Si vas a apostar es para ganar
—Dinaí
Su voz grave y suave siempre ha tenido un efecto tranquilizador en mí. El solo saber que está conmigo, me hace sentir que todo estará bien, que nada malo me pasará. Mi mente, inconscientemente, cree que estando con él todo resultará bien. Porque nunca me haría daño, jamás dejaría que algo malo me pasara... ¿Romper mi corazón no es hacerme daño?
—Mateo
Mi voz suena tan rara, entrecortada. Quisiera tocarlo y no solo quedarme paralizada como un hielo, quisiera acariciar su mejilla, sentir sus labios, tomarlo de la nuca y besarlo. Pero solo me quedo viendo esos ojos color miel que tanta paz me dan. Y entonces recuerdo de golpe la noche en que lo vi de nuevo después de más de un mes, recuerdo el ataque de pánico, la sensación de sofoco y la tristeza aflorando en mi pecho. Recuerdo que no fue él quien me ayudó. Fue Germán, el hombre que me espera allá abajo.
Trago saliva, suelto su playera y me alejo un par de pasos de él. Venga, Dinaí, ahora vas a dar media vuelta, vas a dejar de sentir ese hormigueo y vas a ir a espiar a Valentina. Después te vas a ir con Germán y vas a disfrutar cada segundo a su lado.
Hago caso a mi cerebro y doy media vuelta. Casi corro hacia las escaleras, pues necesito alejarme del hechizo de ese hombre, ya. Pero entonces siento una mano tomar la mía y detenerme. Me quedo sin respiración, pero me detengo. Cierro los ojos y centro mi fuerza de voluntad en no permitir que las lágrimas caigan sobre mis mejillas. Quedamos que no se interpondrán sentimientos.
—¿Qué quieres? —pregunto en un tono tan cortante que incluso me sorprendo a mí—. Alguien me espera.
—¿Tu prometido?
Me quedo en silencio, no pienso negar eso, aunque sea mentira. Supongo que Mateo lo interpreta como una afirmación porque solo baja la mirada y suelta mi mano.
―Sabes que el estar aquí te convierte en sospechosa, ¿no? —su voz adopta un tono enfadado—. ¿Qué haces aquí?
―Me invitaron a la fiesta —me pongo de altanera y mi voz suena irritada—. Tengo derecho a divertirme.
―No me refiero a eso.
Claro que no se refiere a eso. Lo que él quiere saber es qué hago en Sores. Él no sabe que viví aquí, él no sabe que mi padre, mi madre y yo tuvimos una vida aquí antes de la tragedia. Supo que mi madre murió, que no soy de Estrada y que mi padre viaja mucho, pero de ahí en fuera, no nos metimos mucho en la vida del otro. ¿Fue un error? No lo sé, pero preferimos vivir y aprovechar el presente, no clavarnos en el pasado.
—Vivo aquí —digo con una expresión de desagrado, hacia él, no hacia mi pueblo—. Aquí nací, aquí crecí, aquí sufrí y lloré. Y quise regresar.
Y me largo, no doy tiempo a que me responda. Bajo las escaleras lo más rápido que puedo sin parecer desesperada y me doy un respiro. Bien, tuve mi oportunidad de preguntar y la desaproveché por estar lidiando con mis hormonas. Pero no hay problema, porque tengo en la mira a Valentina y esa mujer esta vez no se me va a escapar.
Llego hasta la puerta de entrada, no puedo salir, ella me vería y presiento que eso no me beneficiaría. Me escabullo hasta la ventana que se halla tapada por una cortina color hueso y la muevo para asomarme y ver el exterior. No alcanzo a ver un carajo porque alguien me toma del hombro y me sumerge en un abrazo.
El aroma a loción de hombre me inunda, vale, está bien que a los hombres les guste oler rico, pero tampoco se trata de voltearte el bote encima.
—Qué bueno que viniste —reconozco la voz de Salomón de inmediato—. Sabía que nuestras diferencias quedarían de lado.
¿Nuestras diferencias? Que no se haga el tonto, él fue quien tenía algo contra mí que aún no descubro. Hago una mueca de irritación porque por su culpa ya no pude espiar a Valentina. Espero que su asunto aquí sea tardado para deshacerme de este inútil y descubrir qué hace mi futura madrastra aquí.
