Música.

El abuelo de Lauri mejoró un poco, seguía enfermo, pero al día siguiente había amanecido pudiéndose parar de la cama y respirar, aunque su tos seguía siendo bastante molesta. Lauri aprovechó de esa mejora para salir de casa ayudar con el árbol a la familia Risto; aunque en realidad aún tenía pena de ver a Ruth.

Ruth, por otro lado, también salió de su casa temprano; atravesó la calle para llegar a la casa de su vecino y se quedó esperando en sus escaleras.

Lauri caminó hacia la casa de Risto, y al estar cerca vio Ruth; agachó un poco la mirada y siguió caminando hacia ella; mostraba un poco de vergüenza y sus mejillas estaban enrojecidas. Al llegar a Ruth, se sentó a su lado y ambos permanecieron en silencio mirando hacia la calle.

Risto y su familia se encontraban adentro de la casa desayunando. Habían estado tan cansados de acomodar sus pertenencias y del viaje, que se habían despertado tarde. Se encontraban en pijama y en bata, su madre caminó por el pasillo con su taza de café y fue cuando vio a los dos niños esperando afuera. "En qué momento agarre este compromiso", pensó. Avanzó a la cocina a avisarle a su esposo y a su hijo para que así se preparasen para recibir visitas.

Ambos fueron a arreglarse mientras terminaban su desayuno en el camino (Un Sandwich y una malteada), y su madre se dirigió a abrirnos la puerta para poder entrar. Su casa estaba en total silencio, todo estaba impecable como si nunca hubiera sido una casa abandonada. Se veía que la madre de Risto tenía cierta obsesión por el orden y la limpieza. El árbol yacia puesto en la sala, totalmente desnudo, sin adornos; el aroma del pino invadía su hogar y en la chimenea ardía leña calentando el ambiente.

—En un momento baja Risto, es bueno saber qué hay niños con los que puede jugar —comentó su madre.

Ruth no pudo evitar ver hacia el lado izquierdo de la casa. A un lado de la ventana había un magnífico y resplandeciente piano de madera que brillaba cual si fuera pulida. Su madre la volteó a ver con curiosidad y se dirigió a ella.

—¿Sabes tocar el piano? —le preguntó.

—Si, ella va a clases de piano en el centro de la ciudad, próximamente yo también iré —contestó Lauri—, es común tener un piano en casa aquí... al parecer.

—Yo no tengo un piano en casa, pero toco el piano en mi escuelita de música —contestó Ruth.

—Cuando gustes puedes venir a practicar aquí... —"Yo y mi bocota", pensó la madre de Risto, deteniéndose.

—¿En verdad? —preguntó emocionada e incrédulamente.

—Si, bueno, en realidad el piano es de Risto; fue su regalo de cumpleaños este año. Seguro no le importará.

Risto bajó de las escaleras de su enorme casa. Mientras bajaba agarrándose del barandal les lanzaba una mirada un tanto prepotente con sus ojos verdes y penetrantes. Después de terminar de bajar se dirigió al piano, se estiró un poco sentado sobre el banco; se tronó los dedos y posteriormente con una postura recta y viendo hacia enfrente comenzó a tocar la melodía "Nocturnes, Op. 9 No.2" de Chopin. Su melodía era tan exacta y precisa que no parecía ser interpretada por un niño de tan corta edad. La melodía era tan hermosa que llegaba al alma de cada uno de ellos, su madre sólo lo volteaba a ver con una enorme sonrisa en el rostro llena de orgullo y brillos en los ojos.

Cuando Risto terminó, se paró orgulloso del asiento, pasando hacia delante de los niños con una sonrisa presumida y un porte seguro de sí mismo.

—Yo también asistiré a clases, aunque dudo que me enseñen algo que yo no sepa ya.

—Hay clases para más avanzados —decía Ruth un tanto impactada por el talento de Risto.

—Pero nosotros vamos a ir a los cursos básicos ¿Verdad? —preguntó Lauri sintiéndose desplazado.

—Si, la cuestión es que yo ya se tocar el piano, porque me enseñó mi papá; pero sé cosas muy básicas... —expresaba Ruth.

—¿Y tú no sabes nada? —preguntó Risto con seriedad a Lauri.

—No, se me hace un pasatiempo aburrido y para ancianos.

