Culpa de la herencia
—¿Estás bien? —preguntó el hombre.
—Sí, muy bien... sólo... —escuchaste sus pasos acercándose.
—¡NO! —te paraste de golpe, yendo al extremo de la sala.
—¿Segura que estás bien? —su tono de voz parecía preocupado.
Te apoyaste en la pared, dándole la espalda intentando controlarte todo lo posible. Las noches son las mismas desde el día de tu cumpleaños, la batalla contra tu instinto es muy dura; no podrás aguantar por mucho tiempo más, estás a punto de salir corriendo por la puerta a pesar del mal tiempo, a beber la sangre de algún otro inocente. Tienes un buen corazón, pero llevas la sangre de un demonio, de un monstruo sediento. A pesar de que en los demás aspectos es más fuerte la sangre del licántropo; por las noches, el vampiro que llevas dentro lucha por controlarte a toda costa. Volviste a sentir que Slenderman se acercaba.
—Por favor... no te acerques... —suplicaste; ya estabas temblando por lo difícil que era atajar el impulso.
—¿Por qué? —no hizo mucho caso a lo que le dijiste, y siguió acercándose despacio.
—¡MALDICION! ¡QUE NO TE ACERQUES! ¡¿NO TE DAS CUENTA EL ESFUERZO QUE ESTOY HACIENDO PARA NO MORDERTE?! —gritaste y de inmediato tapaste tu boca con ambas manos, volteando hacia él.
No podías creer que se lo habías dicho. Estabas tan avergonzada que si pudieras, morirías ahí mismo. Estabas completamente sonrojada, y Slender, al parecer no le dio mucha importancia.
—Si eso es lo que te tiene tan mal, adelante. Puedes beber mi sangre.
—¿Qué? ¿E-en serio?
—Vamos, acepta antes de que las cosas se salgan de tu control.
Él se volvió a sentar en el sofá, y comenzó a sacarse la chaqueta negra, luego su corbata roja, y por último su camisa blanca, dejando al descubierto su delgado pero bien marcado torso. Eso era lo de menos, lo único que llamaba tu atención era su cuello; más largo que el de una persona normal. Podías sentir cómo corría la sangre por esa parte de su cuerpo; era lo único que te importaba en ese momento. Te acercaste despacio, haciendo el esfuerzo de no saltarle encima como un león ataca a su presa. Te sentaste a su regazo y lentamente, acercaste tu boca a su cuello, hasta incrustar tus colmillos en él. Te apoyaste en sus hombros mientras succionabas su sangre. Escuchaste un pequeño quejido de su parte, no le diste mucha importancia.
Ahora entendías perfectamente porqué te atraía tanto su aroma. Su sangre era como un elixir, simplemente no podías describir lo mucho que estabas disfrutando su sabor en ese momento. No fue necesario beber mucho, unos cuantos tragos fueron más que suficiente para saciarte. No era como en el caso de cuando bebías la sangre de una persona, era totalmente diferente. Definitivamente, si él te dejaba, ésta iba a ser tu droga.
Al sacar tus colmillos, lamiste los pequeños orificios que dejaste en su cuello para limpiarlos. Una vez saciada tus colmillos se volvieron a ocultar. Escuchaste un gemido ronco que provenía de la garganta de quien estabas lamiendo. Recién ahí volviste a la realidad, dándote cuenta de lo que estaba pasando, haciéndote sonrojar por completo.
—Y-yo... eh... ¿estás bien? —fue todo lo que pudiste articular.
No dijo nada, pero la sonrisa en su rostro creció más. Se quedaron así por un buen rato, sin decir nada más. Si no fuera por esa sonrisa, no tendrías la más mínima idea de qué estaba pensando, o lo que le estaba pasando; si seguía consciente o si ya se había desmayado hace rato. Es muy difícil descifrarlo debido a que no tiene rostro.
Comenzaste a sentir un fuerte ardor en tu entrepierna. Sabías perfectamente qué significaba, ¿pero por qué en este momento? Sólo querías beber su sangre, eso era todo ¿o no?
