56. Elián

La anciana dijo que hace más de un día un muchacho entró por la puerta de Hilda's. Se sentó y ordenó comida como para un batallón.

Esa fue la primera pista.

Iván siempre tenía hambre, o eso te hacía pensar.

Recuerdo que una vez, hace un par de años, me había corrido de una pelea y tomado mi lugar para que no saliera lastimado. Terminó ensangrentado y magullado. Cuando nos subimos a su auto, sacó un paquete de patatas fritas de la guantera. No le agradecí por nada y me limité a insultarlo por meter sus narices en donde no le correspondía, sin importarme qué tan herido estaba.

—Algún día me lo agradecerás. No quiero que, cuando salgas de esto, porque sé que lo harás, veas constantemente en tu cuerpo las cicatrices de quién fuiste —dijo.

—¿Por qué no te das por vencido de una vez, pedazo de enfermo? No quiero cambiar, no lo haré. No siento culpa cuando te golpean, no creas que involucrándote harás que salga de esto. No me preocupa lo que te pueda ocurrir —espeté.

—Ahora no lo hace, pero en el futuro lo hará —dijo con al boca llena.

Tenía razón.

Ahora sé que se concentraba en comer esas patatas para no pensar en sus dolencias físicas, quejarse o enojarse conmigo. Había intentado eso en el pasado y no funcionaba, así que se tragó cada palabra y se enfocó en ser positivo para ver si eso le resultaba para sacarme de aquel agujero negro.

Luego, Hilda mencionó que ese joven dijo que estaba buscando a alguien. Sacó su billetera y le mostró una foto de él y Salmeé. Me contó que sumó dos más dos y se dio cuenta que ese era el chico del que Pecas tuvo que alejarse, pero no sabía el motivo.

Lo siguiente que vio fue su apellido: Flamcourt, y, seguido de este, Berrycloth.

Yo había dejado de usar el apellido de mi padre hacía tiempo porque odiaba a ese hombre. Tomé como oficial el de mi madre, pero Iván siempre siguió presentándose como Flamcourt.

Hilda vio un ligero parecido entre nosotros y supo que se trataba de hermanos. No pudo descifrar por qué Salmeé me trataba de aquella forma al principio, pero ahora que le conté mi historia, tuvo la corazonada de que fui yo quien le infringió tanto daño.

Eso explica muchas cosas. También genera un millón de preguntas.

¿Por qué permitió que trabajara con ella? ¿Por qué no le contó todo a Hilda desde un principio? ¿Le di lástima? ¿Cómo fue capaz de dejarme dormir en su habitación? ¿Cómo siquiera logró mirarme a los ojos durante tanto tiempo?

¿Por qué no soy capaz de recordarla cuando sí tengo imágenes de mí golpeando a Iván esa noche?

Ahora sé dos cosas: Iván nunca le correspondió a Salmeé por miedo a que terminara involucrada en mis desastres, y por eso ella dijo que ese chico del que tuvo que alejarse nunca la miró como ella lo miraba. Iván la estaba protegiendo del alcance de la explosión que yo era capaz de causar. También sé que el sujeto que estaba con ella, aquella visita de la que Hilda habló, era él.

Es él.

Están juntos, y exactamente por eso estoy entrando al local en este mismo instante.

Tengo tantas cosas que decir.

Tantas cosas por hacer.

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