—¿Qué hace ella aquí?
Oh, joder. El poderosísimo Aiden Laredo se encuentra aquí. Y a juzgar por su tono de voz repleto de ira, no está feliz de verme. Qué se aguante el idiota porque si quiero venir a embriagarme tanto como para olvidar mis problemas lo haré con o sin su maldita aprobación.
—Ella puede responder por sí misma —digo y le sonrío—. Y tengo nombre, soy Dinaí. Si quieres saber qué hago aquí, pregúntamelo.
Aiden se queda callado por un instante, momento en el cual, me observa de la cabeza a los pies. Su mirada se detiene en mi rostro y entonces se acerca a mí. Doy un paso hacia atrás instintivamente, pero su mano me alcanza y reposa en mi cabello, exactamente en donde mi broche descansa. Me quedo tiesa y trago saliva, mi pulso se disparó en menos de dos segundos, y el miedo me recorrió entera. Al contrario que con Mateo, estoy segura de que él sí es capaz de hacerme daño.
—¿Qué haces aquí?
Su boca roza mi oreja izquierda y siento como mi respiración se vuelve pesada. Trato de fingir que no estoy temblando, pero joder, parezco una gelatina.
—Vine a divertirme —digo y volteo mi rostro hacia el de él—. Mi novio me invitó y ten en cuenta que te respondí por cortesía porque no debería darte una sola explicación.
Ahora no estoy sonriendo, solo miro a Aiden con aburrimiento. Aún tengo esa sensación de angustia por tenerlo tan cerca de mí, pero la controlo. Tantos años se la vivió intimidándome, humillándome, es momento de que cambie de estrategia. Ya no puede seguir con esa actitud, al menos no si no me da una razón válida para ello.
Camino hacia el lugar en donde quedé de encontrarme con Germán. Tal vez él pueda ayudarme, le diré que necesito fumar en un lugar no tan transitado por personas, él me llevará al patio delantero y así sin más confrontaré a mi madrastra. Estos últimos dos encuentros con gente de mi pasado me han hecho tomar valor, que se prepare Valentina, no le quedará de otra más que decirme qué se trae entre manos.
Llego a la mesa de billar y veo que Haziel está recargada en su taco mientras bebe un trago de cerveza. Esta vez está jugando contra Fer, el amigo de Germán. Si Haziel tiene las bolas lisas, le está dando una buena paliza. Dos bolas más y el chico de pecas, pierde. Algo que aprendí de Mateo y de todos los demás miembros de El Círculo que conocí, es que solo se apuesta si se va a ganar, si no; lo mejor que te puede pasar es que quedes en ridículo. Cuidado ahí, a veces se pierde hasta la vida.
Germán no está por ahí, no logro encontrarlo. Se supone que nos veríamos de este lado, pero al parecer se le olvidó porque no está. Bueno, ni modo, me voy de vuelta a la entrada, ya tendrá que encontrarme después. Paso por la orilla de la alberca, la gente en el interior juega, platica y bebe, alegre. Me salpica un poco el agua, ahora mi pantalón se ve mojado de las puntas, genial, lo que faltaba.
Llego al ventanal que separa el interior del exterior y entonces veo la escena más jodidamente extraña de mi puta vida. La mesa de la sala está siendo despejada de ceniceros, botellas y demás. La gente se acomoda alrededor como si un espectáculo fuera a llevarse a cabo. A que no adivinan quienes están poniendo vasos rellenos de alcohol, como preparándolos para jugar beer-pong. Si pensaron Catarina y Aiden, están en lo correcto, ¿qué hacen jugando juntos? No tengo idea, pero si El Círculo está cazando a la gente perteneciente al mafioso que tanto han buscado y el novio de una sospechosa está aquí, lo único en que puedo pensar es que esto no terminará bien. Aparte, recuerden que compitieron entre ellos (conmigo de por medio) y la apuesta fue un misterio para mí. Y aquí viene mi siguiente interrogante, ¿dónde está Mateo? Tal vez no sea buena idea saberlo.
—Di, por una vez en tu vida hazme caso —dice Elisa quien llega de la nada y me mete un susto que casi me mata—. Solo vete, no digo qué de la fiesta, solo ve con el chico ese con el que viniste y vayan a pasar un buen rato allá afuera.
