Capítulo 7

Angie perdió la noción del tiempo bajo aquella glorieta, se sentía anestesiada por el aroma de las flores de jazmín y sus pensamientos, entonces oyó unos pasos, era Annette.

—¡Odio a esa Andrea! —masculló sentándose en el suelo como si quisiera esconderse—. No veo la hora de que esta boda termine para que esta tipa se esfume, pero no creo que lo haga con facilidad.

—¿Por qué?

—¿No ves como lo mira? —inquirió—, no va a parar hasta atraparlo entre sus piernas —zanjó.

Angie abrió los ojos con sorpresa, no acababa de comprender.

—¿A Bastian? —preguntó.

—¿A quién más? —quiso saber Annette—. Maxi no tiene ojos para nadie más que para Dulce...

—Así ha sido siempre... —dijo Angie sin comprender a la muchacha—. ¿Por qué no haces algo?

—¿Qué podría hacer? —inquirió Annette encogiéndose de hombros.

Angie no respondió, no quería entrar en esa confusa conversación con la mujer de Bastian y madre de su hijo.

—¿Hace mucho se conocen? —preguntó a modo de cambiar de tema.

—Sí, unos... —pensó—, cuatro años y medio más o menos...

—¿Y cuantos años tiene tu bebé? —quiso saber.

—Cuatro, acaba de cumplirlos —añadió.

Angie asintió.

—Es hermoso lo que hizo con este lugar, increíble...

—Sí... Yo no lo conocí cuando estaba abandonado —comentó Annette—, pero Bastian me contó cómo era todo... Lo compró en un remate, nadie quería el sitio, era mucho trabajo levantarlo... gastó más en eso que en lo que le costó comprar las tierras —añadió—, cuando yo lo conocí, ya llevaba dos años trabajando aquí, a sol y a sombra... En esa época el jardín principal ya estaba hermoso y la granja comenzaba a funcionar. Pero sé que los arreglos de la plaza central los hizo él solo con su amigo Juan, prácticamente —contó.

—Yo sí lo conocí cuando estaba en ruinas y te puedo asegurar que hizo magia —dijo Angie con orgullo.

—Esto es todo lo que a él le importa, vive y respira por este lugar, dice que hará de Felicidad el sitio más hermoso del mundo —comentó.

Angie sonrió y recordó la vez que vinieron allí, ella le había mencionado que no tenían un sitio especial como pareja, un lugar que fuera de ellos. Unos días después, él había encontrado ese sitio y lo había elegido para ellos, para que fuera su lugar especial y, aunque le había dicho que pronto se vendería, esperaba que lo recordara siempre y fuera parte de la historia de amor que vivieron.

—Dice que es el lugar donde encontró la felicidad —continuó.

«Así que es feliz». Pensó Angie.

—Por eso le mantuvo el nombre...

—Bonita historia —respondió con melancolía.

—Tú lo conoces desde siempre, ¿no? Al igual que Maxi... porque eres su hermana, ¿cierto?

—Sí, nos criamos juntos —susurró.

Annette sonrió y la miró de una forma que Angie no supo descifrar.

—¡Annette! —Andrea la llamó.

—De nuevo la harpía —se quejó.

—¿Por qué le haces caso? —preguntó Angie. De pronto aquella muchacha le caía demasiado bien como para odiarla.

—No sabes cómo se pondrá Bastian si las cosas no salen perfectas, no por Andrea, sino por Maxi y Dulce, quiere que todo sea impecable... y yo también lo quiero, ellos son geniales —añadió.

Angie sonrió y la vio salir corriendo tras los gritos de Andrea.

Perdió de nuevo la vista en los jazmines y comenzó a sacar pequeñas flores para hacerse un collar como cuando era niña. Entonces, volvió a sentirse observada, esta vez por un perro, el mismo labrador marrón que hacía rato le había ladrado.

—No me hagas nada —pidió—, no tengo malas intenciones.

El perro le ladró.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó Angie mirándole—. ¿Quién eres?

—Es Lucila —dijo Bastian apareciendo de algún sitio.

—¿Lu..ci? —Angie se quedó de piedra.

El perro corrió junto a Bastian y comenzó a saltarle de un lado al otro.

—Tranquila, chica, nadie ocupará tu lugar, nunca, ni siquiera Angie, no te preocupes —bromeó.

La perra comenzó a lamerle la mano y él ingresó a la pérgola y se sentó frene a Angie, mirándola desde el suelo.

—¿Así que esta es Lucila? —inquirió ella y no supo por qué, pero sintió que una parte de su alma volvía a su sitio.

—Sí, ¿por?

—No... por nada —respondió ella con diversión—. Parece que no me quiere...

—Es celosa, cuida lo que le pertenece —comentó Bastian sin dejar de acariciar a la perra que ahora le lamía los cachetes—. Calma, calma —pidió con voz autoritaria y la perra se sentó a su lado, moviendo la cola con entusiasmo—. Mira, ella es Angie, es parte del equipo, ¿ok? Con Maxi, Dulce, Anette, Benja, el bebé de Dulce y tú —explicó.

—El equipo se ha agrandado —musitó Angie sin dejar de mirar su collar de flores.

—Así es... —respondió él—. ¿Cómo estás?

Angie lo miró y por un instante se perdió en sus ojos, antes podía leerlos bien, sin embargo, en ese momento no pudo hacerlo.

—Bien... —dijo ella—, de vacaciones luego de tres años...