—No aprecias el arte —le respondió Risto.

Su madre sacó una enorme caja llena de adornos mientras estos platicaban. Había todo tipo de adornos, desde pequeños y sencillos hasta grandes y ostentosos. Los chicos fueron sacándolos poco a poco colocándolos en el árbol con cuidado y delicadeza. Cuidaban tan bien el árbol como si fuera de todos; realmente si tenían un árbol tan enorme que no alcanzaban a poner los adornos más que a medias de este. Sus padres ayudaban a colocar algunos otros adornos en la parte de arriba y por supuesto, al final del árbol, una enorme estrella esperaba ser colocada.

Era tan grande como su cabeza, llena de luces que prendían y apagaban. Su padre colocó una pequeña escalera para que Risto subiera en esta, y así pudiera colocar la estrella hacia encima del árbol. Risto era... un niño prepotente, mimado y consentido que nunca había sabido en su vida lo que era una carencia y seguramente tampoco conocería la palabra necesidad.

—¿La vida de Risto siempre ha sido así? —pregunté.

—¿Así cómo? —respondió su Universo.

—¿Así qué si habla? —preguntó el Universo de Lauri.

—En la vida pasada, Risto fue un niño con muchas carencias; de esos que tienen que trabajar desde temprana edad para sobrevivir. En esta vida le tocó algo mejor, eso no tiene nada de malo. Les recuerdo que por algo existe la regla Universal 4... Y bueno, su madre y padre lo aman, es su único hijo, hasta donde sé, es el único que pudieron tener; es normal que piensen que es el centro del mundo.

—Ya veo, pues para mí, le falta un poco de humildad —contestó el Universo de Lauri.

—Risto tiene humildad, seguramente, y si no, ya la tendrá. Su padre se mudará a Nokia pronto, ahí trabajará y nosotros nos quedaremos aquí.

—¿Por qué no se van con él? —pregunté.

—Porque en eso estábamos, pero la madre de Risto quiso venirse a vivir aquí. Aquí tiene lo más cercano a lo que se le llama familia. Y la verdad cuando el padre de Risto trabaja, abandona casi todo el día la casa; llega noche y prácticamente a dormir. Su madre se sentía sola y Risto también, ninguno es muy sociable que digamos. Siendo honesto, presiento que estaremos mejor aquí que en Helsinki.

Los niños se quedaron anonadados cuando por fin el padre de Risto prendió el árbol; se veía hermoso iluminado con aquellas luces amarillas y aquella estrella gigante en la copa.

Su padre fue por una vieja cámara instantánea, que increíblemente seguía con funcionalidad y les pidió a los niños ponerse juntos para tomarles una foto. Ruth no era buena sonriendo, siempre mostraba todos sus dientes como si amenazara a morder; pero ese sería su primer recuerdo de esa larga amistad. Ella prefirió sonreír con la boca cerrada por primera ocasión y puso una mirada coqueta con sus ojos grises.

Pasaron un par de días, entre los cuales pasó navidad. Lauri y Ruth recibieron regalos bonitos y sencillos, con mucho amor y cariño para ellos. Risto recibió una consola de videojuegos y un montón de juguetes que, por supuesto, su madre le obligaba a compartir con sus nuevos amigos, haciendo que estos pasaran casi todos los días metidos en su casa. Risto poco a poco se fue acostumbrando a esto, y empezaron a verse poco a poco como si fueran familia. Incluso la madre de Risto, quien sólo se dedicaba al hogar en ese momento, se fue acostumbrando a hacer comida para cinco. El Universo de la madre (quien resultaba ser muy amable) nos dijo que ella había pedido antes tener compañía por las tardes; nunca especificó qué tipo de compañía. Así que a su Universo le parecía magnífico que los chicos pasaran sus días metidos en su casa.

Cuando el padre de Risto se mudó a Nokia, Risto tuvo cambios bruscos de actitud que tuvieron que soportar Lauri, Ruth y por supuesto su madre. Se había vuelto un niño aún más malcriado, haciendo berrinches y volviéndose rebelde con su madre. Ante tales circunstancias, Lauri tuvo una idea.

—A partir de mañana, me gustaría invitar a Risto a mi casa, saliendo de las clases de piano. Por cierto ¿Si asistirá?

