Ya es tiempo
El remolino de sentimientos me imposibilita definir exactamente qué siento. No esperaba ver a Mateo en la universidad y menos aun besando a Catarina, pero lo que más me duele no es eso. Lo que punza en mi pecho y desgarra mi alma es saber que Mateo presenció la humillación de Aiden. Jamás le conté de mi pasado como chica bulleada, nunca relaté mis anécdotas siendo la paria. Y ahora lo vio.
En cuánto llegué a Estrada me sentí fuerte, un poco empoderada. Mi vida en la nueva ciudad se veía prometedora y cuando empecé a salir con Mateo todo se volvió casi perfecto. Me sentía fuerte, era fuerte y todo mi pasado se borró en un segundo. Y ahora volvió.
Mateo sabrá que fui una chica débil y asustadiza, un adolescente con baja autoestima que se dejaba herir por un idiota. Sé que no debería, pero me avergüenza mi yo del pasado y me da pena que Mateo sepa que Di alguna vez existió.
Aiden es un hijo de perra y desconozco la razón por la que se empeña en seguir con su juego tonto e inmaduro. Al menos le respondí, Di jamás se habría atrevido, habría corrido a llorar al baño y a quedarse ahí hasta que las clases terminaran.
Compro una bolsa de gomitas enchiladas y me siento en el estacionamiento a degustar un par en paz. Nada más termino y me doy un respiro y volveré al aula. No puedo volarme las clases solo porque un imbécil me grita de cosas y otro imbécil me rompió el corazón lo cual en realidad no fue tanto su culpa. Todos tenemos derecho a enamorarnos de quien sea y cuando sea.
Con el pensamiento de que solo estaré por este semestre en este pueblo olvidado entro al edificio. Debo continuar con buenas calificaciones para transferirme de nuevo a Estrada o incluso intentar con otra universidad del país.
Tal vez incluso pueda irme al extranjero. Francia, Inglaterra, España, en realidad no importa, lo primordial es dejar todo atrás. Podría irme a México o Colombia, darme un respiro en Brasil.
Paso al sanitario de chicas para peinarme un poco, si voy a regresar, debo parecer toda una diosa... O algo así. Dios, qué pena.
Observo mi reflejo en el espejo, veo mis ojos oscuros, mi cabello castaño liso y brilloso. Incluso mi piel morena brilla con la luz de los focos. Tal vez no sea hermosa como Elisa ni capto miradas como Catarina, pero eso no importa, no me hace menos. Soy tan linda como me sienta, lo importante es gustarme, quererme. Y tengo algo que ellas no: Deseos de superarme, de obtener un título universitario y salir adelante en un trabajo que me haga sentir satisfecha.
Escucho el sonido de la puerta abrirse con un chirrido. Sin saber por qué, corro y me escondo en el interior de un cubículo. Vaya, parece que estuviera inhalando coca o algo así, vamos, si verse en el espejo no tiene nada de malo.
La persona entra arrastrando los pies, escucho el roce de la ropa cuando se recarga sobre el lavabo, hay algo más, se trata de un sonido que parece indicar que sorbe por la nariz ¿está llorando? Tal vez solo está enferma. El dispensador de papel entona ese extraño zumbido de cuando se aprieta el botón, creo que está por irse.
Escucho una tos seguida de un sollozo. Entonces empieza el llanto.
¿Qué carajo? Me quedo perpleja durante unos segundos. No puedo creer que estoy escondida en un baño, sobre la taza tratando de aguantar la risa nerviosa que sube por mi garganta, oyendo como una chica rompe en llanto frente al espejo. ¿Acaso hay algo más cliché que eso? Tal vez debería salir y preguntarle si se encuentra bien, tal vez simplemente debería hacer ruido para que se dé cuenta de que no está sola, tal vez simplemente debería salir, evitar su mirada y alejarme fingiendo que no me enteré de nada.
Eso suena coherente.
Salgo del sanitario y me topo con una chica de cabello claro que está de espaldas a mí. Tiene la mitad de la cara cubierta con pelo y papel con el que limpia supongo que sus lágrimas, la otra mitad del rostro se ve poco porque la bufanda que usa me tapa un poco ese lado. No me hace falta verla de frente para saber quién es, por todos los cielos, soy capaz de reconocer incluso su aroma a loción de rosas que tanto le encanta.
