Capitulo 5


En cuanto a los hábitos se refiere podrían decirse muchas cosas, pero sólo dos pueden tomarse como verdades entre ellas: es difícil romper con los viejos hábitos, no importa lo mínimos o dañinos que sean; y resulta demasiado fácil adaptarse a los nuevos, sobre todo si nos hacen sentir bien, aunque sea sólo por un momento.

Naruto fue convirtiéndose en un hábito poco a poco, sin que me diera cuenta.

El sexo era fantástico, variado, apasionado, excitante… resultaba cada vez más familiar, y eso era algo que anhelaba con todas mis fuerzas pero que también me daba miedo. Él había dicho que tendríamos lo que yo quisiera, pero con el pasar de los días me di cuenta que, en realidad, era él quien mantenía el control de todo. Me llevaba a lugares donde nunca había estado, a los que no me había permitido ir, y ni siquiera era capaz de oponer resistencia.

Algo en Naruto resultaba realmente adictivo.

Había adquirido un poco de seriedad y madurez en los últimos años, pero eso no significaba que hubiese desaparecido su lado irreverente. Aún conservaba algo de su ingenuidad infantil que me hacía muy difícil resistirme. Podía pasar de una faceta a la otra en cuestión de segundos, y eso hacía imposible que me aburriera estando con él. Era divertido, alegre, cariñoso, pero también confiado y atento.

Y más que eso, era cálido. Cuando estaba con él, no sólo evitaba que mis pensamientos me atormentaran; estando con él, me sentía liviana, libre, sentía que volvía a ser yo. Una persona que hacía mucho tiempo que no era.

Comenzó a conocer muchas cosas sobre mí, cómo me gustaba el té, mis rutinas, le había entregado mi cuerpo pero aún era incapaz de entregarme por completo. Me contenía hasta cierto punto, pero no sé si él lo notaba porque nunca sacó el tema.

No me presionó, y yo no intenté apartarme. Seguimos así, con aquella rutina cómoda, y yo traté con todas mis fuerzas de restarle importancia al asunto. Pasaron tres meses más o menos así, mientras él iba adentrándose en mi vida con tanta fluidez, que deseé poder olvidar cómo había sido mi vida antes de estar a su lado.

Pero no podía olvidarlo.

Había algunos días en los que pensaba que el pasado había sido mejor de lo que recordaba, que sólo era yo quien lo exageraba y que la perspectiva del cuadro en general no era tan desastrosa; comencé a pensar que de ir por la aldea chupando pollas a tener sexo regular con alguien, parecía ser una mejoría. Tal vez no había tocado fondo como creí en un principio. Sin embargo, también había otros en los que admitía que había sido peor y que lo que sucedía ahora no era una mejora sino un patético intento mío por querer negar las verdaderas proporciones de mi catástrofe.

Era difícil encontrar algo verdadero a lo cual aferrarme cuando mis propios pensamientos iban de un lado a otro. Lo único real era Naruto y lo que me hacía sentir, pero incluso eso me lo cuestionaba a veces. Aunque cada vez que me planteaba dejar de verlo, él hacía o decía algo que me ayudaba a darme cuenta de que sería una tonta si me alejaba de él.

Después de todo, ¿cuánto tiempo puede sobrevivir una flor si es privada de la luz del sol?

—Lo haces de nuevo —me dijo con voz somnolienta cuando me ponía las sandalias. Él estaba tendido boca abajo sobre la cama, las sábanas arremolinadas en sus caderas, mirándome con los ojos entrecerrados.

—¿Qué cosa?

—Te vas mientras duermo. —Detuve lo que estaba haciendo y me giré para mirarlo. Se había apoyado en el antebrazo, lo que le hacía tener una pose demasiado "de calendario".

—Eso no es verdad. Estás despierto —le señalé con una sonrisa.

Hacía unos días había comenzado a pasar las noches en su casa.

Tan pronto como terminaba de cenar, iba a encerrarme a mi habitación, esperaba a que las luces se apagaran y me escapaba por la ventana para ir a verlo. Él lo había sugerido una vez por mera diversión y yo había continuado haciéndolo en las ocasiones siguientes por… bueno, en realidad no sabía bien por qué. Sin embargo, como él decía, siempre me iba antes de que despertara. En parte porque tenía que volver a mi casa y en parte porque me resultaba más fácil dejarlo así.

Se inclinó para recoger el reloj despertador que había en el piso y soltó un quejido.

