XVII

Virginia pareció notar el terror en mis ojos pues me dedico una sonrisa terriblemente tranquila. Aun así mi corazón seguía sin recuperar su ritmo normal y temía por momentos que mis piernas comenzaran a correr lejos de allí. Habia recorrido medio mundo para alejarme de aquel lugar. Habia pasado un año totalmente solitario. Habia sido cautelosa con lo que decía sobre mi. Pero todo salía tarde o temprano a la luz.   

¿Por qué no esta huyendo como todos?

-¿Si ya la sabes para que quieres que te la cuente? ¿Acaso has venido a juzgarme?- las palabras salieron de mi boca sin mi consentimiento como dardos envenenados. Me mordí el labio inferior mientras notaba la conocida mezcla de furia, miedo y angustia revolverme el estomago. Habia tratado de encerrar todo aquello con tanta fuerza que incluso a veces lo olvidaba. Sin embargo siempre volvía. 

-Erin mírame- la voz de Virginia sonaba tan concisa que no quise mirarle. Me dolía. - Venga mírame.

Sus manos ahuecaron mi rostro antes de dirigirlo hacia el suyo. Ni siquiera me había dado cuenta de que se había acercado tanto. Clave mi vista en mis palmas, en las cuales apretaba con nerviosismo mis propias uñas tratando de desviar mi dolor a otra parte. No quería que nadie supiera aquella parte de mi. No quería que ella la supiera. Mi barbilla se alzo dejándose llevar inerte por la calided de su tacto. En un momento de debilidad la mire. 

-No pasa nada- una sonrisa sin burla se extendió por su rostro- No te lo pregunto para juzgarte. No me pareces mala persona. No te he prejuzgado de mala manera.

Todas aquellas frases que me gustaría haber oído de tantísimas personas se materializaron en su voz. Incluso de mis padres mismo que desde entonces parecían más distantes, más fríos. Ellos nunca habían llegado a conocerme. Ellos nunca habrían sabido que no había sido la culpable porque tan siquiera sabían cual era mi comida favorita. O mi película favorita. O que desayunaba siempre. O mis rutinas. Ellos no sabían nada. Más que lo que ponía en un maldito informe policial. 

-¿Entonces?- susurre mientras una escurridiza lagrima rodaba por mi mejilla. Virginia la limpio con delicadeza rozando ligeramente mi labio superior. Su boca tembló.

-Quiero conocerte, Erin Wood- repitió la frase que le había dedicado y sus manos abandonaron mi rostro. El frio acaricio mi piel y desee que siempre estuvieran pegadas a mi.- Y para conocer a alguien hay que escuchar su historia en primera persona.

Virginia había derribado todas mis defensas. Todas mis salidas. Todos mis planes. Virginia había derribado mi maldito corazón. Y aun así yo se lo habría entregado allí mismo. Mientras me miraba con intensidad. Mientras una de sus manos me hacia dibujos inconexos en mi pantorrilla. Mientras me sonreía empujándome a su abismo. Trague saliva. Saltaría a todas parte por ella. 

Alla voy. 

- Mis padres son empresarios, los dueños de una multinacional de perfumes, así que nos movemos continuamente de un lado para otro, aunque yo nací en España. Aquel año, sobre abril nos mudamos a México, ellos me avisaron que apenas estaríamos un mes. No soy muy sociable así que en un principio me costó bastante adaptarme. Conocí entonces a Diego, un chico amable y guapo que comenzó a hablar conmigo durante las clases y tras unos días fuera de ellas. Un día me dijo que le acompañara a darle una cosa a un amigo. Y por desgracia eso hice.

Suspire con pesadez cuando todos los recuerdos que había estado tapando durante el curso comenzaban a acudir a mi mente como desbordantes gotas de agua que se empeñaban en llenar mi ojos. 

