Capítulo II
*Emilia*
Estaba perdida en algún lugar desconocido, rodeada de árboles de diferentes tamaños, un frío helado acariciaba mi piel, causando que la misma se erizara con su leve roce. El sitio estaba desolado, la luna estaba en su punto más alto, iluminando mi campo visual, era capaz de percibir cada uno de los espacios que me rodeaban. Sin embargo, había algo que de cierta forma me perturbaba, a pesar de ser luna llena y que en su inmensidad era capaz de iluminar todo a su paso, en aquel bosque había un tramo donde la luz no era capaz de entrar, la niebla se había apoderado de aquel oscuro rincón.
A pesar de lo perturbada que me sentía por ello, un tipo de energía me atraía hacia ahí, pero tenía la sensación que dentro de la penumbra se encontraba algo que con detenimiento me observaba, por lo que era incapaz de acercarme.
De forma inesperada, las nubes se esparcieron como plaga sobre el manto azul donde las estrellas parecían pequeños diamantes incrustados, cubriendo la luz que la luna regalaba, la oscuridad se estaba apoderando de aquel sitio y mis piernas no reaccionaban ante mis intentos por moverme en alguna dirección en busca de refugio.
Una voz en mi interior me repetía con insistencia y desesperación «No te quedes sola» «Que no te atrape la oscuridad» No tenía sentido, ya estaba sola ¿no? Mis piernas seguían sin funcionar, no sabía qué hacer, ni a dónde ir. Comencé a visualizar todos los lugares a los que podrí correr, fuera norte o sur, sólo habían árboles; a mis costados, árboles, más árboles, las nubes negras estaban por cubrir en su totalidad la luna.
La sensación de ser observada me aterraba más, sabía que aquello estaba más cerca de mí, ahora que la oscuridad estaba reinando en el lugar, eso tenía la opción de acercarse más a mí. Di uno, dos, hasta tres tirones a mis piernas, pero no se movían, estaba asustada. Entonces, vi algo relucir con la poca luz que aún llegaba a mí, en mi muñeca se encontraba el brazalete de plata que Carlos solía llevar, papá me lo había entregado cuando estábamos en su sepelio.
Esperanzada a que de alguna manera, aquella pesadilla acabara, elevé mi mano hasta el pecho, acariciando con los dedos de la otra, el dije con el que contaba el brazalete. Se trataba de un lobo, Carlos siempre había sido aficionado y amante de los lobos, tanto que había soñado en algún momento poder tener uno. Las lágrimas comenzaron a brotar por mis mejillas, había perdido toda pizca de esperanza y me estaba rindiendo, no halaba mis piernas.
La oscuridad reinó en el lugar, cientos de ideas vinieron a mi mente, pero fueron evaporadas cuando algo rozó mi brazo, una y otra vez en ambos brazos. Era algo tan ligero como el viento, pero sí podía sentir el contacto de algo que ¿existía? Hasta entonces había mantenido los ojos cerrados, sin intención de abrirlos, pero ante el toque me fue inevitable no hacerlo.
Comencé a acostumbrarme a la penumbra, no se veía nada más que una niebla pesada, que avanzaba lentamente en mi dirección, por todos lados, parecía que estuviera en un cubo que había permitido siguiera fuera de ella, pero esta seguía aproximándose, sin detenerse.
Al aclararse mi campo visual, los vi, no sabía de qué se trataba, eran decenas de pequeñas y escurridizas sombras, sin forma exacta, unas flotaban, otras se arrastraban sobre el suelo, ¿qué diablos era eso? Entonces, nuevamente sentí el toque de algo sobre mis brazos, y pude ver que se trataba de esos seres a los que yo no les encontraba forma alguna.
La niebla seguía acercándose, quizás dos metros eran los que faltaban para que pudiera atraparme, mis piernas inservibles no ayudaban, y aún si lo hicieran ¿a dónde iría? Estaba atrapada, no hice más que acomodarme en el sitio, logrando que mis piernas cedieran para colocarme de cuclillas, -vaya estupidez- no podía huír, pero si entregarme al vacío, a la nada, a lo desconocido.
Tal como se decía que el mar se partió en dos, permitiéndoles pasar en medio del agua, así se dividió aquella neblina, deteniendo su paso poco antes de tocarme. El camino que se abrió era oscuro, más que todo lo que me había rodeado anteriormente, el silencio era sepulcral, de manera que pude escuchar unos pasos sobre el llano.
