Epílogo
El viento olía a fe y a esperanza. Las tormentas se habían ido de aquel lugar y el sol había llegado con sus rayos de luz a reflorecer todo.
Sería difícil decir que todo había sido arreglado para bien, especialmente el alma de la gente. No, no fue así. Los grandes cambios derivan de los pequeños, y mi misión apenas comenzaba.
Habían pasado 10 años desde aquel enfrentamiento. No sabía si más ángeles habían llegado a la tierra, ni tampoco me enteré si pasaron por la misma tormenta por la que tuve que pasar yo, pero algo era claro. La oportunidad de restaurar la vida en el planeta, era en ese momento. Nada llega cuando lo postergas para mañana. Es la voluntad de crear, hacer y salir, la que cambia nuestra vida.
Dediqué 9 de esos 10 años a profesar. No era un mesías, más intenté llevar la palabra De Dios a quien lo necesitase. Como lo hice con Godofredo, quien no pudo luchar contra sus sombras, más conoció alguna vez la palabra y el amor de Dios.
Beatriz y Alejandro, me ayudan en el templo que hemos creado. No es exactamente una iglesia, pero dejamos que la gente se reúna a hablar de la palabra De Dios. La gente sigue dividiéndose, y se seguía atacando la una a la otra, más, como mencioné, los cambios no surgen de la noche a la mañana, mucho menos cuando se intenta cambiar a la humanidad completa. Pero lo que intentamos cambiar era forma de pensar tan indiferente que presenta la gente.
—Alejandro... —exclamé aquel día en el templo.
Alejandro volteó a verme, estaba vestido de blanco y acomodaba sus gongs cerca de un mueble de madera.
—¿Qué pasa?
—Hoy, hace 10 años fuiste de gran ayuda para mí, y hay un regalo que tengo especial para ti.
Él me miro confundido, frunció el ceño y jalo su cabeza hacia atrás con su cuello.
—Me haces parecer como una avara o algo parecido —dije riendo.
—No, no. Es sólo que estoy sorprendido.
—¿Ya sabes qué es? Es algo que solo los cuernitos pueden tener.
—No... pero admito que suena prometedor —comentó extrañado.
—No es para croissants, te lo advertí —exclamé poniendo un pie a un lado seguido del otro, dando un pequeño brinco.
Tras revelar la sorpresa que se escondía a mis espaldas, él abrió sus ojos de par en par, brillosos con un par de lágrimas. No se atrevió a decir una sola palabra más se agachó de rodillas y abrió sus brazos.
Se trataba de su Universo, quien corrió hasta Alejandro sin titubear. Lo abrazo como solía hacerlo en su infancia y le sonrió.
—Pero ¿Cómo es esto posible? —preguntó al aire.
—Hable con mi padre, él hace milagros, es algo que no debería estarte recordando. El Universo es su ciervo, no hizo más que regresarlo al lugar donde debe estar y nunca debió salir.
Alejandro y su Universo se abrazaron.
Tal vez la misión con la que naces tiene partes altas y bajas. Muy luminosas o llenas de oscuridad. Más lo que siente el Espíritu Santo al hacer el bien es simplemente incomparable.
Atrás de la luz, siempre habrá oscuridad persiguiéndola, intentando volverla más opaca. Es por eso que existen sentimientos como la envidia. Y, en mi caso, después de saber lo que guardaba la oscuridad que me perseguía, mi vida nunca volvió a ser la misma.
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