«Segunda parte: Emma»
— Eso estuvo mal Emma, pudiste haber enfermado. — le regañó Gilda, ajustándose los lentes. Emma sonrió, a la vez que se llevaba una mano a la nuca.
Ese era el regaño número tres de la semana. Pues apenas llegó a la casa, empapada, y cuando Yuugo la vio, la regañó al igual que Diana, quien rápidamente fue por una toalla para que se secara.
Los quería a ambos, y a veces le causaba gracia el modo mamá gallina que Yuugo tenía con ella. Aunque a veces igual, podía ser molesto.
— Lo sé, Gilda. Pero sabes que si puedo ayudar lo haré. — la de lentes suspiró, sabiendo muy bien eso. Sonrió.
— Bueno, pero que no sea siempre, ¿De acuerdo?
— ¡Síp!
Y diciendo eso, ambas se encaminaron a clases.
...
Habían pasado unas dos o tal vez tres semanas desde el incidente del paraguas. Y eso, era algo que rondaba en la mente de la pelirroja.
Y es que, ese día había sido su primer día de clases en Grace Field. Se había quedado hasta tarde para pedir más información respecto a sus clases y cosas por el estilo, y cuando ella se iba retirando, no pudo evitar sentirse curiosa por verlo.
Pues desde que había llegado, se escuchaba hablar bastante sobre los dos mejores genios del instituto. Sobre un tal Norman y Ray.
Aunque igual, lo había visto yendo a la biblioteca y en los recesos leyendo bajo la sombra de cualquier árbol. Le llamaba la atención el verlo tan solitario, que le daban ganas de acercarse.
Pero por ser nueva, bastantes compañeros se aglomeraban a su alrededor, perdiéndolo de vista varias veces; y cuando se le presentó la oportunidad de conocerlo, lo hizo.
Y aunque al principio se había presentado como alguien cortante, logró entablar una conversación con él. Ray, le agradaba, pese a su aura solitaria y su mirada seria.
Él...
— ¡Emma, cuidado!
Había sido demasiado tarde, pues había terminado tropezando con un termo que había ahí, cayendo encima de quién sabe quién. Aunque eso no evitó que se raspara la rodilla y que las palmas de sus manos doliesen al evitar caer totalmente encima de la persona.
Escuchó como Gilda resolló, y sintió como algunas personas los miraban. ¿Pero por qué?
Decidió mirar abajo, haciendo que sus ojos casi salieran de sus cuencas. Quién estaba debajo suyo, no era nadie más que Ray.
Quién la miraba igual de sorprendido, con un notorio rubor en sus mejillas.
Emma no esperaba volver a reencontrarse con él. E ignorando toda la situación, le sonrió.
— ¡Hola Ray!
El pobre chico estaba que le daba un infarto en ese momento. Emma lo miró con atención, alarmándose de ver como su rostro estaba completamente rojo. ¿Acaso se había enfermado? ¿Qué le estaba pasando!
Sin pensarlo mucho, se levantó de encima de él, y lo cargó en brazos, bajo la mirada de todos; Emma comenzó a correr con el chico en brazos, quien al volver en sus cinco sentidos, comenzó a gritarle que lo bajara.
Norman sonrió divertido ante la situación. Gilda miró confundida por donde su amiga se había ido.
— ¿Qué acaba de pasar? — preguntó Gilda, ajustándose los lentes. Norman sonrió todavía más, pícaro.
— La novia se ha robado al novio.
— ¿Eh?
...
— ¡Te he dicho casi 500 veces que estoy bien!
— Si estuvieses bien no estarías rojo. — le reprochó Emma, esperando a que la enfermera llegase. Ray chasqueó la lengua, irritado y avergonzado por el asunto.
Emma se acercó a él, haciendo a un lado su fleco, posando una mano en su frente. El sonrojo que se había casi esfumado, regresó y con más fuerza que antes; la chica lo miró preocupada.
— Ra...
— ¡Déjame en paz! — gritó, alejándose de ella, dejándola aturdida. Ella sólo quería ayudar, y él la trataba así...
Y ella que pensaba que podrían conocerse más. Tal vez llegar a ser amigos... Vaya que se equivocó.
Dolida por su reacción, se apartó de él, comenzando a caminar hacia la puerta, ignorando sus heridas. Lo miró por sobre el hombro, una última vez.
— ... — quería decir algo, pero nada salía. Y su silencio no hizo más que lastimarla más, abrió y salió de la enfermería, con semblante decaído.
Caminó hasta donde se suponía debía estar su clase, para detener su paso abruptamente. ¿Por qué su rechazo le dolía? ¿Por qué ella estaba tan interesada y empeñada en saber y querer acercarse a él? ¿Por qué todo eso le dolía?
