05.- Labios

The Legend of Zelda y todos sus personajes son propiedad de Miyamoto Shigeru, Tezuka Takashi y Nintendo.

Palabras: 972.


05.- Labios

La observó sentada entre la hierba con el ceño relajado y un libro abierto sobre los muslos. No parecía estar a punto de quebrarse bajo la presión como tantas otras veces. Se le veía en paz y eso le aliviaba. No entendía cómo era posible que el rey Rhoam no se diera cuenta de que presionándola tanto sólo conseguía que sufriera más.

Zelda se esforzaba mucho. Lo sabía perfectamente, aunque no le acompañase constantemente lo sabría. Se aseguraba de ser útil incluso cuando no había ninguna necesidad de que se involucrase en algo. Eso la llevaba a exponerse a peligros innecesarios.

No era una niña tonta y vacía que eludía sus responsabilidades. Se desvivía por asegurar la supervivencia de Hyrule estudiando leyendas, rumores, costumbres y tecnologías; lo hacía para tener una alternativa si no lograba despertar su poder sagrado. La admiraba por ello. Era fuerte. Nunca se rendía. Algún día sería la reina perfecta para Hyrule.

A veces Link querría poder hablar abiertamente, enfrentarse al rey y decirle que le diese más ánimos y menos órdenes a Zelda. Pero no lo hacía, porque él sólo era un plebeyo empuñando una espada legendaria. No era absolutamente nadie.

Zelda se acomodó un mechón de pelo dorado tras la oreja y esbozó una leve sonrisa que curvó sus labios. Era preciosa. Le robaba el aliento con cada sonrisa que esbozaba. Se estaba enamorando de ella y eso era muy inadecuado.

—¿Qué ocurre?

Link apartó la mirada como si el hecho de que le acabase de pillar mirándola ensimismado fuese algo accidental.

—¿Tengo algo extraño en la cara? —Soltó un bufido al no obtener respuesta—. Link, estoy hablando contigo.

Sacudió la cabeza y se giró para darle la espalda y hacer lo que se suponía que tenía que hacer: vigilar los alrededores para garantizar la seguridad de Zelda.

—Al menos podrías contestar. Sé que puedes hablar, te he oído hacerlo antes. Una vez incluso me dedicaste diez palabras seguidas.

Link se rascó la nuca, incómodo. Hablar no se le daba bien, le habían inculcado el silencio desde que era un niño. Además, ¿cómo iba a confesarle que la miraba porque se estaba enamorando de ella? Eso topaba frontalmente con su deber como caballero personal de Zelda y, probablemente también, con el de elegido de la Espada Maestra. Tampoco quería arriesgarse a decirlo y que Zelda volviera a sentirse mal con él y se alejase de nuevo. Ahora que todo iba bien quería que así siguiera.

—Por favor, Link, si hay algo que no está bien en mí necesito que me lo digas.

—Todo bien —musitó girándose lo suficiente como para que ella viera sus mejillas sonrojadas.

—¿Entonces porqué me mirabas tan fijamente?

Porque era preciosa, porque le gustaba y porque a mirarla era todo a lo que podía aspirar. Ella era una princesa y él sólo su guardaespaldas.

Zelda cerró el libro, lo dejó sobre la hierba y se puso en pie. No era la primera vez que le descubría mirándola, incluso lo había comentado con Urbosa que había soltado una estruendosa carcajada que hizo que todo su rostro enrojeciera por la vergüenza. Daruk también estaba allí y él sí que le había contestado.

—Mírame, por favor.

Obedeció. A pesar de estar siempre tan serio a Zelda le parecía muy guapo. Había algo en él que siempre lograba hacerla sentir tranquila y segura.

—¿Estás preocupado por mí? —Asintió. Era lo más inocuo que podía admitir—. Pues estoy bien, de verdad. Urbosa me ha dicho que tengo que tomármelo con más calma y... bueno, eso intento.

Los ojos de Link se fijaron en sus labios, permanecieron allí clavados cuando ella hizo una mueca.

«Os mira porque le gustáis, majestad» había declarado Daruk con aquella sonrisa constante adornando su rostro. «¿Eso te lo dice tu vasta experiencia en interpretar las relaciones entre hylianos?» le había preguntado Urbosa aún riendo. «Los hylianos se miran a los ojos cuando hablan, pero cuando les atrae alguien lo que miran son sus labios y ese zagal no deja de mirar los labios de su majestad» había acabado de explicar con orgullo Daruk. Aquella conversación le había parecido una tontería. Daruk era un goron y los goron no tenían el mismo tipo de relaciones que los hylianos. Pero Link estaba mirando sus labios. ¿Y si Daruk tenía razón?

Se le acercó un poco más y vio como sus mejillas volvían a teñirse de rojo. Sus ojos abandonaron sus labios y se desviaron hacia el cielo como si no soportara seguir mirándola.

—¿Por qué no me miras?

—Majestad.

Zelda frunció el ceño, odiaba cuando tomaba distancia con ella, le había dicho un millón de veces que le llamase por su nombre a menos que su padre estuviera presente. Le pellizcó la mejilla y tiro de su piel hasta que le arrancó un quejido.

—¿Majestad? ¿Cuál es mi nombre, Link?

—Zelda —musitó frotándose la mejilla con una mueca infantil.

—No vuelvas a llamarme majestad, odio que me llames así.

Los labios de Link temblaron. Le ponía nervioso su cercanía, no se había dado cuenta hasta entonces. «¿Te gusto?» quiso preguntar, pero las palabras no llegaron a abandonar su garganta. En realidad, le daba miedo que le respondiera con un no porque a ella le gustaba mucho.

Ella también le miraba los labios. Lo hacía porque se preguntaba qué se sentía al besar a un chico. Sobre todo, se preguntaba qué sentiría si besase al chico que le gustaba. Y allí estando tan cerca de él se le aceleró el corazón y le hormiguearon los labios. Quiso cerrar el espacio entre ellos, no llegó a hacerlo, Link se le adelantó. Zelda enredó los brazos tras su nuca para que no se apartase, aquel contacto, que apenas era un roce torpe y tímido entre sus labios, era la sensación más maravillosa que había experimentado jamás.

Fin

Notas de la autora:
¡Hola! Un poquito de cursilería para hoy. La idea inicial era otra, pero no acababa de convencerme, así que lo cambié a última hora.
Mañana más.


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