Capítulo 4: Philip Rogers (I-II)
Mutaciones, con simpleza, son una alteración del material genético de un organismo. Dentro de la mutación, está oculta la clave de la evolución. La evolución suele ocurrir a lo largo de muchos años, miles de años, y encontrar un solo organismo que desmienta este hecho es prácticamente imposible. O eso se creía, porque Jack había conseguido ese espécimen único.
Bertha, la iguana de Finn, era la prueba de una mutación clara y ventajosa. Presentaba cambios físicos cada vez más visibles. Esto era lo que él llamaba sobrevolución. Un cambio genético en un organismo, que ocurre lo suficientemente rápido como para ser apreciado y aprender de él. Después de haber conocido a Bertha, Jack no podía dejar de pensar que esto podría traer un cambio en la visión del mundo.
El caso de Bertha era muy extraño. Su madre era completamente normal y, aun así, la iguana estaba cambiando a diario. Jack no tenía idea de por qué, pero estaba seguro de que lo averiguaría. Aunado a esto, el día en que volvió de la salida con sus alumnos —sí, ese fatídico día en el cual Gianna se había perdido—, encontró a sus lagartijas muertas. Todos los pequeños reptiles que mantenía en el cobertizo de su casa habían perecido. La razón... aún no la averiguaba, pero la iguana de Finn —que parecía tener la misma mutación— seguía tan fuerte como siempre. Esto último facilitó el que Jack pensase que, si existía una relación entre los reptiles, el tamaño parecía tener algo que ver con su tasa de supervivencia.
Después de investigar un poco, se había determinado que los mini terremotos del Brauquiana habían tenido un epicentro distinto. Lo que hubiese ocurrido, no había sido causado por el volcán, su origen estaba en la mina de Valtag. Jack había solicitado los permisos pertinentes para hacer una excavación en la mina, e incluso Lina había ayudado a acelerar el proceso con sus contactos, pero la burocracia tardaría meses. Por ahora, la mejor opción parecía ser mantener bajo observación a la iguana y aprender de sus cambios.
—¡Relem! ¡¿Relem?! Tierra llamando a la luna.
Un hombre entrado en años llamaba a Jack, quien seguía inmerso en sus pensamientos. Al oír su nombre por tercera ocasión, reaccionó y recordó lo que estaba haciendo. Se encontraba en el monte Brauquiana, esta vez acompañado de un equipo de investigación de la universidad. El Dr. Phil Rogers —vulcanólogo, amigo, y antiguo maestro de Jack—, se encargaba de liderar la expedición.
—Sí, sí, doctor Rogers, lo siento, estaba en otro mundo —se disculpó Jack.
—Aaaah, Relem, esa cabeza tuya... trabaja demasiado. Deja descansar la maquinaria de vez en cuando —dijo el Dr. Rogers, dando una palmada en la espalda a Jack, con la suficiente fuerza como para zarandearlo un poco.
El hombre era bastante robusto, al contrario de Jack, quien era, más bien, delgado. Su gran sonrisa se ocultaba detrás de una barba tupida y un bigote blanco que le daban, en conjunto, un aspecto bonachón.
—Si la dejase descansar no estaría aquí, hablando con usted ahora mismo —respondió Jack con otra sonrisa.
—¡Tienes razón, muchacho! Tienes razón. Ahora, veamos, cuéntame más detalles de lo ocurrido.
Jack volvió a mencionar aquel día con sus estudiantes. Recordó los temblores al atardecer y como se fracturó el suelo en diversos lugares; el calor que se sentía en el lugar, y los gases que emanaban de las grietas. Era la tercera vez que lo contaba, pero no parecía suficiente. Cada vez que entraba en detalles, el Dr. Rogers conseguía algún dato nuevo que, al genetista, se le habría pasado por alto.
—De saber que esto podía ocurrir, nunca hubiese expuesto a mis estudiantes —dijo Jack, al finalizar su relato.
—¡Bah! no te culpes por eso —replicó el hombretón—. Nadie habría imaginado que este pedazo de tierra volvería a respirar, o por lo menos no en algunos miles de años. Incluso yo había dejado el interés por toda esta zona desde hace mucho. ¡Pero la madre tierra, Relem! —Levantó un dedo con energía—. La madre tierra es impredecible, todo puede suceder.
—Eso parece —Jack sonreía. Siempre le había gustado la actitud de su viejo maestro—. Pero ¿cómo pudo reactivarse? No hay arterias de magma debajo de esta zona desde hace siglos.
—Eso, mi querido amigo, debo admitir que no lo sé —respondió, llevándose dos dedos a la barbilla—. Pero ten por seguro que mi equipo y yo lo vamos a averiguar. Acordonaremos el área y vamos a ver que se cuece bajo nuestros pies. Además, ¿no te resulta curioso que no haya cráter? Parece que nuestro volcán fue liberando su presión a través de esas grietas. ¡Eso es de agradecerse! Si hubiese reventado, seguro ya ni lo estaríamos contando. ¡JAJAJA!
Jack sonrió mientras se rascaba la nuca ante la actitud del Dr. Rogers. A veces... su sentido del humor era un tanto extraño.
