16. De regreso.
Hoy he regresado a casa, estoy agotado pero feliz de volver. He esperado a Taís con ansias, la he llamado estos días y siempre estaba de un sitio al otro.
—¿Entonces viajo una semana y tú te pasas de casa en casa todos los días y a mi regreso ya tienes novio? —pregunto esa noche cuando nos sentamos en el estudio para retomar lo que habíamos dejado inconcluso por el viaje.
—Ya ves, la vida pasa rápido —sonríe burlona y yo me río.
—¿Cuándo me presentarás a ese chico? —pregunto y se encoge de hombros.
—¿Puede venir a visitarme de vez en cuando? Lo puedo invitar a cenar un día y lo conoces —añade.
—¡Claro que puede, Taís! Tú me avisas cuando y preparamos todo, ¿sí? Ya lo quiero conocer —exclamo divertido ante los cachetes coloreados de rosado de mi pequeña. Contarme que tenía novio le costó muchísimo, dio vueltas y vueltas hasta que al final terminó por soltarlo. Pero yo ya lo había adivinado mucho antes, solo me divertía con sus intentos por decírmelo. Además había estado conversando por WhatsApp con Lina, quien me había estado poniendo un poco al tanto de todo lo que sucedía, aunque no me dijo que ella y el chico estaban de novios, supongo que quería esperar a que me lo dijera Taís.
—Bueno... léeme ésto que casi me pongo a leer yo sola de la ansiedad... —sonríe señalando el cuaderno. Lo abro y continúo en donde nos habíamos quedado.
Las siguientes semanas fueron perfectas, estábamos envueltos en esa nube de polvo mágico en las que están metidas todas las parejas de nuevos enamorados. No discutíamos por nada y todos los problemas del mundo dejaron de parecernos importantes, éramos solo ella y yo.
Mi hermana salió del hospital luego de cinco días de internación y regresó a una clínica de rehabilitación. Mi padre volvió a evadirse de los problemas y mi madre se enfocó en cuidar y malcriar a mi sobrina, quien quedaba a su cargo mientras su padre iba a trabajar. Eso me daba mucha luz para hacer mis cosas ya que mamá estaba entretenida con Taís.
El padre de Carolina tuvo que hacer un viaje al exterior, así que ella también andaba sin riendas. No nos separábamos ni un segundo, saliendo de la universidad íbamos a la casita y allí llevábamos una vida casi de concubinos. Todo era tan perfecto que parecíamos haber ingresado a una nube de felicidad.
Ambos estábamos tan solos y carentes de una familia, que, inconscientemente jugábamos a «la casita». Teníamos ese departamento, así que íbamos al supermercado, comprábamos víveres, hacíamos limpieza, cocinábamos, veíamos la tele y en ocasiones nos tomábamos alguna siesta juntos.
Aunque la química seguía explosiva e intensa, no pasábamos de besos y caricias furtivas en el sofá de la casita o en la cama, o a veces en mi departamento. Pero nada más que eso. El fuego de sus besos y caricias me quemaba por completo, me incineraba la sangre y hacía fluir lava ardiendo por mis venas. Nunca había sentido algo así con nadie, pero pensaba respetarla y darle todo el tiempo que ella necesitara para pasar al siguiente nivel. No quería que se sintiera presionada ni que pensara que solo buscaba eso.
Con respecto a su problema alimenticio todo parecía ir viento en popa. Acudía a sus citas con la psicóloga sin poner excusas y en una de ellas, La Lic. Leyva le había enviado a hacer interconsulta con una nutricionista. Ella aceptó gustosa y luego de que elegimos a una persona idónea en problemas de alimentación, Carolina empezó a seguir sus consejos y a comer de forma más ordenada.
Cuando comenzamos a salir me di cuenta que ella y la comida, tenían una relación complicada. Carolina comía, y mucho, de forma desordenada y a cualquier hora. Estaba comiendo todo el día, literalmente. Así fuera una galletita o una hamburguesa de tres pisos. Se daba atracones y luego, ya sabemos a dónde iba a parar todo. Al principio, dejó de vomitar pero se empezó a obsesionar con tés y laxantes. Yo no decía nada, solo observaba. Me conformaba con que siguiera yendo a terapia y estaba esperanzado que eso la ayudaría.
Y así fue en ese momento. Desde que empezó el tratamiento con la nutricionista comía cinco comidas al día, bien balanceadas, y así intentaba evitar estar constantemente «picoteando» algo. Las botellas de agua —en exageración—, fueron parte del pasado y los viajes al baño también. Dejó de revisar las etiquetas de las cosas que comprábamos en el súper para medir las calorías y empezó a dejar de pensar en comida todo el tiempo.
