16. Sentimientos encontrados
La pantalla de mi celular se enciende en el instante que escucho la voz de Danna, saliendo del ascensor. Da un grito como si no hubiese visto a Josef en meses y sé que todo viene seguido de un abrazo silencioso y apretado. Me acerco a la puerta para oír más como si necesitase escucharlos juntos, besándose o divirtiéndose; y les voy a ser honesta, no me gusta nada.
No me gusta esta situación.
¿Pero cómo decirle a Josef que la persona a la que él quiere, me molesta con su presencia? No quiero saludarla, prefiero que ya suban de una vez a la azotea a beber los malditos margaritas.
Luego de lo que me contó Sara, hemos hablado casi nada. Avanzamos kilómetros en nuestra relación cuando me enseñó y me ayudó con las cafeterías, luego quedamos sobre un puente colgante al rozar mis labios sin ninguna excusa, y ya nos caímos en el momento en que Sara habló conmigo; así que apenas lo he mirado, y por supuesto, todo se tornó extraño e incómodo.
Porque Josef está de la misma forma conmigo, ¿será que se arrepintió por el beso? ¿Sospechará que Sara habló más de lo debido? No lo sé, y ahora encontrarnos en la cocina o en el pasillo hace que el aire de inmediato se torne pesado y que el silencio sea bastante incómodo.
El celular vuelve a sonar en mi mano y es un mensaje de Alan.
Alan: Quiero saber si vas a jugar para hacerlo yo también.
Tomo aire, ¿salir a disfrutar del sexo y pasarlo bien o quedarme escuchando las risitas desesperantes de Danna? La primera opción me atrae mucho más, además estoy cansada de quemarme la cabeza todo el día pensando en lo que debería o no debería hacer. Probablemente, esto está fuera de los límites de lo debido, pero el roce de labios de Josef me ha tenido ardiendo más de lo normal y eso me enoja mucho, demasiado. Porque es un idiota mentiroso.
Vania: sí.
La aplicación ya me ha enviado varios avisos para que lance los dados y lo hago sin darle muchas vueltas al asunto, se demora más que la última vez para dar un resultado, y flotando de forma casi espeluznante, aparece un cuadro en el centro de la pantalla.
"Si de máscaras se trata, hoy verás más de ellas que personas, hay solo dos roles en este juego y te deberás entregar a él si no quieres ser castigada. Toc, toc... la puerta roja te espera, toc, toc, ¿quién serás al otro lado de ella?"
Hoy juegas Vania. En 30 minutos el coche te espera.
"Si no quieres ser castigada" me deja en shock. Ni siquiera me atrevo a preguntarle a Alan qué significa todo esto porque ya me siento cobarde, y arrepentirse no es una opción. Quizás qué sucedería si lo hiciera. Una risa fuerte de Josef estremece mi corazón y me siento idiota. Tomo aire profundamente, prendo la música y al ritmo de Britney Spears me pongo lo mejor que encuentro. Me aseguro de ponerme uno de los vestidos que Josef escogió para mí, lo doblo para que quede más arriba de las rodillas y lo afirmo con unos ganchitos que apenas se notan. Me cojo el cabello en un tomate alto y el maquillaje es una bomba. He dado lo mejor de mí en treinta minutos, y el resultado me parece perfecto.
Luzco elegante y a la vez sexi. Muy sexi, como nunca lo he hecho... porque las veces que lo intenté antes, Daniel me miraba como si me viera estúpida, lo que me hacía sentir incómoda.
Salgo de la habitación, deseando que Josef y Danna estén lejos, ojalá en el lugar más apartado de la azotea, pero para mí pesar, están en la sala. Danna sin zapatos, con una copa en la mano y las piernas sobre el regazo de Josef. Me mira con su mejor expresión angelical.
—¡Vania! —Se pone de pie y corre hacia mí. Me abraza y murmura a mi oído—: Que bueno que te vas, haces muy bien. —Se aleja y coge mis manos—. ¡Pensé que no estabas, luces preciosa!
Maldita perra.
Le sonrío de la misma forma.
—¡Ay! Muchas gracias, este vestido creo que me lo escogió Josef —digo, sin poder aguantarme. Nuestras miradas se deslizan rápidamente hacia el susodicho, quien se queda con la copa a medio camino a la boca.
—¿Le has escogido un vestido? —La voz de Danna sale más aguda de lo normal y dada sus amenazas, creo que la he cagado un poquito.
Josef abre la boca, pero está mirándome aturdido.