—¡Las 6:30! —exclamó antes de gemir otra vez, dejándose caer sobre el colchón—. En serio, mujer, ¿tienes algún problema con dormir hasta tarde como la gente normal?

Sonreí sin poder evitarlo. Para él era fácil sugerirlo porque mientras estaba en la aldea casi no hacía nada, a excepción de entrenar y ayudar en misiones menores. Ése era, quizá, una de las cosas que más me fascinaba de él: no importaba que fuera el ninja más poderoso de la época actual, no tenía ningún problema con ayudar en taras sencillas que cualquier ninja de rango menor podría hacer.

Terminé de ponerme las sandalias y me levanté de la silla. Pasé a su lado, hacia donde había dejado mis cosas la noche anterior, entonces él se estiró para tomar mi mano y sin ningún esfuerzo tiró de mí haciéndome caer sobre su pecho. Solté una exclamación ahogada ante su repentino movimiento. Intenté liberarme del brazo en mi cintura, pero él me apretó con más fuerza contra su cuerpo antes de besarme.

Mi voluntad flaqueaba cada vez que me besaba y él parecía saberlo a la perfección.

—Mi turno en el hospital comienza a las siete —señalé, tratando de apartarlo—. Necesito ir a mi casa para cambiarme de ropa y debo llegar para desayunar con mi abuela en cuanto despierte.

—Auch, eso me dolió. —Se puso la mano encima del corazón y por fin me dejó ir—. Después de lo que hicimos y prefieres a la abuela. Creo que estoy haciendo mal mi trabajo.

Volví a sonreír mientras me levantaba para recoger el resto de mis pertenencias.

—No del todo. —Me estiré y le di un rápido beso en los labios— Te veré después.

No dejé que respondiera o tuviera tiempo de hacer algo más, y salí cerrando la puerta tras de mí. Estaba segura de que si se lo permitía, muy probablemente no me dejaría salir de ese apartamento nunca.

Y no sabía si eso era algo bueno o malo.

Como cada mañana, no tuve ningún inconveniente al llegar a casa, nadie había notado mi ausencia nocturna. Rápidamente me dirigí al baño para tomar una ducha y después me vestí a toda prisa para salir en camino hacia el hospital, tan sólo un par de minutos más tarde a diferencia de mi horario normal. Mi abuela no había dejado de reclamarme que, en vez de comer con calma, me hubiese tragado todo el desayuno como si mi silla estuviera en llamas, pero era imposible no hacerlo sabiendo que si me quedaba lo suficiente, ella comenzaría con su tortura.

Cuando llegué al hospital, me encontré con Haruhi tarareando una cancioncilla mientras ordenaba las carpetas de expedientes en la estación de las enfermeras.

—Demasiado buen humor matinal, ¿no te parece? Incluso para ti —dije al acercarme. Estaba tan centrada en lo que hacía que dio un pequeño brinco al escucharme. El senbon que siempre solía juguetear cayó sobre el mostrador, tintineando débilmente.

De inmediato la usual y enorme sonrisa apareció en su rostro mientras me entregaba los historiales de los pacientes a los que atendería aquella mañana.

—Hoy es el Festival de Conmemoración, eso pone de buen humor a cualquiera. —Me tensé tan pronto como escuché eso—. ¿Vas a ir, Ino-sempai?

Comencé a hojear la primera de las carpetas en lo que caminaba hacia las escaleras y negué con la cabeza.

—Alguien debe quedarse aquí por todos los lesionados que deja celebrar, ¿no?

Haruhi avanzó para ponerse delante de mí al llegar a la habitación de uno de los pacientes. Sus dedos aparecieron en mi campo visual cuando los utilizó para quitarme el expediente de los ojos y así requerir mi atención.

—Sí, pero no tienes que ser tú todos los años.

Tal vez ella pudiera tener razón ante los demás, pero yo tenía otra opinión.

El Festival de la Conmemoración del Final de la Guerra era, quizá, uno de los eventos más importantes del año en todo el mundo. No había mucho que decir al respecto que el nombre en sí no pudiera explicar. Cada año se celebraba el final de la guerra con la derrota de Sasuke y el líder de Akatsuki a manos de Naruto y "otros valiosos guerreros shinobi".

En los pasados seis años, nunca había ido salvo la primera vez que se hizo al día siguiente de que la guerra terminara. Para lo que los aldeanos consideraban un motivo de celebración, para mí no era más que otra oscura sombra en el pasado. Me sentía tranquila con la relativa paz y orden mundial, pero esa sensación estaba lejos de la felicidad.

