El suspiro del último lamento
Tomé el volante con fuerza, mis nudillos perdieron el color hasta volverse pálidos, mi pulso iba a mil por hora, sin embargo, controlé mis respiraciones. No temblaba, lo que fue buena señal, tampoco vi manchas blancas o borroso, mi visión se volvió más nítida. Tragué saliva, así me aseguré que no tenía la boca seca, probé un poco el clutch en la línea de salida y recité una plegaria silenciosa para que Mateo no hiciera una tontería mientras me metía en la peor carrera de mi vida.
Alguien tocó mi vidrio y volteé. Era Mateo y al lado de él estaba Emma quien me miraba inexpresiva. Si no la conociera y fuera mi enemiga, esa chica gótica me pondría los pelos de punta. Bajé la ventanilla y junté mi fuerza de voluntad para no lanzarme hacia Mateo y pedirle que me despertara de esta pesadilla. Porque, amigos, me moría de miedo y lo único que me impedía salir corriendo era la idea de que la chica pálida se iría con los tipos raros y también yo. Y no solo eso, si no que Mateo moriría porque no dejaría que me llevaran, tendrían que pasar por su cadáver; literal.
—¿Qué hiciste? —dijo angustiado mientras casi se metía por la ventana—. No tienes idea de lo que son capaces esos enfermos. No te voy a perder.
"Sí, Mateo, es por eso que voy a cruzar primero esa línea."
—No iba a permitir que se llevaran a esa chica —Emma apartó la mirada y echó un vistazo a la chica, por el espejo retrovisor vi que se abrazaba a sí misma—. Si están tan enfermos, no merece irse con ellos.
Emma volvió su atención a mí, ahora más que nada parecía irritada, no tanto preocupada. Bueno, al menos ya no estaba carente de expresión. Suspiró audiblemente y se cruzó de brazos, pareció que masticaba el interior de su mejilla, pero no podía asegurarlo. Al final chasqueó la lengua y le murmuró a Mateo: "No debiste haberla traído." No supe si lo dijo con el objetivo de que yo también escuchara, pero logré oír lo que dijo. No supe como sentirme al respecto, pero no esperaba sentirme decepcionada. Para la otra (si es que hay otra, no vengo y no me rifo por ellos). Meramente, que se jodan.
Emma se dio la media vuelta y se alejó, se acercaba al tipo de rastas, Flavio igual se acercó y discutían sobre algo. No logré escuchar obviamente y tampoco sabía leer labios, pero desconfiaban unos de otros, se les notaba en el lenguaje corporal; parecía que Flavio estaba por estrangular al tipo. Si Haziel lo viera (dejando de lado la mierda de situación), diría que es divino, guapísimo, un dios. Estaba segura que Haz encontrará un hombre mucho más digno de ella que Flavio...y una amiga mucho más digna de ella que yo.
—No puedo creer que hicieras eso —mi atención volvió a Mateo—. Confío plenamente en ti, en tu capacidad, pero esta gente no es de fiar —su mirada era afligida, sabía que los nervios se lo estaban comiendo—. Quise tomar tu lugar, pero se negaron.
Nos miramos por un minúsculo instante, quería quedarme cerca de él, en la seguridad de sus brazos para siempre, tenía que asegurarme que si algo me pasaba a mí, él no se vería afectado. Porque si me llevaban, pero él luchaba y lo mataban, no podría seguir viviendo. En cambio, si me llevaban, pero él seguía vivo, la idea de que iría a buscarme y la esperanza de verlo de nuevo me darían la motivación suficiente para luchar por no darme por vencida.
—Tienes que prometerme algo —le dije en voz baja—. Si pierdo y me tengo que ir, no inicies un enfrentamiento a menos que podamos ganar. Porque si te pasa algo, no podré vivir.
Abrió los ojos de par en par horrorizado por mis palabras, se aleja un poco por la sorpresa, pero se acerca y me besa fuertemente. Sus labios son suaves e impacientes, devuelvo el beso con la misma magnitud de pasión, acaricio su cabello y siento la piel de su cuello. Estar tan cerca de él era de las mejores sensaciones que había tenido en mi vida. Me hacía sentir en el cielo, como si todo estuviera bien. Y mientras nuestras lenguas se entremezclaban, todo el caos a mi alrededor desapareció, la situación adquirió color y mis miedos desaparecieron. Solo por un instante.
