»Capítulo 10.
Hubiera caído desmayado como era típico en mí cada vez que el estrés subía hasta mi nuca y presionaba mi cerebro al punto de que mis oídos zumbaran. Pero en vez de eso me incliné hacía Roy y con un acento de terrible angustia, murmuré:
— ¿Te puedes levantar?
—Me duele —dijo, apretando los ojos.
—Sí, me lo imagino —respondí, apurado viendo hacía el bosque, esperando ver a los Nazis en cualquier momento—. Vamos, arriba, podemos llegar al refugio.
—Edgar, creo que... Creo que...
—Cállate —de forma brusca tomé el brazo sano de Roy y comencé a tirar de él; pero era inútil. Roy no cooperaba.
—Roy, vamos a morir sí no mueves tú trasero.
—De todas formas, he de morir...Huye, sálvate tú.
Buen chiste, Roy. Muy buen chiste.
Una parte de mí comenzó a resignarse a morir acribillada ahí, pero más del setenta por ciento de mi cuerpo odiaba en aquel momento a Roy Williams. Tenía herido el brazo, sí, pero no el espíritu, y mucho menos las malditas piernas. Podría correr pero, ¿De que serviría? El chico enclenque era quien me mantenía atado a la vida.
Sin embargo, el destino al parecer ya satisfecho de habernos hecho sufrir por tanto, nos envió ayuda. Bertie apareció justo cuando los alemanes se oían a menos de medio minuto de camino.
— ¡Rápido, al hoyo! —susurró gritando, si es que eso puede ser posible.
—Pero, Roy...
— ¡Muévete!
Lo obedecí. Corrí la distancia que faltaba y me barrí en la tierra entrando en aquel hueco, golpeándome en el intento. Me acomodé lo mejor que pude para así dejar espacio para ellos. Al ver la escena, vi a Bertie corriendo hacia mí con Roy en brazos. Observé que la sangre del rubio manchaba el uniforme de él.
Y fue en aquel momento crítico cuando comencé a entender la presencia de Bertie en mi vida, y me refiero a la presencia física. Porque yo jamás habría podido cargar el peso de Roy, más que por falta de fuerza, por los temblores que acarreaban a mis extremidades debido a los nervios. No sabía mantener la cabeza fría en aquellas situaciones, cosa, que era muy estúpida de mi parte.
Cuando Bertie se colocó frente a mí, dejó el cuerpo de Roy en la entrada, y siseó:
—Acomódalo. Te cuido desde el otro lado.
Asentí, sin saber muy bien que significaba "Te cuido desde el otro lado". Sin tiempo que perder tomé el cuerpo de Roy y tiré de él hasta colocarlo junto a mí. Nadie podría decir que estábamos ahí.
—No respires, y cúbrete la boca y nariz con las manos —le susurré muy quedo al oído cuando escuché pisadas cercanas.
Roy asintió. Bajé mi mano hacía el fondo del escondite y tomé mi rifle. Aunque no sabía dispararlo, sabía que podía desde aquella ventajosa posición acertar, ya que serían disparos a quemarropa.
Vi una bota en escena y de inmediato me puse tieso. Silencio fue lo que ordené a todas las partes de mi cuerpo, contuve la respiración, pero a pesar de todos mis esfuerzos mi mente era una enorme orquesta de pensamientos, y tenía miedo. Miedo de que aquellos seres inhumanos pudieran leer o escuchar las mentes agobiadas por el terror y la angustia.
—Al parecer —dijo uno de ellos en alemán—. Se los ha tragado la tierra.
— ¡No puede ser! Yo mismo le di a uno.
—Podría haber sido una visión, comandante.
De pronto, el tipo al que parecían llamar comandante se acercó a aquel soldado, quien al ver la proximidad de su oficial al mando se irguió todo lo que pudo y se tensó.
— ¿Me acaba de llamar loco, soldado? —vociferó.
—No, no señor —respondió éste, con voz firme.
—Ahora, ¿Mentiroso?
—No, comandante, sólo hice una obs...
El alemán apuntó su magnum a la frente del soldado y disparó sin previo aviso. El chico rubio cayó contra la tierra del bosque con el cráneo partido. Los otros cinco se limitaron a observar la escena.
—Iremos hacia allá —apuntó, gracias al cielo, en dirección contraria a la que habían escapado todos—. No deben de estar muy lejos. Me traerán sus cabezas, o morirán en el intento —su voz sonaba como rugido en aquel solitario bosque—. ¿Me entendieron?