Así que prefería quedarme en el hospital, atendiendo a personas que se habían quemado por jugar con fuegos artificiales, algunos con malestar debido al alcohol o a la comida y, en general, a cualquiera que sufriera los estragos de la fiesta. Me gustaba pasar la noche ayudando en ese lugar que tener que recordar por qué el mundo entero celebraba.

Sin mencionar que, como mi familia seguramente iría al festival para distraer a mi abuela, tendría la casa para mí sola y podría relajarme.

Cuando mi turno terminó, pensé en ir a cenar a casa antes de volver para cubrir mi turno extra durante la noche. Me despedí de Haruhi, quien había logrado que el ninja médico que le gustaba la invitara al festival (lo cual era el verdadero motivo tras su extremadamente feliz humor a lo largo del día) y salí del hospital.

—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunté, deteniéndome de golpe al ver a Naruto parado al otro lado de la calle. Quise sonar dura, pero lo cierto era que el corazón había comenzado a latirme con fuerza con tan sólo verlo ahí, recostado en el muro con aire casual.

Él se enderezó lentamente para acercarse.

—Shikamaru dijo que tu turno terminaba a las siete. —Puse un paso de distancia al escucharlo. Se suponía que esto era entre él y yo solamente, nadie tenía por qué saber nada.

—¿Has hablado con Shikamaru sobre mí? —pregunté con el ceño fruncido.

Él se detuvo al ver mi reacción, pero enseguida sonrió.

—No, él lo mencionó cuando me lo encontré hoy que fui a ver a Tsunade-sama.

Odiaba parecer una paranoica, pero no estaba lista para que alguien supiera lo que tenía con Naruto. Aunque, en realidad, no sabía qué era lo que tneía con él. Me quedé en silencio durante un rato, meditando a conciencia su respuesta, hasta que finalmente me relajé de nuevo.

—Necesito que me hagas un favor —dijo mientras comenzábamos a caminar.

—¿Es una emergencia? —Lo miré de soslayo, con una ceja alzada. Él se limitó a seguir sonriendo, hundiendo las manos en los bolsillos de su pantalón.

—Sí, más o menos.

Fue hasta ese momento que noté que no estaba vestido con las ropas de siempre, sino que traía puesto el uniforme de jōnin.

Todos los que habíamos tenido verdadera participación en la guerra, o séase, combatido con el ejército inmortal de Kabuto y sobrevivido, habíamos recibido como recompensa ascender de rango y, como él había sido el factor más importante, Tsunade no había dudado en hacerlo jōnin, a pesar de que ni siquiera había tenido el rango de chūnin. Todos habíamos esperado que fuese nombrado hokage, pero los ancianos consideraron que aún le hacía falta algo más de madurez, por lo que habían decidido esperar.

Era extraño verlo llevar el uniforme, ya que él nunca había sido un shinobi como el resto. Sin embargo, tuve que reconocer que lucía realmente apuesto.

—¿Qué clase de emergencia?

—Quiero que me acompañes esta noche.

—¿En el festival?

Él asintió lentamente.

—No lo sé, Naruto… —dije, apresurando un poco el paso. Honestamente, eso no lo había visto venir. Mi andar lento ahora parecía una trotada, pero no podía detener el ritmo de mis piernas.

—Quieres hacerlo por mí, Ino.

—¿Ah, sí? —inquirí en respuesta, sin poder mantener mi sonrisa bajo control cuando él me alcanzó.

—Ni siquiera tienes que cambiarte de ropa, iremos tal y como estamos vestidos. Comeremos dango y veremos los fuegos artificiales. Es todo.

Por fin mis pasos perdieron velocidad.

Eso parecía sonar demasiado bien, yo sólo tenía que aportar mi presencia. Tenía que haber una trampa.

—¿Qué gano si lo hago? —No lo pregunté porque en realidad buscara algo más, sino porque parecía la pregunta más lógica.

Él me tomó del brazo y me puso con la espalda apoyada en un muro cercano. Afortunadamente la calle estaba vacía. Su movimiento me tomó por sorpresa, pero más lo hicieron las enormes ganas que tenía de que me besara. Pero no lo hizo. Sólo me miró con una sonrisa de lado.

—Seré tuyo toda la noche y podrás hacerme toda clase de cosas pervertidas que se te ocurran.

Me eché a reír sin poder evitarlo.