Y entonces llegó el alegre de rastas y nos interrumpió.
—El amor, el amor —dijo mientras aplaudía—. Primero a correr, ya después se van al motel...o tal vez no.
Y soltó una carcajada.
Le lancé una mirada cargada de irritación y odio. La actitud de este tipo era amigable, cualquier chica solitaria que se lo encontrara en la calle confiaría en él. Me pregunté si alguna vez habrá engañado a alguna para irse con él y al final todo terminó en secuestro, tortura y muerte. Quisiera atropellarlo, pero solo nos metería en más problemas, así que me preparo para ganar.
Miré una vez más el rostro de Mateo, grabé en mi mente cada detalle, si alguna vez estoy lejos, perdida, a punto de darme convencida, recordaré su mirada tierna color miel, sus labios rosas, su cabello castaño y su risa que tanto me enamoraba. Porque si el amor era el motor de cada día, todo lo que haría a partir de este momento, sería en nombre del amor. Y eso era motivación suficiente. Estaba lista.
El tipo que nos apuntó con algo se paró frente a los automóviles y les echó un vistazo, esbozó una minúscula y cruel sonrisa. Su piel tenía un tono tan pálido, me da una sensación extraña, como si no fuera de aquí o no sé. Poco antes de que tomara una linterna y la encendiera para dar inicio a la carrera, el aroma me llegó una vez más: Loción y jengibre. Sentí náusea, pero cerré la ventana, tomé una profunda bocanada de aire, metí segunda y pisé el acelerador como si la vida se me fuera en ello.
La primera calle es de un sentido, por suerte, no hay un solo automóvil, pues íbamos en sentido contrario y nos habríamos matado. Giramos a la derecha, el contrincante giró antes que yo, pero un automóvil estacionado en doble fila le estorbó y tuvo que maniobrar para evitar colisionar. Eso me dio un segundo para ponerme a nivel de este idiota enfermo. Escuché que nos pitaron, pero no supe si a mí o al otro, pues ambos rebasamos al automóvil blanco frente a nosotros.
A partir de ahí, dejé de ver al contrincante y me centré en continuar sin matarme en el camino de vuelta al estacionamiento. Debíamos entrar a la autopista, salir en la siguiente salida, entrar por dos calles y volver al lugar; pero apenas logré meterme a la autopista y no estaba segura de lograrlo. Me metí entre dos coches, el azul de atrás me pitó cuando estuvimos a una nada de chocar, a la velocidad que iba, seguramente el pobre habría sido desviado fuertemente hacia el otro lado.
El automóvil rojo de enfrente iba bastante lento, en cuanto lo alcancé, lo rebasé por la derecha, pues hacia la izquierda otro coche estorbaba. Rebasé otros dos automóviles (en uno había un bebé adentro) antes de lanzarme sin miedo hacia la salida que llevaba de vuelta al estacionamiento. Otro coche quería salir, pero necesitaba salir primero yo, así que toqué la bocina varias veces para darle a entender que no me iba a detener, pero el cabrón no disminuyó velocidad, al contrario, aceleró.
Volví a pitar, pero me ignoró. Apreté fuertemente el volante, ni loca dejaba que pasara primero él. Al último segundo, el conductor se arrepintió y enfrenó de golpe, yo aceleré todavía más y salí rozando apenas un letrero que marcaba que el límite de velocidad era de 80 km/h. Sonó feo, solo esperaba que el rayón no fuera tan aparatoso; pues Flavio me mataría.
Al girar a la derecha en la primera calle, vi el automóvil contrario, iba sacándome ventaja, bastante, pero entonces un coche se atravesó de la nada y colisionaron. Debido a la velocidad de mi enemigo, el otro coche salió disparado hacia la derecha, chocó contra un árbol y se quedó parado. "Debes pararte, Dinaí, debes ir a ver si la persona o las personas en el interior están bien." Fue una lucha de moral que duró aproximadamente medio segundo. Porque el imbécil conductor malo también se desvió...y era el momento perfecto para ganar ventaja.
"Soy la peor persona, soy un asco, porque prefiero evitar que maten a Mateo antes que ver si un inocente se encuentra bien." Porque yo ocasioné la carrera, fue por mí que esto pasó. Quise formar parte de un juego que no entendía, me metí en el peligro sin saber la magnitud del riesgo. Y ahora tendría que vivir con eso para siempre.