—¡Sí! Más bien lo escogió Marco yo creo... está perfecto porque tengo una cita y creo que le encantará.
—¿Una cita? —Josef deja la copa sobre la mesa—, ¿con quién? —pregunta, secamente. Me descoloca su actitud, no trata de ocultar ni por un instante que está molesto.
—Con un amigo —replico. Hago el ademán de girarme.
—¿Vas a ver a Alan?
—No —miento.
—¿Dónde vas?
—Josef —Danna le llama la atención con el ceño fruncido—, ¿hay algún problema?
—Sí, es peligroso que descubran la verdad sobre el matrimonio.
—Tranquilo, nadie me verá.
—No estoy de acuerdo. —Suelta él. Quiero que se calle porque él no se está dando cuenta que la expresión de Danna se parece más al exorcista que a la chica angelical que me sonreía momentos atrás.
—Bueno, me vale que no estés de acuerdo. Estoy atrasada, así que me voy. ¡Que se diviertan! —Lo último me salió demasiado fingido.
Josef abre la boca desconcertado, y su mirada se desliza una y otra vez de Danna a mí y viceversa.
—Está bien —replica con la frialdad suficiente para congelar el departamento por completo. Me da gracia que parece un niño pequeño, cuando siempre me dice que yo lo soy.
Aprieto el botón del ascensor sin responder y lo que tarda en llegar es desesperante. A mis espaldas, Danna le comenta a Josef que mañana se debe ir más temprano que lo usual.
Cuando las puertas del ascensor se cierran, respiro profundamente. No sé en qué momento los celos son parte de mí. En mi mente, salto arriba de Danna y le digo que deje solo a Josef y a la vez le digo a Josef que es un estúpido por mentirme.
Abajo, el conductor me espera con la misma caja de la primera vez. Esta vez la máscara es animalesca y eso me produce un escalofrío. Soy un zorro color rojo brillante, y la boca me queda descubierta. En la caja, además, hay un papel dorado que dice: Tu rol. Lo giro, sin comprender a qué se refiere, y el reverso me da la respuesta: sumisa.
Llego con los ojos vendados como la última vez, el conductor de forma áspera me obliga a ponerme la mascara antes de bajarme del coche, y me lleva hasta la puerta que ya no es tan desconocida para mí, detrás me espera un cesto para que deje toda mi ropa, y un vestido color rojo que hace juego con mi máscara. Me lo pongo con las manos temblorosas, no sé qué me espera tras la puerta, pero estoy segura que es algo nuevo para mí.
¿Se imaginará Josef que estoy aquí?
Quizás si entera pensaría que soy una cualquiera. Esta idea me enoja y me da pena a la vez. ¿por qué tengo que estar pensando en Josef en este momento?
Salgo de la habitación decidida a olvidarme de lo que está sucediendo en casa, de los celos que se apoderaron de mí como nunca me había pasado en la vida, y quizás por eso me está costando tanto lidiar con lo que siento y estoy —literalmente— huyendo a tener sexo con otro. Quizás he leído demasiadas historias de este tipo, o quizás simplemente soy así, exploradora de mi propio cuerpo.
No quiero que ser así me de vergüenza, Daniel era lo más aburrido al respecto y me obligó a ser así... ahora, disfrutar mi cuerpo ha sido lo mejor que me ha sucedido el último tiempo. Todo gracias a Alan, él sin saberlo se ha convertido en una especie de maestro.
El iPad me indicó que hoy mi nombre es Amelia y estoy dispuesta a ser ella, haciendo lo que tenga que hacer.
Alan me atrapa en medio del pasillo, compartimos la misma máscara. Sus labios estás brillando por la humedad y solo lleva unos pantalones cortos y sueltos de la misma tela y color que mi vestido. Paso los dedos por sus abdominales y pongo las manos sobre su pectoral. Sus ojos me encienden cada vez que pasan sobre mí.
—Estás preciosa —murmura a mi oído—. No puedo esperar a mostrarte lo que hay para nosotros.
—¿Qué hay para nosotros? —pregunto, con cierto temor. La valentía va y viene en mí, como si fuese una brisa.
—¿Has practicado el bondage?
Dos cosas se me vienen a la mente: los primeros libros eróticos que me regaló Lidia; y las caras de Daniel cuando aparecí con un traje de látex y unas esposas. ¿Ustedes creen que eso fue éxito? Pues no, me miró de tal forma que avergonzada me fui a poner mi pijama. Ahí murieron todas mis interacciones con el famoso bondage que estuvo tan popular en algún momento.