De un momento a otro no era sólo tu entrepierna. Sentías un gran cosquilleo en tu estómago, y también sentías caliente tu pecho. ¿Qué te estaba pasando? No te reconocías a ti misma. Nunca tuviste ganas de eso, y ahora, inconscientemente te estabas muriendo de ganas por algo más que un simple beso. Tu corazón comenzó a latir a mil por hora, agitándote por completo la respiración. Tenías calor, muchísimo calor, estabas ardiendo por dentro.
Estabas completamente consciente de que te encontrabas sentada encima de Slender, pero ese contacto físico ya no era suficiente. Una parte de tu cordura se fue al beber su sangre. Si estuvieras dentro de tus cabales, jamás te encontrarías en una situación como ésta. Si fueras normal, no le darías paso al instinto animal que estaba despertando en tu interior, pidiéndote a gritos que tomes la iniciativa.
Slender no dejaba de "mirarte", lo que provocaba que te sonrojes aún más. Se dio cuenta perfectamente de lo que te estaba pasando, y no dudó ni un segundo en aprovecharlo. Subió sus manos despacio por tu espalda, alzando la remera que tenías puesta. Era un monstruo sin piedad, provocándote de esa manera. Tan frío, pero tenía tu cuerpo en sus garras. Esta vez, no tenías escapatoria alguna.
Bajaste tus manos hasta su pecho, haciendo que su sonrisa se ensanche más. Definitivamente, estabas maldita, igual que él. Te inclinaste más hacia él para besarlo de manera lasciva; estabas devorándolo no sólo con los labios, sino también con la mirada ¿qué haría él si pudiera mostrar alguna expresión? Seguramente estaría complacido. Su larga lengua se abrió paso en tu boca, recorriendo cada parte de ella. Tu corazón ya se ha ido, ésta es la oportunidad que Slender estaba esperando. En verdad es un inhumano.
Su beso te estaba hechizando por completo. Aunque no querías admitirlo, te estaba encantando el sabor de sus labios; fríos y sutiles a la vez. De tanto en tanto mordías sus labios, haciéndole saber que te gustaba cómo te besaba. Eres una lujuriosa, igual que él; ninguno de los dos se salva. Con tus manos lo empujaste para que se recueste por completo sobre el sofá, acomodándote mejor sobre él para poder seguir besándolo.
Después de varios minutos cortaste el largo beso, porque la ropa ya te estaba molestando. Sin pensarlo dos veces te sacaste la remera que tenías puesta y tu brasier; dejando tu pecho expuesto para él. Seguro que si tuviera rostro, te estaría mirando de la misma manera que lo hacías tú. El calor en tu vientre y en tu entrepierna era cada vez más fuerte, haciéndote querer tocarlo más.
De nuevo acariciaste su torso, bajando suavemente tus manos hasta su estómago, y volviéndolas a subir hasta dejar ambas manos sobre sus pezones, donde apretaste fuerte, haciéndolo gemir más fuerte que cuando le lamiste el cuello. Ahora quien sonreía eras tú. En un segundo puso su mano sobre la parte de atrás de tu cabeza, empujándote hacia él de manera brusca para volver a besarte más intensamente que antes. De tanto en tanto masajeabas su pecho; sabías que le gustaba y querías complacerlo. Era imposible que fueras la única que estaba tan deseosa. Esta vez, él estaba consiguiendo hacerte jadear por la forma en que te besaba, apenas te dejaba respirar, teniendo que cortar el beso en busca de aire.
Bajaste tus labios por el lado derecho de su cuello, besándolo suavemente, y comenzaste a subir por el otro lado, esta vez lamiéndolo; hasta llegar donde se supone que estaría su oreja. Si pudiera, seguro que se le erizaba la piel. Con cada movimiento que hacías, lo estabas excitando cada vez más, y lo sabías.