—Odio sonar obvia, pero creo que eso lo hemos venido haciendo últimamente. ¿Qué pasa si no quiero ir?

—Yo sé que quieres ir —me dijo con voz ronca y suave, acariciándome el cuello con los labios.

—¿Siempre eres tan arrogante?

Él alzó el rostro para mirarme a los ojos y sonrió.

—Prefiero decir que confío en mí mismo pero síp, siempre. Vamos, tengo hambre —dijo tomándome de la mano, dando por hecho que yo ya había aceptado. Me sentí un poco incómoda ante ese gesto, pero no me aparté. Su palma se sentía tibia, envolviendo la mía.

Faltaban un par de calles cuando me arrepentí de ir vestida con lo que traía puesto y Naruto no tuvo ningún inconveniente en acompañarme a mi casa para ponerme una yukata y cambiarme el peinado, con el fin de mezclarme en el ambiente del festival.

Al final, llegamos cuando eran casi las nueve de la noche y todo estaba en su esplendor.

El centro de la aldea había sido acondicionado para albergar las interminables filas de puestos que ofrecían toda clase de comida y diversiones. Podía jurar que todos los habitantes de Konoha estaban ahí, pues era casi imposible pasar entre el bullicio que se desarrollaba bajo el manto de la noche.

La mezcla de olores, colores y texturas, eran un viaje para todos los sentidos. Nadie podía dudar que se estaba celebrando algo realmente grande.

Comenzamos a caminar entre las personas, la mayoría se giraba para vernos en cuanto reconocían a Naruto. Me encogí por dentro pero, como era mi costumbre, no lo demostré. Enderecé la espalda y cuadré los hombros, mostrándome lo más tranquila que podía. Estaba acostumbrada a la atención.

—¡Hasta que apareces! —exclamaron a nuestras espaldas, haciendo que Naruto se detuviera y me tomara del brazo para que yo hiciera lo mismo. La Quinta Hokage estaba parada frente a nosotros—. Pensé que otra vez no vendrías.

Él sonrió incómodo.

—Oba-chan, ya estoy aquí, te lo prometí ¿no? —dijo, mostrándose bastante incómodo—. Además, tuve que ir por mi acompañante al hospital —añadió poniendo su mano en mi espalda.

Tsunade apartó su mirada de Naruto y la enfocó en mí, suavizándose casi al instante.

—Hola, Ino.

—Tsunade-sama —saludé inclinando la cabeza. Mis manos apretaron un poco más el pequeño bolso que traía colgando en la muñeca izquierda.

—No te escabullas, Naruto —dijo con seriedad volviéndose para mirarlo—. Es tu obligación estar aquí.

Él se llevó la mano a la frente para hacer un saludo militar irónico y entonces Tsunade se alejó, perdiéndose entre la muchedumbre. Tan pronto como desapareció de nuestra vista, nosotros volvimos al recorrido que estábamos haciendo entre los puestos.

La noche comenzó a transcurrir en lo que él había prometido. Habíamos comido de todo lo que estaban ofreciendo, participamos en algunos juegos y, en general, pasamos un buen rato.

—Esto es más divertido de lo que creí —dijo mientras se comía su decimoquinta varita de dango.

—¿Nunca habías venido? —le pregunté con una sonrisa, compartiendo su opinión. Él negó con la cabeza, deteniéndose—. ¿Por qué? —había creído que era la única que se negaba a asistir.

Se encogió de hombros.

—Porque me hace sentir incómodo —respondió, recorriendo con la mirada a las personas que caminaban cerca—. Ellos hacen este festival para celebrar algo que yo hice… y que no me enorgullece.

Estaba a punto de preguntarle el qué cuando la respuesta se abrió en mi mente, sorprendiéndome: él había puesto fin a la guerra… asesinando a Sasuke.

Permanecí en silencio sin saber que decir cuando su mirada se llenó de tristeza, opacando el usual brillo que siempre había en sus ojos azules. Finalmente, lo único que se me ocurrió fue tomar su mano y darle un pequeño apretón.

Él pareció sorprendido por mi gesto, pero me sonrió antes de levantar nuestras manos enlazadas y depositar un beso sobre mis nudillos.

—Aunque ya escuchaste a la oba-chan —añadió, recobrando la jovialidad en su voz—. Me he escabullido en los años anteriores así que esta vez me obligó a venir, y también me dijo que sería preferible que no lo hiciera solo. Nadie mejor que tú para acompañar al héroe de la guerra ¿no crees? —dijo con cierta ironía en su tono claramente enfocada en lo del "héroe de la guerra".