—No —respondo, meneando la cabeza—, ¿me va a doler?
—¿Quieres que te duela? —pregunta, con más entusiasmo de la que debería.
Ruedo los ojos.
—Claro que no.
—Ah, entonces no te dolerá —dice, algo decepcionado, y luego sonríe—. Te va a encantar. Déjame hacer lo que quiera contigo. Quiero amarrarte y que no puedas moverte, oírte queriendo más... Quiero ver esa boquita abriéndose para mí cuando yo lo ordene —agrega con una seriedad que me deja sin palabras—, ¿lo harás, Vania? ¿Harás todo lo que te diga?
Me quedo observándolo, me encanta que me hable así y que suene tan... perturbador. Hoy quiero hacer todo lo que quiera.
Probablemente, Josef está en lo mismo con Danna.
Conciencia no me ayudas.
—¿Todo? ¿Y si no quiero?
Sus manos se posan delicadamente en mi mentón, lo sube y me mantiene allí.
—¿Quieres tú dominarme? Me puedo arrodillar frente a ti y ahogarme entre tus piernas si me lo pides. Estoy dispuesto a hacer lo que quieras. Aunque a mí si me gusta el dolor.
Ahogarme entre tus piernas.
Ufff, precisamente desde mis piernas comienza a extenderse la vibración de la excitación. Me enciende porque sus palabras son como tirarme a la hoguera del placer.
Claro que sí.
No quiero tomar más decisiones, quiero dejarme llevar.
—¿Qué quieres que haga? —pregunto en su oído—. Hoy cumpliré mi papel de sumisa.
Me coge por la mano y vamos por un pasillo con luz tenue y adornado por ambos lados con cuadros de motivos eróticos. La baldosa del piso parece una enredadera de negro y blanco, y las puertas numeradas son grises y pesadas. Miro a Alan mientras caminamos y admito que estoy algo emocionada por lo que estoy a punto de vivir, y la idea de que cada paso que doy aquí, me aleja de Josef, me hace querer seguir avanzando.
Finalmente, llegamos a nuestra puerta, Alan saca una de las orejas de su máscara, que resulta ser una llave y abre. Antes de dejarme ver hacia adentro, murmura en mi oído.
—Recuerda que aquí todos están cumpliendo fantasías.
Comprendo de inmediato que lo dice por los hombres vestidos de látex, de pies a cabeza, excepto por la cremallera, la boca y los ojos. Son cuatro de ellos y cada uno está en una jaula con una cadena amarrada al cuello. No sé qué fantasía estarán cumpliendo ellos.
La habitación es amplia, con paredes de piedra, acolchada desde la mitad hacia abajo. Hay aros, silla, cama, barras, y un sin fin de accesorios que solo había visto en fotos o solo había imaginado. Trago saliva.
—No sé cóm... no sé usar...
—Yo te enseñaré todo. Vamos a empezar por algo simple. Tú no tienes que hacer nada más que dejarte llevar u obedecer. ¿Estás dispuesta a cumplir tu papel de sumisa y yo ser el amo?
—Uffff...sí.
Va hacia una mesa y vuelve con una fusta con punta de lengüeta. Estoy intrigada, pero de todas formas abro la boca para hablar y él me lo impide.
—Esta fusta de cuero pasará por tu piel desnuda, amenazando en cualquier momento dar un pequeño toque excitante. Si no estás de acuerdo con algo, dime que me detenga. Solo puedes hablarme para decirme que me detenga o para que te folle de una vez, si me hablas para algo más, entonces te voy a dar un golpecito, será como tu castigo, ¿de acuerdo?
Trago saliva.
—Está...
—Mmm, desobedeciendo tan rápido. —Sus ojos de fuego me estremecen.
De espaldas a mí, me da un pequeño golpe con la fusta sobre mi trasero, no me duele, pero me sobresalto al no esperármelo y además el sonido que hizo es fuerte.
—¿Volverás a desobedecer?
Meneo la cabeza.
Comienza a besar la parte trasera de mi cuello mientras baja la cremallera de mi vestido. Los hombres en las jaulas nos observan atentamente. Las manos de Alan se deslizan, quitando la ropa hasta que quedo desnuda. No sé qué se ha echado en las manos, pero avanzan veloz y suavemente por mi piel como si tuviesen aceite, que por cierto huele delicioso a chocolate. Tengo la intención de girarme, pero me lo impide, y pone sobre la abertura de los ojos en la máscara, una venda para que yo no vea nada. Me hace avanzar, hasta que mis rodillas chocan con la cama. Me obliga a afirmarme con las manos y tengo el trasero hacia él.
