Retrospectiva. Noche anterior,
otoño disfrazado de invierno.
Lugar de la escena: barrio de mala muerte;
prostíbulo, interior.

[Una hora antes de su encuentro con el infierno]

Lo había decidido:
esa noche sería la última.
No tenía sentido
prolongar la lucha.

¿Para qué, si no había nada que salvar?
¿Para qué, si nunca conoció la felicidad?
¿Para qué, si sabía que nadie le iba a llorar?

Nada, nunca, nadie. Eso era su vida:
desierto de hielo, alma vacía.

Lo había decidido.
Porque a veces el único camino
es no poder avanzar
y solo querer parar.

Sus ojos enrojecidos,
cuajados de dolor —dolor que nadie mira—,
ven sin ver lo que hay frente a ellos:
varios vasos vacíos
y un cenicero
que vomita colillas.

Enciende otro cigarrillo
y al camarero hace una seña
para un nuevo vaso de vodka...
Cambia de idea: mejor toda la botella.
¿Cuánto ha bebido ya?
¿Cuántas noches lleva de bar en bar?

Todo a su alrededor son rostros sin rasgos
y manos anónimas que le ofrecen veneno
para ahogar su vacío
cuando el único ahogado es él mismo:
sepultado en su soledad y miseria.
Ya ni siquiera responde al nombre «tristeza»,
es... nada y la nada aterra.

Otro cigarrillo más,
lo necesita para respirar.
Mira el reloj en su muñeca:
cincuenta minutos para el infierno.
Ya queda menos,
ya va a acabar...

[Unos segundos antes de conocer el cielo]

...pero aparece ella.