— ¡Sí, señor comandante! —Y sin más, los soldados alemanes salieron corriendo en nuestra caza, guiados por el feroz oficial.
En aquel momento, cerré los ojos y solté un suspiro lleno de gran tranquilidad. Quizás podría vivir un día más, y le agradecí a Dios por ser tan bueno. Sin embargo, Roy me sacó de mi meditación.
—Ed...Edgar.
— ¿Sí?
—Me...Me duele.
—Supongo —respondí seco. Aún tenía cierto enfado con él debido a haberse rendido cuando vio la bala en su hombro—. Venga, salgamos.
Salí del escondite con lentitud (Me había visto suficientes películas de la segunda guerra mundial, y siempre descubrían a los judíos en sus escondites justo cuando todo parecía estar bien) Y después de cerciorarme, me puse en pie y me sacudí. Después tomé a Roy del brazo sano y lo arrastré hacía afuera; la noche estaba por caer, el ocaso había vuelto el lugar frío y duro, las hojas de los árboles se agitaban con cierta violencia, pero no había ningún nubarrón en aquel cielo cubierto por las copas de los árboles, por lo que descarté alguna tormenta.
—Los confundieron, al parecer —dijo Bertie, quién señaló muy ligeramente al chico nazi que yacía muerto.
—Lo malo de contradecir a un alemán —respondí.
—Es por eso que nosotros nos vamos con los ingleses. Ellos tienen un Rey tartamudo muy amable, y un primer ministro bastante hábil —Bertie habló, inclinándose junto a Roy. Vi como éste le colocaba un pañuelo y formaba un torniquete alrededor de la herida. Después lo cargó en brazos con cuidado de no lastimarlo.
—Ea, Bertie...Dime que no es tan malo —señalé la herida del hombro.
—Se ha desangrado un poco —se encogió de hombros, caminando—. Creo que en el equipo habrá buenos médicos... Y sí no, me han dicho que morir no es tan malo.
—Ja. Ja. Ja. —le fulminé con la mirada mientras caminábamos en medio del día ya casi declinado.
Bertie me sonrió. Es el tipo de sonrisa que detestaba. La sonrisa burlona en momentos críticos. Me parecía un poco ofensiva, y sí fuera más agresivo, le habría quitado la sonrisa con un bofetón. Sin embargo, en calidad de ángel guardián, suponía que tenía una posición ventajosa sobre mi persona, por lo que acallé mis molestias y me resigné a patear contra mí mismo.
Caminamos por espacio de una hora, ente hierbas, piedras, roedores, ruidos extraños y un silencio sepulcral, que de haber ido yo solo, habría terminado tembloroso debajo de alguno de los árboles cual Blanca Nieves huyendo de su cazador.
— ¡Bien! —dijo Bertie, deteniéndose un momento. Roy permanecía con los ojos cerrados, parecía dormir.
— ¿Qué ocurre? —pregunté.
—A menos de veinte pasos está el campamento improvisado.
— ¿Cómo lo sabes?
— ¿Cómo sé yo todo? —me guiñó un ojo y continuó caminando—. Muévete. Oscurecerá y no podemos estar en un lugar donde puedan encontrarnos...
— ¿Los nazis?
—Oh, no sólo los nazis —contrajo sus hombros—. También hay bandidos, judíos desesperados que al verte te querrán matar...
— ¿Por qué harían algo así?
—Los bandidos querrán tú ropa y tus cosas para venderlas en el mercado negro y conseguir pan duro. Los judíos harán lo mismo, y sí están en una situación muy difícil... Te podrían comer.
Tragué saliva. Recordé una película donde el protagonista era judío y se comían a uno de sus familiares. Negué con la cabeza sintiendo nauseas en mi estómago al imaginarme una familia comiendo carne humana. Me regañé de forma mental y seguí andando junto a Bertie, el cual tenía razón, y llegamos a una pequeña hoguera, pero no había nadie.
—Qué raro —murmuré. Y de forma instantánea mi fantasía colocó imágenes pre fabricadas de personas comiéndose al teniente, a Griffin...
— ¡Alto! ¡No den un paso más o les volamos los sesos! —reconocí la voz de James Carter y solté un suspiro; por la oscuridad no habían logrado reconocernos y se habían ocultado temiendo que fuéramos alemanes.
— ¡No disparen! —Gritó Bertie—. ¡Somos soldados ingleses!
— ¡Nombres! —exigió Carter.
