5. Abusos


Las cuarenta y ocho lentas horas llegan a su final y el doctor nos avisa que Rafael está evolucionando favorablemente. Le sacaran las drogas que lo mantienen sedado e irá despertando gradualmente. Taís ha entrado a verlo un par de veces más, yo no he ni mencionado la idea de hacerlo. El doctor pregunta si alguien más quiere entrar esa noche, e informa que quizás él ya estuviera despierto, aunque aún un poco mareado. Indica también que no hay que hacerle preguntas ni forzarlo a nada, nos dice que aún no se saben las consecuencias del episodio que atravesó y que con los días irán haciéndole más pruebas.

—Solo voy a pasar yo —informa Taís con seguridad. La verdad es lo mejor, no quiero ocasionarle ningún problema a Rafael, ninguna emoción fuerte o algo que pudiera empeorar su cuadro. El médico asiente y le informa que le avisará cuando sea el momento.

Lina me insiste en que vaya a casa a tomar una ducha y cambiarme. No he ido desde que llegamos aquí. Incluso convenció a Taís la noche anterior para que fuera a descansar y asearse. Esta vez creo que es lo mejor, asiento y tomando mis cosas voy a la salida.

El viento de la tarde choca en mi cara recordándome que estoy viva, que la vida sigue su ritmo a pesar de estar encapsulada en ese sanatorio esperando noticias. Voy hasta casa y me doy un baño, me cambio de ropa y preparo algo para comer. Llevo días sin alimentarme decentemente así que me preparo una sopa de verduras, un poco de carne y ensalada.

Me siento a comer en silencio mientras la imagen de un Rafa adulto se pinta en mis pensamientos. Está tan guapo como antes. Termino mi cena y me siento en el sofá, no quiero volver aun. Busco en mi bolsa el libro de Taís, el que era mío en realidad. Lo abro y reviso mis trazos perdiéndome en los recuerdos de aquella tarde. Él y yo desnudos en la cama dibujando corazones con nuestras iniciales... justo un buen rato antes que el monstruo de mi padre apareciera. Sonrío ante el recuerdo, tanto pasó de aquello... está tan lejos ahora.

Dejo el libro a un lado junto a una de las camperas que Taís dejó aquí y saco mi propio libro para seguir leyéndolo.

Ahí estaba yo, inmersa en un mundo que giraba y giraba alrededor de mí y yo no hacía más que quedarme quieta y dejarme llevar por la inercia. Me sentía perdida y completamente sola. Abandonada no sólo por mis seres queridos, sino por la vida misma. Pensé en que mi existencia no valía la pena en realidad, que si no estuviera en este mundo nadie me extrañaría, quizás ni se darían cuenta... Me pregunté si acaso esta sensación de nada apoderándose de mí sería lo que llevó a mamá a suicidarse. Me pregunté si no sería buena idea hacer lo mismo... después de todo ella me tenía a mí y no le importó... yo ni siquiera tenía a nadie.

Paulatinamente fui recuperando mi libertad, papá me dejó salir de nuevo y volví a la escuela. Durante el tiempo que me tenían recluida recurrió a la educación en casa y yo solo podía salir para mis sesiones con la psicóloga. Alelí y Gael se acercaron de nuevo a mí y me dijeron que estaban preocupados y que me querían, y aunque estaba enfadada con ellos pues eran los culpables de los castigos que recibí, no podía estar lejos pues no tenía a nadie más.

Dejé de hacerlo por un buen tiempo, no sé si porque me ayudó la psicóloga o por el miedo que le tenía a papá. La última golpiza —la que había recibido el día que mis tíos se lo contaron— fue brutal, tenía un par de cicatrices de ella, una pequeñita en el muslo donde la hebilla de su cinto se había incrustado en la piel y otra en la espalda, cerca del hombro derecho, por un rasguño que me había hecho con la puerta de madera de mi armario cuando él me empujó hacia esta.