-Le acompañe hasta las afueras de la ciudad, yo pensaba que el amigo vivía por esa zona, pero en realidad nos estábamos dirigiendo a una fábrica medio abandonada que había cerca de una zona industrial. Le pregunté que qué era aquello, me contestó solamente que su amigo estaba adentro. Entramos y al instante una peste a drogas me golpeó en la cara. Me dieron ganas de vomitar y me maree. Oí un grito y segundos después todo era un barullo de golpes. Yo no entendía nada. Diego me paso una bolsa de droga y me dijo que la escondiera. No sabia que hacer así que le hice caso. Me dijo que saliera de allí y eso hice, y le espere hasta que diez minutos después salió. Tenia un gran moretón en su mejilla derecha. Me beso. Fue extraño y bonito a la vez. Ósea yo lo quería desde hacia tiempo. Pero no así... Y después de eso no recuerdo nada. Hubo fuego, gritos y una peste horrible, murieron muchas personas. La policía me acuso a mi del incendio, de las muertes, y de las drogas que llevaba en el bolsillo. Mis padres tenían pasta así que consiguieron al mejor abogado del estado y que mi pena se tratara de arresto domiciliario durante varios meses, pero solo porque no tenían suficientes pruebas como para llevarme a un centro de menores.

Solté el aire que había contenido. Se sentía realmente bien decirlo por primera vez.

-No fuiste tu - fue lo primero que dijo. Se incorporó y cruzó sus piernas mirándome directamente. Parecía tan convencida. Pero ella no podía saberlo con certeza.

-Pude ser yo, no me acuerdo.- le respondí negando con la cabeza.

Tenia claro que Diego me había drogado. Y drogada podría haber echo cualquier cosa. Por muy horrible que fuera.

-Dime una cosa Erin, ¿ahora mismo serías capaz de incendiar esto con toda la gente dentro?

Nege con la cabeza como si estuviera loca.

-¿Y porque en ese momento lo harías?- dijo con lógica mientras apoyaba el codo en el sofá y su cabeza en este.

-Las drogas nos hacen perder la cabeza.

Lo cierto es que no recordaba nada, y eso era lo peor. Diego había muerto junto a todas esas personas y yo había sobrevivido. ¿Por qué razón estando en el mismo lugar el había muerto y yo no?

-"Una persona que se siente culpable se convierte en su propio verdugo".- recito sacando otro cigarro del abrigo y encendiéndolo con facilidad. Expulsó el humo.- Ya te has condenado sin saber siquiera los hechos, y eso te impide continuar.

-Es cierto, me impide continuar, pero tal vez es mi merecido- arrugue el ceño. No quería su lastima. No quería que tratara de disculparme. 

La rabia vino acompañada con lágrimas. Me las limpie con la manga del jersey intentando ocultar mi rostro. Odiaba que me vieran llorar. Sentí unos brazos cálidos apartarme los brazos con delicadeza. Virginia pasó su dedo pulgar por mis ojos eliminando cualquier rastro. 

-No es cierto Erin, las personas que son buenas de corazón se merecen perdonarse.- me contestó con una sonrisa verdadera- Y yo se que eres buena de corazón.  

Le miré, aún veía algo borroso debido a las lagrimas pero pude apreciar su belleza. Sonaba convincente. Sonaba creíble. Ella creía en mí. Parecía que me conocía de siempre. De mucho antes de todo aquello. Cuando era una niña inocente y feliz. 

Aunque en cierta forma en aquel Internado había vuelto a sentirme feliz. 

Me acerque a ella en un movimiento lento. Aun se me escurría algunas lagrimas por pura inercia, pero no me preocupe en esconderlas. Hice el amago de coger el cigarro poniéndome de rodillas sobre el sofá. 

Odiaba fumar, ella lo sabía.

-¿Que haces?- me preguntó en un susurro. Había alejado el cigarro y notaba su aliento cerca de mi boca. Tenía los labios ligeramente entrecerrados y las mejillas doradas.

-No lo sé- le conteste sincera.

Porque era verdad, porque cuando me acerque a sus labios olvidando por una vez que el mundo parecía pesar sobre mis hombros, sentí que todo importaba una mierda y que lo único que quería hacer era eso, besarla.

Fue un roce, mi labios finos y fríos, y los suyos cálidos y grandes. Un roce que se alargó hasta que mi lengua buscó la suya y su lengua buscó la mía. Fue un abrazo cálido, una guerra en pleno invierno. Fue una revolución y una paz prolongada. Lo fue todo, mientras duró.






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