Capítulo IX

*Narrador Omnisciente*

Los días habían transcurrido normales, dentro de lo posible, desde la visita de Rocío. Las heridas que le habían provocado a Emily estaban ocasionándole molestia, ya que parecía que estaban sanando, aparentemente, pues al contrario, las heridas seguían igual de vivas que el día en que se las hicieron. La sangre seguía saliendo de ellas, había comprado ya varios pares de gasas, porque le estaban ensuciando sus pantalones, en otro momento de su vida no se hubiera molestado en que la ensuciara, pero se trataba de la ropa que usaba cuando asistía a la escuela. Su madre no se había dado cuenta aún de aquella situación, se encontraba demasiado ocupada como para prestarle atención, aunque sea por unos minutos a la chica.

Por otra parte, le había contado a su padre algunas de las cosas, entre ellas lo ocurrido en el jardín, omitiendo lo de sus arañazos, habló sobre la repentina aparición de Fernando. Su padre por su lado, se encontraba confundido, no entendía a qué se debía aquella situación, quería hablarlo con alguien, pero probablemente marcarían a su hija de una completa loca, quien se estaba imaginando todo, y querrían hacerle cambiar de opinión sobre lo que él en realidad pensaba.

Emily había hablado con su madre, le comentó lo ocurrido con su pareja y la mujer, para no romper con la rutina o la costumbre que se creó, culpó a su hija. Quien sólo quería advertirle, que el hombre al que ella le estaba dando vía libre en su casa y su vida, era un pervertido y oscuro, esta última característica no la había mencionado porque se trataré de algún criminal o algo así, aunque sí era un pervertido, saldría siéndolo.
Ella lo decía porque pese a que no era cien por ciento crédula de las cosas relacionadas a las auras o vibras, sabía que en él había algo que estaba fuera de lo normal en ese sentido, y es que su mirada oscura decía muchas cosas, no sólo revelaba la morbosidad que mantenía el sujeto, sino también aquel aire de maldad e inseguridad, incluso intriga y misterio.

La última vez que había hablado con su madre, esta le advirtió que, si seguía diciendo estupideces, lo mejor sería que se fuera con su padre. Una parte de la joven anhelaba con todo su corazón que su madre tomara aquella decisión, pero otra le decía que no, si los sucesos sólo eran presenciados por ella, seguramente no se desharía de lo eso a lo que le huía, pero por otro lado, le tenía más pavor a Martín, que a los acontecimientos que se estaban dando.

Las pesadillas ya no se habían dado, las apariciones de Carlos en sus sueños también cesaron, las sombras, las risas y cualquier ruido que pudiera provenir de la extraña situación, se esfumaron de un día para otro. En una de las ocasiones que su madre no estaba presente en casa, Fernando había pasado por el patio trasero y conversaron por un par de horas, él a diferencia de los demás, sí se había percatado de la situación con sus heridas y aunque intentó convencer a Emily de ir a un médico, la chica se negó por completo.

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L

os días estaban pasando y cualquiera creería que alguien estaba encargándose de manejar un reloj que adelantara el tiempo. Y entonces pasó, era una mañana de sábado, la adolescente aún dormía, la escuela no estaba pesada, pero soledad en la que, hasta ahora se había mantenido, resultaba conducirla a un sólo camino, hundirse en la tristeza que la estaba consumiendo desde hace un tiempo.

Y es que, aunque no le gustara nada de lo que pasaba en su casa, extrañaba ver a Charlie y, vaya casualidad, este sólo se hacía presente en sus sueños, cuando los eventos ocurrían. Había visto a Rocío un par de veces en la escuela y sabía que Fernando podría llegar a hacerle compañía, pero en tres ocasiones atrás decidió hacerle creer que no estaba, no quería hablar con nadie y el chico, aunque no de forma intencionada, le traía recuerdos de su hermano.

Martín tenía una semana de no aparecerse en su casa, por lo que aquello le había dado la tranquilidad de dormir todo el tiempo que quisiera, sin sentir temor o desespero porque el hombre rondara por su casa.

—Emily —susurraban repetidas veces.

La chica no despertaba, tampoco quería hacerlo. Necesitaba una ración de doce horas continuas de seguir durmiendo y a penas estaba terminando las del día anterior.

—Emily —se escuchaba más fuerte, sin dejar de parecer un susurro.

Ella sólo revoloteaba en su cama tratando de dejar pasar aquello, estaba despertando, por lo que aquella insistencia la estaba desesperando.

—Emily —sonó una voz que desconoció y fue lo que activó su sexto sentido, abriendo los ojos de golpe.

—¡Ya lárgate! —gritó, dirigiéndose a su madre, que era la persona que ella creía estaba ahí.

—Emily —Se escuchó nuevamente, pero en esta ocasión el sonido provenía del pasillo.

