Capítulo 5
Acostada en su cama vio el atrapasueños que Bastian le había regalado y que seguía colgado por la pared.
«Este es un presente que espero que te guste, colócalo en la cabecera de tu cama para que atrape los malos sueños y las peores pesadillas... Incluso si yo soy uno de ellos».
Sonrió y se incorporó para tomar el atrapasueños entre sus manos, era lo único que él le había dado que había olvidado en su casa, el resto estaba todo en la caja que guardaba sobre el armario. Se dejó caer de nuevo sobre la almohada y suspiró.
—¿Puedo pasar? —preguntó Dina que asomó su cabeza por la abertura de la puerta.
—Claro... —respondió Angie y le hizo un espacio en su cama, ella se sentó a su lado y la tomó de la mano, luego la miró a los ojos.
—¿Cómo estás? De verdad te lo pregunto, a mí no puedes engañarme... —Angie tragó saliva. Las madres tienen ese poder de ver más allá de tu alma y ella sabía que a la suya no podría mentirle.
—Bien... o no lo sé... —susurró apenas.
—Es difícil abrir las compuertas de los recuerdos a veces —susurró la mujer y acarició con ternura la cabeza de su hija—, sobre todo cuando hemos hecho tanto esfuerzo por mantenerlo todo escondido...
Angie suspiró.
—Má...
—¿Sí? —preguntó ella.
—¿Cómo está él? Sé que pedí que no me dijeran nada, pero voy a verlo... tarde o temprano... y tú eres la única persona que me dirá la verdad... —susurró con un dejo de timidez y de temor. Pensaba que escuchar las noticias de labios de su madre sería mucho más sencillo.
—Bien, Angie... está bien, muy bien —dijo Dina y sonó orgullosa—. Cuando te fuiste la pasó muy mal, se sentía muy culpable y a la vez incapaz de salir del agujero en el que estaba... Lo ayudamos, como te prometimos, tu padre y yo... Se quedó aquí a vivir por un tiempo. Quería que le dijera dónde estabas, que le diera tu dirección, era insistente con eso... Él sabía que ibas a trabajar en el Estrella, pero no sabía en cual.
—¿Se la diste? —quiso saber ella.
—No, hicimos un trato, le prometí que se la daría cuando se recuperara si a cambio me prometía ir con mi amiga Sandra...
—A terapia... —completó Angie y sonrió.
—Así mismo —asintió Dina con los ojos cargados de emoción.
—Lo conseguiste —añadió contenta—, ¡conseguiste que fuera a terapia! —exclamó Angie con el corazón latiéndole con fuerza en el pecho.
—Así es... y desde ese momento comenzó a levantar cabeza y a volver a ser el chico que conocíamos... No digo que fue fácil, pero él lo hizo... le puso esfuerzo y empeño...
—Eso me pone contenta... —admitió y sus labios se curvaron en una sonrisa.
Liberó el aire que retenía en su pecho y pensó que en realidad esa información la hacía sentir bien.
Dina asintió.
—Pronto consiguió un trabajo y se mudó a un departamento... Y un día, como un año y medio o dos años después, vino a pedirme tu dirección, quería ir por ti. Me preguntó si yo pensaba que tú lo perdonarías y yo no supe qué decirle, en ese momento yo te veía un poco mejor a ti y estabas en el inicio de tu relación con Sebastián —comentó y miró a su hija—. No parecía un buen momento...
—Sí... lo recuerdo —dijo Angie y ubicó lo que oía en su línea de tiempo.
—Se lo dije, le dije que estabas en pareja... pude ver como se quebró con dolor su mirada, pero no dijo nada, me preguntó si podía ir igual, aunque solo fuera para verte y pedirte perdón... Yo creía que eso lo iba a destruir, él había hecho tanto esfuerzo, principalmente por él, pero también por ti... él soñaba con ir a buscarte y ofrecerte su cambio... que tú lo perdonaras. Verte con alguien iba a romperlo de nuevo y yo tenía miedo de que eso volviera a llevarlo al abismo...
—Oh... ¿Le dijiste eso? —preguntó ella y Dina negó.
—No. Le dije que él era libre de hacer lo que quisiera y considerara mejor, que yo cumpliría mi palabra, pero que tenía que saber cómo era tu situación en ese momento y estuviera preparado. Le di tu dirección y tu número de teléfono —completó Dina—, él cumplió con el trato y yo cumplí con mi parte...