—Tengo entendido que ha valido la pena tanto trabajo, ahora serás encargada de una de las sucursales más importantes, ¿no? Ese era tu sueño...

—Bueno, no ese, precisamente, pero sí... en parte —admitió—. ¿Tú?

—Ya ves, ocupado... lleno de proyectos —comentó.

Ella asintió.

—¿Cómo ha sido regresar a casa? —quiso saber Bastian.

—No lo sé, aún no lo sé... no siento que esté en casa, y a la vez sí... —musitó ella y perdió la vista en las flores, el collar ya iba tomando forma.

—Es que tu casa ahora es el Estrella, ¿verdad? —inquirió él.

Angie se encogió de hombros.

—Eso supongo...

Los dos quedaron en silencio, Bastian acariciaba a Lucila que había dejado su cabeza sobre sus piernas y dormía, Angie terminaba su collar de flores.

De pronto lo miró, se veía guapo en esa ropa casual, y como Dulce le había dicho, la barba le quedaba sexy, era todo un hombre ya y ella, sin embargo, se sentía más niña que nunca. Abrió la boca y la cerró, él no necesitó verla, sin embargo, habló.

—Dime, pregunta lo que quieras —susurró sin dejar de acariciar al can.

—¿Cómo sabías que quería preguntar algo?

—Lo sé... yo siempre lo sé todo, recuérdalo —dijo él y ella puso los ojos en blanco.

—Solo quería saber una cosa...

—Dime...

—¿Eres feliz? —preguntó.

Bastian suspiró y miro alrededor, se tomó su tiempo para pensar en la respuesta y luego la miró a los ojos. Sus miradas se encontraron y a ella le recorrió un escalofrío que le sacudió por dentro.

—¿Qué es la felicidad para ti, Angie? —inquirió él.

—No lo sé, de eso hablábamos el otro día con Dulce... creo que pienso que la felicidad es... —dejó que las palabras se ahogaran en su garganta, quedó callada y negó.

—Sí, soy feliz —anunció él.

—Me alegra saberlo —dijo ella con una sonrisa que no llegó a sus ojos.

Bastian se levantó y sacudió sus manos por su pantalón, la perra se sentó a su lado y lo miró. Se acercó a ella, y levantó su barbilla para que lo mirara, un gesto que había hecho muchas veces antes, pero que llevaba demasiado tiempo sin hacer.

—¿Y tú? —preguntó él—. ¿Eres feliz? —quiso saber.

Angie tragó saliva y no contestó, a él no podría mentirle.

—Lo supuse —dijo él y tomó el collar de sus manos para pasárselo por la cabeza y dejarlo reposando en su cuello.

Angie sintió el roce de las puntas de sus dedos por sobre su cuello y pensó que así debía sentirse ser arrastrado por un tsunami. Su piel parecía haber estado dormida por siglos y despertar ante el primer llamado de su amo.

—Y-yo...

—Deberías ser feliz, Angie, es todo lo que quiero para ti —susurró apenas.

—Bas... —dijo ella sintiendo que las lágrimas se aglutinaban en su garganta. No podía controlarse y eso la ponía nerviosa.

—¡Bastian! —gritó Annette que apareció enfadada a romper la magia de aquella escena—. ¡No la soporto más! —se quejó—. Está haciendo de todo para hacerme la vida imposible y que tú vayas en mi lugar, encárgate de ella, no la tolero.

Bastian sonrió sin dejar de mirar a Angie, acarició con el dorso de la mano su mejilla derecha y al final musitó.

—Ya voy...

Dio media vuelta y salió. Angie se llevó la mano al sitio donde la había acariciado y perdió su mirada en su figura alejándose.

Annette observó a Angie completamente frágil, como si tuviera frío o miedo, y se acercó a ella.

—¿Estás bien? —inquirió—. ¿Te sientes bien?

—Sí... perdón... —dijo ella con la única necesidad de salir de ese sitio cuanto antes.

—Te traeré un té —ofreció la muchacha.

Angie aceptó porque necesitaba estar sola, pero apenas se marchó, salió de aquel lugar, tomó las llaves del vehículo de Maxi y se retiró del sitio.

—¡Ey! —gritó su hermano cuando se percató de ello, pero ya era tarde, las ruedas traseras derrapaban en el camino de tierra y ya no la alcanzaría.

Bastian sonrió.

—¿Qué le hiciste? —inquirió Dulce acercándose a él.

—Comenzar a derretir el hielo que protege su jaula —dijo él y le guiñó un ojo a su amiga. Dulce rodó los ojos y le dio un empujón.

—No le hagas sufrir, Bastian, por favor.

—Ella sufre sola, porque quiere —dijo él y se encogió de hombros.

—Ahora nos vas a tener que llevar a casa —se quejó Maxi cuando volvió.

—Sin problemas —respondió él.

Angie abrió las ventanas y dejó que el viento le golpeara el rostro y le secara las lágrimas que caían sobre sus ojos. Se sentía hecha un desastre, una piltrafa humana, retazos de alma y piel cosida con recuerdos de momentos felices. Llegó al hotel y se metió a la habitación, lo único que quería era estar sola, dormir, olvidar, recordar, volver a olvidar, y luego volver a recordar.

Y allí, tendida en su cama del hotel, Angie supo que no tenía idea quién era ni qué había sucedido de ella en todos esos años.


Al parecer hubo algunas que acertaron con las teorías :)

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