Amistad.

Si, lo sé, en muchas ciudades cae nieve; pero el nivel de nieve de Rovaniemi era exageradamente enorme. La gente estaba acostumbrada a vivir así. Pero, para nosotros era algo nuevo. Pronto llegaría navidad y las nevadas seguían. Pero, aunque pasaban los días, parecía que el invierno jamás terminaría.

Al día siguiente, Ruth se arregló muy abrigada; con trabajos y podía moverse. Estaba dispuesta a ir a visitar a la familia de su madre en cuanto esta se fuera. Pero no recordábamos que entre las múltiples actividades que su madre le buscaba; tenía clase de piano. Eso estropeaba un poco sus planes. Ella no quería tomar clases de nada; sólo quería tener su vida normal como cualquier otra niña.

—Déjame faltar hoy, mamá. Prometo ir la siguiente semana. Además, sólo estamos repasando lo que ya sé... —insistía a su madre.

—No sé si tu abuelita pueda cuidarte hoy, ella también tiene cosas que hacer —le respondía arreglándose para el trabajo—, la gente no puede estar a tu disposición.

—¿Y qué hay del abuelo? Él podría cuidarme.

—Él también tiene cosas que hacer. Mira, comprendo que estás cansada de ir; pero a veces tenemos que hacer lo que debemos hacer y no lo que queremos, así es la vida...

—Voy a ver a la abuela; y si está ocupada me voy a las clases de piano —decía abrazándola persuasiva—, lo prometo...

—Está bien, Ruth —bramó su madre—. Ve con cuidado, recuerda no hablar con desconocidos; llévate a la perra contigo para que te cuide... y no olvides ponerle correa. No creo que a la abuela le guste tenerla libre por la casa —dijo acariciando su cabeza y dándole un beso en la mejilla.

—¡Si! —gritó contenta— Vámonos —le dijo a su mascota abriéndole la puerta.

—Y ya ponle un nombre... —dijo mientras escuchaba la puerta cerrarse y a Ruth partir.

Mientras Ruth caminaba, se escuchaban sus pisadas en la nieve, era un crujido fuerte y su respiración sacaba humo. Su abuela vivía pasando el centro de aquel pequeño pueblo, a unos pocos kilómetros de ahí. A ella le gustaba pasar por ahí y ver las tiendas. A veces podía observar a personas en trineos que eran jalados por Huskies; y se preguntaba si su perra algún día también podría jalar su trineo.

Le gustaba ver las cosas que vendían en los pequeños puestos; y ese aroma acogedor de leños que sólo habíamos conocido en Finlandia. Parecía que poco a poco nos acostumbrábamos a vivir ahí y tristemente también a la soledad que la acompañaba; aunque en realidad sin que ella se diera cuenta, no estaba sola del todo.

Al llegar a la casa de su abuela y abuelo, se dio cuenta que estaba totalmente cerrada y oscura. Efectivamente algún asunto importante tendrían que atender. Pero, ella no perdía la esperanza de que volvieran. Se sentó en las escaleras de aquella casa a esperar, y vio de pronto, caer algunos pequeños copos de nieve.

Ella se paró de ahí, caminó hacia el jardín intentando atraparlos con la lengua; actividad que era nueva y bastante simpática. Su perrita se quedó esperando en la puerta de la casa vigilándola. Y entonces se escuchó un azote de puerta. Ella pensaba qué tal vez sería la abuela, el abuelo o su tía, que habían vuelto a casa, pero no. Se trataba del joven vecino de sus abuelos, un niño. Ella fijó detenidamente la mirada, intentando atravesar los copos de nieve para verlo bien, y se percató que era el mismo niño de aquella pelota roja.

Este también la vio, y puso una cara de espanto. Parecía como si hubiera visto al demonio en persona. Tras esa expresión, corrió hacia atrás de su casa. Ruth no se quedó con las ganas y fue tras él; y ella seguida por su perra, quien se tomaba muy en serio su papel de guardián. Al encontrarse los dos frente a frente no había escapatoria. No sabía que intenciones tenía Ruth, pero yo y el Universo del niño tuvimos un intercambio amenazante de miradas.

—Gracias —dijo Ruth apenada—, gracias por reconstruir el muñeco...

—Bueno —dijo el niño confundido—, he sido yo quien lo ha destruido en primer lugar...

—Si, pero pudiste ignorarme y no lo hiciste ¿Cómo te llamas?

—Me llamó Lauri ¿Y tú?

—Soy Ruth, vengo de Inglaterra...

—Ya veo, con razón tu finlandés se escucha algo extraño, sobre todo tu "R".

—Apenas estoy aprendiendo. Mi mamá me está enseñando, cuando tiene tiempo libre... —dijo sentándose en las escaleras de aquella casa.

—¿Por qué lo dices de esa manera?

—Pues, porque trabaja mucho. La verdad es que sólo me dedica los domingos. En vez de pagarme clases de piano o de baile, debería de pagarle a alguien que me enseñe finlandés.

