21. Perdón
Caminamos hasta la habitación principal, no nos hemos preguntado dónde dormiremos, pero asumimos que lo haremos juntos. Así vestidos nos tendemos en la cama uno al lado del otro mirando al techo. Nos quedamos allí en silencio, atrofiados por tantos sentimientos mezclándose en nuestro interior. Entonces me siento para mirarlo, él me observa a los ojos. Su mirada cansada y triste se enfoca en la mía.
—Perdóname, Rafa. Ojalá encontrara una palabra más compleja que esa, una que englobara el dolor que me causa saber que te he hecho tanto daño. He vivido años de mi vida esperando recibir tu perdón para poder seguir adelante, creo que al fin ha llegado el momento... Tienes derecho a no hacerlo si no quieres, pero yo necesitaba decírtelo, necesitaba aclarártelo y pedirte perdón mirándote a los ojos.
»Si pudiera volver en el tiempo cambiaría muchas cosas, pero no cambiaría nada de lo hermoso que vivimos porque ha sido mi talismán, ha sido lo que me ha mantenido con fuerzas, lo que me ha ayudado a salir adelante. Pero si pudiera volver en el tiempo también te habría dicho todas las verdades desde el principio y no te hubiera lastimado como lo hice.
—Si volviéramos en el tiempo no serías hoy la mujer que eres. Te has convertido en esta brillante mujer gracias a todo el camino que has recorrido, gracias a las caídas y a las dificultades... Eres lo que eres gracias a lo que fuiste y lo que hiciste, no te arrepientas de tus errores, te han hecho más fuerte y sabia —dice mientras con su mano derecha enrolla un dedo en uno de los mechones de mi pelo despeinado.
—Pero mis errores me han alejado de ti... y te han lastimado demasiado —agrego.
—Los mismos errores te han traído de nuevo a mí. Quizá si seguíamos juntos no lo lográbamos, éramos jóvenes y tu padre era fuerte e influyente. Además tenías problemas personales muy intensos que no se iban a curar «por amor» de un día para el otro, y probablemente terminarían explotando de igual manera, y quizás esa explosión acababa con nosotros.
»Sin embargo fueron tus errores los que te hicieron caer, ir hasta el fondo y desde el fondo tomar impulso para salir de nuevo a la luz. Fueron esos mismos errores los que te hicieron crecer y aprender más sobre ti misma y sobre la vida; además esos errores que te han despertado la culpa han hecho que busques el perdón. Y buscar el perdón te ha regresado a mí... convertida en la mejor versión de ti misma. Estoy orgulloso de ti... —dice y yo sonrío incrédula.
—¿Y el dolor que te causé?
—El dolor es parte de la vida, Carolina. Yo lo he sufrido, pero tú también. Las cosas no suceden por azar y pienso que el dolor que sentí era lo que yo tenía que vivir para aprender. La vida es como una gran escuela en la que cada uno va cursando un grado diferente según lo que ha aprendido y lo que debe aprender. No podrías ir a un grado para el cual no estuvieras preparado, si algo sucede es porque estás listo para afrontarlo.
»Supongo que el dolor era un grado en la escuela de mi vida, debía aprender algo de ello. Me hice más fuerte, maduré de golpe, saqué a Taís adelante... ¿Qué hubiera sido de ella si tú y yo hubiéramos ido a vivir juntos como lo habíamos soñado? No habría tenido cabeza para encargarme de mi sobrina.
»No sé, solo pienso que todo tiene una razón de ser. Te amé, sí; infinitamente... y tú a mí, pero quizás no estábamos listos aún, no era nuestro momento, nuestro tiempo. Y las cosas nunca suceden fuera de su tiempo. Además el amor nos hace fuertes y nos permite apoyarnos mutuamente, pero como bien dices, los problemas que tenías eran más grandes que tu capacidad de entenderlos en ese momento.
