Menta

El aroma a menta inunda la habitación, uno de sus olores favoritos por lo agradable, refrescante, relajante... Pero que al final le hace gruñir al recordar que no puede consumir de ese té, porque, según el doctor, no es algo recomendado en su situación. Que por cierto, no le deseaba ningún mal a su doctor Odysseus, pero ojalá y se cayera en un pozo.

—Saca esa cosa de aquí.

Así que gruñe con envidia, golpeando una de las piernas de Oneiros, quien se congela en el acto de tomarse su recién servido té.
La actitud de su esposo claramente le hace sonreír y acata la orden de abandonar la taza en la mesita de noche y pasa a acostarse totalmente en la cama, intentando no reírse por el ceño fruncido que Shion tiene en el rostro.

—No seas envidioso, ahora resulta que no puedo tomar nada porque todo te molesta.

— "Nos" molesta.

—Oh claro, claro, olvido que ahora cuentas como tres personas y no solo una.

Decide no contestar y simplemente le da la espalda a su esposo, acomodando mejor la almohada entre sus piernas y cerrando los ojos con intención de dormir, antes de sentir al otro abrazandolo por la espalda, aprovechando también para acariciar su enorme vientre.

—Aguanta un poco más, ya falta menos para que te alivies.

—Si, por supuesto. Y entonces sigue desvelarme nuevamente de por vida.

Tras dos años de cuidarse rigurosamente, una vez más había terminado saliendo embarazado, aunque ahora de gemelas, quienes parecían haber crecido más de lo esperado y no sólo todo le dolía, sino que todo le hacía daño.

—Nos vamos a desvelar juntos, como lo hicimos con Hamal.

No quiere admitirlo, porque está ofendido y es un terco, pero aquellas palabras tocan una fibra sensible en su interior, había cosas de las que realmente no quería acordarse de su primer embarazo, momentos en los que desearía haber huido del altar y simplemente no casarse.

—Y sus hermanos mayores cuidarán muy bien de ellas, serán unos celosos de primera junto a nosotros.

Suspira ante las palabras de su esposo, aspirando el refrescante aroma de la menta que aún aromatiza la habitación.

—Te amo. —admite, poniendo su mano arriba de la de Oneiros, quien aún acaricia su vientre con suavidad.

—Yo siempre lo hice —respondió el de cabellos plateados, acomodándose para finalmente ponerse a dormir—. Desde ese otoño que te vi en la biblioteca.

— ¿Todavía te acuerdas de algo así?

—Siempre lo hago, fue el día que me enamore.

Aún cuando la voz suena adormilada a sus espaldas y él mismo se está quedando dormido, no puede evitar sentir bonito cuando aquellas palabras acarician suavemente sus oídos.

—Yo me tarde mucho en enamorarme de ti.

—Esta bien, es lo difícil de amar, después de todo.

—Y... ¿Valió la pena?

—Si no lo valiera, ¿crees que estuviéramos aquí?

Aquellas palabras le hacen sonreír mientras cierra tranquilamente los ojos, realmente había valido la pena.

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