Lo único que pude hacer fue tratar de comer menos, así al menos no me sentiría tan sucia... y en algunas oportunidades cuando no tenía tanto control encima, dejaba de comer por varias horas. Alelí y Gael parecían haber continuado con sus vidas en ese tiempo que no estuve, ella se había puesto de novia con Jero, un chico del otro curso. Y Gael tenía un nuevo grupo de amigos con el que estaba todo el día, su mejor amigo se llamaba Leonardo y siempre salían juntos. Así que salvo pequeños momentos, estaba de nuevo sola.

Un día, cuando salimos de clase un poco más temprano por la ausencia de un profesor, Gael desapareció con sus amigos y Alelí con su novio, así que me quedé sola. Un chico llamado Víctor se acercó a mí y me regaló un chocolate. Lo tomé por educación, pero no lo comí. Desde que no podía vomitar ya no comía esas cosas.

—¿Estás sola? —preguntó y yo asentí—. Me llamo Víctor... no sé si lo sabes... estamos en clase juntos.

—Sí —asentí aunque en verdad no tenía idea de quien era.

Víctor se quedó ese tiempo conmigo y me habló de libros. A él le gustaba leer y coincidimos en algunas historias que habíamos leído. Me invitó a su casa a ver su biblioteca y su colección de comics y acepté ir al día siguiente.

Los días pasaron y él y yo nos fuimos haciendo más cercanos, ya no me sentía tan sola. Me gustaba la forma en que Víctor me miraba, como si en verdad fuera importante para él. Me decía cosas que me descolocaban, que era bonita, que le gustaba mi forma de ser, el color de mis ojos, de mi cabello... mi sonrisa.

Yo no podía creer que a alguien le gustara lo que yo era... que a alguien le agradara estar conmigo solo porque sí... solo porque así lo elegía, no porque lo obligaban o le pagaban para controlarme. Empecé a creer que lo era, que en alguna extraña manera atraía a Víctor. Entonces una tarde, Víctor me besó.

Fue mi primer beso, y me gustó mucho. Me preguntó si quería ser su novia y acepté. Me tomaba de la mano y me hacía sentir cosas bonitas, me decía cosas bellas y era muy dulce. Me decía que me quería. ¡Víctor me quería! ¡Alguien me quería!

Fue entonces cuando se lo conté a mis primos. Alelí estuvo feliz, pero a Gael la noticia no le agradó para nada. Me dijo que Víctor no era un buen chico y que no era para mí. Me empezó a insistir para que anduviera con Leo, que era más guapo y era su amigo... y según él, gustaba de mí.

No lo escuché, no le hice caso... no iba a dejar a Víctor porque aunque yo no sentía cosas tan intensas por él, era el único que me quería y yo a su lado me sentía protegida y bien.

Gael me dejó de hablar y empezó a tratarme mal, me decía cosas horribles como que Víctor se cansaría de mí porque yo era una loca y que terminaría igual que mi madre. No entendía por qué lo hacía, pero me dolía... extrañaba a mi primo, aquel que me cuidaba y protegía.

Víctor me invitó a ir al baile de la escuela de ese año y fuimos juntos. Estuvimos allí, bailando y besándonos... disfrutando como cualquier otra pareja. Entonces Gael me llamó un rato y me llevó al jardín. Pensé que quería algo importante pero en realidad no me dijo nada, solo paseamos por el sitio y tomamos unas cuantas bebidas que él me entregaba.

Ya no supe qué sucedió luego de eso. Sentí una extraña euforia, algarabía... era como estar en una dimensión diferente, los colores y olores eran más intensos... los ruidos más fuertes. Parecía estar volando. Leo se acercó y me invitó a bailar y yo acepté... y bailamos de una forma surreal, como si fuéramos superiores al mundo, como si en realidad el mundo no existiera.

Y Leo era guapo, y sus manos empezaron a acariciar mi cuerpo y a mí las sensaciones se me hacían deliciosas. Un calor se apoderó de mi sangre y luego sus labios estaban en mi boca, de una forma brusca e intensa. Me dejé llevar porque no tenía idea de cómo detener aquello, además... me estaba gustando.

