Capítulo 1

NARRA ALAN

Mi nombre es Alan y tengo 16 años. Soy un apasionado del fútbol, me encanta. En mi clase dicen que soy demasiado mariquita para ello, y siempre que intento jugar con ellos en los recreos me insultan. Me parece una tontería enorme. ¿Qué más dará que me gusten los chicos o las chicas? ¿Qué tendrá que ver con jugar al fútbol?

En fin, lo que piensen esos idiotas me da igual. Ninguno de los malditos homófobos de mi clase me importa ni siquiera un poquito. En mi instituto son todos imbéciles. Si eres diferente, si te sales de la norma general, ya no tienes derecho a existir.

Y yo soy diferente, y me alegro de ello. No quiero ser una copia más. No soy muy valiente, y por ello cuando me insultan suelo simplemente bajar la cabeza e ignorar. No tenía razón de vivir más que mi familia hasta que llego él. En una excursión con el instituto que está frente al nuestro, sus ojos se encontraron con los míos y desde entonces no quisieron volver a separarse. Julian es mi felicidad ahora mismo.

Pero últimamente él ha estado distante conmigo; se aleja y me evita, y no sé por qué. Me duele, me duele que no tenga suficiente confianza conmigo como para decirme qué le pasa. Se supone que llevando tres meses saliendo, deberíamos poder hablar las cosas, ¿no? Parecía que todo iba bien. Yo le quiero muchísimo y él me decía que tendríamos una vida maravillosa juntos. Que adoptaríamos una niña y un niño, nos casaríamos y seríamos felices. Su manera de besarme, sus abrazos, sus caricias, sus palabras... Todo eso que me hacía sentir tan especial ha desaparecido en las últimas dos semanas.

Me he estado planteando el hecho de que a lo mejor todo eran mentiras. A lo mejor nunca me quiso y solo jugaba conmigo. A lo mejor yo era uno más de los muchos pretendientes que tiene, tanto chicos como chicas. No lo negaré, es guapísimo. Tiene el pelo castaño claro y largo hasta los hombros. No se lo peina, lo lleva siempre revuelto y mechones le tapan los ojos a veces, haciéndole ver jodidamente sexy. Sus ojos son marrones, casi negros, muy oscuros y misteriosos.

Aún no se por qué me eligió a mí. Yo soy muy normal, admito que no soy feo pero comparado con él pierdo claramente. Mi pelo es negro y rizado, y mis ojos son marrones normales. No son misteriosos, y no ocultan ningún otro secreto más que el de mi sexualidad. Aunque no parece que lo oculten muy bien si todos los de mi clase me llaman mariquita.

Mi instituto está justo en frente del de Julian, en una plaza con parques, edificios y tiendas que la rodean. Me dijo que sus padres habían mirado los dos y habían elegido ese porque su primo estudiaba allí.

Si cruzabas la calle ya estabas en el otro, así que aunque no estudiábamos en el mismo centro, nos veíamos al finalizar las clases y en los recreos, ya que a ambos nos dejaban salir fuera en los descansos.

Julian es muy listo, saca muy buenas notas y está en el equipo de fútbol. Es muy bueno. Hemos jugado juntos muchas veces y siempre me gana. Tiene muchos amigos y nadie se atreve a meterse con él, al contrario que conmigo.

Hace como 6 meses mi clase y la suya tuvieron la fabulosa idea de hacer una excursión conjunta. Cuando le vi por primera vez no me atreví a acercarme, tenía pinta del típico chico popular que no tolera maricones. Pero me sorprendió. Al mirarme, en su rostro no había asco ni burla, sino amabilidad y deseo. Hablamos y enseguida nos dimos los teléfonos para quedar otro día, y otro, y otro, hasta que se convirtió en costumbre ir juntos cada uno a su casa ya que teníamos que ir en la misma dirección; el vive unas calles más abajo que yo.

Yo me divertía mucho con él; era sincero, bueno, cariñoso y su sentido del humor me fascinaba. Ya no me importaba tanto ir al instituto sabiendo que me lo encontraría en los recreos, que el camino lo haría con él, que me hablaría de las travesuras que hacía con su primo de pequeños y yo me reiría escandalizado porque lo peor que yo hice alguna vez fue llegar dos minutos tarde a mi casa.