—Pero no me buscó nunca... —susurró Angie.
Dina negó.
—No sé qué sucedió, pero sé que él sí fue... Hizo horas extras en su trabajo y juntó para el pasaje. Se quedó como tres o cuatro días y, de pronto, regresó. Cuando llegó por aquí, conoció a Lucila, y se enamoró de ella apenas la vio, quizás ella fue un paso importante para que él no volviera a caer, le dio un norte... —Angie tragó saliva ante aquella información y su madre la observó como si midiera su reacción—. Nunca supe qué vio allá, Angie. Le pregunté, pero me dijo que no quería hablar del tema, que no había caso. Nunca más lo hablamos, Bastian no habló más...
—¿Y qué pasó después? —quiso saber Angie.
—Siguió trabajando y retomó los estudios. Paulatinamente volvió a sonreír y empezó a investigar cómo podría invertir todo el dinero que aún le quedaba de la herencia que le dejó su madre y también lo que le quedó de su padre. Vendió la casa y juntó más dinero... y trabajó más duro... —comentó en medio de un suspiro—. Él quería demostrarnos a todos que lo que hicimos por él valía la pena.
—¿Y Lucila? —quiso saber Angie en un intento por no ser tan obvia, su madre sonrió.
—Sigue con él, creo que es su gran amor... después de ti —añadió. Angie no comprendió porque a su madre aquella información le parecía bonita cuando a ella se le hacía un bollo en el estómago—, creo que influyó mucho en lo que él es hoy...
—¿Es feliz? —quiso saber Angie.
—No lo sé, eso lo tendrías que averiguar tú —añadió Dina—. La gente puede parecer feliz cuando en realidad no lo es.
—¿Qué más? ¿Qué hace ahora? ¿Dónde vive? —insistió.
—Vive lejos, pero no tanto como tú —respondió Dina—, viene cada quince días a visitarnos, llega viernes por la tarde y se queda a dormir ese día y el siguiente. Nos trae cosas, nos llena las despensas —rio—, ya le dije que no es necesario, pero él se empeña en decirme que me está devolviendo las veces que le di de desayunar —añadió y su mirada se volvió tierna—, juega al ajedrez con tu padre, ayuda a cuidar el jardín, cocina, y luego, el domingo por la mañana se marcha a casa de Maxi y Dulce y se queda con ellos a pasar el día... por la noche, vuelve a su casa...
—Oh... —Angie sintió de pronto que Bastian estaba más cerca de los suyos que ella misma.
—Cuando se queda aquí duerme en la habitación de Maxi —comentó su madre—, pero ya fueron varias veces que lo vi meterse a la tuya en las madrugadas... no sé qué hace, se queda un rato aquí y luego regresa al otro cuarto. Él no lo sabe, no se lo he dicho, es su pequeño secreto...
Angie observó su cuarto y sintió su presencia, acarició su colcha y se preguntó cuantas veces se habría cubierto con ella.
Dina sonrió, tomó la mano de su hija y vio el atrapasueños en ella.
—Me dijo que era para atrapar mis pesadillas, incluso aunque él fuera una de ellas...
—Él nunca fue tu pesadilla, siempre fue tu mejor sueño —mencionó Dina y Angie la observó—, pero hasta en los mejores sueños hay momentos difíciles...
—No sé qué sucederá cuando nos volvamos a ver... siento que hay tanto de qué hablar, y a la vez que ha pasado demasiado tiempo, ¿qué sentido tiene ya?
—Deja que suceda lo que tiene que suceder, Angie...
Dina la besó en la frente y salió de la habitación dejándola sola con sus pensamientos, sus miedos y sus recuerdos. Angie se recostó en su cama y buscó aquella esquina de madera en la que él había marcado sus iniciales con una tijera, pasó sus dedos por allí, segura de que él también lo hizo cuando estuvo en su habitación.
—Lucila...
Pensó...
—¿Quién será? ¿Qué clase de mujer? ¿Te conocerá tanto como te conocí yo? ¿Te amará como te amé yo?
Suspiró.
—Ojalá que sí, ojalá que seas feliz, Bastian...
Esa noche, Angie se sintió bien al saber que él atravesó su tormenta con éxito y que había llegado a buen puerto, se sintió orgullosa. La culpa que solía envolverla se desvaneció, por un instante... y esa noche Angie quiso creer que él era feliz.
Bueno, en el próximo capítulo llega el reencuentro. Les agradezco por estar por aquí.
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