Rodea mis nalgas, las acaricia y aprieta fuerte. De pronto, vierte un líquido espeso y caliente en mi espalda baja, y este avanza hacia todas partes de mi cuerpo, hace que me estremezca. Los brazos se me cansan y me apoyo con los codos.
—No te he dicho que te acomodes. Vuelve a como estabas.
La fusta avanza por mi espina dorsal, estremeciendo todo mi ser. Mis piernas vibran por el líquido avanzando por mi trasero y mi sexo, sin detenerse. Pequeños toques de la lengüeta van impactando en mi cadera, trasero y piernas.
No sé dónde será el próximo golpecito, pero el sonido que hace y la forma en cómo se pega al líquido que tengo en mi cuerpo, es excitante.
—Súbete y siéntate sobre tus rodillas —ordena. Cuando lo hago, coge mis muñecas y las amarra juntas en mi espalda. Es una seda delicada que luego va subiendo hasta inmovilizarme los codos. Sus manos deseosas siguen tocándome sin parar.
Su respiración es inconstante y acelerada aunque yo no lo esté tocando.
Estar en esta posición me tiene al borde del colapso, soy una de las protagonistas de los libros que tanto he leído, el dolor leve de la fusta me vuelve loca y a la vez me tiene alerta porque en cualquier instante podría subir de intensidad.
Me coge por la seda que amarra mis brazos y me tira hacia él.
Pienso en lo que me encantaría que Josef me estuviese tocando en estos momentos.
Josef.
Ay, maldición.
Vania, concéntrate.
Mi respiración agitada es todo lo que siento en este instante y la imagen de Josef me atormenta. Sé que Alan está tocándome y que es delicioso, sin embargo...
Los labios de Josef rozando los míos es lo que me tiene excitada.
Pongo mis manos sobre las de él y las aprieto levemente. Todo mi plan de olvidar se va a la mierda. Esto no puede estar pasándome.
Me muevo torpemente, alejándome de las manos de Alan.
—¿Quieres parar? —Susurra Alan en mi oído.
—Sí —me oigo decir. Quiero llorar por el desastre que tengo en mi mente, quiero salir gritando porque me siento engañada por Josef y a la vez me gusta.
Me gusta.
Me gusta.
¡Mierda! ¿tengo 15 años? Quiero volver a mi pequeño departamento y alejarme de él.
Quiero que Alan me enseñe todo lo que sabe, pero simplemente ya no puedo hacerlo si mi mente está en alguien más y ese alguien es su hermano. Me saca la seda que me amarra.
Me quito el antifaz y me pongo de pie.
—Tengo que irme —digo con la voz entre cortada.
Para mi sorpresa, Alan asiente, coge una de las mantas y me la pone sobre la espalda. Me conduce por los pasillos, sosteniéndome y lo agradezco porque apenas siento mis piernas. Me mete a una puerta que no es por la que yo entré, pero es un cuarto más amplio y tiene una ducha.
—Cuando salgas, tu ropa estará aquí. Después vuelve a tu puerta.
—No sé dónde...
—Dos puertas a la derecha. Entras sin mirar a ningun lado y tu coche te estará esperando.
Alan habla rápido y preocupado. No sé qué implica abandonar el juego en la mitad, pero en este instante no me interesa saberlo.
Asiento y él se va, cerrando la puerta tras de sí.
Llego al departamento luciendo igual que como me fui, no hay rastro de lo que sucedió antes. Me saco los tacones en el ascensor para que Josef y Danna no me oigan entrar, sin embargo, apenas las puertas se abren, me encuentro con Josef a medio camino a la cocina, con nada más que bóxer.
Lo odio.
Y más odio que se vea digno de hacerle una escultura en su honor.
Y ponerla en la entrada del olimpo.
—Vania, yo pensé que llegarías más tarde. ¿Te pasó algo?
Sí, tú.
Sostenemos la mirada unos segundos. Es como si todo nuestro al rededor desapareciera, mientras su pecho y mi pecho bajan y suben con una respiración acelerada. Se muerde el labio inferior y yo trago saliva. Estamos tan cerca, pero esto nunca podría suceder. Él me ha mentido y además tiene novia.
—¿Qué ha pasado? —pregunta visiblemente afectado.
—Nada.
—Me refiero a qué ha pasado entre nosotros. No he hecho nada para qu...
