20. La verdad
Rafa no pregunta a donde estamos yendo, solo se recuesta en el asiento y descansa. Yo manejo con calma ante su confianza. Un buen rato después estamos llegando.
Hace demasiado tiempo que no vengo a este lugar, pero hace mucho que le he pedido a mi padre que lo pusiera a mi nombre. Este sitio es todo recuerdos para mí, recuerdos de mi madre, recuerdos de Rafa. Lo veo abrir los ojos y observar el sitio, enarca las cejas y por un segundo creo que no le gusta. Entonces sonríe.
—De verdad venimos al pasado —agrega.
—Está casi igual que la última vez que vinimos, nadie viene a este sitio salvo María y Samuel, una pareja encargada de cuidarla y mantenerla en perfecto estado. Pago un dineral por eso —sonrío—. Pero... me gusta que siga aquí, saberla aquí es como tener un fuerte donde guardo mis mejores recuerdos.
—¿Tu padre no vendrá a buscarnos? —pregunta en una broma entre amarga y triste. Yo sonrío con tristeza y no respondo.
Me bajo y lo ayudo a bajar, entramos a la mansión de piedra y los recuerdos caen sobre mí como si hubieran sucedido ayer. Mi padre arrastrándome de los cabellos, yo llorando y Rafael golpeado. Suspiro.
Vamos a sentarnos a la sala, el cuadro de mi familia sigue allí y lo contemplo, me veo tan diferente a aquella niña que se encuentra en esa foto. Es como si fuéramos dos personas distintas separadas por un gran abismo, un abismo lleno de experiencias horribles. Quisiera decirle a esa niña cuya mirada inocente no sabía todo lo que le esperaba por vivir que las cosas de alguna forma terminarán bien... quisiera abrazarla y darle fuerzas.
Siento el brazo de Rafa acariciar mi hombro con ternura y observarme.
—¿Te sientes bien? —pregunta.
—Necesito que me escuches, Rafael... por favor —suplico entonces observándolo a los ojos. Él solo asiente.
Entonces empiezo a contarle mi vida... Le cuento sobre la niña que fui, solitaria y temerosa viviendo bajo un techo lleno de secretos. Le cuento de las golpizas que mi padre le propinaba a mi madre, y cómo yo me escondía bajo la cama para no oírla llorar o para no escuchar el sonido de la mano de papá por la piel de mamá. Le relato la obsesión de ella por el físico y lo mal que se sentía por la vida que llevaba. Entonces le cuento de su último día de vida y de cómo se suicidó. Le cuento también que fui yo quien la encontró y le relato detalladamente como me sentí al hallarla. Lloro y miro a la foto familiar, me da pena esa niña que aún no sabía lo que le tocaría ver a su tan corta edad. Rafael seca mis lágrimas mientras le cuento que esa fue mi primera mentira...
—Me avergonzaba que la gente supiera que ella se había suicidado, Rafa. La gente te tiene consideración si eres huérfana y le dices que tu madre murió en un accidente o de una enfermedad terminal. Pero te miran con lástima si dices que se ha suicidado. Yo crecí creyendo que no era lo suficiente para ella, sentía que si las personas sabían que mi mamá se había quitado la vida, pensarían que yo no valía nada por eso no decidió luchar por mí. Y eso me daba vergüenza, admitirlo públicamente era doloroso. Sé que debí decírtelo pero para cuando quise hacerlo, que fue exactamente en este lugar... tú me viste triste y me dijiste que estabas seguro que si mi madre hubiera tenido la opción de quedarse lo hubiera hecho. Sentía que si te lo decía en ese momento iba a defraudarte, Rafa; primero porque te había mentido por mucho tiempo... y segundo porque... en ese momento pensé que verías lo que veían todos... que yo no valía ni para mi madre. Sé que estaba equivocada, pero mi mente me decía aquello.
Rafa me acerca a él y me besa en la frente, me siento una niña perdida y triste.
Y lloro.
—¿Sabes? Te entiendo, Caro. Me tocó vivirlo al lado de Taís... ella odiaba decir cómo murió mi hermana. Siempre le dio vergüenza que la gente supiera que tuvo una madre drogadicta que se mató a ella misma y a su padre en un accidente, siempre sintió la culpa de no ser suficiente para que ella dejara las drogas. Una vez un psicólogo que la vio me dijo que los niños pequeños no veían las cosas como los adultos, que ellos se culpaban cuando las cosas entre los padres no salían bien, lo hacían sin pensarlo... ellos asumían las culpas. Luché con eso muchos años para que Taís lograra superar esa sensación que la acompañaba... Lo que viviste siendo solo una niña, es muy fuerte.