Dejó de recostarse, acercándose más a ti, volviéndote a besar. Abrazaste fuerte su espalda y él te agarró fuerte de la cintura, acercando más tu cuerpo al suyo. Subió sus manos por tu espalda, erizándote la piel, y haciéndote gemir un poco. Presionó todo tu cuerpo contra el suyo, sintiendo el roce de tus pechos con su torso, haciéndote gemir más fuerte. El calor en tu interior creció drásticamente, haciéndote sudar.
Sus labios comenzaron a bajar por tu cuello, lamiéndolo y mordisqueándolo a medida que bajaba, provocando que gimieras cada vez más fuerte. Llegó a tus pechos, y mordió suavemente la punta de tu seno derecho, luego volvió a pasar su lengua por él. De esa manera iba a lograr que te vuelvas loca en cualquier momento. Mandaste tu cabeza hacia atrás, agarrándote tus propios hombros mientras él seguía jugando con tus pechos. Te hacía sentir bastante bien, y no querías que pare. Después de un rato siguió bajando, hasta llegar a tu estómago. Ahí tomaste su rostro en tus manos para volver a besarlo.
Sujetó fuerte tu cuerpo contra el suyo y te tiró al piso, sobre la alfombra, colocándose encima de ti. Desprendió tu pantalón y lo arrebató de tu cuerpo, lo mismo hizo con las bragas, quedándote completamente desnuda. Volvió a besarte y su mano comenzó a acariciar tu entrepierna, provocándote más gemidos que antes.
Volviste a colocar tus manos sobre su pecho, haciéndole gemir también a él. Estabas completamente entregada a ese ser, que por más que no sea humano, conoce perfectamente el cuerpo de uno, tocándote donde más placer te podía provocar. Su mano bajó un poco más, introduciendo dos dedos en tu interior, sacándolos y volviéndolos a meter. El calor que pareció apaciguarse hace unos momentos, volvió a encenderse más. Gemías sin parar hasta alcanzar el primer orgasmo, sintiendo cómo tus fluidos caían sobre sus dedos.
Era vergonzoso, pero te gustaba mucho esa sensación. Él, con esa sonrisa característica, se lamió los dedos, limpiando alrededor de sus labios con su propia lengua. Sin dudar, llevó su lengua a tu entrepierna, lamiendo con ímpetu todo rastro de tus fluidos, mientras acariciaba tus muslos. En el momento en que sentiste su lengua, de nuevo cada célula de tu cuerpo se encendió, sintiendo una vez más un gran placer por todo tu cuerpo.
Adiós vergüenza. Pedías a gritos que no se detenga, que siguiera sin parar. Acató tu pedido mientras masajeaba fuertemente tus pechos con ambas manos. Entre gritos de placer, llegaste al segundo orgasmo, y esta vez, Slender recibió gustosamente tus fluidos en su boca.
Jadeando, te acercaste para volverlo a besar. Bajaste tus manos hasta su pantalón para desprenderlo, y él te ayudó a sacárselo rápidamente, quedando ambos completamente desnudos. Volviste a recostarte en la alfombra, mientras Slender parecía contemplarte. Se quedó mirándote durante un minuto, que a ti te pareció una hora. Querías decirle algo, pero dejaste que haga lo que quiera, si eso lo hacía feliz, que admire tu cuerpo todo lo que quiera. Le sonreíste dándole a entender que sabías lo que estaba haciendo, y él correspondió el gesto. Abrió tus piernas para introducirse en tu interior. Cuando sintieron el contacto del otro, ambos dejaron escapar un gemido de placer en un gran suspiro. Te encantaba esa sensación de tenerlo dentro tuyo, y sabías que a él también. Juntó sus manos con las tuyas y las apoyó en la alfombra al nivel de tu cabeza. Volvió a besar tus labios antes de comenzar a moverse de manera salvaje, embistiéndote con fuerza y sin piedad.
