[ XIII ]
[Primeros momentos en el infierno
pese a no estar aún muerto]
El hombre se tambalea
de regreso a donde el desastre empezó.
Lo espera la misma mesa,
el mismo cenicero desbordado de adicción
y una botella de vodka medio llena,
pero ya no es la misma su miseria:
ha sumado un nuevo e insoportable dolor
que los demonios que lo acompañan
le piden ahogar en alcohol.
Todo parece sueño a su alrededor,
irrealidad macabra
donde todos siguen su rumbo
y esas sombras se confunden con el humo
de un último cigarrillo;
pero no es sueño,
está despierto
y todavía vivo
y aún más vacío,
porque cada respiración se siente
como un millar de alfileres
y cada latido es para él una tortura:
condena más que justa
por la atrocidad perpetrada.
Un último trago para paliar la sed amarga
—regusto a bilis negra que repta desde las entrañas—,
una última calada y la decisión queda tomada,
esa misma que nunca debió postergar:
regresará a la azotea
a poner fin a lo que jamás tuvo que empezar
de aquella horrible manera.
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