3. No me mires así


—¿Quién eres?

El supuesto Josef me observa como si no entendiese nada. Probablemente no debería haberle abierto la puerta, pero a estas alturas de los acontecimientos, lo único que me importa es que no me vean la cara de estúpida.

—¿Cómo? Soy Jos...

—Ah, no me creas tan idiota. —Alzo mi celular frente a mí y me queda mirando confundido—. Estoy a una búsqueda en google de mostrarte que tú no eres Josef.

Los dos se miran, sus expresiones pasan por varios estados en unos pocos segundos: terror, confusión y estupefacción. Como si no pudiesen creer que algo tan básico se les pasó por alto. Caleb es quien habla primero.

—Josef no sabe que estamos acá.

—¿Quién los envió? —Se miran nuevamente, nunca se pusieron en la posición de que los atraparía.

—Alan... Alar Hart.

Ay, esto no se puede poner peor.

¿Alan mi amor platónico?

Sí, ese Alan.

¿Cómo que de la cantidad de personas que existen en el planeta, la vida me lanza de nuevo a Alan? Para humillarme yo creo, porque finalmente después de esa noche quise seguir el contacto y él ni siquiera me siguió de vuelta en Instagram.

¿Les ha pasado que de repente se flechan por alguien en tan solo unas horas? ¿Que sienten que la conexión es increíble y no entiendes por qué?

Exactamente eso me pasó con Alan.

—¿A...? —Carraspeo, porque la voz me salió vergonzosamente aguda—, ¿quién es Alan Hart?

—¿Cómo? Él nos dijo que ustedes se conocían. Por cierto, mi nombre real es Marco... mira, Vania —agrega, acercándose a mí. Yo me quedé pegada en que Alan se acuerda de mí y en mi mente estoy corriendo en círculos porque no sabía que él iba a aparecer en mi vida alguna vez—. Ninguno de nosotros es malo, Alan tampoco... menos Josef. No te queremos hacer daño. Es solo que Alan no quiere que Josef pierda el negocio familiar...

Y aquí regreso a la tierra y a mi vida.

Emito un gruñido de frustración.

—¿Y qué carajos tengo yo que ver con todo esto?

—¿La deuda...?

—Sí, sí... Thomas está desesperado buscando a alguien para Josef. Sé que se tiene que casar en algunos días. Y también sé que es porque al padre de Thomas se le ocurrió dejar una cláusula absurda antes de morir —murmuro entre dientes.

Ambos se quedan impactados de mis palabras. Hasta parece que contienen la respiración cuando termino de hablar.

—No... no hables así del señor Mark. Él solo deseaba lo mejor para su nieto, no quería que quedara... solo. —Caleb me observa algo disgustado. Mira al rededor como si alguien nos estuviera escuchando.

—¿Por qué no se puede quedar solo? ¿Qué es lo terrible?

Marco le lanza una mirada a Caleb.

—No es de tu incumbencia.

—¿No? ¿Por qué yo creería que sí? Estoy a punto de subirme a un avión por él. ¿Por qué Josef no se casa y ya?

Caleb mira la hora.

—Debemos irnos.

Meneo la cabeza. No pienso moverme.

—Vania voy a decir esto una pura vez. Negaré si dices que lo dije, y confío en que no lo repetirás. —Marco se pasa la mano por el cabello, con nerviosismo—. El señor Mark Hart era un hombre severo y justo, sin embargo, Thomas Hart es algo completamente diferente.—Al parecer no me ve tan convencida así que agrega—: en otras palabras, si tiene que entregarte la cabeza de tu padre en una bolsa para que te cases y no le haga lo mismo a tu mamá, lo hará.

Me queda mirando fijamente, y luego se encoge de hombros.

—Lo sentimos —dice Caleb.

Trago saliva y siento unas ganas inmensas de llorar, pero he gastado todas mis lágrimas. Y ya no tengo mucho que pensar: no tengo otra opción más que ir.

—¿Entonces lo del contrato era mentira? —Marco niega con la cabeza—. No, lo que te mostré ayer, está firmado por Alan. Él se asegurará de sacarte de allá; y todo lo que dice respecto a Josef es verdad, él sabe cómo es su hermano. Josef es un hombre de confianza.