Nos quedamos un rato en silencio mientras yo lograba calmarme y luego volví a hablar.
Le conté sobre mi adolescencia y mi problema con los alimentos. Mi forma de reaccionar al respecto luego de la partida de mi madre, buscando ser lo que ella quería que fuera. La bulimia y todo el círculo en el que me metí a través de esas páginas y blogs que fomentaban mi locura. Él solo escuchó. Admití que mis primos y mi padre lo sabían y le conté de los tratamientos fallidos. Luego le recordé que su presencia en mi vida fue el primer paso para intentar salir de ello, que de verdad que lo procuré... que fue durante ese tiempo que casi lo dejo por completo.
—Pero no lo hiciste, ¿no es así? —pregunta él entonces—. Seguías purgándote y me mentías... —Lo afirma y yo suspiro.
—Lo siento tanto... pero no podía decirte que fallaba... hacías tanto por mí y temía tanto defraudarte, Rafa. Lo hacía mucho menos, de verdad... pero eso es una enfermedad seria. Yo... simplemente no podía lograr erradicarla por completo de mi vida, ni siquiera por ti... que eras lo que más amaba en la tierra. Y me sentía doblemente culpable luego de cada vez que sucedía pues sentía que te fallaba... que te enterarías y me dejarías. Yo no te merecía.
—Me hubiera gustado saberlo porque en realidad de esa forma hubiera podido hacer algo más por ti, Caro... nunca te hubiera dejado por ello... solo quería sacarte de ese pozo.
—Lo sé, Rafa... créeme que lo sé y lo valoro. Pero en ese entonces no lo veía de esa forma. Tenía mucho miedo a perderte, eras todo lo que yo tenía. Eras mi motivo para vivir, eras todo lo que soñaba, quería... en quien pensaba al levantarme y antes de ir a dormir... Pensar en defraudarte me mataba el alma, y lo peor es que sabía que tarde o temprano sucedería.
Nos quedamos de nuevo en silencio hasta que me toca contarle lo peor. Le hablo de mi relación con Gael y lo siento tensarse al instante. Le cuento como fue que nos hicimos tan unidos y la forma en que él manipulaba mis emociones haciéndome creer que era la única persona en el mundo que me quería y en quien podía confiar. Le cuento que no le gustaba que me acercara a nadie por mucho tiempo, salvo algún romance de una noche; y que justo por eso lo odiaba a él, porque sabía que yo lo amaba.
—No entiendo esa relación. —Me interrumpió entonces—. Dime de una vez qué es lo que sucedió entre ustedes porque él me dijo... —Se calla pero yo ya sabía lo que Gael le había dicho porque Taís me lo había contado.
—No es lo que piensas... Yo no sentía nada por él. —Me armo de valor para contarle.
—Pero él dijo que... te había enseña...
—Él y Leo me violaron, Rafa —admito casi por primera vez con esas palabras tan fuertes y las lágrimas caen sin piedad mientras imágenes de esa noche que nunca antes habían aparecido en mi mente se reproducen de forma macabra, burlándose de mí. Lloro aún más.
Rafa no responde, se levanta como puede y cierra ambos puños, incluso el izquierdo con dificultad. Lo veo teñirse de rojo, furioso y con su pierna izquierda intenta patear un mueble. Se trastrabilla y me levanto para evitar que caiga. Lo sujeto y entonces él me abraza. Lloramos juntos por mucho tiempo.
—Debiste decírmelo, Carolina... debiste decírmelo... Lo hubiéramos denunciado, lo hubiera matado. —Sus palabras son fuertes pero en realidad su tono es doloroso, a él le está doliendo esto y a mí también—. No puedo creer que estuve a su lado tantas veces sin hacer nada... debiste decírmelo —susurra en un llanto lastimero y quejoso. Lo guio a sentarnos de nuevo.
Le cuento como fue y la edad que tenía, le comento también que nunca había tenido imágenes del momento hasta ahora y le relato lo que me viene en mente. Le hablo del dolor y del malestar que sentí al día siguiente y los días posteriores. Le cuento sobre lo que me dijo Gael cuando me habló de sus sentimientos. Y finalmente le digo que para mí en ese momento fue mejor olvidar todo aquello, no hablarlo, crearme una realidad alternativa donde solo Leo había sido mi primera vez y drogarme para olvidar la basura que era.
Otro gran rato de silencio viene después de esa confesión, veo toda clase de emociones y sentimientos atravesar el rostro de Rafa; desde el enfado, la rabia, la impotencia, hasta el dolor y la melancolía.
—¿Qué se hizo de él? —pregunta y le cuento sobre su muerte. Él no dice nada más.