Aparté la mirada del automóvil chocado y aceleré lo más que pude. Comencé a temblar, acababa de dejar atrás a alguien desconocido posiblemente herido. Mordí mi labio inferior fuertemente y cuando saboreé la sangre, una lágrima cayó por mi mejilla. Mi madre, hermosa y gentil; seguramente no habría dudado en detenerse; mi padre, ex policía, siempre estaba para ayudar a la gente...y a mí me criaron para ver por los demás. Ellos fueron buenos padres, lo sé, jamás lo deben dudar, pero yo me convertí en un monstruo. Si mamá me está viendo desde el cielo o el inframundo, seguramente está muy decepcionada de mí. "Mamá, tú hiciste un papel de madre increíble, fui yo quien se corrompió."
Al llegar a la esquina, giré de nuevo a la derecha y vi la entrada al estacionamiento a lo lejos; solo debía acelerar y no parar hasta llegar. Pero el otro coche me chocó por atrás y por poco pierdo el control. Logré estabilizar, pero para este momento ya estábamos al mismo nivel. Metí cuarta y la velocidad subió cada vez más. El motor rugía potente, las luces de la calle iluminaban nuestro camino, pero por dentro me sentía muerta, sentí oscuridad. Así que no dudé en chocarlo de lado y tomar ventaja de eso (perdón Flavio, es por nuestro bien). El acelerador estaba hasta el fondo, las llantas estaban por llegar a las 7000 revoluciones por minuto y ya iba adelante.
Efectivamente, llegué de primera al estacionamiento, esperaba que nos dejaran ir, que el de rastas aplaudiera de nuevo y con esa sonrisa de imbécil dijera que éramos libres. Así que me sorprendí cuando vi a cinco de ellos apuntando con armas a mis tres "amigos" y a mi novio. Crucé la línea, enfrené y casi me pego un putazo con el volante y salí del automóvil.
—Está hecho, déjanos ir —dije mientras el otro coche enfrenaba—. Fue una buena carrera.
Pero antes de que alguien pudiera decir algo, el conductor saltó hacia fuera, me gritó perra puta y disparó. Entonces comenzó el caos. Me agaché y caí al suelo junto al coche, me cercioré de que no estuviera herida de gravedad, pero ni siquiera estaba herida. Las balas comenzaron a volar. Oí un grito, luego un quejido. Yo no traía arma, sabía disparar, pero nunca me dejaba llevar una. Levanté un poco la cabeza y alcancé a ver un cuerpo tirado boca arriba, posiblemente estaba muerto. Un automóvil quiso salir del estacionamiento, pero entre Flavio y Emma le dispararon a las llantas, chocó contra una columna y entonces explotó. ¿Qué verga? Pegué un brinco del susto y volví a agacharme. Cuando oí que alguien gritó mi nombre, me levanté y vi a la chica de tez pálida con una herida en el abdomen, Emma la auxiliaba. Mateo corrió hacia mí, mientras Flavio peleaba cuerpo a cuerpo con un tipo, el que desprendía el aroma nauseabundo.
Estaba por abrazar a Mateo cuando el tipo de rastas se fue contra él. Al inicio pensé que le había disparado, pero no, solo cayó sobre él. Corrí hacia ellos, pero Mateo me gritó que fuera con Flavio. Para entonces, un tercer personaje cayó sobre Emma, pero entre ella y la chica moribunda se las apañaban bien. Fui hacia Flavio y vi su arma tirada cerca de donde ambos hombres se daban en la madre. No dudé en tomarla. El problema fue que se movían tanto, que no estaba segura de poder dar en el hombre y no a Flavio.
Así que me guardé el arma, tomé un trozo de madera que estaba ahí tirado y golpeé al tipo en la cara. No fue suficiente para dejarlo inconsciente, pero sirvió para que Flavio tomara ventaja y le quebrara el cuello en dos movimientos. Al escuchar el crujido casi vomito.
Escuché una detonación y casi se me para el corazón al pensar que fue Mateo, pero no, fue Emma quien le dio en la cabeza al tipo, vaya puntería de la chica gótica. Corrí de vuelta a Mateo quien estaba sobre el tipo de rastas y lo estrangulaba, pensé que pronto todo estaría salvado, pero no, el tipo de pronto sacó una pistola de quien sabe dónde y apuntó a mi novio.