Desde allí no recuerdo mucho más, cuando desperté... estaba al lado de Leo en una cama... desnuda. Al principio me asusté, pero cuando él se despertó y me puse a gritarle, él me dijo que yo había accedido, que él no hizo nada en contra de mi voluntad. Me puse a llorar, estaba nerviosa y no sabía qué hacer... Me vestí como pude y en ese momento, vi a Gael salir del baño. Una toalla liada en su cintura.

¡¿Qué demonios había sucedido allí?!

Quería gritarle, preguntarle... pero su mirada me lo dijo todo. Me vestí y salí de allí corriendo, no sabía ni en qué sitio de la ciudad estaba. Llamé a Alelí y no me atendió. Llamé a Víctor, pero él me dijo que no quería saber nada de mí.

Le pregunté qué había pasado y me gritó de todo. Me dijo que nunca pensó que le hiciera algo así delante de toda la clase... Le dije que no recordaba nada y me contó que me estaba besando y toqueteando con Leo en la pista de baile, justo delante de él... Me dijo que no le volviera a hablar nunca más.

Caminé sin rumbo, sintiéndome perdida, sucia, asqueada, manoseada, violada. Sabía lo que había pasado aquella noche, lo sabía por el dolor punzante que sentía en la entrepierna y por las manchas en mi ropa interior cuando llegué a mi casa. Me bañé por casi dos horas y volví a vomitar. Y más demonios entraron en mi alma.

Lloro ante esos recuerdos, no sé si alguna vez lloré tanto por ellos. Dejo que la rabia y la inmundicia salgan convertidos en ese líquido cristalino y salado. Nunca lo hablé, lo borré de mi sistema y solo lo pasé por encima en una de mis terapias.

Ninguna mujer debería de pasar por algo así, es una herida tan grande que cuesta demasiado sanar. Y lo peor es que estaba tan sola y tan desprotegida, que llegué a creer que era algo normal, que no estaba mal o que incluso me lo merecía... Nunca pedí ayuda ni me defendí, solo lo convertí en algo de lo que no se hablaba. Y el sexo empezó a formar parte amarga de mi vida, cuando estaba drogada.

Sin embargo Rafael fue como un bálsamo para mí, él me respetó tanto, amó tanto cada rincón de mi cuerpo... que me enseñó a quererme, a aceptarme, a respetarme a mí misma... a sentir que yo merecía ser amada y no utilizada. Él me mostró un mundo que yo no conocía. No creo que él sepa todo lo bueno que hizo en mí.

Las lágrimas fueron menguando ante los recuerdos de mi vida íntima con Rafa, la intensidad de nuestros encuentros y las locuras de nuestras fantasías. Nunca me había tratado de forma ruda o agresiva, ni cuando peleábamos. Rafa me respetaba... y yo aprendí a respetarme luego de ver y experimentar la veneración con la que me trataba él. No dejaba que nadie me hiciera daño, ni siquiera yo misma.

Caló tan hondo en mí, que luego de él nunca volví a ser la de antes en ese aspecto, nunca volví a permitir que nadie me utilizara ni se aprovechara de mí. Él me devolvió la confianza en mí misma como mujer, y me enseñó a diferenciar lo que era correcto de lo que no.

A veces es fácil juzgar a las personas que creemos están equivocadas en su actuar o ver la vida, y no nos damos cuenta que si actúan de una forma es porque probablemente desde donde están ellos ven que eso es correcto. No se puede entender al otro si no somos capaces de ponernos en sus propios zapatos, no sirve de nada juzgar desde el nuestro. A veces es difícil entender que si toda la vida se ha vivido en la oscuridad, esta no parece mala... porque no se conoce otra realidad. Rafa me encontró en la oscuridad y no me juzgó, él simplemente me mostró como se veía la luz... y me hizo desear unirme a ella. 

La necesidad de pedirle perdón mirándolo a los ojos empezó a bullir con más intensidad en mi interior. Siempre estuvo allí, pero ahora emergía altiva, con fuerza y hacía que el alma doliera de una forma tan intensa que solo podría ser apaciguada por el perdón, por su perdón.

En multimedia Rosie Tupper, quien para mí es como se vería Carolina de joven.

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