Tomo una respiración profunda, por más que me digan que los hermanos son personas decentes, y que el problema es su padre, no sé si será verdad. Sin embargo, tengo ganas de escapar de Los Ángeles, no quiero seguir aquí por el momento... siento que tengo el corazón tan roto, que creo que puedo con todo. Incluso enfrentarme a los hermanos Hart y a su padre diabólico.

Tengo padres a los que debo proteger.

—¿Estás lista?

—Estoy lista —respondo con la voz temblorosa. No me pueden pedir que no tenga miedo.

***

Paso muchas horas del viaje organizando gran parte de mi vida: mis cafeterías. Ayer hablé con cada uno de los empleados, y fui parcialmente honesta. Les dije que debía irme urgente del país por un problema familiar. Aunque estoy segura de que —dado que las noticias vuelan— todos creerán que fue por el engaño de Luci y Daniel; no porque la cabeza de mi familia está siendo amenazada.

Les envío la notificación por correo a cada uno, y el acuerdo de pagarles lo que queda de este mes y el siguiente. Por supuesto que el dinero no me sobra, pero los ahorros que tenía guardados para darme unas vacaciones de lujo, se van directo a ellos. Ahora... algo que evité pensar anoche es... ¿qué haré con el arriendo de los locales? Podré pagarlos por un par de meses, ¿y luego qué? Le escribo un correo a don Harry, diciéndole que ya no puedo seguir pagando los dos, aunque finalmente no lo envío. Necesito algunos días más para procesar que... tengo que dejar mis cafeterías que tanto amo. Una de ellas que ni siquiera alcancé a inaugurar, y me preocupé de cada detalle para que fuese increíble: desde el piso, hasta las plantas decorativas.

—¿Estás bien? —Marco, que va sentado junto a mí, me extiende un pañuelo. No me había dado cuenta de que estaba llorando.

—Sí, gracias —miento.

—No sufras por el imbécil de tu novio —murmura, mientras bebe unos sorbos de whisky—. No se merece nada de ti.

—No sufro por él.

Me mira con cara de no creerme y suelta una risita.

—Tenemos un largo viaje, podrías contarme algo del chisme.

—Si te soy honesta... quería dejarlo, pero no sabía cómo, porque... no tiene a nadie. Me daba pena abandonarlo porque pensé que él sí me amaba —resoplo enojada y también bebo unos sorbos de la champaña que me sirvió la azafata—. Obviamente lo quería... quiero mucho. Eso sí me duele, finalmente perdí a dos amigos. Aunque ellos no son la prioridad en mi mente.

Marco acerca su vaso al mío y lo choca.

—Que se jodan.

Me logra sacar la primera sonrisa en lo que parece una eternidad.

—Que se jodan.

Mira a Caleb que está en la otra fila, y este comienza a reírse.

—Me podrías contar a mí también el chiste... —murmuro.

—No es nada. Vania... en cuanto lleguemos, la mayor parte del tiempo te pareceré alguien distante, pero quiero que sepas que cualquier cosa que necesites, puedes acudir a mí. Yo trabajo para Josef, no sé qué sucederá conmigo cuando se entere de lo que hice. Si se decide por no despedirme, nos estaremos viendo bastante y yo te puedo ayudar... con él —dice, hablando bajito.

—¿A qué te refieres? ¿Algo así como a no caerle mal?

Mira su vaso.

—Ya voy por el segundo, eso me hace imprudente. —Se bebe el último sorbo y lo deja de golpe sobre la mesita. Se acomoda de forma que me queda mirando—. Vas a tener un problema... bueno aparte de que lo obligaremos a casarse contigo. Ese también es tu problema.

—Tengo que obligar a alguien a que se case conmigo. No pensé que llegaría tan bajo en mi vida —digo con seriedad, aunque luego miro a Marco y explotamos de la risa. Lo bueno de ir en business es que nos llenan los vasos a cada rato—. ¿Entonces cuál será mi problema con Josef?

—Que no le vas a gustar —suelta como si nada. Sin delicadeza ni anestesia—. Oh, no... no creas que es por cómo luces, eres muy guapa, Vania. De hecho no entiendo cómo ese imbécil te cambió por... —Sacude la cabeza y habla en voz bajita—. No te creas que te estoy tirando la onda, a mí me gustan...los hombres.