—Yo podría enseñarte...

—¿En verdad? —interrumpió.

—Claro —decía el niño— y en vez de darle el dinero a alguien más, podrías darme el dinero a mí. Yo podría enseñarte directamente, y así podría ayudar a mis abuelos... yo vivo con ellos.

—¿Y tus papás?

—Pues —decía sentándose también—, no todos tenemos tanta suerte. No sé dónde están mi papá y el último recuerdo que tengo de mi madre es de cuando me trajo aquí.

—¿Pero volverá? —preguntó Ruth confundida y preocupada.

—No lo creo... —dijo con su mirada distante— mis abuelos siempre se la pasan hablando de lo irresponsable que es. Dicen que no cometerán los mismos errores conmigo...

—Tranquilo, seguro volverá —le respondió sonriendo inocentemente.

Cuando Lauri la vio sonreír, él también lo hizo. Y entonces metiendo sus manos a la bolsa de su abrigo y viendo hacia adelante, continuo su propuesta.

—Entonces, consigue dinero y te enseñaré finlandés. Sin dinero, no hay trato

—De acuerdo, pero entonces espero que en verdad me enseñes.

—No será fácil, pero debes poner de tu parte e intentar practicar.

—Bien...

Su plática fue interrumpida por el sonido de un coche que había llegado a su casa. Era un coche negro y viejo, que hacía mucho ruido y movimiento como si estuviera agonizando. Cuando por fin se detuvo; los abuelos de ambos bajaron de él con una cara de enorme sorpresa al encontrarlos ahí sentados. Al verlos, ambos empezaron a decirse cosas susurrando y riéndose; cosa que puso incomodo a Lauri y que la inocente de Ruth no entendió.

—Hey, chicos ¿Qué hacen ahí afuera? Ruth ¿Cuánto tiempo sin verte? —decía su abuelo aproximándose a ella— ¿Tu madre sabe que estás aquí?

—Si lo sabe, pedí permiso —dijo apenada.

—Creí que tenías clases de piano hoy... —continuó confundido.

—¿Clases de piano? —interrumpió el otro abuelo—Deberíamos nosotros también meter a clases de piano a Lauri, se la pasa de ocioso todo el día.

—Basta abuelo, no quiero aprender piano —rezongó Lauri—, es una actividad aburrida y para viejos.

—Pues tu amiga va a esas clases y yo no la veo vieja —dijo viéndola.

—Voy, pero ya sé un poco, mi padre me enseñó cuando vivía en Inglaterra... —respondió Ruth.

Ambos ancianos se quedaron callados viéndola, y posteriormente entraron a la casa de Lauri; sin comentar una palabra. Su casa era pequeña y acogedora, con una chimenea grande en el centro de la sala. Su abuelo puso una música vieja y finlandesa mientras seguían platicando sobre cacería y cosas de ancianos; como decía Lauri. Lauri se acostó en el sofá y Ruth se sentó a un lado de su cabeza.

—Deberíamos llevar a los chicos de cacería, seguro les gustaría —comentó el abuelo de Lauri.

—Tal vez a Lauri, no creo que sea lugar para Ruth. Tal vez llevarlos a la villa de Santa Clause sería mejor idea.

—¿Villa de qué? —preguntó Ruth en secreto a Lauri.

—Villa de Santa Clause ¿Acaso no lo sabes? Aquí vive Santa.

—¿En serio? ¿El de verdad? —preguntó incrédulamente.

—Si, aquí vive todo el año. En navidad, la villa abre sus puertas y esas cosas. Puedes hablar con él, darle tu carta. Además, sería fácil para ti, porque habla muchos idiomas, entre ellos inglés —decía acostándose en el sillón.

—¡Te estoy viendo, Lauri! ¡Baja los pies del sillón! —le gritó su abuelo desde la cocina.

Lauri discretamente sólo bajo sus pies del sillón, dejando su torso y el resto de su cuerpo acostado en él, poniéndose cómodo sin respeto a las visitas; puso sus brazos como almohadas y cerró sus ojos. Ruth ponía una cara de fascinación y se perdió en sus propios pensamientos "¡Santa si existe después de todo, y vive aquí! ¡Qué emoción!", pensaba, desconectándose de todo su alrededor.

—¿Quieren ir a ver a Santa mañana, chicos? —preguntó el abuelo de Ruth.

—¡Si, abuelo! ¡Yo si quiero! —contestó Ruth dando pequeños brincos.

—Yo paso —contestó Lauri apáticamente—, eso es para bebés.

—La verdad es, que nosotros nunca sacamos a Lauri a divertirse... —dijo el abuelo de Lauri.

—Y bueno —respondió el abuelo de Ruth—, eso explica su personalidad. Deberían de dejar que Lauri salga y se divierta; lo están volviendo un niño introvertido y antisocial.