El pánico y terror me invadieron, en centésimas me imaginé a Mateo muerto y tomé una decisión que cambiaría mi vida para siempre. Levanté el arma, tomé un respiro y solté la respiración al tiempo que accionaba el gatillo. El sonido inundó mis oídos, pero lo peor fue cuando la sangre del tipo salpicó a Mateo en la cara.
Acababa de matar a un hombre, una mala persona, claro, pero al fin y al cabo se trataba de una vida. Dejé caer el arma al suelo, yo misma me dejé caer. Mateo corrió hacia mí, pero no podía ni verlo. Acababa de matar a alguien, tomé su vida. Me acababa de convertir en una asesina...y todo por meterme a un juego que nunca entendí. El aroma inundó mis fosas nasales, quedaría grabado para siempre en mi memoria: Loción y jengibre.
—Te amo, Dinaí —Mateo me tomó en sus brazos—. Me salvaste. Eres muy valiente.
Estuvieron a punto de matarnos, pero al final nosotros los matamos a ellos. Cuando comprendí la magnitud de lo que pasó y lo que hice, decidí que no quería volver a pasar por algo como esto. Salvé a Mateo, sí, al amor de mi vida, pero a costo de intercambiar una vida por la otra. Y no era valiente, era una cobarde, porque ahora quería escapar.
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Ah, no cuerpo, esta vez no me la vas a hacer. Me vale un comino que tengas doble dosis de ansiolítico y aun así estés por hiperventilar, que hace menos de tres minutos hayan estado a punto de asesinarte y que el chico que comenzaba a gustarte en serio y te traicionó esté frente a ti. Tú te vas a levantar en este jodido momento y vas a correr al jardín porque acaban de disparar tres veces y tu padre podría correr peligro.
Sorprendentemente (o no tanto), me pongo de pie en un salto y corro hacia el jardín. Sé que Germán me seguirá, sé que traerá su arma consigo y si lo que ha dicho es cierto, como policía, tiene el deber de proteger a los civiles. O sea, todos nosotros. Ya sabía yo que una fiesta de gran calibre no era buena idea; entre tanta gente, será difícil hallar a quien disparó.
Sin embargo, no es complicado hallar a la persona enferma que se le ocurre armar un desastre en plena boda. Mientras los invitados corren, gritan y tratan de buscar una salida (veo que algunos se apretujan bajo la mesa o buscan escondite), el detective Serrano vestido de esa forma tan elegantemente cómica y quien ya no me parece tan atractivo, apunta con un arma hacia mi papá quien está en el piso junto a una silla y tiene algo clavado en el costado: parece el tallo de una copa.
Es la visión de mi padre herido y sangrando lo que hace que ponga más atención a mi alrededor y entonces lo veo más claro; mezclados entre la gente que corre y grita por su vida, hay gente elegante, bien peinados y arreglados. Pelean, luchan con más personas que desconozco. Algunos de ellos se dan en la madre con sus manos mismas, pero entonces llega Flavio; alto, imponente, con rostro de asesino despiadado, saca un arma y dispara. Como si fuera una señal, otros se rebelan; veo a una joven delgada y alta que clava un cuchillo en el ojo de uno de los atacantes. Y entonces corro hacia mi papá.
En mi camino tropiezo con una silla roto y estoy a punto de caer, pero Germán logra estabilizarme y grita algo por encima del caos y del sonido creciente de un zumbido. Me suelto de él bruscamente e ignoro lo que me dice. Por ahora mi prioridad es salvar a mi padre de un detective con rostro de dios que seguramente pertenece a la mafia, ya después hablaré con Germán y aclararemos las cosas, porque vamos, ¿policía? Me mostró la placa y tiene un arma, le creo, pero más cosas se deben explicar. Yo también le debo explicar cosas, después de presenciar que mató a alguien por salvarme a mí, merece que le cuente mi historia; las partes bellas, las partes feas. Tal vez lo nuestro tenga arreglo...pero primero mi papá.
Tomo un trozo de la pata de la silla mientras continúo mi camino hacia el detective, pero entonces escucho un grito proveniente de algún lugar cercano y una explosión a todos nos manda al suelo. Siento una ráfaga caliente y poderosa justo antes de darme de bruces con el pasto. Un dolor punzante en mi costado nace de improviso y me recorre de derecha a izquierda. Comienzo a toser con fuerza cuando respiro polvo. Muevo primero mis manos, luego las piernas, estoy boca abajo; mi primera reacción es voltearme hacia arriba para ver qué tan dañina fue la explosión.