En el silencio que se ha formado entre nosotros, cargado de emociones y recuerdos, le tomo de la mano y lo llevo al comedor. Allí la cena está servida para nosotros, los encargados lo dejaron todo listo. Al entrar, imágenes de Rafa y de mí lavando los cubiertos y mojándonos, tirándonos al suelo y besándonos apasionadamente inundan mi alma. Siento el rubor quemar mis mejillas y él sonríe al verme. Sé que está pensando lo mismo.
—Tú fuiste mi mejor experiencia, mi mejor recuerdo, mi primera y mi última vez, Rafael. No hay nadie que me haya hecho sentir como lo hiciste tú... Borraste toda esa mancha que ellos habían dejado en mí... debes saberlo.
—Éramos dos volcanes en constante erupción —bromea y yo asiento mientras nos sentamos a la mesa—. No volví a conseguir esa química con nadie —menciona y yo sonrío ruborizada.
—Tampoco yo.
Y cenamos en silencio.
Cuando terminamos de cenar volvemos a la sala. Esta vez no nos preocupamos de limpiar los cubiertos ni de nada. Se sienta y me siento a su lado, él toma mi mano y la acaricia con ternura, pierde su vista en su piel sobre la mía. Nos quedamos de nuevo en silencio, uno cómodo y lleno de paz.
—¿Por qué me dejaste, Carolina? ¿Por qué dejaste que me fuera así aquel día? ¿Cómo pudiste mirarme a los ojos y decirme todo aquello? —Sus palabras me duelen.
—Pensaba suicidarme esa noche, Rafa. —Él se voltea a mirarme confundido y yo asiento—. De hecho lo hice, tomé muchas pastillas... —Cierro los ojos y suspiro tomando fuerzas para lo que sigue—. Cuando llegué a casa el día que nos encontró papá, él me pegó muchísimo. Me castigó y me tuvo encerrada un buen tiempo. No me dejaba salir, me dejó incomunicada.
»Yo sabía que me buscarías, sabía que harías lo que fuera para liberarme de todo aquello... pero allí encerrada y magullada sentí que ya nada valía la pena.
—¿Yo no valía la pena? —pregunta viéndome con tristeza.
—Tu sí, pero pensé que yo no. ¿Sabes? No puedes amar a nadie si no te amas primero a ti mismo... no puedes respetar a nadie si no te respetas a ti mismo. No estoy diciendo que no te amaba, Rafael... pero no me amaba a mí misma y por ello sentía que no merecía tu amor. Sentía que no era digna y nunca lo sería. Pensaba que tú, al igual que todos los demás, terminarías rindiéndote en mí, abandonándome.
»Quizás no lo entiendas, es egoísta si lo piensas desde tu punto de vista. Habías dado todo por mí y yo no lo valoré. Sin embargo en ese momento yo no veía salidas, y me parecía que tenerte a mi lado era solo meterte a ti en mi infierno personal. Mi padre te haría la vida imposible, nos la haría a ambos. Nuestros sueños de escaparnos e ir a vivir juntos no eran más que eso, sueños que no podría realizar porque mi papá jamás lo iba a permitir. Yo no tenía salida, no veía una.
»Pensé que la única salida era acabar con mi vida... y así se acabarían los problemas de todos.
—¡Eso es ridículo! —exclama enfadado.
—Lo sé... ahora lo sé... pero aquella jovencita extraviada, agitada y lastimada. Aquella que moría de miedo y de soledad... esa no lo sabía. Había decidido suicidarme, lo planeé para esa tarde. Y entonces viniste a verme, no podía darte más esperanzas... no podía decirte que te amaba. Si lo hacía, no te irías, lucharías por mí... y yo pensaba que era una batalla perdida. No tenía caso. Además tú me habías dicho que lucharías hasta que yo te lo permitiera, así que simplemente me rendí.
»Te escribí una hermosa carta contándote todo esto y mucho más, no quería que te sintieras culpable de mi muerte.
—Me hubiera sentido horrible si hubiera sucedido —dice pensativo. Luego de una pausa me pregunta qué pasó después.
Entonces le cuento sobre el hospital, y sobre mi internación. Le hablo sobre todo lo que viví y aprendí allí, le cuento sobre Nikolaus y lo bien que me hizo su presencia en mi vida. Sobre Alemania y mis nuevos comienzos... Le cuento todo...
Cuando terminamos de hablar son casi las cuatro de la madrugada. Estamos cansados y sentimos los ojos rojos de tantas lágrimas derramadas. Los párpados pesan y los huesos duelen entumecidos por mantenernos en la misma posición.
—Vamos a dormir, debes descansar —digo y asiente.
Prepárense para el siguiente cap.
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