—Al principio estaba muy emocionado —exclamó su madre—; pero así cómo está últimamente, algo me dice que me hará un gran berrinche cuando lo lleve.

—Descuide, cuente con nosotros...

—No ha sido nada fácil para él que su padre se fuera, me alegra que los tenga a ustedes, pero yo también tengo que visitar a mis conocidos —decía riéndose apenada—; así que, me parece buena idea.

Y así fue, "Concedido", dijo su Universo. Risto al día siguiente al llegar a la clase comenzó a hacer berrinche de no querer quedarse; jalando a su madre primero de las manos, después de la ropa, llorando y haciendo escándalo, llamando la atención de todos los que asistían a aquella pequeña escuela. Cuando su madre logró irse, Ruth tomó a Risto de la mano; este sólo se secaba las lágrimas mientras caminaba siguiendo a Ruth.

Irónicamente se negaba ir al salón de avanzados, y lo dejaron en el salón de principiantes. Ruth y Lauri tocaban sus pianos, Ruth mejor que Lauri por supuesto; pero esta siempre le ayudaba en sus tropiezos. Risto los veía y reía, la verdad que, en comparación con él, sus conocimientos parecían ser vanos.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó la maestra de aquel pequeño salón.

—Me llamó Risto Valo, —dijo orgulloso—. Me gustaría irme a mi salón ahora.

—No se irá de aquí, joven Valo. Hasta que nos dé una muestra de arte —le respondió retándolo.

—No lo haga, maestra. —le dijo Lauri entre risas— Él toca el piano mejor que usted.

La maestra abrió su boca ofendida y sorprendida por la honestidad de Lauri. Decidida le cedió su lugar frente a su piano personal a Risto, este se sentó de nuevo en su posición profesional y comenzó a tocar la melodía Sonata No. 11 de Mozart. La tocaba tan rápida y tan precisa que parecía que el mismo Mozart era quien la tocaba. Y así fue hasta el final; la piel de la maestra se erizaba ante tal muestra de arte músical y Ruth y Lauri, lo veían orgullosos.

Yo notaba algo raro en Ruth cada que Risto tocaba el piano y creo que Lauri lo notaba también, pues, aunque él se alegraba de que su amigo fuera talentoso, también podía sentir en él una vibra extraña, llamada celos. Y es que Ruth amaba escuchar a Risto tocar el piano; sus ojos se llenaban de un brillo especial que no poseía ni su misma madre.

La maestra boquiabierta le dedicó algunos aplausos y luego lo dirigió a al salón de los más avanzados. Mientras caminaban por el pasillo, Risto volteó a ver a sus amigos despidiéndose con la mano y esbozando una sonrisa.

—Qué talentoso... —decía Ruth llevándose las manos a las mejillas.

—Tú también tocas muy bien el piano.

—Cuando crezca quiero tocarlo como lo hace Risto.

—Risto esto, Risto aquello... —decía Lauri burlándose.

Y posteriormente ambos comenzaron a tocar sus melodías al mismo tiempo, parecía que Ruth y Lauri tenían una buena sincronización. Al terminar las clases, Risto esperaba afuera a su madre; pero Lauri le explicó que esta no llegaría, pues le había pedido permiso de que esa tarde estuvieran en su casa. Risto no estaba muy convencido de querer conocer su casa, pero ambos avanzaron hacia allá. Ruth debía regresar a su casa sola, ella tenía que hacerse responsable de su primera amiga, a lo que los chicos decidieron acompañarla primero por su querida cachorra y después regresar a la casa de Lauri. Después de todo, un par de pasos no le vienen mal a nadie.

Cuando por fin, y después de muchas vueltas, llegaron a casa de Lauri; Risto encontró algo totalmente diferente a lo que acostumbraba. La casa de Lauri era sumamente pequeña, en ella habitaban sólo sus abuelos. Todo estaba en desorden y en cuanto Lauri llegaba a casa, sin importar si llevaba amigos o no, siempre lo mantenían ocupado, y a partir de ese día no sólo a él.

—Pónganse a quitar la nieve de la cochera si tanto tiempo tienen de sobra —les dijo su abuelo dándoles una pequeña pala.

