XXII
Prepare mi habitación entre nervios y prisas. No sabía exactamente el motivo, aunque en realidad mi mente me gritaba que lo sabía perfectamente. Todo se sumió en una oscuridad cálida, con alguna que otra vela de lavanda, la alfombra cubierta con un edredón, miles de cojines y la persiana bajadas hasta los topes. Agarre mi lampara de lava morada, que daba poca luz pero complementa mi estilo caótico, y me metí en el centro de todo con el libro entre los brazos.
¿Era todo ello necesario para leer un libro? No. ¿Lo era para leer un libro que me había dejado ella? Si.
Toque la portada con mi dedos y la acaricie apreciando su textura ligeramente rugosa. Olía bien, a libro viejo. A historia. Con cuidado abrí la primera hoja y al instante, justo en el centro de la hoja y con una caligrafía alargada pero legible ponía: "Los corazones rotos no se curan, se completan con piezas de otros corazones".
Tras varias horas, dos cafés, una visita inesperada de Anna(para que le prestara la tarea de lengua que ni siquiera había empezado) y algunas lágrimas cerré el libro maravillándome de todo lo que había leído. Eran textos, algunos más largos que otros, algunos más poéticos que otros, pero todos mantenian un estilo tan particular de escribir que pensé que era demasiado personal. Era como verle las entrañas a alguien. Pero no sabía quién era ese alguien porque la única firma que había era Wolf, y por mucho que busque en internet solo conseguí averiguar que esa persona había escrito solo aquel libro y que desde hacía diez años no publicaba nada. Acaricie el libro pensativa mientras me imaginaba mentalmente al autor, había pasado por mucho si sus páginas no mentían, su corazón había sido roto, y aunque no lo ponía explícito creí que tal vez su amor de la juventud había muerto.
"A veces me giro y te veo, luego me doy cuenta que no estás. Tendré que aprender a no girarme, tal vez así los recuerdos no puedan mirarme con los ojos dilatados y contarme otra vez la verdad."
Cerre los ojos apartando el libro y dispuesta a comenzar a librarme de trabajos y tareas que tanto tiempo llevaba atrasados. Estábamos en Enero y llevaba todo demasiado mal. Tampoco debía ser dramática, los exámenes me iban bien porque tenia una memoria privilegiada, pero los trabajos no se hacían solos. Tome la agenda y resople antes de ponerme con lo primero de la lista.
Alla vamos, matemáticas.
Lo había intentado al menos cincuenta veces. Virginia me había sonreído misteriosa unas cincuenta veces más mientras negaba con la cabeza y me decía que ella tampoco sabía quien era al autor. En todas la ocasiones, cuando le había comentado que me fascinaba varios poemas y que creía que el autor era un escritor especial, había notado cierta nostalgia en su mirada, un brillo que podría haber pasado por alto si ella seguido no se habría reído restándole importancia. Como si su trabajo fuera darle humildad a aquel fascinante escritor.
Una semana, una semana tan tranquila que todo parecía estar volviendo a la normalidad. Anna volvía a ser la misma, quejándose de la vida y hablando por los codos, Lucas picándome mientras daba entre medio consejos de hermano mayor, y Virginia, bueno, ella tratándome como una alumna más. Pero al menos me volvía a sonreír y continuaba recomendándome libros.
Resople mientras tachaba por quinta vez el ejercicio de matemáticas. Las odiaba. Como también odiaba al profesor de esa asignatura, con sus malditas gafas cuadradas y su gran clava, por no decir su aire de suficiencia por creer que las ciencias eran para intelectuales y que todos los de humanístico éramos idiotas. Maldito gilipollas.
Coloque mis manos en la cabeza, que comenzaba a dolerme y apague la luz del escritorio dejando todo en penumbra. El sonido de la puerta abrirse no me hizo moverme, o era Anna o era Lucas, tampoco había muchas opciones.
-Erin- dijo a mis espaldas una voz masculina tras cerrar la puerta- tienes un problema.
Me reí porque lo de ser dramática le pegaba más a Anna y me gire para ver a un Lucas con los ojos abiertos y unos papeles en sus manos. Apenas había luz en mi habitación, pero desde el pasillo una luz cálida iluminaba su rostro preocupado.
La sonrisa se me borró de golpe.
Por favor, que no sea lo que creo.