—¿Por qué no le voy a gustar? —Después de las copitas de espumante, fue lo único que quedó en mi mente. No es que quiera gustarle, pero que me lo planteen así como un problema... ¿qué tengo o no tengo que al gran Josef Hart no le voy a gustar?

—Es simple. No le gusta nadie... en serio.

—¿Siempre está solo?

Suelta una carcajada estrepitosa que hace que otros pasajeros nos miren.

—Nunca está solo... pero no le gusta estar con una chica... rondando.

—Y todos ustedes esperan que yo me vaya a vivir con él. Salud por eso.

—Si es que logramos que rompa su promesa —dice más para sí mismo que para mí.

—¿Qué promesa?

—Oh... no puedo contarte.

—Marco, necesito tener toda la información posible para que esto funcione. No quiero que mi familia muera, y nadie quiere que el negocio de los Hart caiga en manos equivocadas —dice una de mis neuronas sobrias.

Para mi sorpresa, Marco me mira con lástima y suspira profundamente.

—¿No le dirás a nadie?

—A nadie.

Se acomoda en el asiento.

—Josef tuvo una novia de unos... ocho años. Tenían veinticinco cuando quisieron casarse. Yo conocí a Elena... realmente se amaban. Estaban a dos semanas de casarse, cuando ella tuvo un accidente automovilístico. —Marco habla con la voz entrecortada y no se atreve a mirarme—. Fue horrible, no murió de inmediato. Decidieron casarse mientras ella estaba internada. Los doctores dijeron que iba a estar bien, pero estaban tan desesperados por decirle al mundo que se amaban que arreglar todo para hacerlo mientras ella seguía en el hospital. Ese mismo día falleció. —Se le corta la voz y se enjuaga los ojos—. No alcanzaron.

—Y Josef le prometió nunca volver a casarse. —Ahora entiendo por qué está dispuesto a perder los negocios de su familia. Todo por no romper su promesa. La respuesta era más... triste de lo que esperaba.

Hubiese preferido oír que no tenía corazón.

—Sí... han pasado ya muchos años desde ese día, sin embargo, si bien ha estado con chicas, en las que me ha dado pensar que... va a algo serio. Luego las deja. Así que te recomendaría...

¿Que no me enamore de él? Ay, Marco. A mí es Alan quien me preocupa. Él si que es un mujeriego conocido, y él si me gusta.

—Ni lo conozco, Marco.

—Pero lo conocerás.

Me quedo pensando el resto del viaje en las palabras de Marco. Parece una locura ahora querer que Josef se case conmigo. Estoy hasta dispuesta a obligarlo. No podría soportar perder a mi familia por mi culpa. ¿Y si no logro que lo haga? ¿Thomas Hart me librará de toda esta mierda? ¿O si cae él, caemos todos?

Si Josef es como dicen... y no es como su padre, tendrá que romper su promesa... eso creo. Pero una promesa a quién amas cuando muere... no es algo que se haga la ligera. Que Josef no se haya casado todavía —a días de su cumpleaños— me indica que él cree lo mismo.

Ya bajando del avión tomo la decisión de hablar con él y hacerle entender, que si bien, el casamiento va a ser legal en papel, él y yo... no tendremos nada de casados, ni una pizca de amor; y creo que por ahí lo puedo convencer.

—Bienvenida a Melbourne, señorita Vania. —Marco me cierra un ojo y abre el coche para mí. El chofer nos esperaba a la salida del aeropuerto.

—¿Hacia dónde vamos?

—Iremos a la casa de verano que tienen los Hart. Alejada de los ruidos de la ciudad. Allí te prepararon una habitación... hasta que...

