Introducción

Ángeles llevaba un vestido turquesa que debería haberle quedado hasta la altura de las rodillas, claro, si ella tuviese el talle para el que estaba hecho el vestido. La cremallera iba desprendida, quizá porque no se le ajustaba en el cuerpo o a lo mejor porque nadie la había ayudado a ponérselo, el caso es que los tirantes se le caían por el hombro y dejaban ver su blusa violeta con diseño de ponys. De su mano derecha colgaba una bolsa color plata que hacía juego con sus tacones casi seis centímetros más grandes que sus pies y en los que tambaleaba peligrosamente en su intento por mantenerse en pie. Traía el pelo alborotado en una especie de coleta alta con varios mechones sueltos y un enorme lente de sol que atajaba con la misma mano en la que llevaba la bolsa para evitar que se le cayera.

Con la mano izquierda daba órdenes a Maxi para que se moviera, el niño intentaba caminar con los zapatos gigantes de su padre y no tropezar con la corbata que Angie le había anudado al cuello, mientras sudaba grandes gotas bajo aquel pesado saco negro que la niña le había conseguido. Con ambas manos empujaba un carrito de juguete en la cual una muñeca pelada y vestida con pañales reía inmune a todo lo que acontecía.

—¡Apúrate, Maxi! Vamos a llegar tarde y tenemos cita con la doctora Lía —gritó la niña.

—Ni papá ni mamá se visten así para ir al pediatra —exclamó el niño frustrado por tanta ropa encima.

—Nosotros somos gente elegante, Maxi, somos millonarios, recuérdalo, debemos vestirnos como se visten los millonarios —explicó la pequeña con toda la paciencia del mundo. No entendía por qué a su hermano le costaba comprender ciertas cosas.

—Ya no quiero jugar a la muñeca —se quejó el pequeño.

—Todavía nos quedan quince minutos —respondió la niña y levantó su vestido para dar un paso más.

En ese momento, ambos se quedaron inmóviles tras la escena que se desarrollaba en una de las casas contiguas, parecía que alguien se estaba mudando al condominio y eso siempre era una novedad.

—¿Crees que vendrá una niña? ¡Me encantaría tener una amiga para poder jugar a las muñecas! Los hombres no sirven para esto —se quejó.

—Espero que sea un niño —dijo Maxi al tiempo que ambos veían a un hombre meter cajas y más cajas.

Hacía unos cuantos años atrás, los padres de Ángeles y Maxi habían decidido mudarse a ese condominio pues creían fervientemente que criar en la ciudad no era una buena opción para sus hijos. Deseaban que ambos corrieran en espacios libres, que jugaran afuera, que tuvieran una infancia lo más parecida a la que ellos habían tenido de chicos y que tan difícil era ya en la actualidad, donde los niños se criaban entre pantallas en pequeños departamentos que con suerte tenían un balcón para mirar el cielo.

En Las lomas, como se llamaba el lugar, encontraron el sitio perfecto para criar a su familia. Un grupo de viviendas que sin veredas ni murallas se encontraban una al lado de la otra en un terreno que abarcaba casi una manzana completa y en cuyo centro había árboles y flores que constituían un enorme patio compartido. Las casas tenían un solo ingreso y un guardia, por lo que era un sitio seguro y tranquilo para crecer.

Lastimosamente, en ese momento no había niños de la edad de los mellizos que acababan de cumplir apenas seis años, los únicos que había rondaban los diez y casi nunca les hacían caso. Pero eso estaba a nada de cambiar.

Atrás del hombre con cajas, apareció la imagen de un pequeño niño, era un poco más alto que ellos, pero muy delgado y estaba muy serio, se veía algo triste —pensó Angie—, y traía también una caja pequeña y una mochila.

—¡Es un niño! ¡Es un niño! —exclamó Maxi que comenzó a dar pequeños brincos de entusiasmo.

Angie se cruzó de brazos y resopló. Lo único que le faltaba, otro niño más.

El niño era moreno y de pelo oscuro, y ante los gritos de Maxi reaccionó volviendo la vista hacia ellos. Maxi agitó su mano para que los viera y el niño esbozó una pequeña sonrisa.

—Ve a jugar, deja tus cosas y ve con esos niños —dijo su padre.

—Pero debo ayudarte —se quejó.