Mi ex mejor amiga me mira preocupada, por un momento de verdad siento que lo está haciendo en buena onda, que de verdad me está cuidando de algo malo. Y entonces recuerdo el dolor que sentí al ver aquella fotografía de ella y Aiden juntos y se me pasa.
—Por una vez en tu vida, apártate y deja de creer que me puedes controlar.
Doy dos pasos hacia el frente, no sé qué prefiero, ir a ver qué hace Valentina o quedarme a averiguar qué harán estos idiotas. Me decido por la primera opción, me interesa más alguien que vive bajo el mismo techo que yo. Pero como todo en esta puta vida me sale mal y peor de lo que imaginaba, Flavio se aparece bajando las escaleras junto a Mateo quien me observa. No más sentimientos de por medio, Dinaí. Sigo mi camino, sin embargo, la voz grave de Aiden detiene mis movimientos.
—La única forma de que me hagan jugar, es que Di también lo haga.
Vaya, vaya. Tu puta madre, cabrón, ni loca me pienso embriagar hoy aquí. No me detengo y sigo adelante como si no supiera quién carajo es Di. ¿Alguien la conoce? Lo malo es que Catarina suelta una carcajada y llama la atención de todos.
—Me parece una espléndida idea —ahora sí me detengo, la miro y veo sus ojos, es una mirada que no logro descifrar porque Mateo llega y le planta un beso en la mejilla—. Dinaí, estás invitada al juego.
No quiero jugar beer-pong, peor aún, no quiero jugar beer-pong de cuatro, joder, Flavio ahora está poniendo más vasos. Cuatro juegos de seis vasos en total. Catarina, Aiden, suponiendo que yo... ¿y quién más? Vale, esto es un juego de poder, ver quien tiene mejor tino y ver quien aguanta más el alcohol, pero quién es mejor sacando información.
—Con los ojos cerrados tiras —dice Aiden—. Cada vaso tiene debajo un billete de doscientos, cada que metas la canica en un vaso, te llevas el dinero y tienes derecho a hacer una pregunta. El dueño del vaso está obligado a contestar con la verdad.
Las cosas siempre me salen jodidamente mal, voy subiendo una cuesta cuando de pronto tropiezo y caigo en picada. Y uno debería reconocer cuando algo está por irse a la mierda y lo mejor es apartarse, pero esto, amigos, esto es una oportunidad de oro. Nadie me garantiza que verdaderamente respondan con la verdad, pero un dato siempre te conduce a otro y puedes llegar hasta la verdad. Flavio se hace el idiota viendo para cualquier lado en donde no esté yo, Elisa se tapa la boca y niega con la cabeza, golpea a Aiden en el brazo y se da la vuelta. Mateo me mira expectante, su expresión es neutra, pero su mirada parece arder. No quiere que juegue y se nota a kilómetros que no está de acuerdo. Catarina me mira con una sonrisa y una expresión de total inocencia. Haziel llega de improviso y se agarra al brazo de Flavio.
¿Así o más presión?
—¿Quiénes juegan? —digo como si me pareciera lo más aburrido del mundo—. Y qué hago si no traigo tanto dinero.
—¿En serio no lo traes? —dice Flavio y sé que se refiere al dinero, él sabe perfecto que a cualquier lado llevo una gran suma de dinero por si se llegase a necesitar... ya saben, apuestas—. Juega el joven de ahí —señala a Aiden—, mi amiga Catarina y mi amigo Mateo. Íbamos a meter a la rubia, pero creo que has tomado su lugar.
Medito las opciones. Estoy segura de que Aiden me eligió a mí para que Elisa no se arriesgue, después de todo, si se trata de preguntas, ella tiene mucho que perder al ser sospechosa de una investigación. Y yo... bueno, siendo sincera, no tengo gran cosa que perder, tanto Mateo como Aiden saben muchas de mí, no hay mucho que preguntar. Y entonces se me ocurre una fenomenal idea, de esas que sabes que te arrepentirás.
—Solo si ella juega.
Señalo a Haziel y esta me mira con la ceja derecha arqueada. Ella siempre ha sido linda, pero su maquillaje no siempre le favorecía, ahora ha cambiado de técnica y sé que es ella porque la conozco, pero se ve mucho mejor. La miro con atención, me fijo en sus ojos, en la forma de su nariz... me la imagino con maquillaje más elaborado y una capucha sobre su cabeza.