—¿Qué no entiendes? —dijo molesta—. Que tú quieras andar de fiesta todo el tiempo y no duermas, no significa que yo ¡no quiera dormir!

—Emily —susurró otra vez.

Cansada de sentirse ignorada, se puso de pie, su molestia era notoria. Al abrir la puerta se llevó la sorpresa, todo el segundo piso estaba desocupado, no rondaba nadie más, a excepción de ella.

—Ya basta, mamá —gritó desde el inicio de las gradas—, ¿crees que esto es gracioso?

La chica comenzó a bajar, tratando de visualizar a su madre o al idiota de Martín. Frente a la escalera de su casa, colgado del otro lado de la pared, su madre había decidido colgar un espejo lo suficientemente grande, como para ver te bajar por ellas.

Cuando se detuvo en el punto medio de las gradas, se recostó en el barandal, tratando de encontrar algo, para no obligarse a llegar hasta el primer piso. El susurro ya no se había escuchado, hasta ese momento.

—Emily —dijeron detrás de ella.

Aquello provenía del segundo piso, inmediatamente volteó a ver y al hacerlo, su rostro palideció frente a ella una silueta, sin nada. Negra casi en su totalidad, sus ojos, unos ojos rojos por las llamas que estos parecían tener.

Volteó su cara hacia el espejo, para asegurarse que no se tratara de una mala jugada o producto de su imaginación. El espejo estaba revelando lo que ella estaba viendo, pero no sólo eso, parecía que una profunda oscuridad estaba detrás de este ente, regresó su vista hacia el frente y ya no había nada. Pero frente al espejo, aún se estaba reflejando y se acercaba cada vez más a ella, temía que la oscuridad que se estaba adueñando del lugar la tomara también.

Retrocedió ante lo que estaba viendo, por lo que su pie se resbaló, dejándola caer por las gradas. Aquellos golpes ocasionaron que las heridas que tenía en sus piernas, las que hasta ahora sí estaban sanando, volvieran a dejar salir sangre.

Al llegar al último escalón, ya no podía ver si la sombra estaba cerca. Con dolor retrocedió arrastrándose en el suelo, la sangre estaba saliendo de forma inusual, tanto que estaba dejando un camino de sangre en todo el recorrido que hacía. Decidió ir a la pared que estaba antes de llegar a la cocina, ahí había un espejo, podría ser útil si sólo a través de estos se podía ver.

A duras penas llegó a su destino, la oscuridad se estaba haciendo del primer piso, faltaba poco para que estuviera a su lado, sus piernas no las podía mover, estaban dañadas por las heridas y por su mente pasó la posibilidad de haberse quebrado un hueso, porque le dolía de forma espantosa.

La silueta que se le había aparecido ahora estaba a sus espaldas, ella no quería dejar de ver el espejo, sabía que si lo hacía no podría ver lo que sucedería. Por lo que no le importaba tenerla detrás de sí.

Como si de un ser humano se tratara, aquella sombra alzó una mano, esa que había permanecido en la oscuridad, ocultando si verdadera figura. Esta se posó sobre el hombro de Emily, causándole un dolor espantoso, haciéndola chillar.

—Eres nuestra —dijo una voz tenebrosa en su oído.

—Yo… yo… yo no soy de nadie —habló entre el llanto.

—Eres nuestra —susurró de nuevo.

La oscuridad la estaba tocando, ella se dio por perdida y entre llantos y gritos de dolor y miedo, decía:

—Ayúdenme.

La perilla de la puerta de la cocina estaba haciendo ruido, pero no era capaz de distinguir nada, la penumbra la estaba haciendo suya y el dolor de sus heridas era insoportable.

—¡Emily! —gritaban desde fuera y ella conocía esa voz.

—¡Ayúdame! —contestó con lamentos y dolor— ¡hay una llave!

Mientras la chica trataba de aguantar, porque ahora tenía una esperanza, aquella persona buscaba entre los adornos de jardín, la llave.

«Siempre has querido morir, ¿por qué no te dejas ir?» —se preguntaba entre su llanto— «Si me dejo ir… no veré de nuevo a Charlie, él no está en ese sitio» —se contestó a sí misma.

—¡Emily! —dijo Fernando con gran preocupación, tomándola en sus brazos.

—Yo… ¿l-lo viste? —habló entre sollozos, viendo cómo la oscuridad se estaba yendo, pero entre esta, pudo ver cientos de ojos con llamas.

—¿De qué hablas? —preguntó confundido— Vamos.

Con esta palabra la llevó a la parte trasera de la casa y fue por su auto para llevarla al hospital. Antes de salir le pidió su celular y ella se lo entregó. Durante el camino, mientras el llamaba al padre, Emily se desmayó, había perdido demasiada sangre, antes que él llegara y colocara un torniquete para evitar que saliera más.

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