Suelto un quejido de dolor cuando trato de levantar mi brazo izquierdo, creo que caí sobre él. Aún siento el aire caliente, mis ojos siguen cerrados, creo que no los abrí antes por miedo, pero ahora que los abro, veo que el jardín se desmadró. Mi campo de visión no es el mejor, pero alcanzo a ver gente tirada, gente corriendo, gente peleando. Parpadeo para enfocar la mirada, veo borroso en los bordes...y entonces me doy cuenta de que escucho un zumbido. "Tinnitus", recuerdo que dijo una vez la doctora de Biología, "es un síntoma de pérdida de la audición."
Pero creo si era crónico y creciente, no justo después de una explosión que casi me saca de combate. Alguien se alza sobre mí, veo primero su sombra y luego su rostro; aún con visión borrosa, reconozco al cabrón de Aiden. La furia me invade, siento la ira nacer en mi estómago y apoderarse de mi aún ofuscada mente. Se agacha y siento que me levanta, al menos hace el intento, porque con las fuerzas que logro juntar, trato de golpearlo, de hacerle daño, de desahogar todo lo que por dentro me carcome.
Lo primero que escucho son mis gruñidos, mis gritos; después oigo la voz de Aiden que exige que me tranquilice. Y después mi sentido del oído comienza a sensibilizarse de nuevo. Aún escucho el zumbido, pero también escucho lo que me rodea. Escucho la voz de una mujer que grita "Llegó la policía." Escucho los alaridos agonizantes de un pobre diablo al que acallan después con un balazo. Y también escucho la voz de alguien que me alegra un poco el momento. Solo un poco.
—¡Nos van a rodear! —grita la voz grave de Mateo—. No veo al objetivo.
¿El objetivo? ¿El mafioso? ¿Y qué carajo haría el mafioso en la boda de mi padre? No creo que se refieran a Gustavo porque lo habrían arrestado hace tiempo, no creo que se refieran a un invitado de mi padre porque ni siquiera estaría El Círculo en Sores. Y Valentina...¡Valentina! El brazo de Aiden se acerca a mi boca y aprovecho la oportunidad para morderlo lo más fuerte que puedo. Suelta una maldición y me deja ir. O sea sí lo odio y sí pienso matarlo, pero primero mi papá.
Esquivo gente, sillas y entonces llego a papá. Sigue en el suelo, recostado boca arriba, el tallo de la copa sobresale de su costado; no creo que la herida sea tan grave, porque hay sangre, pero no mucha. Espero que interiormente no se esté desangrando porque a juzgar por la palidez de su piel, no está en su mejor momento. Oh, no, espero que todo esto no sea más que una pesadilla, perdí hace años a mamá, no puedo perder ahora a papá. No estoy preparada.
Me arrodillo a su lado y toco un poco la herida. Suelta un quejido y una tos. Supongo que debo dejar el tallo clavado o perderá más sangre, pero el dolor no le permitirá correr, ni siquiera creo que pueda levantarse. El nudo que tengo en la garganta me impide hablar, apenas puedo sollozar, pero él toma mi mano y la aprieta. Tengo esperanza de que sobreviva.
—¿Di?
—Sí papá, aquí estoy —digo mientras busco un teléfono disponible—. Vas a estar bien, llamaré a una ambulancia.
Tiento el piso y busco con los ojos, no veo un jodido celular. ¿Dónde rayos quedaron? Perdí la cartera en algún lado, el teléfono junto con ella. Seguramente se me cayó cuando casi me mata Gustavo...¡Valentina! Cierto, esa estúpida me va a escuchar, si no fue ella quien ocasionó este desastre. No se me ocurre quién. Veo un teléfono tirado bajo una mesa, está algo alejado de nuestra posición, pero no veo a nadie cerca y creo que puedo lograrlo.
Me lanzo hacia allá y tomo el teléfono. Entonces veo un cadáver cerca; se trata de Franco, el policía. Tiene una herida de bala en la cabeza y mira sin ver hacia la carpa. Claro, no trae pistola porque no estaba de servicio, el pobre no tuvo oportunidad. No veo cerca a su esposa, pero espero que esté bien. Corro de vuelta hacia donde está papá mientras marco el número de emergencias.