Para ejercer presión y quebrar este silencio exasperante, saco de mi bolsa los billetes. Cuando estuve en Estrada metiéndome a carreras y fiestas, siempre llevé efectivo, mucho. Mateo me dijo que siempre hay que estar preparado porque oportunidades llegan cuando uno menos lo espera y tener efectivo es lo más inteligente que uno puede hacer. Acomodo los billetes bajo los vasos. Ignoro las miradas interrogantes que me lanzan tanto Aiden como Elisa y me pongo a contar las respiraciones que tomo. No más ataques de pánico, Dinaí, ahorita no.
—¿En lugar de quién? —pregunta Catarina—. Faltó agregar que como apuesta final, cada quién te puede pedir algo y si pierdes ante esa persona, tendrás que entregarlo.
—En lugar de ti.
Escucho una carcajada, no tengo idea de quien fue, estoy concentrada en acomodar mis vasos. Ignoro lo último que Catarina dijo, que me pidan lo que quieran, no tengo nada que perder.
—Bien —dice la pelirroja mientras me mira con cara de pocos amigos—. Que Haziel tome mi lugar.
Haziel toma el lugar de Catarina y Mateo se posiciona en el suyo. Aiden le lanza algo a Salomón (a quien ni había visto) y le dice algo a Elisa en el oído. De pronto me invade el anhelo de tener a Germán aquí, conmigo. ¿Dónde estará? Echo un vistazo rápido, pero no lo veo.
—De Dinaí quiero los aretes, de Mateo quiero la motocicleta y de Aiden, el coche.
A ver, qué carajo. Esto es muy intenso, no creí que fuera posible pedir algo de tal magnitud. Mis aretes son de oro blanco. Joder, no. Aunque claro, esto está descontrolándose, ¿qué esperaba? Retos como bailar en tanga o la pelusa supongo que no están permitidos.
Tanto Aiden como Mateo lanzan sus respectivas llaves al centro de la mesa en donde descansa una botella de vodka con hojuelas de oro. Solo una vez en mi vida probé eso y juro que ha sido la mejor fiesta de mi vida.
—De Haziel quiero la USB que guarda en su caja fuerte —dice Mateo y el rostro de Haziel pasa de sorpresa a incredulidad y luego odio hacia Catarina—, de Aiden quiero el automóvil y de Dinaí... su anillo de compromiso.
Podría reír, carajo, me soltaría a las carcajadas aquí mismo de no ser porque el estómago se me ha revuelto. Levanto ambas manos dándole a entender que no lo traigo conmigo.
—No me lo debes dar a fuerza hoy.
Comienzo a preguntarme qué tan bueno será continuar en el juego, digo, el anillo que tengo es falso y tiene un localizador instalado en el interior. No es buena idea darle a Valentina la ubicación exacta de Mateo, ya con la mía tiene. Y no hay posibilidad alguna de que le entregue el anillo real. Si quiero continuar con esto, lo que tengo que hacer es simple: ganar.
—Lo único que quiero, es la botella. Fuera de eso, sus apuestas me la pelan.
—Yo sí quiero algo de ustedes —dice Aiden quien adopta esa mirada gris feroz que anteriormente me provocaba miedo—. De Hazel quiero la misma USB que tiene en la caja fuerte, de Mateo quiero los archivos que tiene en el depurador —señala hacia Catarina quien tiene el aparato con el que vi que Mateo sacaba información de una tarjeta SD—. De Dinaí quiero el broche de cabello.
—Me llamo Haziel.
No otra vez, quiero gritar, por dios. ¿Qué tanto me debe lastimar para dejarme en paz? Fue un regalo de mi mamá, no pienso darle un carajo. Espero que si, alguien gana, sea Haziel. Como sea, de los aretes de oro puedo prescindir.
Y se preguntarán por qué no exigí la motocicleta o el automóvil o la USB misteriosa que está en una caja fuerte. La realidad es que no quiero nada de eso, no podría vender las cosas a menos que fuera de manera ilegal. Y no me interesa meterme con el tal mafioso, eso puede terminar muy mal y no quiero morir, gracias. Estoy aquí para sacar información y a cualquier atisbo de peligro, escapar con mi papá y no volver jamás.
Que empiece el juego, estoy lista.
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