Cada vez me sentía más a gusto con su presencia, sin embargo no me di cuenta de lo que sentía hasta que un día, justo antes de llegar a mi calle, me besó. Al principio no supe cómo reaccionar; era mi primer beso y no me lo esperaba para nada. Pero poco a poco me dejé llevar y lo disfruté. Fue mágico, especial, mucho mejor de lo que siempre había soñado.

Me dijo que yo era diferente, y que creía estar enamorado de mí. Yo me asusté, creyendo que era una broma cruel. Pero me volvió a besar, y de nuevo, y cada vez con más ternura. Y yo no me apartaba, no quería. En apenas cuatro besos ya me hice adicto a él.

Tras esos vinieron muchos más, y cuándo me sentí preparado, lo hicimos en mi casa. Estoy seguro de que fue la mejor primera vez del mundo, aunque estuve como tres días después con bastante dolor al andar. Pero mereció la pena. Fue a la vez dulce y apasionado.

Nuestra relación se fortaleció después de eso, y sus manos me trataban con la delicadeza de la primera vez y la pasión que despertaba en él todas las veces que hacíamos el amor. Era increíble como podía llegar a sentirme un rey en sus brazos.

Sé que bastantes chicas se le insinuaron y le pidieron salir en múltiples ocasiones, pero el siempre decía que no, que estaba enamorado y que estaba feliz con su pareja. Yo estaba en una nube, era tan hermoso que no podía ser real.

Pero lo era, era real y yo le quería. Él también parecía quererme, su sonrisa y sus palabras parecían sinceras. ¿Qué ha cambiado entonces? ¿Por qué ha estado tan raro estas dos semanas? No tengo respuesta, y él no quiere dármela. Hace como tres días que no cruzamos palabra y no es porque no haya ido al instituto, porque he preguntado a sus amigos y ellos me han dicho que está yendo al instituto y que actúa como siempre. Parece que el único problema que tiene soy yo. ¿Qué he hecho mal? No puede ilusionarme y cambiarme todos mis planes para después desaparecer de mi vida y hacer como si nunca hubiera entrado en ella.

Al salir del instituto me lo encontré como siempre. Me acerqué a él como siempre. Fui a darle un beso porque hace un mes que ya no mantenemos nuestra relación en secreto y...

Y el giró su cara, mis labios impactaron contra su mejilla, y mi corazón se quebró ligeramente. Sin embargo, actué con normalidad y me esforcé por sonreírle como siempre.

-Oye Alan, yo...- Mi sonrisa desapareció de golpe. Me dolió más de lo que pensaba que me llamara por mi nombre completo. Normalmente me llamaba Al, con algún mote cariñoso o incluso "mi idiota". Me sentía querido en esos momentos. Ahora me sentía abandonado, como un perro callejero, y ni siquiera se aún por qué.

-¿Tú qué?- Mi voz sonaba quebrada, rota. Sabía que estaba por venir la razón de su cambio de actitud, y presentía que no me iba a gustar.

-Yo... Creo que debemos dejarlo. Ya no siento por ti lo mismo que antes. Lo siento Alan.

Ya está. Lo dijo. Lo dijo y rompió lo que quedaba de mi corazón, y ¿por qué no? También de mi alma. Es doloroso, es muy doloroso. Me duele el pecho, apenas puedo respirar bien y mis lágrimas salen sin control. El muy estúpido ni me mira, no se atreve ni a mirarme y yo en lo único que puedo pensar es en hacerle daño, mucho daño. Tanto daño como él me ha hecho a mí. No puedo evitarlo, mi mano abierta impacta contra su mejilla y le digo lo primero que se me ocurre para herirle:

-Eres un asqueroso y espero no volver a saber nada de ti hasta tu funeral, que por cierto no me importaría que fuera pronto.

Dos milisegundos después de decirlo ya me había arrepentido. Estaba tan enfadado que ni pensé en lo que estaba haciendo. ¡Le he deseado la muerte al chico que más amaba en el mundo! Me odié por eso. Me había dejado, sí, pero no merecía esas palabras. Yo no podía obligarle a quererme como yo le quería a él.