Elisa se da la media vuelta de golpe cuando escucha mis pasos. Ambas nos miramos, ella luce sorprendida, sus ojos hinchados me miran confusos. Me quedo parada sin saber bien qué hacer, fue mi amiga, sí, pero creo que solo la vi llorar una vez y fue por una tontería superflua. Ni siquiera tuve que decir gran cosa, pues ella sola se repuso cuando le ofrecieron comprarle un par de zapatos nuevos.
—¿Qué haces aquí? —pregunta en un siseo—. ¿Me estás espiando?
—Los humanos tenemos necesidades fisiológicas —digo mientras me acerco al lavabo para lavarme—. Tal vez tú no orines, pero yo debo vaciar mi vejiga de vez en cuando.
—Ni siquiera le jalaste a la palanca.
Ajá, buen punto.
—Tal vez no escuchaste.
Me mira con fastidio, su mueca irritada me conflictúa. Debería simplemente ignorarla.
—Mira, Di —dice mi diminutivo en forma de burla—. No sabemos qué estás haciendo aquí y no nos interesa, pero por favor, mantente alejada de nuestros asuntos. Consíguete una vida o algo.
—Ay, corazón —adopto el mismo tono de voz que utilizó—. El problema es que te crees el centro de atención. Te tengo una noticia, no eres tan importante. No me interesas y estoy segura de que tus paranoias están de más. Por favor deja de inventarte enemigas imaginarias.
Acto seguido, le doy la espalda, ondeo mi cabello con un gesto tan ridículo que me da algo de pena y me alejo antes de que se le ocurra alguna respuesta o peor aún, un comentario hiriente. Porque fue mi mejor amiga y las mejores amigas siempre tienen información valiosa. Ella tiene datos míos y yo de ella. Aunque yo no caería tan bajo como para humillarla con su información.
Entro a clase y por suerte el profesor en turno está escribiendo mil cosas en el pizarrón. Me agradan ese tipo de maestros, entiendo más cuando explican de esa forma que cuando ponen una presentación y nada más leen. Digo, si se trata de leer, pues mejor leo en mi casa. Saludos a todos los profesores que son así, sobre todo la de Economía básica de la Universidad de Estrada.
Tomo asiento en el lugar junto a la ventana, gracias al cielo alguien se encargó de limpiar el desastre que hizo Aiden.
Finjo meterme de lleno en una tarea exhaustiva en mi cuaderno que en realidad está en blanco. Siento un cosquilleo caliente en mi nuca y sé que alguien me ve. Cuando entré no vi quienes estaban, pero Mateo definitivamente no. Hubo veces, en que, aunque estuviera viendo mi teléfono o platicando de espaldas a la puerta, sabía que llegaba.
Volteo para hacer frente a quien sea que me observe y me topo con la mirada verde de Catarina. La pelirroja me mira profundamente, sus ojos parecen felinos por un momento. Dos asientos más atrás y tres a la derecha, Aiden escribe algo en su teléfono. Vuelvo mi vista a la pelirroja, que ahora voltea a ver a Aiden. ¿Sabrá que antes que ella yo fui novia de Mateo? No creo, aunque si tanto se quieren seguramente se cuentan todo.
Me pregunto dónde se estará quedando, supongo que estarán juntos. La verdad no sé bien qué hacen aquí, pero no es difícil imaginarlo. El día que corté con Mateo, él casi me rogó que me uniera a él, esta vez ser comprometida, ser leal a la organización. Pero no pude y dije qué, si él seguía esa vida, yo no podría estar con él.
Mateo prefirió seguir en busca del mafioso cuyos subordinados casi nos matan en aquella carrera en la que gané. Me dejó de lado por ir en busca de un criminal. Entonces la única razón por la que está aquí es que una pista lo trajo a Sores. El mafioso tiene que estar aquí. Una parte de mí guardaba la esperanza de que viniera en mi busca, pero viene en busca de alguien más.
Al menos lo hace para encerrar a los malos.