Nos miramos a los ojos durante unos segundos, y al final le pregunté con pragmatismo:

—¿Qué te hizo pensar que daría la talla?

Su sonrisa se hizo más amplia mientras acariciaba mi mejilla brevemente.

—¿Bromeas? Estás dejando a todas fuera de combate.

—Mentiroso.

—Modesta.

No pude evitar sonreír ante nuestro repentino intercambio de palabras. Él se acercó un poco más, acariciándome la espalda con los nudillos.

—Estás preciosa, pero no te comportas como una mujer despampanante.

—¿Ah, no? —dije sin poder ocultar mi cinismo—. ¿Entonces cómo me comporto?

—Como un ángel —me susurró al oído, y sentí que un estremecimiento me bajaba por la espalda—. Pero follas como un demonio.

Me aparté un poco y lo miré a los ojos, manteniendo mi ceja alzada.

—Las zalamerías no van a ayudarte.

Él rió brevemente.

—Pero son un comienzo —dijo antes de pasarme un brazo por los hombros para que comenzáramos a caminar de nuevo.

Pronto empezó a correr la voz de que el espectáculo de fuegos artificiales daría inicio en cualquier momento, lo que significaba que ya era casi medianoche. Lentamente, el flujo de personas entre los puestos descendió mientras todos los habitantes de la aldea iban a buscar el mejor sitio para disfrutar del espectáculo.

Naruto me tomó de la mano y me alejó del bullicio, conduciéndome a través de los árboles cercanos.

—¿Adónde vamos? —le pregunté al sentir que cada vez nos alejábamos más.

—No estoy seguro. Sakura me citó por aquí.

Quise decir algo al escucharlo, sin embargo, las palabras desaparecieron de mi boca cuando vi una repentina luz de color naranja iluminar el bosque. Había una enorme fogata en medio de uno de los campos de entrenamiento y un grupo de personas estaba ahí.

Contuve el aliento cuando vi cada uno de los rostros reunidos ahí aquella noche. Sakura, Sai, Hinata, Shino, Kiba, Neji, Tenten, Rock Lee, Chōji, Shikamaru… todos estábamos ahí, de nuevo. Juntos.

Naruto había soltado mi mano, pero me tomó del brazo para hacerme caminar. Lentamente nos acercamos hacia ellos y nos sentamos en un tronco alrededor de la fogata entre Sakura y Shikamaru, quien parecía estar realmente sorprendido de verme ahí cuando no había aceptado a participar en los cinco años anteriores.

La solemnidad nos rodeaba, no había ni un solo ruido a nuestro alrededor salvo el del crepitar de las llamas frente a nosotros.

Todos nos miramos los unos a los otros en silencio, como si estuviéramos comprobando que el tiempo no se había detenido en ninguno de nosotros. Todos habíamos cambiado, algunos en más de una manera.

Cada año, mientras todo el mundo festejaba, ellos se reunían para recordar el verdadero coste de la paz que había a nuestro alrededor. Todos los que estaban ahí presentes habíamos estado más cercanos a la guerra que ningún otro, shinobi o aldeano civil. No sólo la habíamos sufrido físicamente sino también en nuestras almas, y había dejado cicatrices imborrables en nuestros corazones.

Yo sabía el verdadero motivo de la reunión, a pesar de que sólo había participado en una ocasión. Era para que no olvidáramos, para que no los olvidáramos.

Todavía recordaba aquella noche, siete años atrás, cuando Shikamaru nos había reunido por primera vez. Había sido el primer líder que se había alzado entre nosotros, así que no resultó ninguna sorpresa que todos atendiéramos en ésa ocasión. Cada una de las palabras que pronunció en honor a la causa seguía fielmente grabada en mi memoria, así como también los rostros de todos los que habíamos sobrevivido.

En ese momento, el cansancio físico y mental se había plasmado en cada uno de nuestros rasgos, algunas lágrimas fueron vertidas y otras más fueron ocultadas tras miradas indescifrables y silencios absolutos.

Lo comprobé aquella noche y puedo asegurarlo ahora: estábamos aliviados, pero ninguno estuvo realmente feliz cuando la guerra terminó. Y eso se debía a que, a pesar del final del conflicto, muchas cosas habían quedado hechas ruinas detrás de nosotros. El alivio y la felicidad son dos cosas muy distintas.