—Edgar Rivas, Roy Williams, y Albert Johnson —dijo Bertie con su pausada y tranquila voz que aseguraba a todo aquel que la escuchara que todo iría bien—. Tenemos un herido, les pedimos por favor atención inmediata para él.
—De acuerdo.
Y detrás de todos los árboles salieron los sobrevivientes a la masacre; el capitán Villiers un poco más demacrado pero con la misma fuerza y astucia en su rostro; James Carter tenía una herida en la sien y permanecía tranquilo; Tanner Griffin impecable y viendo con cierta sorna lo que había a su alrededor; Adam Peters que no emanaba ninguna emoción, y por último, dos chicas; la primera tenía la cara manchada de lodo, pero la segunda la tenía limpia y a excepción del cabello despeinado, podía pasarse por una persona que no acababa de escapar de la muerte. Conocía su nombre y era Helena Dickens.
—Informes, soldados —el capitán se nos acercó, bajando el rifle.
—Hemos escapado de los alemanes milagrosamente, señor —musité, dando un paso al frente—. Sin embargo, mi compañero fue herido en medio de la carrera.
—Señoritas —al instante, las enfermeras se acercaron a Bertie que siguió las instrucciones de ellas y comenzaron a auxiliar a Roy. El capitán me miró de nuevo—. ¿Y que ha sido de la tropa Alemana que les perseguían?
—Han ido en dirección contraria a buscarnos, señor.
—Excelente —dijo, sonriendo—, muy bien, eso nos da tiempo, pero no demasiado —el capitán me dio una palmada en el hombro—. Descanse soldado.
Asentí. Él se alejó y su imponente presencia dejó de ponerme nervioso. Observé a Bertie arrodillado junto a las chicas y Roy en medio. No dudé un instante y me acerqué a ver cómo iba la cosa.
—Extraeremos la bala de tú cuerpo —le explicaba con voz dulce Helena, a la vez que inyectaba su brazo sano, quizá era morfina—. Poco a poco te dormirás, quizá duela, pero como eres un soldado valiente, sé que no tendrás ningún problema con ello, ¿cierto?
—Creo...
—Bien —ella giró su mirada de pronto a mí, y me sentí cohibido—. Por favor, ¿no podría colocarle un pañuelo a su amigo? Para que se desahogue y no grite demasiado fuerte.
—C-Claro... —respondí, tomando un pañuelo que cargaba en mi bolsillo. Me acerqué a Roy y le tapé la boca.
—Bien, ahora procederemos... —Helena tomó varios instrumentos de un maletín, pero yo no veía su labor, sino que de nuevo, la miraba a ella.
La operación fue sin duda, sangrienta; la bala había tomado una trayectoria bastante extraña por lo que encontrarla fue el suplicio para las enfermeras y el calvario de Roy. Sin embargo, gracias al torniquete que Bertie había improvisado en su herida la pérdida de sangre sólo se dio durante la operación. Una vez la bala estuvo fuera, se procedió a coser y limpiar a fondo la piel para evitar cualquier infección.
Al final, Roy terminó dormido y sudoroso debido al esfuerzo. Quizás si no hubiera sido por el paño, habría acabado despertando a los vecinos del país que estaba junto a Holanda, antes de que la morfina hiciera efecto.
Helena recogió su instrumental ayudada por la otra enfermera. Bertie arropó a Roy con una manta que había llevado en su mochila, y yo miraba a la enfermera de ojos azules y cabellos rubios.
Ella elevó su vista y nuestros ojos se toparon un instante. Pero no ocurrió nada más, debido a que el capitán Villiers apareció después de haber platicado arduamente con el teniente.
—Soldados... Descansaremos ésta noche. Nos turnaremos para cuidarnos las espaldas, y mañana por la mañana caminaremos hasta dar con alguna población y enterarnos donde estamos exactamente —explicaba moviéndose de un lado a otro—. En alguna ciudad procederemos a deshacernos de los uniformes ya que sería una sentencia de muerte portarlos en ciudades infestadas de alemanes. Intentaremos pasar como campesinos y encontrar algún tipo de ayuda o ayudar.
— ¿Por qué no nos vamos al campamento? —preguntó Griffin.
—Porque a estas horas el campamento debe ser historia —respondió el capitán, y unos segundos después habló con voz más ronca: —. A éstas horas, nosotros debemos ser los únicos sobrevivientes de éste cataclismo.
— ¿Y que sigue después de pasar como campesinos? —inquirió Carter.
El capitán, con el rostro lívido y sudoroso, respondió:
—Lo que Dios mande.
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