Los tres abrieron sus ojos incrédulos volteándose a ver los unos a los otros y salieron a quitar la nieve. Guinness ante tal acción, comenzó a cavar con sus patas también la densa nieve; intentando ayudarles a que su trabajo fuera menos pesado, escarbaba deprisa y jadeaba.

Lauri y Risto quitaban de prisa la nieve, mientras Ruth batallaba más. Con trabajos podía sacar la pala una vez metiéndola. Y entonces, sonaron unas pisadas apresuradas y azotadas contra la inmensa nieve. Era la abuela de Ruth quien la había observado trabajando para el abuelo de Lauri. Esta la tomó del brazo y la llevó adentro de la casa donde comenzó a gritarle al abuelo de Lauri.

—¡Mi nieta no es tu esclava! —exclamaba furiosa— Si no tiene dinero para contratar a alguien, deje de explotar a su nieto y a sus amigos ¡Y hágalo usted, viejo gorrón!

—Su nieta se convertirá en una mujer de bien gracias a estas enseñanzas... —le respondió.

—Viejito necio —dijo su abuela retirándose de su casa, llevándose a Ruth y a Guinness adentro de la suya.

Posteriormente tomó el teléfono y llamó a la madre de Ruth para avisarle que la recogiera en su casa saliendo del trabajo. Pero Ruth no planeaba esperarla...

—Qué anciana tan pesada —exclamó Lauri.

—Pero es que tu abuelo no nos ha respetado por ser visitas —respondió Risto.

—Mi abuelo ya es grande, y vivimos de su pensión —decía cavando—. No tiene dinero para pagar esto, en realidad con trabajos le alcanza para mantenerme a mí. Yo me compro cosas con lo que Ruth me paga por las clases de finlandés.

—¿Le cobras por enseñarle finlandés? —dijo tras una sonrisa incrédula.

—Si, es que, si lo necesito...

—¿Y dónde están tus padres?

—Mi papá no sé quién es, y mi madre me abandono aquí un día... Prometió volver...

—Entonces volverá... —respondió Risto ingenuamente.

—Ya pasaron 5 años desde entonces... —comentó— Tienes mucha suerte; al menos sabes dónde está tu padre, y a tu mamá y a ti no les falta nada. Deberías ser más amable con ella. Ella ya debe tener bastante con sus problemas cómo para tener que estar lidiando contigo...

Risto abrió sus ojos en shock. Le parecía increíble lo maduro que era Lauri; lo había hecho pensar en muchas cosas con un par de palabras. Siguió ayudándole a quitar la nieve y después volvió a casa sólo.

En el camino iba pensando en las palabras de Lauri. Una vez afuera de su casa, se percató de la presencia de Ruth. Estaba recargando su cabeza a un lado del barandal de las escaleras de su casa.

—¿Qué ha pasado? —preguntó preocupado.

—Me escapé de casa de mi abuela, me dio coraje como trató al abuelo de Lauri. Me he venido para acá pensando que estaría tu madre; pero no hay nadie.

—¿Aún no llega? —preguntó asustado— Entonces, tendremos que esperar los dos.

Los chicos esperaban afuera de la casa de Risto. Guinness los vigilaba, mientras de nuevo observaban pequeños copos de nieve caer entre la oscuridad. Las casas de ambos estaban rodeadas de pinos enormes, ya que prácticamente estaban en medio del bosque. El terreno era más grande y barato en aquel lugar, aunque era de la zona más alejada del centro de la ciudad, y entonces el Universo de Risto tuvo una idea. Era el momento indicado para que Risto conociera la voz de Ruth por primera vez. Así que le puse mis manos en la cabeza y yo comencé a tararear una canción para que Ruth terminara cantándola. Y Ruth comenzó a cantar la canción de "Close to you" de The Carpenters.

Cuando Risto comenzó a escucharla la volteó a ver sin palabras. Ciertamente, hasta entonces no lo había notado, pero Ruth era muy bonita. "Seguro le ha robado la voz a un ángel", pensó mientras la escuchaba. Y cuando ella terminó la primera estrofa lo volteó a ver y le sonrió. Risto continuó con la segunda estrofa, su voz era afinada y buena también, aún tenía la voz de un niño pequeño. Y entonces ambos se unieron a la misma melodía mientras miraban la nieve caer esperando que alguna de sus madres llegara.

Y así unidos por la misma melodía, sus corazones empezaban a latir juntos por primera vez.

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