quien daban ganas de abrazar. Me rendí ante esa sonrisa, ante esa mirada dulce y asentí.
—No me cabe ninguna duda, Carolina.
—¿Qué estudias? —preguntó mientras empezó a comer aquello que le habían servido. Devoraba sin piedad su plato y a mí me agradaba verla así.
—Derecho —contesté—. ¿Tú?
—Letras, obvio —respondió con la boca llena. Me parecía adorable.
—Háblame del libro que vas a escribir, el que te hará famosa —bromeé.
—Estoy investigando, quiero escribir una novela de fantasía, algo sobre ángeles y demonios. Pero no quiero que sea igual a nada que ya está escrito, quiero hacer algo único y fuera de serie. Por eso no me apuro, soy de las que piensan que las cosas buenas llevan su tiempo.
—¿Para eso revisas esos libros? —inquirí y ella asintió.
—Sí, son libros que hablan del tema. Necesito informarme sobre lo que hay, para luego escribir lo que aún no hay —respondió con seguridad.
—Así que fantasía, ¿eh? —pregunté mientras comía mi muffin.
—Sí, me gusta la idea de inventar una realidad alternativa. Una donde yo tenga el control de hacer y deshacer. Cuanto más alejado esté de la realidad, mejor. Para historias reales ya tenemos la vida misma —añadió y se encogió de hombros.
—Interesante teoría. Ahora prométeme algo.
—¿Qué podría prometerte? —cuestionó curiosa.
—Que el primer libro me lo dedicarás a mí y me lo firmarás.
—¿Dedicártelo? No sé. ¿Por qué debería hacer algo así? Ahora lo de firmarte una copia, eso sí... claro.
—Pero debe ser la primera que firmes —insistí.
—Bueno... lo pensaré —sonrió de nuevo—. Me gusta que creas en mí, la gente piensa que estoy un poco loca y estas ideas son estrafalarias.
—¿Qué gente? —pregunté intrigado.
—Mi gente... —dijo y volteó la vista a la ventana frunciendo el labio, parecía incómoda. Algo de su luz propia se opacó en su mirada, pero rápido ocultó aquello y se volvió de nuevo a verme—. ¡Esto está genial! Tenías razón, el capuccino es delicioso.
—Cuando quieras podemos repetirlo —agregué y ella negó con una sonrisa divertida.
—Ya veremos, ahora voy un rato a los sanitarios.
La esperé entonces y cuando volvió, caminamos hasta su casa.
—Es aquí —dijo cuando estuvimos en frente—. Gracias por acompañarme hoy y por la merienda... —Parecía nerviosa. Su casa era bonita, era un barrio de clase alta, pero no era una casa demasiado ostentosa, o al menos de afuera no se veía de esa forma.
—Cuando gustes. ¿Me darías tu número de teléfono? —le pregunté y ella sólo se mordió el labio dubitativa.
—Quizá más adelante —afirmó y luego ingresó a la casa despidiéndose con la mano. La vi perderse y entonces caminé hasta el sitio donde tomaría el autobús a la mía.
Sentimientos encontrados fluían dentro de mí. Por un lado estaba feliz, parecía haber derretido aunque sea un poco la coraza de Carolina, pero seguía distante, ilegible, dándome una sensación de ser alguien inalcanzable. Suspiré. Después de todo era nuestra primera salida y ya había logrado algo bueno, quizá todo mejoraría más adelante, o eso quería yo creer.
—No parece tan mala, papo... quizá solo le costaba abrirse a los demás —comenta Taís cuando cierro el cuaderno y levanto mi vista para encontrarme con sus ojitos grises.
—Nadie es demasiado bueno ni demasiado malo... El problema son las decisiones que tomamos, Taís. Podemos hacer mucho bien o mucho daño con ellas. A veces pensamos solo en nosotros mismos —suspiro pensativo.
—No quiero opinar mucho aun. Supongo que hay todavía mucha historia por conocer, pero siento tu dolor, papo. Es muy fuerte, muy tangible, es como una sombra que no te suelta, está allí siempre en ti. Espero que escribir esto te permita soltar aquello que te ata a ella... Sea lo que sea.
—Eres una chica inteligente. Estoy muy orgulloso de ti y de la mujer en la que te estás convirtiendo —digo con una sonrisa en mi rostro. Tengo la sensación de que abrirme a ella y contarle mi historia no ha sido una mala idea.
—Todo lo que soy, te lo debo a ti —añade antes de levantarse y abrazarme.
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