Epílogo
El teléfono sonó y Angie miró su reloj, estaba justo en tiempo y si atendía esa llamada llegaría tarde, pero qué más daba, lo iba a hacer igual.
—¿Complejo turístico Felicidad? —inquirió.
Bastian apareció entonces con su mochila ergonómica de color rosada con florecitas, Pacita dormía tranquila en ella y su perra, Luna, se sentó a su lado.
—Sí... —respondió ella—, claro que te recuerdo —sonrió—. Sí... en la convención de hoteles, por supuesto...
Bastian la miró y le hizo señas para que se apurara, ella asintió, pero buscó la agenda, la abrió y la hojeó.
—Sí, tienes mucha suerte, estamos llenos, pero para ese fin de semana nos queda libre la cabaña Ensueño —susurró—, es hermosa... como su nombre lo dice... les encantará —afirmó.
Bastian levantó las cejas y se recostó por el umbral de la puerta mientras la veía conversar.
—Sí, por supuesto, ¿anoto la reserva a tu nombre? —inquirió—. Perfecto, Camelia Bustamante... Okey, prepararemos todo con pétalos de rosa, champaña y las iniciales en la cama. ¿Me las repites por favor? —sonrió—, perfecto F y C.
Bastian la observó anotar en la agenda y suspiró, era hermosa y la amaba como si fuera el primer día. Era obsesiva con el trabajo, pero incluso eso amaba de ella, la pasión que le ponía a todo lo que hacía.
—Gracias, Camelia, muchas gracias —susurró y mordió el lápiz. Bastian pensó que hacía eso a menudo en clases de matemática y a él le encantaba mirarla concentrada.
—Sí, es un proyecto de mi esposo y mío, tenemos diez ahora mismo, funcionando al 100% de ocupación... Verás que se enamorarán del lugar, tú y tu marido... —afirmó—. Será un placer tenerlos por aquí, los esperamos con ansias... Adiós.
Angie colgó la comunicación y Bastian le hizo un gesto como si esperara respuestas.
—Es que no podía no atender, es una conocida del rubro hotelero, su mejor amiga estuvo hospedada aquí hace un tiempo, también del rubro... y le comentó sobre las cabañas... ella quiere venir aquí por su aniversario de bodas. La semana que viene tenemos que ver con el ingeniero el proyecto de las dos cabañas más... —recordó.
—Angie... desconéctate —pidió él cuando el teléfono volvió a sonar—. Eso ya no lo atiendes —ordenó apuntándole con un dedo—. Maxi y los demás esperan en el minibús que alquilamos, si no nos vamos en cinco minutos subirá Dulce, y si Dulce sube... ya sabes en qué termina todo —dijo con diversión.
—Vamos —respondió—. ¿Tienes todo listo?
—Sí, ya subí los bolsos. los nuestros, el de Pacita y los de los mellis... solo faltamos nosotros.
Cuando bajaron escucharon las bocinas del minibús y un coro de niños gritando.
—¡Queremos ir! ¡Queremos ir! ¡Queremos ir!
Angie rio y corrió hasta el minibús donde ya todos estaban ubicados.
—¿Dónde se quedó la Angie puntual de mi pasado? —inquirió Maxi—. ¿Tienes idea de lo que es esperar aquí con todos ellos? —añadió mirando hacia atrás.
—¿Y Annette? —preguntó Bastian.
—Joaquín se hizo popó —dijo la pequeña Mica—. Es un bebé —rio.
—Mica —llamó su madre, Dulce—, ¿no habíamos quedado ya en que dejarías de burlarte de él? Solo tiene tres años...
—Es que yo ya no uso pañal y también tengo tres —dijo con suficiencia.
—Pero tú estás a días de cumplir cuatro y él acaba de cumplir tres —respondió su madre con paciencia.
—¡Mamáaaaaa! —gritó Samira.
—¿Qué pasa ahora? —inquirió Dulce con hastío.
—Los mellizos me sacan la lengua —se quejó.
—¡Mateo! ¡Matías! —los regañó Angie—, dejen a su prima en paz.