Cada vez que sus caderas chocaban, sentías una especie de corriente eléctrica recorriendo todo tu cuerpo. A medida que los segundos pasaban, aceleraba más el ritmo de sus embestidas, provocando que el roce de sus partes se vuelva más excitante. Tú no dejabas de gritar, pidiendo más, haciéndole saber que te gustaba mucho cómo lo hacía.
La resistencia de ese ser no es normal. Los minutos pasaban y él no mostraba señal alguna de cansancio, siguió manteniendo el mismo ritmo enérgico, y eso te encantaba. Pues tus ganas de sexo tampoco eran normales, pero tú no tenías la culpa.
Sus cuerpos siguieron moviéndose de manera sincronizada por varios minutos más. Estabas empapada en sudor y comenzaste a sentir un poco los efectos del cansancio, sin dejar de decirle cuánto te gustaba lo que él estaba haciendo. Llegó un momento en que se te dificultó más la respiración, y tus músculos comenzaron a contraerse involuntariamente. Una vez más sentiste una especie de cosquilleo en tu vientre, concentrándose allí todo el placer; alcanzaste el tercer orgasmo. Al mismo tiempo, Slender dejó salir de su boca una especie de gruñido ronco, señal de que él también alcanzó el orgasmo. Dejó de moverse sin salir de ti, y pudiste sentir un líquido en tu interior.
Se inclinó hacia ti para besarte una vez más, esta vez de manera muy dulce. Salió de tu interior y se recostó a tu lado, con una gran sonrisa de satisfacción en sus labios. Te acercaste más a él, recostando tu cabeza en su hombro, y tu brazo rodeando su cintura. Él también rodeó tu cintura con un brazo. Se quedaron así, en silencio, abrazados, el resto de la noche.
Al ponerte a pensar en lo que sucedió, no podías saber qué pasaba por la cabeza de Slender. ¿Acaso estaba interesado en ti o simplemente siguió su instinto? No podías decir que eso pasó por amor, ¿o sí? Más bien, sólo fue algo pasional, o eso es lo que quieres creer. ¿Puede haber algo más detrás de todo esto? La verdad era que sentías algo de aprecio por él, ya que fue el único que estuvo a tu lado en estos días tan críticos para ti. Si no le tenías tanta confianza, nada de esto hubiera pasado.
Después recordaste lo que Ayesha te dijo en sueños: «Tuviste suerte de encontrar a alguien, no estás sola» ¿Se refería a Slender? Tal vez... ¿Puedes creer que exista esa posibilidad? Pues no sería ilógico, ya que todo lo que te ha pasado en estos días es peor.
No importa por qué sucedió, lo único que sabes es que no te sientes mal por lo que hiciste. Si fuera un pecado, pues ambos están más que condenados. Pero eso no es posible, porque ya de por sí tu existencia está maldita. A pesar de pensar así, no pudiste aguantarte la curiosidad.
—Slender... ¿por qué me ayudaste tanto hasta ahora?
Volteó su rostro hacia ti, volviendo a sonreír. Se quedó en silencio por un momento.
—Porque tú no eres tan diferente a mí.
En eso tenía toda la razón.
—¿Por qué no intentaste matarme antes de saber lo que soy?
—Claro que lo intenté, pero tu despertar no estaba en mis planes...
Bueno, eso es comprensible.
—Y ahora... ¿qué piensas de mí? —no ibas a estar tranquila hasta saberlo.
—Que serías una gran compañera de vida. Después de todo, ahora, sólo nos tenemos nosotros dos.
Otra cosa en la que tenía razón. El precio de la inmortalidad es bastante alto, y si tienes esa maldición, es imposible encontrar alguien con quien compartir ese tiempo. Ayesha tiene razón, tienes suerte de que no estás sola.
Al verte sonreír de nuevo, te volvió a besar, aclarando tus dudas. A lo mejor los dos sean unos malditos monstruos, pero como te dijo Ayesha, para el amor no hay barreras.
Slender, ahora más que nunca sabía que eras tú por quien esperó tanto tiempo. Será el destino o lo que sea, pero los dos tienen la suerte de haberse encontrado en esta vida.
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