Lo que florece en primavera
Quedaba solo un día de invierno, pero el sol abrasaba el aire como si ya fuera pleno verano.
Yerin estaba escondida en la esquina más fresca de su casa, sin siquiera atreverse a mover un dedo por el intenso calor que se había concentrado en ella. Incluso se había puesto la camiseta más delgada que había encontrado y una falda holgada que solía usar su mamá cuando era más joven, pero aún así se encontraba sudando todos los fluidos de su cuerpo.
Lo único que la hizo levantarse el suelo relativamente fresco fue el característico sonido de la primera fracción de la Marcha Turca que su padre había seleccionado para el timbre.
Caminó perezosamente hacia la puerta y la abrió con lentitud, negándose a la idea de interactuar más de la cuenta con ese clima infernal, mas del otro lado lo único que encontró fue a una fresca muchacha pelirroja con su mochila colgada de un solo hombro. Llevaba puesta una camiseta gris holgada y un ajustado par de pantalones blancos de apariencia tan gruesa que Yerin sintió el doble de calor.
—¡Hola, mi sol!
La joven se acercó sonriente a Yerin en busca de un abrazo que fue esquivado con rapidez. La chica rubia estaba tan transpirada que se negaba a ser tocada en cualquier sitio.
Su acompañante lo entendió sin que se lo dijeran.
—Sinb, llegas tarde —comentó mientras hacía lugar para que la recién llegada pasara.
La menor de las dos caminó un par de pasos al interior, mirando sin cuidado las paredes que ya conocía de memoria y tratando de adaptarse al repentino cambio de temperatura que se producía dentro de la casa.
Hacía mucho más calor dentro que fuera.
—Lo sé. Es que mi mamá no me dejó salir sin comer —soltó en un suspiro desencantado—. Cree que soy una niña aún.
Yerin secundó la frase con una suave risita mientras cerraba la puerta y se unía a la chica.
—Pero eres una niña.
Eunbi abrió la boca y se llevó una mano al pecho en un claro gesto de indignación.
—¡No es cierto! —se quejó en un tono bastante infantil que buscaba darle la razón a la rubia de manera indirecta.
Ambas se unieron en una pequeña sesión de suaves carcajadas y se aproximaron a las escaleras.
Eunbi se extrañó al no escuchar el característico ruido de traqueteo en la cocina al pasar. Y, en efecto, al asomarse no se encontró con nada más que la vajilla impecable sobre la rejilla de secado.
—¿Oh? ¿Y tu mamá?
—No está. Fue a una entrevista de trabajo.
—¿De verdad? ¡Me alegro mucho!
La pelirroja sabía que la familia de Yerin estaba pasando por un momento económico muy difícil desde que su padre había quedado sin trabajo, pero el punto crítico había llegado hace apenas cuatro meses, cuando su madre fue despedida también.
Desde entonces habían estado viviendo del seguro de cesantía de ambos y de los pequeños trabajo que podía hacer la muchacha en su tiempo libre, mayormente tutorías y sesiones de estudio privada.
La rubia siempre le decía que estaban bien, aunque Eunbi sabía que eso no era del todo cierto.
Si la señora Jung tenía suerte ese día, tal vez las cosas comenzarían a mejorar un poco.
Pensando en esto, ambas subieron las escaleras hasta la habitación de Yerin, la que se encontraba con la puerta abierta de par en par para que circulara el aire de mejor manera.
—Puedes sentarte donde quieras —anunció la muchacha sin intenciones de entrar en la habitación todavía—. Traeré los materiales. ¿Quieres algo de beber?
—Agua está bien, gracias.
En cuanto Yerin despareció por el pasillo, la muchacha pelirroja descolgó su mochila del hombro y la dejó cuidadosamente junto a la cama, tratando de no causar el más mínimo desorden.
Sin embargo, fue fiel a su naturaleza curiosa y, como solía hacer cada vez que iba a la casa de su amiga, comenzó a revisar todas sus cosas con la mirada.
No tenía mucho que ver.
Estaba el mismo papel tapiz con motivos florales, las mismas sábanas sin estampado y los mismos viejos peluches que conservaba desde la infancia. Incluso estaba el famoso rinoceronte de felpa que había ganado después de 14 intentos en la feria de atracciones después de que Yerin declarara que no se iría a su casa sin él.
Todo parecía exactamente igual que siempre, excepto por un sobre rosado que descansaba de manera evidente sobre la libreta de tareas de la muchacha.
Eunbi no quería meterse demasiado en ello.
