Capítulo 30
Cuando llegaron al hotel Angie se sentía enfadada, pero no había dicho nada porque consideraba que no tenía sentido. Bastian ya había decidido, ¿no? Y ¿qué podía hacer ella al respecto?
Ingresó a su habitación segura de que ya todo había acabado, pero allí se encontró con una mesa servida.
—¿Más? —inquirió.
Bastian sonrió y tomó el último pastelito que quedaba en la mesa.
Que lo cumplas feliz,
Que los cumplas feliz,
En tu día querida Angie,
Que los cumplas feliz...
—Pide tu último deseo —dijo él.
Angie estaba enfadada y en ese momento no quería pedir nada.
—No... no tiene sentido.
—Pide... pide lo que desees.
«A ti», pensó ella.
Sopló la vela.
—Ahora a cenar...
Angie se sentó y suspiró, la cena se veía deliciosa y ella ya no quería más hablar.
—Explícame lo de los pasteles... —pidió de mala gana.
—El otro día me dijiste que durante los siete años que estuvimos separados esperaste que yo te llamara en tu cumpleaños, que te cantara como antes, como siempre... y eso hice, te canté siete veces por los siete años en los que no lo hice —susurró.
Angie negó, ahora sí quería golpearlo.
—¿Y el año que viene? ¿Qué sucederá? —inquirió.
—El año que viene te llamaré...
—Así como si nada...
—Así como dos amigos que se llaman a felicitar en su día.
—Ya, Bastian, me cansaste... mejor te vas —dijo y suspiró levantándose de la mesa.
—Angie...
—No, Angie nada... ya no puedo con esto... ¿querías un cierre? Pues, ya... ya lo cerramos aquí.
Bastian se levantó y asintió.
—Mañana iré a despedirte al aeropuerto...
—No, mejor no...
Él no respondió. Se levantó como para salir y caminó hasta la puerta con lentitud, como si los pies le pesaran y en cualquier momento se fuera a quedar pegado en el piso. Angie lo observó, y de nuevo algo se encendió en su interior, lo mismo que la había llevado a cantarle en la boda, lo mismo que se activaba antes con tanta facilidad y solo con él.
Bastian llegaba al umbral cuando ella se le colgó al cuello. Entrecruzó su brazo derecho por su hombro y el izquierdo por debajo de su brazo y lo abrazó así, lo atrajo hacia ella. Él se detuvo ante aquel gesto brusco e íntimo.
—No te vayas —rogó—, por favor no te vayas...
Él se volteó.
Angie lo miró, él la miró. Sus almas chocaron de una forma tan intensa que ambos pudieron sentir el estruendo al colisionar.
Ella se mordió el labio y él deseó probarla, saborearla, besarla.
Pero no tuvo tiempo porque fue ella la que se tiró a sus labios como si en eso se le fuera la vida. No fue un beso tierno ni dulce, el choque tan inesperado hizo que sus dientes chirriaran entre ellos. Angie comenzó a besarlo con pasión y desenfreno, tomó su cara entre sus manos como si se lo fuera a tragar entero.
Él no tardó en responder, enredó sus manos por la cintura y dejó que su lengua se hiciera paso en la boca de la chica, saboreó aquel elixir de placer que tanto había anhelado, que tanto había soñado, y sintió que sus recuerdos no le hacían justicia a la realidad.
Ella era mejor, mucho mejor de lo que la recordaba.
Sus bocas se acoplaron y el tiempo desapareció entre ellos, las estrellas comenzaron a titilar a su alrededor y los dos incentivaron el empuje de sus lenguas a una batalla épica.
Era una batalla despiadada, Angie lo mordía y él le respondía de la misma manera, succionando sus labios como si en eso pudiera bebérsela completa.
Él encerró sus brazos en su cintura y ella saltó enredando sus piernas alrededor de sus caderas. Él se movió de nuevo hacia adentro de la habitación y ella le dio una patada a la puerta para cerrarla. Él la llevó en andas hasta, no sabía hasta donde... caminó empujando y tirando lo que encontraba a su paso mientras sus labios eran incapaces de separarse ni siquiera para tomar aire.
¿Respirar? ¿Quién necesitaba respirar cuando uno era el aire que el otro necesitaba?
Él la recostó por la pared y recién allí separaron sus labios. Los dos tenían los labios hinchados y sonrosados, ella sonrió, había deseo en su mirada, había pasión en su piel.
—Ahora... hazme el amor ahora —susurró volviendo a besarlo.
—Angie...
—Mi última vez, tu última vez... nuestra última vez —rogó—, por favor...
Bastian no necesitó más. Dejó que su mano derecha buscara sus pechos y los aprisionó con fuerza, los descubrió de un solo movimiento en el cual abrió el vestido que traía, los liberó y los devoró al instante, torturó uno con la boca mientras al otro lo amasaba y pellizcaba.
—Ahhh —gritó Angie al borde del abismo.
Ella siguió sujetándose a él, pero ahora pegó más sus caderas buscando sentirlo.
