16. Elián

Hago girar a Hilda hasta que está fuera de la cocina. Espero que no vomite su desayuno por la cantidad de vueltas que la hice dar, ya que yo tendría que limpiarlo.

—¿Qué hay de ti? —Me inclino sobre la isla que nos separa mientras se toma su tiempo con cada plato, taza y cuchara, dedicando a todos la misma meticulosidad y segundos necesarios de limpieza—. ¿Puedo tener esta pieza?

Extiendo una mano para invitarla a mover los pies entre cacerolas y pilas de galletas crudas. En respuesta, arquea una ceja.

—Estoy presionando mi suerte, ¿verdad? —adivino.

—Más de lo usual.

No me mira a los ojos, está concentrada en su labor. Aunque debería dar media vuelta y volver a trabajar, mi naturaleza me dice que insista.

—¿Te gusta bailar?

—Me gustaba.

—¿Y qué ocurrió?

Por un momento lo único que se escucha es el correr del agua. Pregunté con exactitud lo que no tenía que preguntar.

Mi naturaleza apesta.

—Perdí algo. —Frunce el ceño y clava la mirada en el plato entre sus dedos. Su reflejo se ve distorsionado en él y lo contempla como si le fuera ajeno—. El ritmo, quizás.

—El ritmo no es algo que puedas perder, pero sí olvidar.

—Eso solo lo puede decir alguien que jamás lo perdió.

Cierra el grifo, se saca los guantes con calma y los deja en la misma posición y lugar donde estaban. Es muy organizada. Pasa por mi lado aún sin mirarme. Sin pensar extiendo la mano para detenerla porque quiero seguir con la conversación. Mis dedos rozan su piel por primera vez y retrocede, chocando contra la mesada. En sus ojos nace el pánico y retrocedo en el tiempo porque me recuerda a Zoe.

Antes siempre estaba con una chica, pero nunca con una novia. Ella fue lo más parecido a una. Era como un sol al que yo no paraba de eclipsar, pero la asusté antes de dejarla en la completa oscuridad. Esa fue la única ocasión en que ser un monstruo salvó a alguien.

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