Estoy a dos pasos de papá cuando alguien se me avienta encima y me manda a volar hasta colisionar con una mesa. Escucho el sonido del arreglo florar al caer y romperse y entonces siento que se me corta la respiración. Maldita sea, definitivamente hoy no es mi día. Aspiro una bocanada de aire antes de ver que alguien me apunta con un arma.
Justo en la cara. Tenemos al ganador que matará a Dinaí. Al menos moriré junto con papá.
—No más refuerzos —el tipo que me tacleó es un joven de mi edad de cabello oscuro, ojos azules y una nariz delgada, tiene varias pecas casi invisibles en la nariz —, perra.
Cierro los ojos para no mirar y escucho un disparo. Sigo respirando, no siento dolor alguno y aún escucho el caos del lugar. Así que sé que no estoy muerta. Abro los ojos para encontrar que el chico de ojos azules pelea con Germán, ya ninguno de los dos trae arma, pues pelean cuerpo a cuerpo y parece que mi héroe va ganando. Diviso un arma en el suelo y voy por ella, por si necesito defenderme.
Pulso el botón de llamada en el teléfono y escucho un pitido antes de que la operadora me responda.
—Número de emergencias —dice la señorita—. ¿Cuál es su urgencia?
—¡Eras mi amigo! —oigo una voz masculina gritar, volteo—. Vale más que una cara bonita.
Desde aquí, apretando la mano de papá y escuchando como su respiración se hace más lenta y murmura incoherencias, veo a Germán quien ahora pelea con otro hombre. ¡Es el tipo que iba con él a El Arco cuando lo conocí! El imbécil de ojos azules está tirado por ahí cerca, apenas lo veo. Más allá, alcanzo a ver a Aiden dándose de golpes con Mateo, no se ve que alguno tenga ventaja; obviamente prefiero a Mateo y entre tantos peleando, entre dos chicas que se disparan y un pobre invitado llorando bajo una mesa, están Elisa y Catarina. No veo a Haziel por ningún lado, espero que no se haya metido en problemas por haberla cagado yo en El Arco.
Papá murmura otro sonido y vuelvo mi atención a él, ¿qué pasa? ¡A la mierda, la emergencia!
—Le clavaron algo a mi papá, hay sangre, se está muriendo —digo tratando de no entrar en pánico al oír mis palabras en voz alta—. Necesito una ambulancia ya.
—¿Dónde se encuentra, señorita? —la operadora habla demasiado lento para mi gusto—. Mandaré una unidad médica aunque todos policiales están yendo hacia una boda.
¿Todos los policiales? Bueno, sí, creo que la situación lo amerita. Veo a un loco con mil tatuajes y una perforación en la oreja clavarle un puñal en el ojo a un tipo chaparro. Definitivamente necesitamos a la policía aquí. Estoy por responder que justamente estoy en esa boda cuando otra explosión hace aparición; algo se me clava en la pierna, pero ignoro el dolor, tengo que resistir.
—Valentina...después del brindis...—papá habla con un hilo de voz, por suerte la explosión no fue cerca de nosotros, pero ahora las balas vuelan—. No era ella, estaba distinta.
Y entonces deja de hablar. Aún respira, aún tiene pulso, pero ahora sí estoy entrando en pánico. Maldita sea, el ataque ya viene, comienzo a sudar, me cuesta trabajo respirar y el temblor apenas me permite mover. ¿Para qué me tomé doble dosis si ni funcionó a la verga?
—¡TRAIDOR!
Escucho que alguien grita, me giro para ver la situación y me impacto al ver a Germán apuntando con el arma a su amigo. No parece querer disparar, titubea demasiado; solo se queda parada, sudoroso y respirando rápido. Mira atentamente a su amigo quien lo insta a disparar, le grita ofensas y parece estar sumamente herido.
Su mirada vuela hacia mí, nos quedamos viendo, sus ojos parecen repletos de dolor y confusión. Quiero decirle que lo perdono por mentirme, que lo quiero por salvarme y que definitivamente por mi parte estoy dispuesta a iniciar de nuevo. Instintivamente, doy un paso hacia el frente y luego escucho la detonación. Caigo hacia atrás del susto, pero me recupero rápido y veo primero a Catarina; feroz y con el cabello rojo ondeando, parece la misma hija de Satanás. Sonríe como loca, sus ojos tienen un brillo pelirrojo y mira satisfecha a Germán en el suelo.