Después de lo que pareció una eternidad, Sakura se levantó y se acercó a la fogata. Todos la miramos expectantes. Ella se tomó un par de segundos para respirar profundamente y controlar las lágrimas que aguaron sus pupilas.

—Sasuke Uchiha —dijo, dejando caer con delicadeza la rosa blanca que había traído en la mano.

Pronto una segunda rosa cayó a las llamas y le siguió otra y otra más, mientras se hacía mención de todos aquellos a quiénes habíamos perdido en el camino a lo que ahora éramos, incluso antes de la guerra.

El aire comenzó a negarse a entrar a mis pulmones con cada minuto que pasaba ahí. Habría querido irme, pero la verdad era que algo más me mantenía fija al tronco en el que me encontraba sentada.

Al final, sólo faltaba una rosa por echar a la fogata y la tenía Shikamaru. Pensé que se levantaría para hacer lo que los otros habían hecho antes, así que contuve el aliento cuando extendió la flor hacia mí. Lo miré entre sorprendida y aterrada, pero sólo recibí una pálida sonrisa de su parte.

—Es tu turno. Necesitas hacerlo.

Quise negarme, apartar la mirada en el peor de los casos, pero no pude hacer ni lo uno ni lo otro. De alguna manera, me las arreglé para estirar mi brazo y tomar la rosa con todo el cuidado que pude, como si tuviera miedo de que se desvaneciera con mi solo toque.

Las piernas me flaquearon cuando me levanté, pero nadie pareció notarlo. Avancé el par de pasos que me separaban de la fogata y me detuve.

Un hueco se abrió en mi pecho, haciendo que los músculos de la garganta se me tensaran formando un doloroso nudo que me impedía hablar. Sentía la suavidad de la flor en la punta de los dedos y su color blanco había adquirido una tonalidad danzante al ritmo de las llamas frente a mí.

—Asuma Sarutobi… —pronuncié en una exhalación dolorosa. La rosa cayó por inercia propia y comenzó a desintegrarse al calor de las llamas.

Mi mirada permaneció fija en lo que sucedía, incapaz de concentrarse en otra cosa. Una ola de hormigueo me recorrió de arriba a abajo, robándome cada gota de chakra en mi interior. Entre el fuego, podía recordar el rostro de mi sensei, lo veía sonreírme, reprenderme, despidiéndose, y cada una de ésas imágenes fue suficiente para hacerme agonizar por el dolor que provocaban.

Aparté la mirada de las llamas y me encontré con las miradas de mis antiguos compañeros de equipo, primero la de Chōji y luego la de Shikamaru.

Sentí que me ruborizaba, noté el acaloramiento que me subió por el vientre y el cuello hasta teñirme las mejillas. Giré en redondo y noté que todos me miraban.

Estoy muy familiarizada con la vergüenza. Puedo relegarla a un rincón y fingir que no está, negar su existencia, lo había hecho siempre desde pequeña. Muchas veces, incluso consigo convencerme a mí misma de que no tengo de qué avergonzarme, nada por qué sentirme mal, pero en aquella ocasión no lo conseguí. La vergüenza y el remordimiento me golpearon de lleno, borrando todo lo demás.

Los oídos empezaron a pitarme, y mi visión se oscureció. Me he desmayado varias veces a lo largo de mi vida, había sido por terminar noqueada en un combate, o por una tensión sanguínea baja, o por estar demasiado tiempo al sol sin hidratarme lo suficiente, así que reconocí aquella sensación.

Agaché la cabeza y salí corriendo de allí a toda prisa.

Mis pies se movían por voluntad propia, susurrando contra el césped, mientras me llevaban entre los árboles, tratando de alejarme de recuerdos que dolían, de sentimientos que no podía ocultar, y de remordimientos que no alcanzaba a dejar atrás.

El pecho me dolió cuando mis pulmones me exigieron aire. Me detuve en medio de mi loca carrera e inhalé profundamente el fresco aire nocturno mientras recostaba mi espalda sobre la corteza de un árbol cercano. Al menos no estaba llorando, pero eso no era ninguna novedad, porque las lágrimas eran una liberación que me había abandonado hacía mucho tiempo.

La última vez había sido exactamente siete años atrás.

No hacía frío, pero había pasado de estar acalorada a sentirme helada en cuestión de minutos. Tenía la piel de gallina, y empecé a frotarme los brazos con fuerza por encima de las mangas de la yukata. Estaba furiosa conmigo misma.

—Ino, ¿estás bien? —escuchar su voz detrás de mí, no ayudaba.

