21.- Espada

The Legend of Zelda y todos sus personajes son propiedad de Miyamoto Shigeru, Tezuka Takashi y Nintendo.
Palabras: 899.

21.- Espada

No era la primera vez que estaba en el Bosque Perdido, no lo recordaba, pero lo sabía. Impa le había estado explicando algunas cosas con aquella sonrisa cómplice, entre ellas su primera visita a aquel lugar.

—Fuiste con un mandoble y una princesa que te quería y volviste con una espada y una princesa que deseaba odiarte —le explicó y rió, aunque Link no le vio la gracia por ninguna parte—. En el Bosque Perdido cambió todo. Dejaste de ser el caballero de la princesa para convertirte en el elegido hyliano.

Sólo era una espada. ¿Cómo podía un trozo de metal tener el poder de cambiarlo todo?

Los kolog que estaban en el claro del bosque se fueron ocultando a su paso, como si su presencia les amenazase. Continuó avanzando y se detuvo ante una placa de piedra de forma triangular. La espada clavada en un pequeño pedestal en el suelo llamó su atención, estaba rodeada de princesas de calma, la flor preferida de Zelda.

Cerró la mano en torno a la empuñadura y el recuerdo de una mujer de cabello dorado le asaltó.

—Link... debes ocuparte del resto. ¡Contamos contigo! No te rindas —rogó la voz de aquella mujer cuyo rostro no lograba recordar.

La fuerza de aquel recuerdo le hizo soltar la espada. No sólo había recordado la imagen borrosa de la mujer que creía que era Zelda, también había sentido desesperación y un dolor atroz por todo el cuerpo.

El gran árbol frente a él cobró vida y balbuceó, como si llevase demasiado tiempo durmiendo y se sintiera aturdido.

—Me había adormilado —declaró avergonzado—. Ah, eres tú. Veo que al fin has venido.

Link se quedó mirando al gigantesco árbol con cara. Un árbol parlante. Un árbol que le conocía.

—He estado aguardando tu regreso durante cien largos años. Si te digo la verdad, empezaba a darme por vencido. No obstante, no parece que recuerdes quién soy. No soy más que un viejo árbol, encargado de velar por Hyrule desde tiempos inmemoriales —explicó como si todo aquello fuera de lo más normal—. Suelen llamarme el «Gran Árbol Deku». Esa arma fue forjada por la Diosa de la antigüedad. Se trata de la Espada Destructora del Mal. Y sólo el elegido podrá blandirla para confrontar el Cataclismo.

»Hace cien años, fuiste tú mismo el encargado de blandir dicha espada. Mas no te confíes la espada pondrá a prueba a todo aquel que trate de sacarla del pedestal. En tu condición actual, soy incapaz de vislumbrar si eres digno de ella o no. Si decidieras probar suerte sin disponer de toda la fuerza necesaria sin duda alguna no vivirías para contarlo. —El árbol rió. Link empezaba a cansarse de que todo aquel que le explicaba cosas de su pasado olvidado riera. El rey Rhoam, Impa y ahora el árbol gigante—. Sé prudente, joven. Para extraer la espada deberás emplear tu verdadera fuerza. Adelante, veamos si estás preparado para enfrentarte a este reto.

Link no sabía cuál era esa fuerza, si todavía seguía en él o ya no. Si la espada que se suponía que le había elegido una vez querría que volviera a blandirla. Si realmente la espada poseía voluntad propia bien podría haber cambiado de opinión. En realidad, no importaba demasiado. Iba a sacarla de aquel pedestal. Tenía que sacarla porque, aunque no la recordase, quería salvar a la princesa Zelda. Y nadie iba a interponerse en su camino, ni siquiera una espada con voluntad propia.

Volvió a sujetar su empuñadura y tiró de ella. El arma latió en su mano y se deslizó lentamente. Link ignoró el dolor que le trepaba por el brazo. Sacaría la espada. Se enfrentaría a Ganon. Salvaría a la princesa. La protegería siempre de lo que fuera. La espada se soltó, la alzó. Una escena se dibujó ante él.

—Aguarda hasta el día en que tu amo te reclame —pidió la mujer de cabellos dorados arrodillada en el suelo, su ropa estaba sucia de barro y sangre secos—. Sé paciente. Como tú dices, es posible que el largo letargo borre todos sus recuerdos. Pero estoy segura de que un día volverá para empuñarte una vez más.

—Sacerdotisa de Hyrule. ¿Cómo proseguiréis vuestra empresa? —preguntó el árbol.

—La Espada Maestra me ha mostrado el camino a seguir. Todavía hay esperanza. Esta vez no voy a fallar.

—Vuestro valor es admirable, sacerdotisa.

—Gran Árbol Deku, cuando el elegido llegue a este lugar, ¿podrías decirle algo? Yo...

—Vaya, vaya... Si vuestro mensaje es tan importante ¿no deberíais ser vos quien se lo transmita?

—Sí.

Ella calvó la espada en el pedestal y la imagen se desvaneció. Ese recuerdo no era suyo, lo sabía, era algo que la espada había decidido mostrarle. La espada le había regalado la imagen de la persona a la que más deseaba proteger en el mundo, la persona por la que estaba allí.

—Los hechos que acabas de presenciar acontecieron hace cien años. Cuando te separaste de tu espada la sacerdotisa y princesa de Hyrule vino a este lugar a encomendármela. A día de hoy sigue luchando con valentía en el castillo de Hyrule. No ha perdido la fe en que algún día regresarás. Ojalá algún día podamos volver a admirar su bella sonrisa.

Él también deseaba verla sonreír. Iba a rescatarla de la oscuridad y la soledad. La haría sonreír y escucharía su mensaje.

Fin

Notas de la autora:
¡Hola! He tenido que revisionar esta escena porque no la recordaba demasiado bien y ha vuelto a romperme el corazón. Pobres bobos separados por el Cataclismo.
Mañana más.


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