Aparentemente era un simple estuche hecho con cartulina, impecable y escrito con una lápiz de tinta negra en una caligrafía muy bonita.
La chica se asomó desinteresadamente y leyó las pequeñas letras en el papel.
"Para Jung Yerin"
—¿Una carta?
Eunbi retrocedió un poco, reflexionando.
Si estaba tan visible sobre su escritorio no era ninguna carta secreta, ¿cierto? No estaría mal si leyese aunque fuese un par de líneas.
Después de todo era su mejor amiga.
Convencida de ello, tomó el sobre con delicadeza y extrajo una hoja blanca perfectamente doblada, en cuyo interior reposaba la misma caligrafía perfecta.
Se dispuso a leerla.
"Hey, Jung Yerin.
Estudias en el salón B-32, ¿no es así? No me animaba a escribirte por temor a que mis palabras nunca te alcanzaran, pero creo que esta vez enviaré la carta al lugar correcto.
Te conocí hace casi un año y no me extrañaría que tú no me recuerdes, pero yo no he podido dejar de pensar en ti.
Fue durante el campamento obligatorio de invierno.
Mi equipo estaba en una cabaña contigua a la del tuyo. Siempre intentaba retrasarme para verte regresar. Y espero que no te parezca muy cabeza hueca, pero nunca había visto a una chica tan bonita, con una sonrisa tan resplandeciente. Me sentía mareado.
Recuerdo que ese año hiciste pedazos a todos los equipos. Eres muy fuerte y competitiva Jung Yerin. Eres una chica muy dulce también, pero no puedo negar que me sentí realmente ahogado cuando competí contigo.
Luego de eso fue muy difícil encontrarte. Me sentía avergonzado de preguntar por ti, así que no podía dar contigo.
Y no quiero que pienses que estoy tratando de... "
—Eunbi —el repentino sonido de la voz de su compañera hizo que soltara la hoja sobre el escritorio, sin permitirle siquiera llegar a la mitad de la epístola—. ¿Qué crees que haces?
La muchacha se dio la vuelta con el corazón ligeramente acelerado, como si las palabras que acababa de leer fueran para ella misma.
—¡Alguien te escribió una carta de amor! —exclamó la pelirroja en un tono escandalosamente roto.
El rostro de Yerin continuaba inexpresivo.
—Lo sé —respondió sin emoción mientras recuperaba la carta desde la mesa del escritorio—. La leí.
La menor se sentía muy afectada sin razón aparente, aunque parecía ser la única conmocionada por la noticia.
—¿Y ya viste quién la escribió?
—Sí, pero no me interesa.
Una suave sensación de alivio se deslizó por el pecho de la joven, pero no pudo relajarse del todo.
—¿No te importa?
—Bueno, es que ya tengo a alguien que me gusta.
Tal y como esperaba, una pequeña punzada dolorosa volvió al centro de su pecho.
—¡¿Qué cosa?! —no pudo evitar reaccionar genuinamente— ¿Lo dices en serio? Jung Yerin, mi mejor amiga, tiene a alguien que le gusta y yo no tenía idea. ¿Crees que eso es justo para mí?
Yerin frunció el ceño un poco confundida.
—No es la gran cosa.
—¡Claro que sí! ¿Él ya lo sabe?
La mirada de la muchacha se apagó por un momento, vibrando como una cuerda tensa mientras miraba directamente a su compañera.
—No lo creo.
No bien la frase terminó de sonar, un silencio mucho más que incómodo se apoderó del recinto.
Yerin regresó a la puerta y trajo los materiales que estaban junto a ella, dispuesta a dejar el tema enterrado, pero su acompañante todavía no estaba satisfecha con la información que había conseguido.
—¿Piensas hacerlo?
La muchacha suspiró sonoramente y dejó los implementos sobre el escritorio, tratando de buscar un tono tranquilo de voz.
—No. Deja que yo me encargue de esto, ¿sí? —se sentó en una de las sillas del escritorio y liberó una segunda para Eunbi—. Ahora terminemos este proyecto.
Luego de eso el único tema de conversación fue la arquitectura gótica y sus principales referentes. Sin embargo, y apesar del impecable desempeño que demostró durante la confección del póster, la mente de la pelirroja era atacada constantemente por la idea de que su amiga estuviera enamorada.
¿Por qué se sentía tan incómoda?
Ya habían hablado de esos temas antes, pero en ninguna ocasión su corazón había latido de una manera tan dolorosa y apesadumbrada.