—No, no lo estoy.

Naruto se paró a mi lado, pero no me tocó.

—No hubiéramos venido si me hubieras dicho que no querías —comentó al cabo de un rato—. Lo siento.

Me volví para mirarlo, pero la oscuridad me impedía ver su rostro con claridad.

—Quería hacerlo —le dije con voz trémula, enderezándome para irme.

Ino.

Sólo era una palabra, mi nombre, pero me inmovilizó con tanta firmeza como si me hubiera agarrado el brazo. Me detuve a un paso y apreté los puños con fuerza, intentando contener el temblor que me recorría.

Él se mantuvo en silencio, esperando a que le dijera el verdadero motivo por el que había salido corriendo. No me estaba obligando a hacerlo, pero accedí a ello.

—Es sólo que… no me gusta hablar de él —revelé en un murmullo, dudando que llegara hasta sus oídos.

—¿Te refieres a Asuma? ¿Por qué? —me preguntó extrañado—. No venimos a lamentarnos por el pasado, sólo a recordarlos.

—¡Pues no quiero hacerlo!

—¿Por qué?

Ahí estaba otra vez ésa tonta pregunta que siempre me hacía: ¿por qué?

En cualquier otro momento lo habría ignorado, no habría respondido ni aún cuando estuviera torturándome, me habría largado ante la sola mención de Asuma. Pero todo lo que sentía, lo que había mantenido en secreto, se había convertido en una bola de fuego que iba subiendo desde mi pecho, pasando por mi garganta y obligándome con dolor a escupirla.

—¡Porque cada vez que lo recuerdo a él, recuerdo que fallé! —grité, encarándolo—. ¡Debí ser más rápida, debí estar mejor preparada, debí… ser mejor! —añadí, con mi voz perdiendo intensidad en cada palabra hasta que terminó siendo un susurro cuando desvié la mirada.

Mis primeros años como kunoichi no habían sido el éxito que me había imaginado, no resulté útil en muchos aspectos y, aunque la vida me había dado la oportunidad de compensar ese error y muchos otros más durante la guerra; yo sabía que compensar no era lo mismo que borrar. Y eso era lo que me atormentaba.

—Ino, nada de eso hubiera cambiado nada.

—¡Por supuesto que sí! ¡Eso habría cambiado todo!

Sabía que mi tono era bastante arisco debido a mi frustración, pero a él no pareció molestarle. Se quedó ahí, parado frente a mí, sin hacer el menor intento por acercarse. Yo no sabía si quería que lo hiciera. Me sentía tranquila cuando me abrazaba, pero en ese momento estaba segura de que si lo hacía era probable que lo apartara de un empujón.

No quería me tuviera lástima, no quería su comprensión, quería que viera lo que yo veía cada vez que me miraba al espejo. Quería que realmente me viera, que hiciera las preguntas correctas, que…

—Por eso trabajas en el hospital —dijo de repente, provocando que centrara mis ojos sorprendidos en él.

—Me esfuerzo para mejorar. —Ésa era mi respuesta fácil, la que había dado durante los últimos siete años cada vez que alguien cuestionaba mi repentino cambio de especialidad.

—No —respondió, avanzando hacia mí, sin creerse mis palabras—. Por eso dejaste las misiones, por eso te dedicas sólo al hospital, ¿no es verdad? Ino, dímelo —pidió con suavidad.

Hubo un silbido a lo lejos y la primera bomba de luces multicolores explotó iluminando el cielo sobre la aldea, permitiéndome ver sus ojos que habían adquirido una tonalidad metálica.

El espectáculo de fuegos artificiales había comenzado y pronto miles de chispas titilaron entre la oscuridad que nos inundaba.

No me había dado cuenta de que las lágrimas nublaban mis ojos hasta que alcé el rostro para mirarlo. Cada parte de mí temblaba mientras pensaba que él lo había hecho, había logrado ver lo que yo me había empeñado en ocultar durante todo este tiempo. Sus nudillos acariciaron mi mejilla, pero no hizo otra cosa para acercarse.

—Trabajo en el hospital porque así nadie muere si no resulto ser lo bastante buena —acepté finalmente. Mi voz salió ronca, apenas audible en un tono que no parecía ser el usual, pero salió.

—Lo hubieras salvado si hubieras podido, él lo sabía —dijo con una sonrisa llena de ternura que me llenó de calidez—. Asuma estaría muy orgulloso de ti, por ver en lo que te has convertido.