Él respondió a ese movimiento buscando con sus manos el centro de su placer, y metió dos dedos en ella al tiempo que suspiraba y escondía su cara en su cuello.
—Dios mío, eres tan perfecta.
—Ahora, Bas, ahora... por favor, solo hazlo —rogó.
Ella seguía por la pared con las piernas alrededor de su cintura, él la bajó para sacarle las bragas por debajo del vestido y luego subió recorriendo su lengua desde sus tobillos, pasando por su rodilla hasta su entrepierna, donde dejó que su lengua bailara sobre su clítoris unos minutos.
—Por Dios, ya no lo soporto —gritó ella aferrándose a sus cabellos.
Bastian se abrió el cierre del pantalón y liberó su erección, ella se envolvió a sus piernas y él la penetró de una sola estocada.
—¡Aghh! —gritó Angie y se aferró a su cabeza mientras él besaba y mordía su cuello.
En algún punto ella buscó sus ojos y él los de ella, y se miraron seguros de que se habían convertido en fuego y que pronto explotarían.
—Fuerte, hazlo fuerte, llena cada rincón de mi ser —pidió ella.
Y él obedeció.
Y entre espasmos de placer, ella gritó su nombre. Él no tardó en alcanzarla y se liberó en ella, llenándola, saciándola, bañándola.
—Llévame a la cama —pidió ella todavía en éxtasis.
Él obedeció.
Una vez allí ella lo miró con deseo, con placer, con ternura, con amor.
—Desnúdame y desnúdate —susurró.
Bastian lo hizo. Se sacó primero él la ropa ante la vista cargada de lujuria de la chica, y luego le terminó de sacar el vestido, y entonces lo vio.
—Angie... —susurró.
Ella se recostó en el medio de la cama y sonrió.
—¿Cuándo te lo hiciste? —preguntó.
—El primer cumpleaños tuyo que pasamos separados... era tu regalo, es tu regalo.
Bastian se metió entre sus piernas hasta que su cabeza estuvo cerca de su pubis. Con su mano derecha acarició la cadera izquierda, donde reposaba el tatuaje.
—Me encanta —musitó—. Pensé que...
—¿Qué lo había olvidado? —inquirió, él asintió—. Yo tampoco olvido nada, Bas... —susurró.
Bastian pasó su dedo por el tatuaje que acababa de descubrir. Era una brújula pintada en tinta negra sobre un fondo de colores, en la parte superior no había una N, donde debería decir Norte, sino una B.
—¿Por qué aquí? —preguntó.
—Es en mi cadera izquierda —dijo y tomó la mano de él colocando su dedo índice sobre el tatuaje—, si subes... —añadió guiando la mano de él hacia arriba—, llegas a mi corazón... justo donde estás tú... Cuando me diste la brújula dijiste que si me perdía recordara que tú eres mi norte... y no quería olvidarlo jamás...
—Por Dios, Angie... no sé qué decir ni qué hacer.
—Besa... besa mi tatuaje —pidió.
Bastian se acercó a ella y lamió la piel pintada, besó, mordió, succionó. Ella se estremeció y se contoneó ansiosa.
—Te llevo siempre conmigo, ¿ves? En todo mi cuerpo, en toda mi alma —susurró.
—Angie... por Dios, Angie...
Subió sobre ella colocando su cuerpo sobre el suyo y sujetando su peso sobre sus antebrazos y la besó de nuevo.
—Bésame, bésame todo el cuerpo, deja tu huella, márcame... por siempre —pidió ella.
Él obedeció y se tomó su tiempo para hacerlo. La besó desde la coronilla hasta la punta de los pies, deteniéndose minutos que parecieron horas en los sitios donde él sabía que ella explotaba al amar.
Angie se contoneaba bajo su cuerpo, ansiosa, deseosa, mientras él la torturaba con su lengua el sitio que había dejado para el final.
—Dios, extrañaba tu sabor... —murmuró mientras su barba picaba suavemente en la piel haciendo que el placer aumentara más.
Angie se aferró a sus cabellos, por si se le ocurriera alejarse, por si no le quedaba claro lo mucho que lo deseaba.
—Hasta ahora no me doy cuenta cuanto extrañé esto... —gimió.
Bastian sonrió, levantó la vista sin dejar de hacer lo que venía haciendo y buscó mirarla.
—Mírame —pidió y regresó a lo suyo.
Angie levantó la cabeza para ver la imagen de él metido entre sus piernas devorándola y sonrió.
—¿Nadie te ha hecho gozar así? —preguntó.
Ella negó.
—Tú eres el dueño de mi piel, sabes cómo hacerla reaccionar... parece que estaba dormida... oh Dios... —volvió a gemir.
—Mírame —pidió cuando la vio mandar la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
Angie lo volvió a mirar.
—Regálame este orgasmo, permíteme saborearlo... por última vez... —rogó.
Angie no necesitó más, se dejó ir en medio de gemidos y temblores mientras el huracán que él había iniciado en ella se tranquilizaba lentamente.
Él se acostó a su lado, ella yacía desparramada en la cama, su cabello estaba desordenado en todas las direcciones, pero ella se veía en paz, se veía a gusto, se veía relajada.