Que Yerin estuviera sintiendo aquello era una muy buena noticia, o al menos debería serlo, ¿no?
Se sentía como una pésima amiga.
Al día siguiente llegó a la escuela con la misma sensación de pesadez en el pecho y solo pensar en que tenía que ver a la rubia en la clase de matemáticas le ponía las piernas como dos delgados pedazos de alambre.
Entró a su primera clase demasiado desorientada como para saludar a cualquiera de sus amigos.
Ni siquiera se dio cuenta de que Yewon ya había tomado lugar junto a ella hasta que le pidió un marcador para resaltar una cita en su cuaderno.
—¿Sabías que a Yerin le gusta alguien? —la frase salió de su boca sin querer en cuanto la chica recibió el lápiz.
La muchacha se tomó un par de segundos para leer la expresión facial de la pelirroja.
—Bueno, tengo ojos.
Aquello fue como un balde de agua fría para Eunbi y no pudo evitar enderezarse en la silla para estar más cerca de ella.
—¿En serio? ¿Entonces sabes quién es?
La chica de pelo castaño pensó que tal vez había hablado con demasiado confianza de un tema que no le correspondía y supo que no podía decir otra palabra.
Yerin era quien debía decirle al respecto, no ella.
—No puedo decirte nada.
Eunbi refunfuñó con energía y cruzó sus brazos, exasperada por la presión que no conseguía abandonar su tórax.
—¡Pero soy su mejor amiga! No puedes hacerme esto —su voz había adquirido un color bastante débil y adolorido—. Si Yerin te dijo algo...
Yewon sintió mucha pena por su amiga, pero no derribó su barrera.
—Yerin no me ha dicho nada y, de hecho, puede que esté equivocada, pero si de verdad quieres saber...
La chica inclinó la cabeza hacia la puerta abierta, apuntando hacia un grupo de estudiantes que conversaban tranquilamente frente a los casilleros de primer año.
Yerin estaba en medio del grupo y Eunbi no lo había notado.
—¿Quieres que le pregunte? —interrogó en un timbre un poco más luminoso que el anterior—. Ya hice eso.
—No, quiero que la escuches.
Antes de que la aludida pudiera contestar, el profesor de Inglés entró al salón dando un portazo que puso a todos los estudiantes en una posición tensa contra los pupitres y no tuvo más opción que prestar atención aún contra su voluntad.
Más temprano que tarde, la clase de matemáticas llegó y se aseguró de tomar un lugar muy alejado del pizarrón; muy alejado del lugar en el que su compañera solía sentarse. Sin embargo, en cuanto la chica entró a la habitación, sus ojos se dirigieron a ella como si estuvieran guiado por el norte de una brújula y su corazón comenzó a latir desesperadamente, enviando pequeñas pulsaciones incluso a los dedos de sus pies.
De pronto estaba muy nerviosa, como si nunca hubieran compartido en el mismo lugar antes y, si no sonara una completa tontería, era como si la viera por primera vez.
Por un par de segundos, pareció que Yerin la buscaba con la mirada, pero pronto su atención se volcó a la decena de estudiantes que se acercaban para saludarla.
Yerin era muy popular después de todo.
¿Quién podía ser su enamorado? Yerin era encantadora con todo el mundo y solo un ser desalmado no actuaría con la misma delicadeza hacia ella. De hecho, no sería mentira si dijese que todos los chicos del salón eran amigos de la muchacha.
Podría ser cualquiera.
Desalentada, trató de pasar la sesión lo más desapercibida posible y al finalizar esperó a que ella abandonara el salón antes de tomar rumbo a la cafetería, en donde sabía que Yerin no estaría por al menos media hora.
Era uno de sus períodos de tutorías.
Al entrar al sitio atestado, con el estómago demasiado pequeño para siquiera beber un vaso de agua, se aproximó directamente a la mesa que solía compartir con sus amigas y se decidió a poner en marcha un plan que casi siempre funcionaba.
Obtener una verdad a cambio de una mentira.
—Ya sé quien es el chico que le gusta a Yerin —escupió inmediatamente después de tomar asiento en donde esperaban cuatro de sus amigas.
Por un par de segundos, todas compartieron una mirada desconcertada, pero pronto el ambiente se distendió para dar paso a una serie de exclamaciones de celebración.
—¿En serio? ¡Ya era hora! —declaró Yuna antes de tomar una pequeña cucharada de puré de patatas.
Eunbi sintió que su corazón volvía a latir con violencia.
