8. Rafael

                  

Aun después de mi decisión, tardo una semana en volver al sanatorio. No es que me haya alejado de todo sin más, le he llamado a Lina y le he contado todo lo que me dijo Taís y mi decisión de no irme pero también de darle su espacio. Lina me cuenta que Taís está preocupada por mí, que se siente arrepentida de haberme hecho pensar que era mejor que me fuera. Pero también dijo que probablemente no lo admitiría en voz alta. Taís es orgullosa y algo terca, pero yo la entiendo... ella es intensa como Rafa y cuando quiere a alguien se entrega por completo, y ahora conmigo se siente traicionada.

De todas formas hoy decido volver por el hospital. Sé que Rafa está evolucionando bien y que ya puede recibir visitas sin restricciones, lo han trasladado a una sala normal e incluso ya ha conocido a Lina.

Voy a la administración para pagar los gastos de aquellos días y luego al piso donde ahora está la habitación de Rafa. No pienso entrar, solo quedarme allí para ver a Lina y conversar con ella. Sé que ella está adentro, con él ahora, porque son horas de escuela y además hemos estado mensajeando un poco antes. Le mando entonces un mensaje y le digo que estoy afuera, que salga un rato en cuanto pueda.

Minutos después ella se encuentra conmigo en el pasillo del piso, me dice que a Rafael le harán unos estudios justo en ese momento así que vamos a tomar un café. Conversamos un poco sobre todo, ella me dice que Rafa le cae muy bien, y que le asombra que a pesar de todo lo que le sucedió siempre se muestre tan alegre.

Le digo que Rafa es una persona fuerte, puedo imaginármelo allí, alegre solo porque consiguió sortear a la muerte... Contento porque siempre ha vivido por los demás y no podría dejar a Taís sola en este mundo.

Lina recibe una llamada y se excusa un rato. Aprovecho para sacar mi libro mientras ella se aleja para conversar. Se nota que hablará un buen rato. Me concentro en mi lectura.

El primer chico que vi al entrar a la Universidad me llamó muchísimo la atención. Era alto, pelo negro, ojos oscuros y piel morena. Llevaba jeans y una polera verde que resaltaba el tono tostado de su piel. Junto a él, un chico un poco más bajo, de cutis blanco y cabello castaño reía de algo que había dicho el primero.

Me pareció lindo... Hacía mucho tiempo que no miraba a los chicos con esos ojos, no me gustaba hacerlo. Los chicos me ponían incómoda cuando no estaba en alguna fiesta pasada de alcohol o con alguna sustancia encima, no sabía hablar con ellos ni quería hacerlo. No me interesaba acercarme a ninguno pues les tenía alguna clase de temor, quizás debido a los abusos de mi padre.

Luego de Víctor, decidí que no me enamoraría jamás. No quería terminar como mi madre, anulada y golpeada por un hombre... o como mi tía, deprimida y tomando pastillas para sobrevivir. Yo no necesitaba de ninguno de ellos, para mí los chicos no eran buenos. Ni siquiera Víctor lo fue, no quiso volver a hablar conmigo ni escucharme... y no lo juzgo, lo que le hice fue muy doloroso. Leo y yo terminamos solo seis meses después de que comenzamos lo que fuera que teníamos. Lo encontré con otra chica en la cama y eso fue suficiente para mí. No iba a ser la segunda de nadie.

Desde ese momento decidí que los chicos eran seres inferiores que veían a las mujeres solo como objetos o cosas, y yo no me prestaría a ello. Alelí cambiaba de novio a cada rato y se metía en relaciones de «amigos con derecho» que yo odiaba, en realidad no las entendía y no me gustaba ser parte de eso; salvo cuando perdía la consciencia de mí misma.

El chico no me vio, y yo pasé de largo en busca de mi horario y mi salón de clases. Finalmente me enteré que ese día las clases comenzarían un poco más tarde, así que tomé mi libro y fui a la cafetería a leer algo. Entonces lo volví a ver, el chico moreno entró con su amigo al salón, me pareció que se giró a mirarme pero bajé la vista y la escondí en el libro. Hasta que lo vi ir a servirse algo y luego caminar hacia mí.

Me puse nerviosa, no sabía por qué, pero sentía su mirada oscura y fija en mí, podía traspasarme... Entonces el chico se sentó a mi mesa, como si nada... Intenté mostrarme fría y distante, arisca y altanera, quería que se alejara y me dejara sola, había algo en él que me hacía sentir vulnerable ante su profunda y oscura mirada.

Y ahí fue cuando se presentó: «Me llamo Rafael, puedes decirme Rafa»

¡Qué hermoso nombre, Rafael! Para ese entonces ya sabía bastante de ángeles y arcángeles... Rafael era uno de los siete arcángeles, se lo consideraba el ángel de la sanación y regeneración. El significado del nombre era algo así como «la curación de Dios», y tenía que ver no solo con la sanación física sino también con la del alma. Rafael era el arcángel encargado de desviar y transformar las influencias negativas... muchas veces se lo ve vestido de verde, pues tiene que ver con la esperanza. Es el patrón de los enfermos pues trae a los humanos la sanación de Dios.

Y aquí estaba este chico alto de ojos oscuros y piel morena, con su polera verde y su sonrisa sexy intentando salir conmigo... Y cuando eso aún no sabía que llenaría mi vida de esperanzas y traería la sanación a mi alma.

Me puse en plan de arpía para tratar de deshacerme de él, ya en ese momento podía adivinar que su influencia en mi vida podría ser peligrosa o demasiado intensa... y no tenía ganas de meterme en más problemas. Así que intenté alejarlo con mi comportamiento desagradable. Pero a él eso parecía divertirle y volverle aún más interesante la conquista. Iba a levantarme e irme, dejarlos allí a los dos, pero en eso se acercó una chica. Era bonita y sofisticada, se la veía inteligente... de esas que simplemente brillan.