—Sabías que nos casaríamos. Siempre lo supiste. Fuiste parte de un maldito plan y yo creí que también habías caído en esto por la estupidez de tu padre. —La voz ni siquiera me sale temblorosa. Doy un paso hacia él que está en shock—. Eres una pieza más en todo su juego y lo que haces es seguirlo como un perrito, aún si eso significa engañar a alguien.
Josef se agarra la barbilla y mira hacia los lados. Da un paso hacia al frente, negando con la cabeza.
—No es así. Vania, ¿quién te dijo eso?
—Tu madre. Que, por cierto, tampoco es tu madre, porque tú y Alan no son hermanos. ¿Esa es la razón de por qué lo perjudicas tanto?
Josef entorna los ojos.
—¿Yo lo perjudico? ¿De verdad volvemos a esto? No me interesa, Vania, seguir explicándote o tratando de hacerte entender lo que hago. No me interesa. Me tienes harto, lo único que hacemos es discutir y discutir. Pero no tienes ninguna intención de escucharme a mí.
—¿Tampoco me lo haces tan fácil si me mientes?
—No hay caso, esto...—agrega, señalándonos—, es una estupidez. Eres testaruda, la persona más testaruda que he conocido en toda mi vida.
—¿En serio? ¿y tú?
—Yo te he dicho la verdad —resopla y alza las manos—. ok, ¡Lo siento! Siento haber provocado que Alan perdiera su bar.
—¿De verdad lo sientes? —pregunto irónicamente.
—No.
—¡No quiero hablar más contigo!
Rueda los ojos y da un paso hacia mí.
—Sí, sabía quién eras. Te dije el otro día que Alan me había mostrado una foto tuya antes de todo esto. ¿pero quieres saber si acordé casarme contigo antes de que tú llegaras?
—Quiero saber —digo, apenas. Me mira con ojos furiosos y hermosos. Noto su mirada desplazándose por toda mi cara, amenazante. Su voz fría y cortante me tiene al borde de la desesperación. Me acerco, como si lo que va a decir es un secreto que no quiero que nadie más escuche. No quiero que nadie más se entere de que fui una estúpida. Me acerco porque en este instante me siento sola, porque si todo el mundo es un idiota, ya no sé qué hacer.
Josef me coge la barbilla.
—No lo iba a hacer —murmura. Noto mi mandíbula temblando—. No lo iba a hacer, Vania. Me iba a desaparecer justo antes de la boda, pero planearon todo a mis espaldas, incluso te trajeron desde Estados Unidos sin que me enterara. —Me coge la cara con ambas manos y noto una lágrima corriendo por cada mejilla—. Cuando llegó el día, te vi desesperada por salvar a tus padres, me lo pediste... y no me vi capaz de escapar. No pude. Me desesperas, Vania... como nunca antes me había sucedido... haces que piense demasiado en ti, y no sé cómo sentirme al respecto —dice, serio y enojado—. Y no, no me arrepiento de haber desarmado ese estúpido bar. —Cierra la boca.
—¿Por qué?
Oigo una puerta abrirse.
¡Mierda! Danna.
Me alejo de golpe y me limpio las lágrimas.
—¡Me bebería dos litros de agua! —Danna llega por el pasillo, luciendo una bata abierta, que no tapa en nada la ropa interior de color negro que lleva. Se ve como una modelo. Al verme se le cae la expresión al piso, sin intentar disimular.
—Le contaba a Josef sobre mi cita. —Sonrío y me encojo de hombros—. Yo me voy a mi habitación y no saldré de allí hasta mañana —aclaro, y comienzo a caminar.
Danna se ríe.
—¿Menos mal que no llegó un poquito antes, no? Habría sido muuucho más incómodo. A propósito, ¿cómo van los planes para que ella se pueda ir antes? ¿Cuántos meses le prometiste para sacarla de esto? Debe querer volver a casa.
—Avanzando.
____
Hola beibis!!!!
Ay no me digan nada por la demora jajajaja bromita. Pero bueno... quienes me siguen en mi ig saben que estuve de vacaciones, ahora estoy en proceso de cambio de casa... y bueno... un trabajo que me ocupa casi todo el día (?)
Pero aquí estoy!!!!!!
Ayyyyy ya ansiosa de que lean el próximo jajajaj
Pero... parece que las que eran Team Alan... ya no hay posibilidades.
¿Qué sucederá con Josef? ¿Qué quieren que suceda con Josef? (inserte carita de diablillo)
Muchos besitos
Y espero que lo disfruten. Me comentan si les gustó por fis <3 <3
Las amito mucho
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