—De todas formas ese año fue el mejor de mi vida y me dejó llena de enseñanzas. Si no lo hubiéramos vivido, quizá no lo hubiera logrado —agrego suspirando cansada.
—También fue el mejor de mi vida —dice sonriendo con calidez, me mira de forma intensa y entonces suspira—. Te perdono, Carolina —agrega porque sabe que necesito escucharlo y una vez más me dejo vencer por las lágrimas.
Esas lágrimas que lavan la culpa cuando el alma se siente afligida por la impotencia de no poder cambiar el pasado. Esas lágrimas que limpian el corazón de los restos del rencor, dolor, odio, arrepentimiento. Esas lágrimas que dan paso a un nuevo comienzo.
Rafael se incorpora con lentitud y me abraza. Un abrazo fuerte e intenso, de esos que te dejan sin aire y que parece que te quebrarán los huesos; de esos que pretenden fundir un cuerpo al otro para que las almas se palpen. De esos que están cargados de sentimientos... De esos de los que no quieres que acaben nunca.
—Por Dios, cuánto te he extrañado —dice mientras enreda sus manos entre mis cabellos y olfatea mi cuello. Nuestros cuerpos se reconocen y automáticamente la química que había habido entre ellos comienza a fluir.
A mi piel no le importan los años que han pasado, mi cuerpo no entiende de errores ni distancias, a mis manos no le interesan más que adentrarse entre la camisa de Rafael y acariciar la piel de su espalda. Él toma un puñado de mi cabello entre sus manos y con firmeza pero sin brusquedad los estira obligándome a levantar la cabeza y dejarle acceso a mi cuello.
Olfatea y besa de forma primitiva y salvaje, lame y mordisquea. Yo siento la sangre convertirse en espesa lava ardiente y el aroma de su piel se mete por mis fosas nasales despertando cada uno de mis sentidos.
—Voy a besarte, Carolina —informa buscando mi mirada, quiero contestarle pero las palabras no se forman en mi cerebro ni mucho menos llegan a exteriorizarse. Lo miro y me pierdo en la intensidad de su mirada, mi boca se entreabre dándole permiso para ser tomada, mi lengua acaricia mis labios en un intento desesperado por llamar a la suya para volver a sentir su sabor. Lo veo hecho un hombre pero tras aquel hombre está el mismo chico que amé, puedo verlo a ambos en este momento convertidos en uno solo—. Voy a besarte, ¿me oyes? —insiste esperando una respuesta que no llega. Como toda contestación que soy capaz de dar, cierro los ojos y me rindo a él.
Entonces, como una ducha de agua tibia luego de haber estado zambullida en la nieve, sus labios y su lengua se apoderan de mi boca colonizándola de nuevo, calentándome el alma y haciéndome suya en un simple gesto, en un simple beso que no es tierno sino fiero, desesperado y primitivo.
Sus manos se enredan en mi cabello con fuerza y mis uñas se entierran en su piel. Me atrae a él con firmeza y yo me aferro con necesidad. Su lengua baila con la mía una danza de reencuentro y reconocimiento, succiona mi labio inferior y lo mordisquea causando un poco de dolor; un dolor delicioso que tiene que ver con la rabia de habernos prohibido esto durante tantos años.
El beso es candente e incendia la piel, mis manos sin preguntarle a mi cerebro han empezado a desabrochar sus botones y él de un tirón saca mi blusa alejándose de mi boca solo para dejar salir la prenda por mi cabeza. Entonces sin pensarlo desabrocha mi sostén mientras yo ya estoy desabrochando el cinturón de su pantalón.
Nos ponemos de pie para terminar de desnudarnos con premura, el calor es ya insoportable y todo en mi ser clama por él. Reconozco su cuerpo completo también preparado para mí y él sonríe al descubrirme de nuevo. Esta vez no tengo vergüenza de su escrutinio, no me importa que mi piel ya no tenga la tersura de los veinte, o que la gravedad esté ganando la batalla con mis pechos, no me interesa en lo más mínimo que mis caderas sean anchas o el par de estrías que apareció en ellas hace unos años atrás. Así con todo lo que tengo y lo que soy solo quiero que me tome, que reclame lo que es suyo y me devuelva lo que es mío.