La respuesta que esperaba era de Yewon.
—¿Tú ya lo sabes? —consultó en un muy mal fingido tono casual.
—¡Claro! Todas lo sabemos.
Eunbi tuvo la sensación de que el suelo se abría y la tragaba.
—¿Todas?
Yuna asintió suavemente mientras intercambiaba miradas con sus compañeras.
—Eras la única que faltaba —acotó Jung Eunbi en un tono malicioso que no pasó desapercibido para ninguna, excepto para la pelirroja, claro.
Yuna le dio un pequeño codazo, aunque la rubia solo contestó con la suave gesticulación de un "¿qué?", demasiado concentrada en la reacción de la chica.
—La única...
—Pero no te sientas mal —contestó inmediatamente Sojung, un poco afectada por la expresión de vértigo que había adquirido Eunbi—. Este muchacho no tiene idea de que Yerin gusta de él, así que es un poco difícil saber.
—¿No están juntos? —preguntó precipitadamente, demasiado ansiosa para advertir que aquello delataba un poco su mentira. Por no decir que no fue capaz de recordar claramente cuando Yerin le había comentado que su enamorado no sabía de sus sentimientos—. Digo, a mí me dio esa impresión.
—Es que es muy dulce con ella —liberó casualmente Yewon, en un vago intento de ayudarla a no sentirse expuesta—. A veces parece solitario, sombrío, incluso frío, pero en el fondo es un caramelo —se aseguró de dar una mirada significativa a la pelirroja que no tuvo mucho efecto—. Supongo que la forma en la que es especial con Yerin hace pensar que están juntos.
—Pero ese chico está más ciego que un topo —añadió la otra Eunbi, tratando de no sonar demasiado agresiva esta vez. Yuna la miró atentamente—. No es capaz de notar lo mucho que le gusta a ella.
Esta vez Eunbi sintió la urgencia de reír de los nervios, pero se contuvo. En su lugar fue demasiado honesta.
—Entonces tiene que ser idiota. Para no notar a una chica tan maravillosa como ella...
Yewon se inclinó un poco hacia atrás en busca de que la alta figura de Sojung cubriera la amplia sonrisa que se extendía por su rostro al escuchar eso.
Jung Eunbi se cubrió el rostro directamente para que la pelirroja no la viera emular un gritito de emoción, mientras Yuna tomaba una gran cucharada de puré para disimular.
—Ah, claro —se apresuró a decir Sojung antes de que Eunbi tuviera tiempo de avergonzarse—. Yo también pienso que el sentimiento es mutuo. Simplemente hay que darles un poco de tiempo.
Todas comenzaron a soltar pequeñas risitas cómplices y Eunbi no podía sentirse más fuera de lugar.
¿De verdad todas conocían al chico especial de Yerin? ¿Era tan evidente que se gustaban?
Eunbi se sentía fatal.
Por la tarde, aunque todavía sentía que su cuerpo temblaba con la sola presencia de Yerin, caminó con ella a casa como de costumbre.
Habían quedado de estudiar en la casa de la mayor.
Durante el trayecto estuvieron en silencio y fue una suerte que la pelirroja estuviese distraída con su propia preocupación, porque los nervios de Yerin eran evidentes.
"Solo vamos a estudiar como siempre", se repetía la rubia para intentar calmarse.
Una vez llegaron a la casa, Eunbi subió las escaleras prácticamente corriendo y se apresuró a sacar sus cuadernos.
Quería que la sesión de estudio terminara lo más rápido posible.
Sin embargo, en cuanto su compañera entró a la habitación y sus miradas se encontraron, su voluntad se quebró como una pequeña rama envejecida.
—Yerin, ¿puedo preguntarte algo?
Eunbi quiso golpearse por lo mucho que se estaba exponiendo a si misma al decir aquello, pero no iba a retroceder ahora.
—Claro, para eso estudiamos juntas —contestó Yerin con una sonrisa triste.
La pelirroja la siguió con una risa desganada, intentando darse fuerzas para continuar.
—No, es otra cosa —tomó un profundo respiro y se acercó con suavidad a su compañera. Su corazón latía a toda velocidad—. En realidad... ¿por qué todas las chicas saben quién te gusta menos yo?
Yerin se sintió enrojecer y sonrió de los nervios, sin poder soportar el mar de emociones que estallaba en todos los rincones de su cuerpo como un set de fuegos artificiales.
Había llegado el momento.