Yo estaba contento, creía que todo aquello era un buen inicio, que ella realmente quería cambiar y solo había necesitado un empujoncito para salir adelante. Yo me sentía orgulloso de haber sido quien le brindó aquella ayuda.
Trabajaba con mi padre en la oficina, le hacía algunos recados y llevaba o traía documentos. Él me daba dinero para el combustible y algo por cada servicio. Con eso yo podía costear los gastos de los médicos, además, ambas nos hicieron precios especiales sabiendo de la situación por la que atravesábamos y teniendo en cuenta que estábamos solos.
Carolina tenía un ángel, era de esa clase de personas a quienes todos quieren ayudar. Tenía una luz que inundaba tu ser y querías darle todo lo que pudieras. Pensé que me pasaba solo a mí, pero luego entendí que le pasaba a todos los que la conocían. Así fue que la Lic. Leyva y la Lic. Aldana nos cobraban menos del cincuenta por ciento de sus tarifas, solo porque querían ayudarla.
Fueron dos meses intensos de alegrías, momentos felices y la sensación de que todo por fin iba a salir bien. El único que no parecía feliz con la alegría de Carolina era Gael, que en ocasiones se dejaba caer por la casita y sin importarle lo que estuviéramos haciendo se tiraba en el sillón, me ignoraba por completo y empezaba a exigirle a Caro que le hiciera algo de comer o le sirviera algo.
Eso me molestaba porque no me gustaba que nadie la tratara así. Ella era como una princesa para mí, era él quien debía estar sirviéndole, no ella. Pero me callaba, Gael era el punto débil de Caro y para ella no tenía ni un defecto. Si yo llegaba a decir algo, estaba seguro de que ella saldría a su favor y no se pondría de mi lado. Eso dolía, pero yo era astuto, esperaba que con el tiempo se diera cuenta de qué era lo correcto.
—Así que te gusta mi prima —dijo entonces Gael dignándose a dirigirme la palabra—. Ya llevan un par meses juntos, así que supongo que va en serio, Carolina nunca ha durado tanto tiempo con alguien. —No me gustó la forma en que lo dijo, sonaba despectivo.
—Sí, y no solo me gusta; la quiero. —Admití y él solo enarcó las cejas en otro gesto despectivo, como si lo que yo dijera no fuese importante para él.
—Espero no te canses demasiado pronto. Ella puede ser un poco...
—Tú no deberías hablar así de ella —lo interrumpí—. Se supone que eres su persona favorita en el mundo.
—Y ella es la mía, pero eso no le quita su personalidad inestable y bipolar —replicó y me molestó muchísimo escucharlo hablar así.
Carolina se apareció entonces con el café y el sándwich que Gael le había pedido y se lo pasó sonriente. Él entonces lo tomó incorporándose un poco en el sofá para quedar más cómodo y le sonrió. Yo me levanté ofuscado y me dirigí a la habitación a leer o a hacer cualquier cosa hasta que ese idiota se fuera. Me giré para ver a Carolina caminar hacia mí, pero entonces este chico levantó su mano y le dio un pellizco en el trasero. Ella solo dio un brinco y luego le golpeó en la cabeza a modo de broma.
Ahora sí sentía mi sangre arder. ¿Qué clase de primos eran? Por más que quería creer lo que ella me decía acerca de que no sucedía nada entre ellos, aquella relación era extraña por demás, y la gente hablaba, y dicen que donde el río suena es porque piedras lleva. Enfadado tomé mi chaqueta y decidí salir a dar una vuelta hasta que este estúpido se fuera de nuestro sitio, porque no podía echarlo, ya que en realidad era su casa.
Me sentí un idiota, humillado, lastimado. Ella me siguió con paso veloz hasta la puerta y me preguntó a donde iba.
—A dar una vuelta, envíame un mensaje cuando estés sola y vengo —refunfuñé intentando controlarme y cerré la puerta con fuerza. Ella no me siguió, obvio, no iba a dejar a su primito para salir corriendo tras de mí. Eso, aunque lo sabía, costaba admitirlo.
Casi una hora después recibí un mensaje diciéndome que volviera, que Gael ya se había ido. No tuve ganas de hacerlo, sabía que íbamos a discutir, pero también estaba harto de sentirme segundo cuando estaba el idiota de Gael. Así que regresé. Ella tenía los ojos rojos, había discutido con Gael.
—¿Qué te sucede? —pregunté bruscamente, aún estaba enfadado.
—Nada... se molestó porque le dije que debía dejar de ser tan desagradable contigo.
—Él puede ser como quiera conmigo, pero no me gusta que te falte al respeto así. ¿Te parece normal que tu primo te pellizque el trasero? —Mi tono de voz aumentó, ella palideció.
—No sé... él siempre... hace esas cosas —respondió insegura.
