Glauco

La primera sensación que lo golpea al despertar, es el vértigo, que en conjunto con la boca seca y el dolor de cabeza, podrían haber sido su preocupación del momento.
Antes de caer en cuenta en el color azul viejo, casi glauco, que pintaba las paredes de una habitación que no era capaz de reconocer, aunque por el estado deplorable de todo el lugar, no tenía que ser muy inteligente ni porque estar en sus cinco sentidos para darse cuenta de que es un motel.

Y en uno barato, para que su día empezará todavía mejor.

—Mierda.

Cierra los ojos mientras intenta levantarse de la cama, maldiciendo repetidamente mientras siente dolor por todo su cuerpo en general, incluso en lugares que no creía capaz de que le fueran a doler alguna vez. Por la falta de la ruido a su alrededor o la presencia de más cosas en la habitación, en su cabeza salta la alarma de haberse metido con cualquier persona y que esta hubiera robado todas sus pertenencias, dejándolo sin nada y con una habitación que no está seguro que este pagada.

—Me preocupaba que no despertaras, por un momento crei que habias muerto.

Apenas a logrado sentarse en la cama cuando una voz ligeramente familiar le llama, el volumen que usa no es tan alto y la puerta la ha abierto y cerrado con cuidado, por lo que su cabeza la siente segura en cuanto al posible dolor que podría tener. Pero aun así no puede evitar mirarlo con desconfianza, con la cantidad de historias que a escuchado, no es realmente normal que un revolcón de una noche regrese para asegurarse que el otro aun respire.

—Toma, esto es para ti.

Aún no se a movido de su lugar cuando una botella de agua y un paquete de cuatro aspirinas es arrojada en su dirección, aun cuando dos de ellas ya han sido tomadas y el de cabellos blancos trae su propia botella a la mitad.

—Aparte de beber, ¿nos conocemos de algún otro lado? —lo observa con desconfianza, ignorando por completo el estado en el que se encontraba y que el otro parecía aprovechar para comerselo con la mirada.

—No se, tu dime —responde con una sonrisa, poniendo la mano sobre el pomo de la puerta y abriendola con cuidado, una vez más—. Ya pagué por la habitación, así que puedes irte tranquilo a la hora que quieras.

Es entonces que lo ve irse, igual de tranquilo y fresco que como llego, algo que le ponerse rojo hasta las orejas, pero ya no puede hacer nada, más que darse cuenta que las sábanas son del mismo color feo que las paredes que lo rodean.

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