Bastian se sintió poderoso por ser aún capaz de causar todo eso en ella, por estar amándola de esa manera.
—Gracias —susurró en su oído.
—Deja de agradecer —respondió ella aun ronroneando las últimas oleadas del placer.
Bastian buscó su cuerpo y lo acarició con la yema de los dedos, paseando suavemente por su ombligo, por sus caderas, por sus pechos.
—La química sigue igual —musitó al ver cómo se le iba erizando las zonas por las que pasaba.
—Al parecer todo sigue igual —susurró ella y entonces abrió los ojos para mirarlo.
Los dos estaban absortos en una especie de mundo alternativo donde sus cuerpos pedían más y sus almas no deseaban separarse aún.
Ella se acercó a él y lo abrazó, envolviendo sus piernas y sus brazos por su cuerpo y colocando la cabeza en su pecho.
—No quiero que se acabe nunca... Bastian, por favor dime qué hacer...
—Regresa a tu vida, ordena tus pensamientos y sentimientos. Define qué quieres y qué te hace feliz... —pidió él.
Angie suspiró.
—¿Y si tú eres mi vida? ¿Si tú me haces feliz?
Bastian negó, se separó un poco de ella y se acercó a la mesa de noche donde había un bolígrafo, volvió al tatuaje y tapó la B colocando encima una A.
—Tú eres tu prioridad, tú eres tu norte...
Ella negó, las lágrimas volvieron a aglutinarse en su garganta y volvió a él, estirándolo hacia sí, abrazándolo con desesperación, como si en eso se le fuera la vida. Comenzó a besar sus labios, su barbilla, metió su lengua entre la barba y olió su cuello como si quisiera impregnarse de su aroma y su sabor, que ahora era también el de ella. Bajó besándole el cuello, el hombro y el pecho, saboreó sus pezones y jugó con la lengua alrededor de ellos. Bajó por su torso, dibujando con su lengua cada pliegue donde los músculos se tensaban bajo su piel, besó su ombligo como si de allí pudiera beber vida.
Y enredó sus manos en su zona íntima haciendo que vuelva a reaccionar a ella.
—Es mío, ¿verdad? Solo mío... —preguntó con picardía y placer.
—Todo tuyo —dijo él mirándola.
Ella se lo llevó a la boca.
—Voy a mirarte, voy a guardar esta imagen en mi mente para siempre.
—Es bueno que actualices tus recuerdos —bromeó ella antes de comenzar a degustarlo y disfrutarlo de arriba abajo.
Cuando vio que el cuerpo se le comenzaba a tensar, gateó sobre su cuerpo y se sentó sobre él.
—Ahhh —gimió Bastian.
—Eres mío —dijo ella comenzando a moverse.
Él la dejó hacer mientras masajeaba sus pechos y se los llevaba a la boca, saboreándolos y mordiéndolos.
—Y tú eres mía...
—Solo tuya —respondió ella.
Él la movió con destreza dejándola abajo y se puso en medio de sus piernas.
—Ahora lo vamos a hacer despacio, tan despacio que va a doler, tan despacio que vas a sufrir la dulce agonía del deseo.
Ella asintió.
—Pero no dejes de mirarme, no cierres los ojos, quiero ver tus ojos, quiero ver tu alma —pidió.
Ella volvió a asentir,
Él se comenzó a mover con lentitud. Salía y entraba de su cuerpo como si disfrutara cada milímetro de ese contacto, como si estuviera viviendo en cámara lenta.
Y así subió el orgasmo por sus cuerpos, lentamente se fue cargando con cada contacto, con cada mirada, con cada suspiro, con cada gemido con cada respiración. Se formaba desde el centro de sus cuerpos unidos y subía en círculos crecientes que los envolvía de a poco y los subía por los aires. Comenzaban a elevarse, a girar como un gran tornado de placer que prometía crecer tanto hasta llevarlos al límite y hacerlos explotar.
Y mientras eso sucedía, ellos se miraban, con los ojos llorosos de placer y un algo más que les nacía desde el centro del pecho y se elevaba al mismo nivel que el tornado, pero era más grande y lo acaparaba a este en su interior.
Los dos deseaban estirar ese momento al máximo, hacerlo eterno. Entonces ella se aferró a sus caderas y él se dejó ir, consciente de que la tensión había llegado al máximo de lo que sus cuerpos podían aguantar, listos para alcanzar el límite y dejarse caer en picada.
—Oh, Bastian, mi Bastian... —susurró ella el último instante antes de caer.
Y los dos se arrojaron al vacío sabiendo que no iban a caer, que nunca iban a caer, porque uno siempre estaría para el otro, en el otro y por el otro.
—Te amo —susurró él—, por siempre...
Y Angie quiso decirle que ella también, pero calló.
Bueno, espero lo hayan disfrutado... a mí me gusta mucho cómo quedó este capítulo, es intenso... como me imaginé sería el primer encuentro luego de tantos años de anhelo... Así que estoy orgullosa de este cap... jajaja
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