*
Aun oía los murmullos y sentía las miradas acusadoras sobre mi. El despacho del director olía a alguna clase extraña de incienso y a cuero. Era un olor fuerte que inundaba las fosas nasales. Pero agradecí inmensamente que ya no oliera a tabaco y que no siguiera teniendo ese ambientador cítrico que atontaba el cerebro. Prefería notablemente el incienso.
Toque el reborde de la vieja silla de madera oscura y eche la cabeza hacia atrás intentando negar que mi mayor miedo se estuviese haciendo realidad. Mi corazón latía con tanta fuerza que temía que se me saliera del pecho y muy a mi pesar no podía morderme más las uñas puesto que casi no quedaban.
La puerta se abrió haciendo un sonido lento, como un crujido, debían de engrasar las bisagras. El director aparecio tras ella con un rostro tosco, ligeramente preocupado. Se quitó las gafas y me miro por unos segundos antes de caminar con una leve cojera hacia su silla, justo enfrente mía.
-¿Me vas a expulsar?- pregunte directamente mientras mi estomago se encogía.
-¿Expulsar? ¿Tantas ganas tienes de irte de aquí?- su risa nerviosa en un intento de aligerar mi preocupación murió en el aire.
-Venga ya Roger... - le tutee borde, me arrepentí al instante- mire, lo siento, estoy algo... cansada, solo quiero saber que va a pasar.
El director asintió pasando por alto mi comportamiento y le vi dudar durante unos segundos. Me mordí el labio temiendo hacerme sangre en ellos. Pero en cierta parte ya todo me daba igual. Todo me daría igual si me tendría que marchar del internado.
-Tomaremos medidas, esta estrictamente prohibido estar con cualquier tipo de aparato electrónico dentro de las instalaciones, pero desde luego no podemos remediar lo ocurrido, seguramente muchos de los chicos están avisando a sus familias y deberemos estar preparados para razonar con ellas.
Suspire y me reí por pura inercia.
-Director, usted y yo sabemos que al final me tendré que ir, mi padre tiene mucho poder pero dudo que quiera perder a la mayoría de sus alumnos ricos por una niñata a la que le acusan injustamente de incendiar una fábrica llena de personas.- me sorprendí gratamente al oír salir de mi propia boca el "injustamente". Al menos esa parte estaba superada.
-Eso no esta demostrado, Erin- señalo mientras cruzaba los brazos- No hay ninguna razón para que nadie se vaya, no tuvieron pruebas para acusarte.
-Por eso mismo se querrán ir...
La puerta sonó varias veces seguidas con desesperación cortando por completo mi deprimente discurso. Virginia abrió la puerta y la cerro con rapidez. Se dejo caer sobre ella antes de mirarme. Necesitaba tanto verla que ni siquiera me había dado cuenta de ello. Eso me dio miedo, ¿desde cuando parecía haberse vuelto mi salvavidas?
-Director Roger, hay varios chicos gritando y armando bullicio fuera, están diciendo absolutas estupideces...-comenzó a contar con evidente rabia.
-Malditos mocosos- comentó mientras se pasaba la mano por la frente- Virginia quédate con ella, voy a calmar las cosas y luego pensamos qué hacemos.
Nada más el director cerró la puerta me volví a girar para mirarla sin poder reprimir el inicio de una sonrisa. Ella también me sonrió antes de caminar hasta la silla que estaba al lado mío y sentarse con la espalda recta y las piernas cruzadas, levantando ligeramente la falda de tubo con un leve corte que tenía. Aparte mi vista de allí nada más posarla y carraspee intentando librarme de esa sensación.
-¿Que tal estás?- preguntó con delicadeza mientras me miraba con sus afilados ojos.
-Genial.
-¿Que tal estas?- volvió a preguntar, aunque esta vez posó su mano en mi hombro.
Ignore como mi cuerpo reaccionaba a su contacto directo.
-Bueno - suspire mientras jugaba con mis propias manos- estoy pensando en qué cojones voy ha hacer ahora.
-No te vas a ir de aquí- farfullo con firmeza y me dio un suave apretón antes de coger mi rostro con sus pálidas y alargadas manos y centrar nuestras miradas- no mientras yo este aquí, ¿entendido?
Asentí y de mi rostro nació una sonrisa sincera. Odiaba que fuera tan buena conmigo, porque eso hacía que mi cabeza se imaginara cosas que no eran. Su mano se separó de mí nada más la puerta volvió a chirriar, por ella Roger aparecio con el teléfono en mano y la americana abierta, andaba murmurando cosas rápidas. Cuando colgó volvió a sentarse en la silla.
-Erin, debes irte del internado.
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