Despierta sobresaltado, respirando de forma agitada e instintivamente lo primero que hace es escanear el lugar donde se encuentra. Los rayos del sol entran sin problema en la habitación, permitiéndole apreciar el color índigo que adorna las paredes, enmarca la ventana y todavía es el tono liso del edredón con el que se cubre y se acurruca.
El aroma de todo el lugar es agradable, lo suficiente que lo relaja e insita a dormir nuevamente, aunque la luz de fuera le indica que la hora ya pasa del mediodía, el nuevo adormecimiento que siente es suficiente para que sus ojos comiencen a cerrarse nuevamente. Hasta que escucha gritos fuera de la habitación.

— ¡Que rápido van ustedes dos!

— ¡Maldita sea Oneiros, podrías habernos avisado!

Las voces desconocidas le hacen reaccionar y rápidamente se levanta de la cama, aparte del cuello, no le duele nada mas, toda su ropa se encuentra donde debería estar, mientras su cartera y celular descansan en la mesa de noche, con el segundo probablemente apagado ya que había olvidado ponerlo a cargar.

— ¡Al menos deja saludar!

— ¡Lo haré cuando despierte!

Los gritos de afuera finalmente terminan cuando la puerta se abre y se cierra rápidamente, con el dueño del lugar atravesando desde la puerta hasta la cama y se sienta al lado del otro, manteniendo entre sus piernas lo que era un paquete de galletas y dos botellas de agua.

—Te ensañaste con mi cuello.

—No pude evitarlo, no me dejaste ir más lejos.

—Idiota.

Toma una de las botellas ofrecidas y una galleta del paquete abierto, es demasiado tarde y ellos apenas van despertando.

—Bonito color, aunque está en todas partes.

—Si bueno, no sabia que otro color combinaba y Phantasos no me detuvo.

Sonríe ante la declaración, dejándose caer hacia el hombro de su compañero, disfrutando de la tranquilidad ahora que los gritos en la sala finalmente habían terminado.

— ¿Visitas?

—Radamanthys vino a pedir azucar.

—Que cliche.

—Gracias por mencionarlo, Sr. Obvio.