Capítulo 1
El despertador de Angie sonó como siempre a las seis de la mañana, ella era metódica y organizada, le gustaba tener todo bajo control, por eso mismo, la noche anterior había dejado listo y planchado el uniforme del colegio, también había colocado algunos útiles en la mochila y solo tenía que bañarse y luego despertar a Maxi, que siempre deseaba dormir un poco más.
Se metió a la ducha para disfrutar de ese momento y del agua tibia despertando cada centímetro de su piel. Mientras tanto, soñaba con el nuevo y último año escolar, iba a ser un buen año, uno memorable, el último de la secundaria, el último antes de convertirse en adulto.
Salió de la ducha y se envolvió con la toalla. Ordenó su cabello en otra toalla y comenzó a secarse el cuerpo. Se miró al espejo. Había logrado perder un par de kilos en el verano, pero no era suficiente, jamás tendría el cuerpo escultural de sus compañeras de clases y eso la atormentaba en silencio, aunque nadie más lo supiera.
Le hubiese gustado ponerse un traje de baño de dos piezas, pero no, jamás lo haría, tenía celulitis en los muslos gruesos y algunas estrías en la cintura. Sus pechos eran más grandes que el de sus amigas y no importaba cuánto deporte hiciera, su cuerpo nunca sería terso y esbelto. Por eso mismo, hacía años había desistido con los ejercicios y no hacía más que lo mínimo, su pasión era la lectura y cultivaba su intelecto. Era una chica inteligente y perspicaz, mucho más que cualquiera de sus compañeras a las que solo les importaba la ropa y los zapatos.
Es que a esa edad cada uno debía buscar su espacio en el mundo y estaba claro que Angie no podía ser ni la deportista, ni la femme fatale, tampoco podía ser la fiestera porque las fiestas le aburrían y no era ninguna posibilidad para ella coronarse como la sociable que le caía bien a todo el mundo porque, si había algo en el carácter de Angie que le había traído problemas a lo largo de toda su vida, era su mordacidad y esa capacidad para la ironía que hacía que algunas personas la consideraran pesada, altanera o inaguantable. Lo único que podía hacer era jugar con las cartas que tenía y convertirse en la inteligente para poder ganarse el respeto entre sus iguales, un grupo de chicos que conformaba una pequeña sociedad en la cual si no tenías espacio reservado te exponías a las burlas y humillaciones.
Ser la cerebrito del grupo no era el mejor de los puestos, pero al menos era uno que merecía respeto, al final todos recurrían a ella siempre en busca de ayuda, desde la más plástica hasta el deportista. Además, tenía a Maxi como garantía. Él sí que era guapo y musculoso, uno de los mejores jugadores de baloncesto de la escuela, alto y elegante, y con mucho cerebro, combo que Angie pensaba era muy difícil de conseguir. Y todos sabían que los mellizos eran inseparables, si alguien quería salir con Maxi, jamás lo lograría despreciando a su hermana, por lo que no podía quejarse, había conseguido un buen puesto en aquella lamentable sociedad.
Pero también estaba Bestian, su némesis, su contraparte, aquel con el que luchaba por la atención de Maxi desde que tenían seis años y se habían conocido por primera vez. Él era como Maxi, alto, guapo y deportista, pero a la vez, era todo un cerebrito y ambos pujaban constantemente por los mejores puntajes en la clase. Era una batalla despiadada que Angie no tenía planeado perder y pensaba ese año coronarse como la mejor alumna de la promoción, aunque para eso tuviera que estudiar el doble y dejar de dormir por todo un año.
Hacía muchos años que ellos eran un trío, uno unido solo por Maxi, habían aprendido a tolerarse, siempre entre sus comentarios mordaces y sus bromas pesadas entre las que su hermano había aprendido a quedar al margen, aunque de vez en cuando debía echarle un paño frío para evitar un asesinato. Ah, y claro, a lo largo de los años surgieron algunos contratiempos y algunas situaciones que se guardaron bajo llave como secretos de estado en el corazón de cada uno... situaciones de las que no se hablaba, nunca, en ninguna circunstancia.
Angie salió de la ducha y se puso su uniforme. Se secó el pelo con el secador y lo dejó en libertad para que sus ondas naturales se apoderaran de él. Miró su imagen en el espejo de su recámara y sonrió. No estaba mal.
Buscó la camiseta negra de la promoción que rezaba en letras plateadas las palabras que entre todos habían elegido como frase de despedida del último año y la guardó en la mochila. Luego salió a despertar a su hermano, eran las siete, justo a tiempo.
—¡Maxi! ¡Maxi! —gritó una vez que llegó a su habitación, al otro lado del pasillo.
Su madre los había puesto en habitaciones separadas cuando comenzaron la adolescencia. Angie no comprendió por qué, a ella le encantaba pasarse horas hablando hasta que ambos quedaran dormidos, pero su madre dijo que ya era hora de que cada uno tuviera su espacio.
¿Espacio? Se preguntó Angie para sí, ni siquiera tuvieron un espacio propio en el útero. ¿Para qué necesitarían una habitación cada uno? ¿Cómo podrían dormirse sin hablar cada noche hasta la madrugada? ¿Por qué su madre quería separarlos?
Ella le explicó que en la adolescencia los niños y las niñas sufrían algunos cambios y era mejor que tuvieran mayor privacidad.
Angie no lo comprendió entonces, pero al retirar la sábana del cuerpo de su hermano para intentar que se despertara y ver aquello levantado, bufó y agradeció a su madre por aquella decisión.
—¡Maaaxiiiiii! —gritó.
—¿Qué demonios? —se quejó el chico al sentir el frío colarse por sus piernas y pronto se cubríó la entrepierna con una almohada.
—¡Es tarde! ¡No quiero llegar tarde al primer día de clases, Maxi! Es nuestro último primer día.
Maxi se volvió en la cama.
—¿Y? ¿Mañana será el último segundo y pasado el último tercero? ¿Qué lo hace tan especial?
—¡No voy a discutir contigo, levántate y prepárate para irnos! Bestian llegará en cualquier momento y aún no hemos desayunado —exclamó.
—¡Son las siete! —se quejó—. Bastian viene a las ocho con suerte...
—¡Levántate! —ordenó.
Maxi suspiró con pesadez y se sentó en la cama.
—Ya, ya me desperté, sal de aquí —exigió—, me prepararé, lo prometo.
—¿Con quién soñabas? ¿Con Olivia? —quiso saber Angie con diversión.
—¡Sal de aquí!
La muchacha salió divertida y bajó a desayunar.
Marita la esperaba con todo servido y su padre ya estaba sentado a la mesa.
—Buen día, pa —saludó con alegría.
—Qué bueno verte tan contenta —dijo su padre con una sonrisa—. ¿Y Maxi?
—Ahí baja en un rato. ¿Mamá?
—Ahí baja en un rato —respondió su padre.
Angie creía que ella había heredado la organización de su padre y Maxi la desorganización de su madre, pero en conjunto, eran una buena familia y se complementaban bastante bien. Y Angie creía en los complementos.
Bueno, arrancamos, espero que se diviertan por aquí.
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