—No te entiendo... De verdad que no te entiendo. Cuando te conocí eras agresiva, temeraria, pero luego estás con él y te conviertes en su títere. Hace de ti lo que quiere... ¿Qué es lo que pasa? ¿Le tienes miedo? ¿Por qué te maneja así? ¿Por qué le sirves? —inquirí ansioso.
—Es... el único que siempre ha estado para mí —murmura insegura—. Siento que le debo todo.
—¡Eso es chantaje emocional! —grité alterado—. La relación que tienes con él no es sana, no termino de entender qué tan enfermiza es, pero definitivamente NO es sana. Y me cuesta mucho aceptarla, porque te quiero... y te respeto. Yo no quiero que me sirvas, ni quiero pellizcarte el trasero como si fueras un objeto sexual... Y me molesta que un idiota lo haga, pero más me molesta ¡que tú se lo permitas!
Ella empezó a llorar y se dejó caer al suelo. Sus sollozos se empezaron a hacer más intensos y de repente empezó a perder el control de sus emociones, su mandíbula inferior temblaba y su pecho subía y bajaba en violetos llantos lastimeros. Me senté a su lado y la abracé, debía lograr que se calmara. Acaricié su cabeza y besé su frente.
—Todo estará bien, disculpa... no llores... —Le susurré al oído y así, un buen rato después, se fue calmando.
—Lo siento... —Se disculpó con un hilo de voz—. Tú... tienes razón, yo sé que Gael sobrepasa algunos límites... solo... no sé cómo decirle que no.
Apreté un lado de mis puños y cerré los ojos con fuerza. Estaba enfadado, lo estaba aceptando y yo me preguntaba hasta qué grado esa relación era tan enfermiza. No dije nada porque no era el momento, me contuve y solo intenté calmarme.
—Lo irás solucionando, de a poco todo empezará a funcionar bien en tu vida, ya verás. —le prometí.
—Tu... has traído cambios a mi vida, Rafa... algunos me gustan, otros... me confunden o me atemorizan. Supongo que me muestras un mundo que no estoy acostumbrada a ver... que no sabía siquiera que existía.
—En cierta forma me pasa lo mismo contigo. No entiendo ese mundo en el que vives, es... complicado. Pero podemos intentar crear uno nuevo, donde inventemos nuestras reglas, donde estemos solos, tú y yo. —La besé en la frente de nuevo y ella se acurrucó en mi pecho, suspiró.
—Nunca he sentido que pertenecía a alguien o a algo, siempre me he sentido fuera de lugar. Aquí... contigo... me siento en casa... Te quiero.
—Me intriga mucho el tal Gael —dice Taís frunciendo el labio pensativa.
—A mi igual —respondo encogiéndome de hombros. Entonces su teléfono empieza a sonar y cuando las comisuras de sus labios se curvan hacia arriba sé de quién se trata, se excusa con la mirada y yo asiento. Atiende y sale rápido del estudio para ir a hablar a su habitación. Yo solo sonrío, está enamorada, y espero que no le duela tanto como a mí.
Mi teléfono también suena, pero es un mensaje. Lo reviso y me encuentro con un mensaje de Lina.
«¿Llegaste? ¿Qué tal todo?».
«Sí, todo bien. Taís ya me contó que se puso de novia» —respondo y otro mensaje llega enseguida.
«Sabía que lo haría, disculpa si no te lo dije antes, quería que lo hiciera ella» —sonrío.
«Lo entiendo, no te preocupes... ¿Nos veremos pronto?». —La verdad es que ya la quiero conocer, llevamos días conversando y me gustaría ponerle rostro a esta persona.
«El destino está contra nosotros, debo viajar mañana por un par de semanas. Voy con una de las compañías del ballet, debía haber ido otra maestra pero se enfermó y me pidieron que fuera yo. Lo siento... será a mi vuelta». —Responde adjuntando una carita triste.
«No hay apuro, siempre y cuando sigamos conversando por aquí». —Respondo sintiendo por primera vez en mucho tiempo esa emoción de conocer de nuevo a alguien.
«Eso tenlo por seguro, te estaré aburriendo con todo lo que me pasa y hago... así como me tuviste tú esta semana». —Dice y pone una carita que se ríe y echa lágrimas.
«¿Me estás diciendo que te he aburrido con mis historias?». —Cuestiono y ella no tarda nada en responder.
«Para nada... solo bromeaba. Ahora anda a descansar, es tarde y has tenido una semana muy dura». —Dice y me alegro por sus palabras, por su forma de preocuparse por mí.
«Que sueñes con angelitos» —respondo y envío un dibujo de angelito.
«Mejor sueño contigo» —añade y yo río anteaquello, ella era espontánea y un poco atrevida, y eso me gustaba.
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