Rafa la llamó para preguntarle si lo consideraba guapo, pues minutos antes yo le había dicho de forma burlona que no lo era. La chica, llamada Sara, asintió de forma cariñosa diciéndole que era guapo e inteligente y luego se marchó. Aquello me generó algo de interés, no lo dudo. Toda esta intensidad del chico, sus deseos de acercarse, sus bromas y la forma en que me encaraba me resultaba bastante refrescante. Así que acepté una salida... en realidad no sería una salida como tal, solo iba a tenerlo a mi lado todo el sábado de tarde mientras hacía investigaciones en la biblioteca, a ver si lo soportaba... a ver si me soportaba y entonces, vería a qué nos llevaba esto.

La hora de clase llegó así que me levanté y aclarándole que no se trataba de una cita para no crearle falsas expectativas, me marché. Podía sentir su mirada incrustándose en mi espalda, y aquello me gustó.

Los días se me hicieron eternos hasta el sábado y aunque nos cruzamos ocasionalmente en la universidad, me mantuve fría y lejana. Él me observaba y yo también lo hacía, cuando él no se daba cuenta. Me gustaba, mucho... era guapo y muy seguro de sí mismo, y me encontré pensando que quizás, y solo quizás... no tendría nada de malo enredarme con él por un tiempo...

Por fin llegó el día y hasta último momento tuve miedo que me cancelara el encuentro. Es que yo nunca había tenido una verdadera cita con un chico, ni siquiera con Víctor pues mi padre me tenía terminantemente prohibido tener novio, así que con él nos veíamos solo en la escuela o a veces en su casa cuando debíamos estudiar o hacer algún trabajo y yo le mentía a mi padre.

Para ese entonces y con diecinueve años, lo tenía menos encima, pero aun así me había dejado bien en claro que no quería ver chicos en la casa.

De todas formas había dicho que aquello no era una cita, solo un encuentro de lectura, así que traté de convencerme a mí misma que él era un chico como cualquier otro, y que yo debía mantenerme a salvo.

Me puse una ropa casual pero algo sexy y llevé mis libros y mi agua. Había tenido que comer pastas al medio día y no me estaba sintiendo del todo bien con todas esas calorías dentro de mí. Pero la idea de encontrarme con Rafael y la preparación previa, me distrajeron lo suficiente y olvidé expulsarlo.

Nos encontramos allí, pese a mis temores de haber sido plantada, él estaba allí. Guapísimo, sonriente. Traté de mostrarme inmune a su sonrisa y amabilidad y de ignorarlo lo más que podía en la biblioteca. Me concentré en el trabajo que había ido a hacer y en mi lectura. No era fácil, él me observaba con intensidad y yo me sentía vulnerable, desnuda. Sus ojos de alguna forma quemaban mi piel y yo tenía la sensación de que él podía leer mi alma.

Aun así intenté mantenerme ajena y distante. Cuando por fin terminé y salimos afuera, esperé que nos despidiéramos, que se hubiera cansado... aburrido... Sin embargo me invitó a tomar un café... y yo, acepté.

Sonrío ante esos recuerdos, ante la idea de que en aquel tiempo, cuando él apareció en mi vida, todo dentro de mí se iluminó. Lina vuelve de su charla y se disculpa por tener que irse, al parecer surgió algo con su hermano y tendrá que ir a ayudar a su madre o a quedarse con los hijos de él.

Se disculpa de nuevo y me pide por favor que me quede hasta que llegue Taís, yo acepto. Luego voy al piso de Rafa para quedarme en frente a la habitación en el pequeño sofá amarillo de cuerina que está apoyado por una pared. Allí podré saber si necesita algo o ver a Taís cuando llegue.

Al sentarme no puedo evitar pensar que estoy demasiado cerca, que solo una pared me separa de él. Qué irónica es la vida, ¿no? Como una persona que fue tan cercana, tanto que fue parte de uno mismo, puede ahora estar tan lejos. Quisiera entrar y ver esos ojos en los que me perdí tantas veces, tomar entre mis manos la suya, fuerte y grande que me sostuvo tantas otras... y no puedo. Él y yo somos dos desconocidos ahora.

Una enfermera entra a la habitación y luego de unos minutos sale observándome.

—El señor Rafael dice que puede pasar —informa.

—No, no se preocupe... no soy la que estaba con él recién. Su hija llegará en un rato... la otra chica se tuvo que ir —intento llenar de explicaciones el momento pero la enfermera solo frunce el ceño confundida.

—¿Es usted la señorita Carolina? —pregunta finalmente y yo la miro anonadada. Nadie me llama así desde hace mucho. Escuchar mi nombre me suena raro, es como si llamaran a alguien más.

—Sí... —asiento finalmente.

—El señor Rafael me dijo que si afuera estaba Carolina, le pidiera que pasara. La está esperando. —La enfermera responde indiferente a todo lo que sus palabras generan en mí, sonríe y se aleja por el pasillo.

Las piernas me tiemblan, las manos me sudan, siento un inquietante cosquilleo en todo el cuerpo. Me levanto sin pensarlo y tomo la perilla en mis manos, la giro...

Como autómata ingreso a la habitación cerrando con cuidado la puerta tras de mí. Entonces lo veo... camino hasta él y me quedo estática frente a su cama, perdida en sus ojos.

Él me sonríe y mi mundo finalmente vuelve a girar.

¡En el próximo capítulo viene el reencuentro!

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