—¿De verdad quieres saber? —contestó con su voz temblorosa, mirando hacia cualquier lugar menos hacia la chica frente a ella—. Puedo llamarlo ahora, para que lo conozcas.
Eunbi se sintió ligera y pesada a la vez. No quería saberlo, pero a la vez necesitaba que se lo dijeran.
Necesitaba algo que la desilusionara.
Necesitaba algo que destruyera el amor que se estaba construyendo en su pecho.
Porque ya no podía seguir fingiendo que no entendía las emociones que la habían estado desmoronando ese día y el día anterior y posiblemente los últimos años.
¿Cuándo se había dado cuenta por primera vez?
No tenía idea de que tan antiguo era el sentimiento, pero estaba allí y la hacía sentir viva.
Estaba enamorada de Jung Yerin.
—¿En serio? —su voz era aún más temblorosa que la de la rubia—. Digo, no quiero presionarte.
—Está bien —rió nerviosamente su compañera—. Hablamos a menudo. Voy a buscar mi teléfono.
Eunbi asintió y la vio salir, demasiado nerviosa para quedarse quieta.
Ya había dado la tercera vuelta a la habitación cuando su teléfono sonó y, muy ansiona para ver de quien se trataba, simplemente contestó.
Necesitaba deshacerse de esa persona antes de que Yerin llegara.
—¿Hola?
—¿Está satisfecha, señorita Hwang?
Apenas escuchó la primera sílaba su corazón se detuvo y volvió a latir con tanta violencia que Eunbi pensó que se saldría de su pecho.
—Yerin... — contestó inmediatamente en un tono tan emocionado que no estaba segura de que la muchacha hubiese entendido.
—Sí, con ella.
Los ojos de la pelirroja habían empezado a llenarse de lágrimas.
—¿Cómo estás?
Yerin rió cantarinamente del otro lado de la línea.
—Nerviosa.
Eunbi también se permitió reír, tan aliviada que no sabía si podría seguir de pie sin caer.
—También yo. Creo que voy a vomitar.
Yerin resopló en respuesta.
—Dios, no hables de vómito en un momento como este.
—Perdón.
Unos pasos se escucharon por el pasillo y la voz de la rubia se dejó escuchar desde el otro lado de la puerta cerrada.
—¿Puedo entrar?
Eunbi colgó la llamada de inmediato y se aproximó a la puerta, abriéndola de un solo movimiento, ansiosa por ver que clase de expresión tendría su amada en el rostro.
En cuanto se vieron, los ojos de Yerin se iluminaron como diamantes y el rojo que ya tenía lugar en su rostro se había expandido también a sus orejas y su cuello. Tenía la sonrisa más brillante y preciosa que Eunbi había visto.
—Hola.
A modo de respuesta, la pelirroja la atrapó en un apretado abrazo que la hizo sentir los fuertes latidos del corazón de la mayor.
Sintió que sus propios latidos se sincronizaban con los ajenos.
—¿Por qué no me lo habías dicho antes?
—Tenía miedo.
—¿De qué? —susurró la menor de las dos, apartándose un momento para ver a la chica a la cara—. Soy Hwang Eunbi, la misma chica que conociste a los cinco años. La misma que ha estado contigo siempre y te ha apoyado en cada pequeña travesura. La misma que está dispuesta a estar contigo hasta el final, si me aceptas.
Yerin amplió más su sonrisa si aquello era posible.
—¿Qué propone, señorita Hwang? —consultó en un tono juguetón que Eunbi nunca había escuchado en todo el tiempo que llevaban juntas.
—¿Necesita que lo diga más claramente, señorita Jung? —replicó en el mismo tono, siguiendo el juego. Luego, se aproximó hasta que sus alientos se mezclaron en uno solo—. Me gustas y quiero salir contigo.
Yerin sintió que su rostro se incendiada.
—Eunbi...
—¿No vas a decirme nada?
Como única respuesta, Yerin unió sus labios a los de la menor en un rápido y tembloroso beso que duró muy poco para que Eunbi pudiera siquiera responder.
La rubia se rió de su expresión descolocada.
—Eres muy lenta —le dio un pequeño golpe en la frente un uno de sus dedos—. Y aún así me gustas tanto.
—¿Eso es un sí?
Yerin volvió a besarla, asegurándose de que esta vez Eunbi pudiera hacerlo de vuelta.
—Sí.
Sus ojos se encontraron y por primera vez esos sentimientos que habían permanecido dormidos y ocultos se permitieron florecer.
Después de todo, ya era el primer día de primavera.
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