Nos acercamos el uno al otro y nuestras manos vuelven a enloquecer recorriendo con éxtasis y locura todos los recovecos de nuestros cuerpos. Besos y pequeños mordiscos van marcando la piel rosada por la rudeza de nuestros gestos; nuestros cuerpos parecen amarse y castigarse a sí mismos por el abandono al que fueron sometidos. La química siempre explosiva entre nuestras pieles está llegando a un culmen intolerable y siento que no puedo esperar más.
Una chispa de lucidez se cuela en mis pensamientos preguntándome si estamos haciendo lo correcto, pero justo en ese momento los dedos de Rafael se entierran en mi carne húmeda y caliente y todo atisbo de cordura se escapa en mis gemidos.
Sabiéndome preparada me mira con intensidad, reconozco la solicitud de permiso en su mirada y abro las piernas en respuesta. Entonces se acomoda con rapidez y sin dilatar más la espera se zambulle en mi interior con fuerza, de una sola y profunda estocada. Todo mi cuerpo vibra en reconocimiento y mis piernas se enredan en sus caderas para evitar que se aleje.
Nos quedamos allí, sintiendo el calor de su cuerpo invadiendo el mío... Sintiendo el hielo de la soledad derritiéndose al calor del fuego de la pasión. Mis músculos internos reaccionan abrazándolo una y otra vez mientras él se zambulle en mi hombro besando mi cuello con fiereza. Entonces sentimos la necesidad bullir con intensidad desde el sitio en donde nuestros cuerpos se hallan unidos y una danza frenética empieza.
Nuestras pieles se llenan de sudor y las respiraciones agitadas se intercalan con los gemidos desesperados. Ambos vamos directo ascendiendo camino al éxtasis y de un momento a otro los fuegos artificiales explotan con fuerza y vigor. Podemos ver las luces de colores una tras otra en un espectáculo único e intenso... Entonces finalmente acaba. Las luces se van apagando con lentitud, aún se enciende alguna, aún se escuchan sonidos... hasta que llega la completa calma.
El cuerpo de Rafa se recuesta completo contra el mío laxo y cansado, yo lo abrazo y suspiro; apenas puedo encontrar un ritmo de respiración constante. No hablamos, nos dejamos envolver por la calma llena de magia que procede al éxtasis y por el olor afrodisíaco que desprenden nuestros cuerpos cuando se mezclan entre sí. Nos quedamos así por minutos, horas...
Una lágrima caliente se escapa de mi ojo derecho y me encuentro llorando. No sé por qué lo hago, no es tristeza, es más bien melancolía. No es dolor, es más bien paz... Intensa paz.
—¿Por qué lloras? ¿Te he lastimado? —Rafa se incorpora asustado—. ¡Lo siento! No debí ser tan rudo... No quiero que pienses que...
—Shhh. —Coloco mi dedo índice en sus labios para hacerlo callar.
—No me has hecho daño, no sé por qué lloro —agrego riendo—. Las lágrimas solo salen de mis ojos, mi cuerpo lo está haciendo solo, supongo que también está sanándose de alguna forma —digo sin borrar la sonrisa y luego me estiro para alcanzar sus labios y besarlo—. Ha sido perfecto. Intenso, extremo, doloroso, amoroso, cariñoso, y perfecto... como nuestra relación —añado y él suspira echándose a mi lado.
—Ha sido perfecto —susurra—, como nuestra relación.
Y entonces nos enrollamos uno en brazo del otro y nos quedamos dormidos en segundos. Un sueño completo y reparador.
Espero lo hayan disfrutado :)
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