No pretendía reírme, pero eso fue lo que me salió: una carcajada seca y llena de cinismo cuando me alejé un par de pasos.

—Eso lo dudo.

—¿Por qué?

—Porque no soy el epítome de la rectitud que el mundo cree. —Naruto parecía extrañado por mi repentino cambio de actitud.

—¿A qué te refieres?

—He estado con otros hombres. —La boca se me secó cuando me di cuenta de adónde había llevado yo ésa conversación. De inmediato pensé en retirar mis palabras, en hacerme la desentendida y dar por terminado esto, pero no pude.

—¿Y qué tiene eso de malo? —Me quedé mirándolo sin saber cómo reaccionar. Esbozó una sonrisa, pero fui incapaz de devolvérsela—. Eso no importa, yo también salí con otras chicas antes.

—No salir, Naruto, estar. —Dije añadiéndole el suficiente énfasis a la palabra para que él pudiera entender el alcance de lo que yo le estaba confesando en esos momentos—. A veces sólo por un par de horas.

—¿Cuántos?

—Muchos.

—¿Cuántos? —insistió.

—Cuarenta y ocho —la respuesta salió de mi boca por voluntad propia, igual que las anteriores. Sabía que ése era el momento que yo ya había visto venir desde hacía mucho tiempo, él tenía que saber por qué clase de mujer se había interesado. Imaginé que después de esto tal vez se iría, era lo que yo hubiera hecho, pero vaciló por un segundo, y al final me preguntó:

—¿A todos se las chupaste?

—Entre otras cosas.

—Pero me dejaste ser el primero —declaró en respuesta. Una exhalación irónica escapó de mis labios sin querer al recordar lo que había sucedido aquella noche cuando lo había encontrado bajo la lluvia.

—No es como si hubiera podido decirte que no. Apenas lo intenté y tú ya lo tenías dentro.

Él hizo caso omiso de la ironía que imprimí en mis palabras, me rodeó la cintura con un brazo y me acercó a su cuerpo. Dio un paso, y la luz de la luna le iluminó la cara. Sus ojos parecían más azules que nunca.

—Si hubieras podido, ¿habrías deseado que fuese alguien más?

—No —admití sin dudarlo, dándome cuenta de que era verdad.

Aun en el olvido que me proporcionaba él con placer, nunca había olvidado con quién estaba. Y no había querido olvidarlo. Me importaba qué boca me besaba, qué manos me acariciaban. De repente, me importaba que todo lo que había vivido en los meses anteriores fuera debido a un hombre en concreto: él.

Mi corazón acelerado dio un vuelco ante la revelación.

Naruto acarició mi mejilla y fijó sus ojos en los míos. Su boca estaba muy cerca de la mía. Podía oler un poco del sake que habíamos bebido instantes antes en su aliento y lo sentía contra mis labios.

—Voy a besarte. —No era una pregunta, pero él esperó hasta que hice un asentimiento mudo.

Su boca se abrió sobre la mía, y nuestras lenguas se encontraron. Acuné su rostro entre mis manos, y ladeé la cabeza para abrirme aún más a él. Quería devorarlo, saborearlo y tocarlo, a pesar de que empecé a temblar mientras lo hacía.

Él me devolvió el beso, tomó lo que le daba y me dio lo que necesitaba sin preguntas ni exigencias. Dejó que yo llevara la iniciativa, y no estropeó el momento con algún comentario graciosillo cuando me aparté jadeante.

—Debemos volver —dije queda. Me faltaba el aire por el beso y porque él me sostenía con demasiada fuerza contra su cuerpo, como si tuviera miedo de que me desvaneciera si me daba espacio.

Me pasó una mano por el cabello y se dedicó a jugar con uno de mis mechones sin dejar de abrazarme.

—Regresaremos con ellos si me dices que quieres hacerlo.

Lo miré a los ojos durante un segundo y después sacudí la cabeza.

—No, no quiero.

No tuvo que escuchar más. Me giró para que me quedara de espaldas a él, me rodeó con los brazos, y entrelazó sus manos con las mías encima de mi abdomen. Apoyó la barbilla en mi hombro y los dos nos dedicamos a ver el resto del espectáculo de fuegos artificiales. O lo poco que podíamos ver debido a los árboles que ocultaban gran parte del cielo.

Su abrazo hizo que la piel de gallina se desvaneciera, al igual que la presión en mi pecho y el fuego en mi garganta…

Y todavía hoy sigo agradecida por ello.

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