Aquella vez en la carrera, Mateo se encontró con Gustavo, no sé cuál habrá sido la apuesta, pero perdió. Gustavo el otro día fue a mi casa por la madrugada para hablar con Valentina, se notaban enfadados, ambos. Las únicas personas extrañas en este pueblo son los extranjeros, como Valentina, Mateo y Catarina. Y si todo gira en torno a Gustavo y Aiden, entonces Valentina tiene algo que ver. ¿Gustavo el mafioso? ¿Valentina mafiosa? ¿Aiden?
Debo encontrar respuestas pronto o mi padre correrá peligro y no me refiero únicamente a su vida, puede ser algo no tan grave, pero terrible como usar sus empresas para lavado de dinero o fachada de algo ilegal. La policía suele investigarlo de vez en cuando, pero siempre tiene sus asuntos en orden.
Podría ir simplemente a decirle a mi padre la verdad. Comunicar mis sospechas y esperar que me crea. Pero suena como una mala idea, no hay una sola prueba y mi padre es capaz de pensar que solo quiero romper su compromiso.
Sonaré como una loca y si lo pienso bien, es una locura. Es más probable que Valentina se haya juntado con la gente equivocada a que ella sea la cabecilla de una organización criminal.
Necesito tener un argumento con fundamentos sólidos y creíbles. Necesito evidencia. No puedo armar un escándalo que posteriormente culmine en un ridículo inigualable. Está bien preocuparse, pero sin caer en impulsividad.
Salgo de clases y me quedo parada junto a un automóvil. Escucho un par de voces, son susurros enfadados, giro la cabeza para encontrarme con Elisa que habla con alguien que no alcanzo a ver bien, es hombre, eso es seguro.
―Hazme caso ―murmura enfadada―. Déjalo, no intentes meterte, las cosas podrían terminar mal.
Esa no es conversación de mi incumbencia, lo sé, no hay regalo más hermoso que la ignorancia porque no existe la curiosidad por lo tanto no te metes en problemas. Pero todos esconden algo y no me gusta ser la única que no sabe un carajo, si quiero prevenir a mi padre de la ruina, debo conseguir información.
Estoy por acercarme, cuando una voz me sorprende.
—Tu belleza es tal que no es difícil encontrarte.
Pego un brinco del susto, como si me encontraran cometiendo un pecado.
—Suerte que no salí antes, si no, me habrías perdido.
Germán me sonríe mientras me observa con la cabeza ladeada. Sus ojos oscuros me brindan un pedacito de calma entre tanto revoltijo en mi mente. Y entonces recuerdo que fui una idiota que se largó de su casa sin decir adiós.
—Escucha, lamento mucho no haber...
—No pasa nada, entiendo. Fue algo extraño y apresurado, está bien.
Sí, su sonrisa dice que está bien, sus ojos adoptan un brillo divertido y me alegra ver que el golpe en el ojo ha desaparecido. Aunque el del labio aun está en proceso de curarse.
—Aun así, disculpa, no debí irme sin despedirme.
—Tal vez me sorprendí un poco al no encontrarte por la mañana, pero por eso vine a buscarte hoy... es que no quiero perderte.
Oh, vaya. Esas palabras son muy fuertes y un tanto profundas. Por un momento no sé qué decir. Discretamente, echo un vistazo hacia Elisa, pero ya no la veo, el otro tipo es un chico bajito de cabello oscuro; no lo reconozco. Se va muy rápido.
Germán interpreta mi silencio y mi nerviosismo como algo bueno porque continúa.
—Bueno, no me refería a eso como tal, solo me gustaría conocerte más. Aunque puedo entender si tienes un compromiso.
Vuelvo mi atención a él, veo que señala mi mano izquierda y veo el anillo en mi dedo. Me viene a la mente el momento en que Gustavo se refirió a Germán como mi prometido. Cómo Germán se resistió a ser sometido porque no quería separarse de mí. ¿Quién en su sano juicio te sigue buscando después de ser amenazado de muerte y golpeado por tu culpa? Nadie, solo un loco. Y a veces, la locura vale la pena.
Me acerco a él y le sonrío.
No quiero un compromiso porque tengo encima la responsabilidad de descubrir si Valentina esconde algo turbio, porque Mateo sigue teniendo parte de mi corazón y porque necesito centrarme en tener un buen promedio.
—Conocernos más suena bien.
No sé cómo terminará todo, pero poder fingir que soy una chica normal, nunca está de más.
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