Salí corriendo para no enfrentarme a su cara de asco o indiferencia. Estaba claro que yo ya le daba completamente igual. El problema era que yo lo seguía amando con cada pequeño trocito que quedaba de mi corazón roto.

Corrí, corrí y no me detuve hasta que llegue al parque donde habíamos tenido nuestra primera cita. Sé que estar aquí y recordarlo todo me hará daño pero simplemente mis pies se adjudicaron vida propia y me llevaron a donde querían.

Sigo llorando y recordando cada segundo y minuto de aquel hermoso día en el que Julian me invitó a un helado que acabó casi entero en mi ropa gracias a una niña que se chocó conmigo. No puedo evitar que una risa amarga salga de mi interior al darme cuenta de que nada de eso volverá a pasar. No volveré a probar esos dulces labios ni a disfrutar de una noche de roces y amor junto a él. Y tengo que empezar a aceptarlo. Es muy fácil decirlo y casi imposible hacerlo pero tengo que intentarlo. No quiero pasar toda mi vida amargado por un amor fallido. Tengo planes. Estudiaré e iré a la universidad, conseguiré un buen trabajo y conoceré a alguien que me quiera de verdad, no como él. No dejaré que arruine mi vida.

Paso casi toda la tarde recordando en ese parque porque a partir de ese momento ya no volveré a recordar nada de él. Ya no quiero recordar nada de él. ¿Para qué pensar en algo que te hace daño? ¿Para qué torturarme con lo que pudo haber pasado y no pasó? Él no me quiere y ya está. Pensar en ello solo me hará más daño. Vuelvo a mi casa y me encuentro a Alex en el sofá.

-Hola hermanito.- Alex es mi hermano mayor. Tiene cuatro años más que yo y un hijo en camino con su novia. Somos muy parecidos ya que ambos salimos a nuestro padre. El ser tan iguales a veces ocasiona más de una pelea aunque la verdad es que nos llevamos bastante bien. Él lo sabe todo de mí, incluso mi gusto por los chicos, y nunca le ha importado.

No contesto. Me duele demasiado la cabeza y los ojos de tanto llorar. Solo quiero ducharme, acostarme y olvidar. Y obviamente, tal y como está predestinado para todos los hermanos, Alex se acerca a mí para fastidiarme esos planes.

-Oye, ¿te ocurre algo?- Me mira preocupado y me enternece, pero es muy sobreprotector y no quiero que le haga nada malo a Julian. Tampoco me apetece hablar del tema. Quiero crear una barrera, como esa que hacen en los libros cuando les rompen el corazón y así se evitan más sufrimiento. Pero no es tan fácil, porque no quiero encerrarme en mí mismo y volverme frío y despiadado como les suele pasar a todos ni acabar asesinando a cada hombre con el que tengo algo.

Quizá debería dejar de leer tantos libros de crímenes, afectan al cerebro.

-Tranquilo Alex, estoy bien.- Me obligo a sonreír pero me sale una especie de mueca que ni un crío se creería.

-Ha sido ese imbécil que tienes por novio, ¿verdad?- Una lágrima se me escapa cuando le menciona. Siempre le ha caído mal, no sé por qué, pero ya no me siento con fuerzas para seguir tratando de sonar fuerte y de ocultarlo. La barrera que ni siquiera había empezado a construir se ha esfumado como si de humo se tratara.

-Me ha dejado.-Me echó a llorar sin control mientras él se acerca a mí y me abraza.

-Es lo mejor pequeño, ese idiota no te merecía.

-Yo le quiero Alex.- Me siento fatal y no puedo parar de llorar. ¡Mierda! Me había prometido a mi mismo no volver a pensar en él y mírame ahora, llorando como si mi actividad favorita en el mundo fuera cortar cebollas.

-Lo superarás, ahora todo te parece oscuro pero ya verás cómo mañana vuelve el color.- Me besa en la frente para terminar el abrazo y me lleva hasta el sofá.-Y ahora tú y yo haremos un maratón de pelis malas de espías para que no pienses en mierdas de ese tipo.

Por mucho que trato de negarme, Alex tiene capacidad para que la gente haga lo que él quiere, asique acabamos los dos tumbados en el sofá y pone la película.

Cuando llega mi padre se nos une, y así pasamos la noche los tres, tomando helado y viendo pelis malas mientras mi padre imita a James Bond.

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