De la herida de su pecho brota más sangre de la que vi alguna vez en mi vida. Sin pensarlo, me acerco gateando hacia él y trato de parar la hemorragia. Es imposible, la sangre sigue brotando, se cuela entre mis dedos y mancha mi vestido. No, no, no, no. Él no, por favor. Le pido entre gritos que despierte, que por favor resista, que no me deje. Pero ya es demasiado tarde, no respira, no tiene pulso.
Está muerto. Golpeo el piso, lloro, me tapo el rostro con las manos logrando mancharme la cara, pruebo el sabor de su sangre y entonces siento un profundo vacío en mi pecho. Está tan pálido, tan frío, su sangre es viscosa y el olor metálico inunda mis fosas nasales. Toco sus mejillas con mis manos, no puedo dejarlo, no puede estar muerto. Todo es una pesadilla, ¿no?
—No es tan difícil matar policías —la voz de Catarina suena detrás de mí—. Ese no era tu amigo, te iba a matar.
Esa maldita voz de ángel es más que suficiente para hacer renacer mi ira. Grito con toda la furia que tengo y me lanzo contra ella. Escucho su quejido al sentir mi primer golpe, luego el segundo y el tercero. Ambas rodamos por el piso, nos golpeamos con fuerza y tomo su estúpido cabello para jalarlo. Golpeo su nariz y siento inmenso placer al oír el crujido y después el grito de dolor. Maldita, perra, me las vas a pagar.
Le suelto una patada en el estómago, golpeo su cabeza contra el suelo. Cuando tiene el rostro repleto de sangre y la estúpida apenas puede moverse, me levanto, tomo el arma y apunto a la cabeza. No es la primera vez que mato, no es la primera vez que quito una vida; la vez pasada fue para salvar al amor de mi vida...
—Dinaí —escuchar su voz me hace querer llorar—. Mi amor, Dinaí, no lo hagas.
Si lo dice Mateo, es porque quiere lo mejor para mí, ¿cierto? Porque siempre pude confiar en él, siempre sabía que estaría protegida por él. Pero estoy tan quebrada, tan rota...
—Mató a Germán —digo en un sollozo—. Está muerto.
—Él le iba a disparar a alguien más —está a mi lado aunque alejado unos cuantos metros, lo veo por el rabillo del ojo—. A veces no hay otra opción.
Pero no iba a dispararle, le apuntaba, sí, pero no iba a hacerlo. De hecho, él me estaba viendo a mí. Germán no iba a matar a su mejor amigo, él no era así...Y sí había otra opción; Catarina pudo haber disparado a una mano o una pierna. No directo al corazón. Ese pensamiento basta para quitar el seguro y jalar el gatillo. Siento el dolor agudo en el abdomen una milésima de segundo antes de escuchar la detonación.
Suelto el arma que no logré accionar mientras caigo de rodillas. Siento el pasto fresco abrazar mi llegada, me da la bienvenida. Lo vi, lo hizo, no lo dudó ni un segundo. Mientras el frío recorre mi cuerpo y una lágrima de desdicha cae suavemente por mi mejilla, revivo el momento exacto en que Mateo disparó. Me disparó. Lo vi hacerlo, fue más rápido que yo.
La carpa ha desaparecido, el cielo me saluda; hermoso, oscuro, estrellado. Es una vista hermosa, ojalá todos pudieran morir así; viendo algo hermoso después de que la persona que más has amado en tu vida te hiriera de muerte por salvar a la persona que él ama. Mateo no solo ha roto mi corazón. Rompió mi alma y mi cuerpo y todo por una pelirroja.
Escucho de lejos, poco a poco todo se va apagando, escucho la voz de mamá, me dice que soy fuerte, que he sido muy valiente, veo su cara, su sonrisa...Y entonces desaparece, escucho la voz de Germán invitándome a escapar con el paje pobre a una cabaña en mitad del bosque, lo veo diciendo que soy hermosa a mitad de mi sala; siento sus labios sobre los míos.
Hace tiempo maté a alguien por salvar la vida de otro. Me manché de sangre para evitar vivir sin quien pensé era el amor de mi vida. Y ahora ese amor de mi vida me mató a mí para evitar vivir sin el amor de su vida.
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