—Entiendo —lo interrumpo. Estoy agotada, apenas pude dormir las casi dieciocho horas de vuelo, y ya extraño Los Ángeles. En otras circunstancias estaría muy feliz de conocer un nuevo país, pero me preocupa lo que puede suceder de ahora en adelante. Unos cuarenta minutos más tarde, llegamos a una inmensa reja de fierro negro que se abre automáticamente cuando se asoma el coche. Avanzamos por camino ancho y recto, rodeado de árboles. Al final se ve una enorme casa con las paredes de piedra y grandes ventanales. Se parece a un pequeño hotel. El segundo piso es principalmente un espacio abierto. Me imagino que aquí no hay niños, porque lo único que te separa de caer, son flores. O al menos eso es lo que veo desde abajo.

El coche se estaciona, y mujeres impecablemente vestidas —como si fueran a un evento importante— nos esperan en la entrada.

—¿Alguna advertencia? —pregunto a Marco, justo antes de que el chofer abra la puerta.

—Mantente con la mente abierta, y piensa todo lo que está en juego —murmura, con una voz apenas audible. Lo miro un poco asustada, ¿qué quiere decir con mente abierta?

La puerta del coche se abre y las mujeres se acercan a mí con rapidez.

—Señorita Vania, nosotras somos Ana y Caro. Te asistiremos en todo lo que necesites para hoy. —Me cogen cada una por el brazo y me hacen entrar a la casa. Lo que más me sorprende no es la inmensidad del lugar, ni el mármol, ni la decoración blanca y gris, ni tampoco los cientos de cuadros que invaden las paredes... sino la cantidad de gente yendo de un lado para otro, como si estuviesen atrasados y con los nervios a punto de colapsarlos. Veo pasar frente a mí enormes arreglos florales, carros con comida, alfombras, decoraciones, etc.

—¿Hay... algún evento hoy?

—Sí, claro. Por aquí está el cuarto. —Caro se separa de mí y comienza a caminar a paso más rápido, con Anna la seguimos hasta llegar a la última habitación del lugar. Abre las puertas de par en par—. Querida, hoy es tu boda. —Lo dice con tanta ligereza que tardo en entender sus palabras, y cuando lo hago, mis pies se pegan al piso. Cierra las puertas tras nosotras.

—No... no, ¿cómo que...? —El aire comienza a faltarme. Anna que aún me tiene del brazo me obliga a sentarme—. No me dijeron... que hoy. —Cada vello de mi cuerpo se eriza. ¿Cómo llegó este momento? Dos días atrás estaba comiendo con mis amigos... y ahora estoy en otro país, casándome con un completo desconocido. Es más... nunca pensé que me casaría. No me he enamorado lo suficiente como para querer hacerlo.

—Bebe esto, es agua con azúcar. —Caro me extiende un vaso. Ni idea qué me hará eso, pero lo bebo hasta el fondo. Mira el reloj que lleva en su mano, y teclea en él—. Vania, la boda será en dos horas. Vendrá alguien a maquillarte en una hora, y...—. Lo primero que me llama la atención luego del shock inicial, es el vestido que cuelga junto a la ventana. No es nada estrafalario, más bien es una tela delgada cubierta con pedrería y ceñido al cuerpo. Es hermoso y no quiero admitirlo—... entonces te dejaremos sola unos instantes y después volvemos.

No tengo idea qué más dijeron, pero ahora ya están saliendo. Y así me quedo sola luego de lo que pareció una eternidad.

Me pongo de pie en el instante que tocan la puerta.

—Adelante —murmuro desanimada, creyendo que son ellas a darme nuevas órdenes, pero en vez de eso... son tres hombres, solo dos de ellos van vestidos de traje, y quien va al medio, luce más confundido que yo. Lo reconozco de inmediato por las fotos que vi en google, aunque tengo que admitir que no le hicieron justicia... La forma en que Josef Hart me observa: severa e intensa con sus ojos azules, me ponen nerviosa. Su cabello oscuro —casi negro— le cae desordenadamente por la frente; y sus labios gruesos no muestran ni un ápice de sonrisa.

Antes de decirme algo, se gira... pero los hombres que lo acompañan están bloqueando la puerta. No piensan moverse.

—¿Me están jodiendo? —pregunta, enfurecido. Sus ojos destellan de la rabia.

—Son órdenes, lo siento. —El hombre ni siquiera se atreve a mirarlo a la cara. Traga saliva. Tiene miedo. ¿De quién, de Josef o Thomas?

Josef se gira y me queda mirando.