— ¿Qué es esto? — se preguntó, poniendo una mano en su pecho. Negó varias veces con la cabeza, componiendo una sonrisa, volviendo a clases.
Estoy bien. Estoy bien. Yo estoy bien, ¿Por qué no habría de estarlo?
... ¿Por qué no puedo creerlo?
— Emma, ¿Estás bien? — preguntó Gilda, inspeccionándola. Hasta que vio su raspón. — Estás lastimada, deberías...
— Estoy bien, Gilda. — sonrió, ignorando el ardor en su rodilla.
— Pero...
— Esto no es nada, ya se me pasará. — y diciendo eso, se fue a sentar a su pupitre. Aun así, Gilda no pudo evitar sentirse preocupada por ella, por lo que fue a buscar lo que necesitaba para el raspón de Emma en el botiquín del salón.
Entretanto, la pelirroja se quedó mirando por la ventana, con gesto distraído. Bufó.
— Soy una idiota.
...
Miró perpleja el panorama desde la entrada de la escuela. Afuera llovía, a cántaros... ¿Cómo un hermoso día soleado cambiaba radicalmente a uno lluvioso? Estaba claro, el clima le estaba jugando una broma, una muy mala.
Suspiró, no quedaba de otra, volvería a soportar los regaños que Yuugo y su esposa le daría, pero llegaría a casa. Se quitó el saco de la escuela y usándolo como paraguas improvisado, comenzó a correr; una mueca resignada apareció en su semblante.
— No sé si me mojo más usando la mochila de paraguas o el saco. — detuvo su andar, bajo el árbol, todavía sintiendo las gotas de lluvia mojarla. Miró por un momento la curita que Gilda le había puesto en su raspón, la cual comenzaba a desprenderse. — Debí ser más precavida...
— Sí, debiste. — dijo Ray, sacándola de su monólogo, asustándola. Volteó a verlo, sorprendida de ya no sentir las gotas de lluvia, pero más aún, el verlo frente a ella.
¿Por qué de repente estoy feliz y aliviada?
— ... Creí que...
— Sobre eso, te pido disculpas... Yo, estaba avergonzado y, no pensé en lo que decía. — sus ojos reflejaban sincero arrepentimiento y más al ver notado el raspón que ella tenía en la rodilla izquierda. Emma sintió como lágrimas bajaban de su rostro, pero quiso creer que eran por la lluvia. Pero Ray se percató de ello, poniéndose inmediatamente nervioso. — O-Oye, no es para tanto.
— ... No estoy llorando, es por la lluvia. — dijo, secándose las lágrimas. Ray la miró con el ceño fruncido.
— Tonta, si fuera la lluvia lo sabría. Además de que soy yo quien te está cubriendo con el paraguas.
— ¡Dije que no estoy llorando!
— ¡Eso no es cierto!
— ¡Qué sí!
— Tsk, eres terca. — murmuró, no queriendo seguir peleando, y menos con ella. — Vamos, te llevaré a casa.
Emma hizo un puchero, pero de todas formas, lo siguió. Al cabo de un rato, volvió a hablar.
— Neh, Ray... ¿Por qué estabas avergonzado?
— ¿Por qué quieres saber?
— Sólo dímelo, por favor. — pidió, de forma adorable, haciendo resaltar su mechón. Ray suspiró, apartando la mirada, evitando no caer en eso y de paso, ocultando su rubor.
— ... Yo, me di cuenta de muchas cosas... Bueno, mi mejor amigo hizo que me diese cuenta de muchas cosas.
— ¿Cosas cómo qué?
La miró un momento, para luego sonreír divertido.
— Es un secreto.
— ¿Eh! ¡No es justo! ¡Dime Ray!
— Nope~.
— ¡Ray!
— Lo sabrás algún día.
— ¿Y cuando será ese día?
— Mmm, no tengo idea.
— ¡Ray!
Y el resto del camino se la pasaron así.
Ray aprendió que, cosas inesperadas pueden pasar en días lluviosos. Y Emma, fue una de esas.
Sólo necesitaba armarse de valor y un día, confesarle a Emma, lo mucho que le gustaba. ¿Y quién sabe? Tal vez más cosas inesperadas pasaran en el transcurso.
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×Omake×
— ¿Quién es este mocoso, Emma?
— Esto...
— ¡Yuugo! No seas tan duro con él, déjalo entrar.
— ¡Pero Dina! ¡No sabemos que intenciones tiene el mocoso con nuestra Emma!
— Ehhh...
— Pasen, ignora a mi marido. Es que entró en modo mamá gallina. — sonrió la rubia, dejando pasar a Ray. Emma miraba a su alrededor, avergonzada.
Bueno, aquello sí había sido de lo más inesperado.
-Traumada Taisho
Jajajaja, debería estudiar... Tecla F.
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