Una luz cegadora inundó el lugar, en menos de lo que dura un parpadeo, la oscuridad se había desvanecido por completo, mis ojos estaban sensibles ante la iluminación que ahora había, los pequeños seres que se arrastraban, habían desaparecido, la sensacion de ser observada seguía ahí. Temía voltear hacia la dirección de donde creía venía la mirada, sin embargo, con timidez y miedo, lo hice.
Mis piernas cedieron tan fácilmente que de inmeditado me puse de pie, ahí estaba, era él. Cuánto tiempo había pasado desde la última vez, ¿cinco meses? ¿Tan pronto pasó el tiempo? Claro, pero en aquella ocasión, no estaba de pie, sino postrado en una cama de nuestta antigua casa.
- ¡Carlos! -exclamé con emoción, tristeza y lágrimas en mi rostro-
Él no se movió de su sitio, sólo me regaló una limpia, pura y tímida sonrisa, nada característico de él, siempre era arrogante, egocéntrico y nada sonriente. Caminé aproximándome a él, pero su pequeña sonrisa se desvaneció, la tristeza se apoderó de su semblante.
- Detente -dijo quedo-
- ¿Por qué? Te extraño Charlie -dije sorprendida ante su actitud, nunca fuimos cercanos, ni cariñosos, pero me dolía su distancia-
- También te extraño Lia, -solía decirme Lia, no Emi, como todos lo hacían-, pero no puedes acercarte.
- Quiero abrazarte, mamá me ha abandonado.
- Siempre nos abandonó, Lia -ahora estaba serio-
- Y papá, él -dije sollozando-
- Está solo, igual que tú, igual que yo.
- Déjame ir contigo -dije-
- No, no es momento, es hora de que te vayas -dijo mientras ponía más distancia entre nosotros-
- No quiero irme -lloré nuevamente-
- Adiós Lia, nos vemos luego...
Tan blanca, tan pura, esa era la esfera donde me encontraba, no habían árboles, nada, sólo yo. Corrí hacia donde había estado mi hermano, pero no quedaban rastros de él, quebrada en llanto me dejé caer al suelo, una ligera molestia me alteró y me moví del sitio, era una cadena, con el mismo dije que tenía en su brazalete. Inmediatamente alcé mi muñeca y ahí esta aún, tomé la cadena y los comparé, eran idénticos, ¿por qué? ¿Qué era esto? Un fuerte rayo de luz me aturdió y ya no había nada...
Sobresaltada me senté en la cama, mis mejillas estaban húmedas, mis piernas pesaban, podría ser seña de todas las veces que hale de ellas y lo que había corrido para alcanzar a Carlos. Pero, ¿todo fue un sueño? Claro, seguro mis piernas se habían cansado de estar en cama.
Ese pensamiento se desvaneció al darme cuenta que el brazalete de Carlos estaba en mi muñeca, nunca lo traía conmigo de esa manera, siempre iba en las llaves de casa, de las que nunca me despegaba. ¿Era una mala broma por parte de mamá? Revisé la hora en el reloj de la mesa de noche, eran las 2:00 de la mañana, seguro ella no había vuelto aún.
Me recosté nuevamente y llevé mis manos a mi pecho, estaba ahí, la cadena con el dije. Me puse de pie y me observé en el espejo, me veía fatal, las ojeras rodeaban mis ojos de forma tan notoria, parecía un mapache y los ojos rojos, parecía que había llorado por horas. Mi cuerpo era un asco, estaba destruida, los pequeños reflejos de la cadena y el brazalete sobresalían,
- Carlos... -dije en susurro- te extraño, idiota.
El viento sopló y tal como yo lo había hecho en un susurro -también te extraño, tonta- ¿cómo fue posible? Las ventanas y puerta de mi habitación estaban cerradas, pero era él... las lágrimas inundaron mis ojos y me desvanecí justo ahí, llorando y suplicando que él volviera, pero era imposible...
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¡Hola! Bueno, paso a saludar y darle sun aviso, dejaré un capítulo más :3 ya que... he tenido unos inconvenientes y no sabía qué tan pronto podría subir el siguiente, así que se los dejo <3
Agradecería dejaran sus votos/comentarios ❤
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