—¿Y cuál de todas las chicas que se ofrecieron eres tú?

Ah, no, no....no quieres empezar mal conmigo, idiota.

Vania, recuerda que se tiene que casar contigo.

Tranquila.

Sin desesperarse.

Paciencia.

—Soy la chica que si no se casa contigo y pone la mejor puta cara para las fotos, recibirá mañana la cabeza de sus padres en una bolsa.

—Familia Nicolás —responde.

—No tengo ningún interés en casarme contigo más que ese. —Le doy una de esas sonrisas falsas, a pesar de todas las advertencias que me acabo de hacer.

—Afuera —le gruñe a los hombres. Estos obedecen de inmediato, y cuando quedamos solos... Josef camina hacia mí y se sienta en el sofá. Exhala profundamente.

—No puedo hacerlo. —Sube la mirada para encontrar sus ojos con los míos. Su presencia me pone nerviosa, es un hombre con una belleza que poco se ve fuera de las revistas. No logro identificar sus emociones, pero es tan serio que creo que no le importa.

—Tienes que hacerlo.

—No, no tengo.

—¿No te importa perder tus negocios?

—No.

—¿No te importa que maten a mis padres?

—No me puedo casar, Vania.

Tengo ganas de zamarrearlo y lanzarlo por la ventana.

—¿Cómo sabes mi nombre?

—Alan me ha hablado de ti.

Dios mío, ¿qué le habrá dicho?

De repente, imágenes de las cosas que le hice y me hizo Alan esa noche, empiezan a atormentarme. Me llevo la mano a la frente.

Creo que tengo fiebre.

Moriré.

Me siento junto a él, no me voy a poner de pie hasta que lo convenza.

—Josef, esto no es más que un negocio. Haremos que termine pronto. Alan me envío un contrato con él comprometiéndose a terminar con este acuerdo en seis meses.

—Vania, no puedo casarme.

—Eres un imbécil. No puedes ver más allá de tus problemas. Estás dispuesto que se caiga el mundo ante ti, solo para... —Dejo las palabras en el aire, tampoco puedo decirle lo que me dijo Marco. Ademas estoy segura que sonaría fatal. Me arrepiento de inmediato—. No sé... no sé qué te frena. Puede que sea algo muy importante, pero no creo que eso implique que mis padres mueran.

Josef se pone de pie y se va hacia la ventana. Tengo que admitir que me duele un poco el corazón verlo así. Yo nunca he sentido un amor tan grande, no sé lo que se siente... Me da la espalda, pero noto su desesperación.

—Tienes razón, Vania. Lo voy a hacer.

Camino hacia la ventana y me paro junto a él. Miro para abajo y no puedo evitar estremecerme al ver a Alan. Está vestido de traje azul de calce perfecto, con una camisa blanca. Se pasa la mano varias veces por el cabello oscuro, mientras le ordena a alguien que lleve unas cajas hacia otro lugar.

Sí, han pasado los años... y le han sentado de maravilla.

De repente sube la cabeza. Sus lentes de aviador le dan un toque seductor, tiene los primeros botones desabrochados y no usa corbata. Se sube los lentes, y por unos segundos que se me hicieron eternos, sostuvimos la mirada. Tiene unos ojos enormes, y más oscuros que los de Josef; y quizás por eso siento que me impactan más.

Sonríe despreocupadamente. Sus ojos se le achinan encantadoramente. Alan Hart es jodidamente hermoso.

La corriente eléctrica recorre todo mi cuerpo.

Y me molesta sentir que pierdo el control.

Vamos, Vania. ¡Solo estuviste con él una noche!

Supéralo...

Nos hace un gesto con la mano y se gira para seguir organizando el evento: el casamiento mío y de su hermano.

Tomo aire, porque parece que olvidé respirar. Y el olor de Josef es todo lo que siento: perfume varonil con un toque dulce.

Josef carraspea y giro la cabeza en su dirección. Me observa con los ojos entornados.

—Oh, no me mires así.

____

Ahhhhhh, ¿les gustó el capítulo?

¡Espero que sí!

¿Qué les gustaría que pasara pronto jiji?

Besitooos, recuerden seguirme en mi Instagram: Valesminombre.


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