—Es una llorona —se quejó Mateo.
Dulce puso los ojos en blanco.
—¡Perdón, ya venimos! —Annette ingresó al minibús con su pequeño, Joaquín, y su marido Leandro.
—¿Al fin estamos todos? —preguntó Maxi con la paciencia al límite.
—¡Síiiii! —gritaron todos.
—No sé cómo lo hacían nuestros padres —dijo al tiempo que arrancaba el minibús.
—Éramos solo tres —suspiró Angie.
—¡Esperen! —gritó de pronto Benja—. ¿Dónde está Lucila?
—Ya no va a venir este año —dijo Bastian con tristeza—, está cansada y viejita... Pero Luna irá en su lugar —añadió acariciando al husky siberiano que dormía a su lado.
—¿Cuántos años tiene Lucila? —inquirió Samira.
—Muchos... en años perrunos son muchos —respondió Benja.
—Bueno, estamos, ya nos vamos —dijo Maxi.
—A ver chicos, ¿cuáles son las reglas? —preguntó Angie.
—Cada quién arma su carpa y los mayores ayudan a los menores —recitó Benja.
—Y nada de tecnología —añadió Samira—, Samuel, apaga tu consola —agregó.
—Sí, Samu, apágala ya —pidió Dulce.
—Está bien —se quejó el chico y miró a su hermana con cara de odio.
—Falta una... —pidió Angie mirando a todos los chicos.
—¡Nada de peleas! —exclamaron todos.
—Eso mismo.
—Deberías decirle eso a tus hijos, tía —se quejó Samira.
—Ya lo saben, ¿verdad chicos? —preguntó.
Los mellizos asintieron y cuando ella se volteó volvieron a sacarle la lengua a la pequeña.
—¿Qué tal si ponemos música? —preguntó Annette.
—¡Tu música es súper aburrida, mamá! —se quejó Benja.
—Hagamos que sea justo, cada uno elige una música —ofreció Leandro, el marido de Annette.
—Bien... ¡Yo primera! —exclamó Samira.
—No, yo primero —pidió Samuel.
—¡No, yo primero! —exclamó Mateo.
—¿Qué tal si hacemos un juego? —preguntó Bastian con diversión—. Todos hacen silencio y el primero que habla, pierde.
—No, eso es aburrido —se quejó Mica.
Dulce enumeró a los adultos y a los niños por orden de nacimiento y empezaron desde el mayor al menor con el tema de las canciones. Maxi fue el primero en la lista, seguido por Angie, Bastian y Dulce, luego venían Leandro y Annette y desde ahí Benja, Samuel, los mellizos (Matías antes que Mateo), Samira, Mica y Joaquín. La pequeña María Paz todavía no tenía una música favorita, así que ella quedaba fuera. Y la lista de canciones se fue armando, mientras iban de camino al campamento.
—¿Está el equipo completo listo para la diversión? —inquirió Bastian cuando llegaron.
—¡Sí, estamos listos! —gritaron todos al tiempo que bajaban a empujones y tropezones del minibús para llegar primeros y elegir el sitio de acampada.
Y Angie fue la última en bajar, cargaba los bolsos al tiempo que observaba a su hermano y a su familia, a su cuñada con su familia y a su marido con sus hijos y su perra, y sintió que todo había valido la pena, que la vida era interesante y había que vivirla al máximo.
Y de pronto, Angie llegó a la misma conclusión que cuando había acabado el colegio. Angie creía que la felicidad estaba en los logros, pero más aún en el proceso y supo que querer lo suficiente, era motivo para crear y alcanzar sus sueños.
Hola, estuve dilatando este momento porque no quería terminar... No sé, amo mucho a Angie y a todo el equipo... Ha sido una historia que me ha encantado escribir, tanto el libro uno, como este... Me encanta cómo han crecido e imaginarlos todos juntos, una gran familia, un gran grupo de amigos... Me encanta, quizá más adelante alguno de los hijos tenga alguna historia para contarnos.
Besitos, y muchas gracias por haberme acompañado hasta aquí... Los espero en las próximas historias.
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