—No te preocupes, enseguida vendrá el tío Juan y me ayudará —añadió el hombre—, ve a hacer amigos.

El niño asintió e ingresó a la casa para dejar sus cosas, sacó un balón y corrió hasta el par de niños que aún miraba la escena.

—¡Hola! ¡Hola! —saludó Maxi que lo veía venir.

—Hola —dijo el pequeño cuando se acercó entre jadeos.

—¿Te estás mudando a la casa ocho? —inquirió Maxi.

—No, solo vino a mirar —exclamó Angie con ironía y aún con los brazos cruzados.

El niño la miró y levantó una ceja.

—¿Hay fiesta de disfraces? —inquirió.

—No, estamos jugando a las muñecas —explicó la niña como si aquello fuera más que obvio.

—¿Juegas a las muñecas? —preguntó el nuevo ahora con la mirada fija en Maxi.

—Bueno... yo... este... pasa que mi madre nos obliga a jugar media hora de lo que cada uno quiere... y pues...

—Oh...

—Y aún faltan quince minutos —se quejó Angie.

—Me llamo Bastian. ¿Ustedes?

—Yo soy Máximo —se presentó Maxi.

—¿Y tú? ¿Mínima? —inquirió Bastian con diversión.

Angie decidió en ese momento que ese niño no le caía nada bien.

—No, yo me llamo Ángeles —respondió con notable enfado en la vos—. Un gusto, Beeestian —saludó ironizando la e al tiempo que hacía una mueca como si fuera a vomitar.

El niño la miró con diversión y decidió ignorarla.

—¿Máximo? ¿Y si jugamos a la pelota? Ese sí es un juego de niños...

—Mi madre dice que los juguetes y los juegos no son de niñas o de niños, son para todos —explicó Angie como si su interlocutor careciera de cerebro.

Bastian la miró y volvió la vista a Maxi.

—¡Toma! —dijo y le arrojó la pelota.

Esta rebotó por el hombro del niño y fue directo al carrito, lo volteó e hizo que la muñeca cayera. Maxi, mientras tanto, ya se había quitado el saco, la corbata y los enormes zapatos de su padre y muy decidido, había salido corriendo tras el balón seguido por el nuevo.

—¡Regresen! —gritó Angie indignada, pero ambos niños la ignoraron.

Se mordió el labio, se atajó las lágrimas que deseaban derramarse por su rostro sin piedad y juntó los juguetes y las ropas de sus padres para llevarlas adentro. Caminó como pudo sin perder su dignidad con aquellos tacones enormes y se encerró en la casa, ofendida y enfadada.

Allí fue donde la encontró Marita, la niñera, y le preguntó qué le sucedía.

—Un niño nuevo me robó a Maxi y ahora están jugando a la pelota —se quejó la pequeña.

—No, nadie te va a robar a Maxi nunca —exclamó con cariño la mujer—, ¿por qué mejor no vas a jugar con ellos? Es divertido jugar a la pelota —añadió.

—No quiero jugar con ese Bestian —dijo indignada—. ¡Es malo!

—¿Se llama Bestian?

—No, Bastian, pero Bestian le queda mejor, es una bestia... —añadió y Marita ocultó la sonrisa.

—¿Cómo sabes si es malo si aún no lo has conocido?

—Echó mis juguetes y se burló de mí, se llevó a Maxi —añadió.

—Mira, Angie, te contaré un secreto —dijo Marita y susurró mientras se sentaba al lado de la pequeña en el suelo—, las niñas tenemos que ser fuertes y valientes, si te muestras llorosa y débil ante un niño, él siempre se aprovechará de eso porque son tontos y se creen más fuertes, lo que debes hacer es nunca achicarte ante él...

Angie creía que Marita siempre tenía razón, así que se limpió las lágrimas de los ojos y tomó aire para salir a jugar afuera y enfrentar a ese niño que quería robarse a su hermano. No, no se lo iba a permitir tan fácilmente. No sin luchar.

Angie creía que ese tal Bastian, iba a ser un verdadero estorbo, pero ella no se iba a dejar.

Bueno, espero que se queden por aquí a mi lado como siempre. Les prometo diversión, sonrisas y a lo mejor, un poco de lágrimas. 

Actualizaciones: Lunes y Jueves

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