—Pero todavía puede hacer erupción en cualquier momento —dijo Jack—. La ciudad peligra y mi esposa... Bueno, pronto tendremos un hijo. Me preocupa un poco.
El Dr. Rogers miró a Jack con una mezcla de ternura, comprensión e incredulidad.
—Crecen muy rápido —dijo sonriendo—. ¿Qué no fue ayer cuando me entregabas aquel brillante trabajo de rocas ígneas? Vale, vale... no pienses mucho en ello. Ya se hará un plan de contingencia en caso de que eso ocurra. A lo que tendremos que acostumbrarnos será a la ceniza —dijo el Dr. Rogers mientras miraba el volcán con una especie de cariño paternal—. El pequeñín parece tranquilo, no debería desatar su furia pronto. Y si aun así lo dudas, ¡tómate unas vacaciones! Sal de la ciudad, lleva a tu esposa a un lugar lejos de la ola de paranoias... ¡porque seguro van a desatarse!
Jack suspiró.
—Espero, por el bien de todos, que sólo sean paranoias.
—¿Y no has comenzado tú? —el Dr. Rogers miraba a Jack, condescendiente—. Si el más grande investigador de hoy día está paranoico, imagina la gente normal.
Jack no pudo evitar reír con el último comentario del Dr. Rogers. Pero tenía razón... siempre tenía razón. Tal vez no estaría mal tomarle la palabra, el verano se acercaba y a veces era bueno apartarse del estrés de la ciudad. Sin embargo, había un problema, no podía abandonar la investigación de la iguana así a como así. Jack suspiró. No sabía qué hacer.
Ambos investigadores caminaban rodeando el antiguo cráter del Brauquiana. Su diámetro debía medir lo que un estadio de fútbol, completamente cubierto de vegetación. El verdor se había abierto paso después de siglos de inactividad. Mientras hablaban, el equipo del Dr. Rogers colocaba sismógrafos y cámaras por los alrededores; otros, monitoreaban las numerosas grietas que se esparcían por el lugar, emanando gases acompañados de un penetrante olor a azufre.
Eran bastantes personas las que trabajaban ahí. Por supuesto, la reactivación de un volcán no era cualquier cosa, se estaba tomando muy en serio el problema, pues la gran ciudad de Nivek se encontraba muy cerca. Según el vulcanólogo, pronto empezaría a llover ceniza y los pequeños sismos serían cosa de todos los días.
Jack pasó ese día compartiendo información con su viejo maestro, ahora colega. Los temas de conversación variaban, desde las rocas, el magma y las grietas, hasta el salir de vacaciones con Lina. Eso es algo que no hacía desde la luna de miel y parecía ser el momento indicado para ello. Tendría que pensar en algo para poder concretar el viaje, a la vez que las cosas seguían funcionando en el laboratorio.
—Espero haber sido de utilidad —dijo Jack, cuando la hora de partir llegó.
—Ya lo creo, Relem —respondió el Dr. Rogers, poniendo su mano sobre su hombro en señal de aprecio—. Si tú y tus muchachos no hubiesen pasado por esa lamentable situación, probablemente nadie se habría percatado hasta que fuera demasiado tarde. Claro que, si a este travieso se le ocurre dar un gran bostezo, poco podremos hacer para salvarnos. JAJAJA.
—Nivek, rodeada de volcanes extintos y ahora tenemos uno activo, lo que faltaba para la colección —respondió Jack, con un intento de sonrisa. Seguir el humor del Dr. Rogers, era bastante difícil. Y más con tantas cosas en la cabeza—. Lo mejor sería evacuar mientras podamos.
—Sí, sería lo mejor, claro —respondió el vulcanólogo, acariciando su barba con la mano—. Pero mucha gente no lo comprenderá. Es una gran ciudad, Jack, tienen sus vidas aquí, y no todos querrán irse. He conocido personas que prefieren morir, antes de abandonar su hogar. ¡Tranquilo, hijo, no te pongas pálido! —agregó el Dr. Rogers al ver el rostro tenso de Jack—. Si es necesario se dará la orden de evacuación. Ahora dejemos de pensar en cosas deprimentes y sólo confiemos en que, Brauqui, respirará tranquilo junto a nosotros.
—No se encariñe Dr. Rogers, podría traicionarlo —dijo Jack, recuperando su serenidad habitual—. Pero tiene razón, no hay que perder la esperanza tan pronto.
—¡Tonterías! Si no me encariño, jamás podré entenderlo. Déjalo en nuestras manos, ve a despejarte y olvídate de todo esto —finalizó su discurso con una carcajada.
Ambos se despidieron con un apretón de manos y Jack partió de vuelta a casa.
Primero fueron los reptiles, y ahora, un volcán reactivándose misteriosamente. ¿Tendrían relación estos hechos? Probablemente no, pero Jack no encontraba forma de explicar lo que ocurría. Por eso era creía en la importancia de su investigación. Si todo estaba ligado, podría significar un problema más grave de lo que aparentaba. A pesar de saber esto, no podía evitar darle más peso al bienestar de su familia. Suspiró. ¿Cómo alejarse de la ciudad sin descuidar su trabajo?
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