—No me vengas a decir cómo educar a mi nieto, anciano decrépito —contestó molesto—. Lauri no será como su madre; él será un hombre de bien... y para eso uno debe educarlos desde pequeños.

—Mañana nos escapamos —le dijo el abuelo de Ruth guiñando su ojo a Lauri, haciendo su voz casi imperceptible.

Ruth volteó a ver a Lauri con su hermosa sonrisa. Lauri, sólo tomó aire y lo lanzó con la boca; poniendo una cara de gruñón mientras veía hacia la chimenea. No se veía emocionado ni mucho menos; en realidad Lauri creía en las palabras de sus abuelos. Y en verdad que él no quería ser como su madre.

—¿Lauri siempre es así? —pregunté confundido a su Universo.

—Pues, si, la verdad es que Lauri siempre es así; bastante fácil de complacer, por cierto —me contestó su Universo—. Me alegra que salga a divertirse, aunque no quiera. Creo que Ruth será su primera amiga.

—Pues Lauri también es su primer amigo y esto me recuerda ¡¿Dónde está la perra?!... —mencioné asustado— ¡Ruth, Ruth, tu perra! —decía acercándome a su cabeza.

Entonces Ruth la recordó, la había dejado afuera de esa casa sin correa ni collar, al entrar olvido ponérselos. Abrió sus ojos y se paró rápidamente corriendo a buscarla. Comenzó a buscarla discretamente para que su abuelo no se diera cuenta y la regañara, o castigara sin dejarla ver a Santa Clause.

—¿Perdiste a tu perra? —preguntó Lauri asustado.

—No está... —respondió Ruth con lágrimas en los ojos mientras seguía buscándola con la mirada.

—¿Cómo se llama? Hay que buscarla antes de que los viejos se den cuenta —dijo acercándose a ella poniéndose su gorro.

—¿A dónde van? —le dijo el abuelo de Ruth a Lauri.

—Vamos a besarnos al bosque y esas cosas que tanto odia mi abuelo, pero que tú quieres que haga —le dijo sonriendo cínicamente.

—¿Qué? ¿Quieren que los lleve? No, esperen, no pueden ir a besarse... —dijo confundido.

—¡Entonces cuide a Ruth! No me tardo nada —dijo Lauri echándose a correr.

La estrategia de Lauri para confundir al abuelo de Ruth, parecía haber funcionado. Yo lo seguí. Yo tenía que buscar a la perrita, aunque la energía y sus pensamientos de Ruth, no me dejaban actuar tan bien como podía. Su tristeza, sus pensamientos negativos, a menudo me confundían sin saber si quería que encontrara a la perra o no. Seguimos buscando Lauri, su Universo y yo. Finalmente, la encontramos en aquel parque donde Ruth solía pasar sus días libres. Lauri la cargó, y caminamos de vuelta a casa entre la nevada. La perra y Lauri estaban cubiertos levemente de nieve. Pasaron aproximadamente dos horas de búsqueda. Al legar, la perra corrió rápidamente hacia Ruth, jamás se había visto a otro perro correr tan rápido. Ruth la recibió con algunas lágrimas en los ojos.

—Debe haber roto el récord Guinness de velocidad, jamás vi a un perro correr tan rápido —decía Lauri sorprendido.

—¡¿Dónde estabas Lauri?! —preguntó su abuelo molesto— Metete a la casa ahora.

—Tranquilo, anciano, ya voy... —bofó.

—¿Te van a regañar? —preguntó Ruth asustada.

—Tal vez, pero dice mi abuela que, gracias a mí, ellos tienen vida. Así que, no le hará mal hacer un coraje más... —dijo metiéndose a casa.

Ruth tomó a la perra en sus brazos mientras su abuelo la veía. Este, sólo le soltó una sonrisa que afirmaba que sabía lo que había ocurrido, le acarició la cabeza y la acompañó de vuelta a casa de su madre.

—Abuelo ¿Estás molesto? —preguntó mientras caminaban.

—No, pero debes cuidar a esa cachorra. Los amigos no abandonan a los amigos.

—¿Cómo tú y el abuelo de Lauri?

—Si, nosotros somos amigos desde niños también. Nos dio risa ver que ustedes también son amigos. Mañana nos vamos a ir a la aldea de Santa. Nos robaremos a Lauri para que disfrute un poco. Ese pobre niño no la pasa nada bien tampoco.

—Si, eso creo —contestó pensativa.

—¿Y ya tiene nombre la perra?

—Si, ya tiene... se llamará Guinness —sonrió.

—¿Cómo el récord? Buen nombre. No olvides ponerle una placa y enseñarle su nombre cuando lleguemos a casa. Y Ruth...

—¿Qué pasa abuelo?

—Obedece a tu madre, y no te metas en problemas ¿Quieres? Eres la princesa de la casa, y las princesas se portan bien.

—Lo sé, abuelo... —concluyó pensativa.

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