Capítulo 21: La magia es real (II-II)


Sus manos aún estaban cálidas. Jack se aferraba a ella, no quería dejarla ir, realmente no quería, pero ya era tarde. Tenía que seguir adelante para honrar sus recuerdos; por su hijo, por ella, por él. Kail ni siquiera sabía qué estaba ocurriendo, lloraba enérgicamente en los brazos de Jack, y él, también lo hacía; uniéndose en una agonía diferente, sin saber cómo enfrentarse al nuevo mundo que le esperaba... un mundo sin Lina.

Como si no bastase lo que había pasado, los ruidos del exterior seguían ahí. El dragón aún los buscaba y quién sabe cuánto tiempo le tomaría descubrir su ubicación. Jack ya había usado su poder para tratar de ayudar a Lina y, por lo que había notado, el monstruo se daba cuenta de cada una de las veces que hacía eso. Tenía que pensar en cómo escapar de ahí lo más pronto posible.

Recostó a Lina suavemente en el piso, al pie de las escaleras de metal. La chica tenía una sonrisa grabada en el rostro y dos lágrimas adornaban sus ojos. A Jack le partía el corazón tener que dejarla ahí, pero no podía llevarla.

Le dirigió una última mirada, tomó a Kail y se alejó. Caminó hasta que sintió como su pie tocó agua, regresó un paso atrás, y miró a su alrededor, analizando el lugar en donde se encontraba. Era un ducto de drenaje, las alcantarillas. Era perfecto, parecía el lugar más seguro por el momento. Pero si ese era el lugar más seguro, y el dragón se acercaba, entonces... ¿a dónde iría? Si salía tendría que hallar alguna forma de proteger a Kail. Era todo lo que le quedaba y no pensaba perderlo también.

La respuesta llegó como un flashback, casi instantáneo. Jack recordó lo que Lina había dicho hace apenas unos momentos. La Torre de Falghar... Mulvoris, Vuhlukan, Rahkan Vuhl, magia... todo tenía que ser verdad. Y si la leyenda de Ahkzar también era cierta, el dragón podría haber sido el dios del que hablaba, volviendo por el último Rahkan Vuhl. Jack soltó una risa tonta, ¿estaba pensando en enfrentarse a un dios...?

Nada importaba, ni siquiera que a los Rahkan Vuhl les tomase años dominar los poderes divinos. Jack lo haría ahora mismo, en unos minutos, algo de lo más simple... bastaría con que le sirviera para escapar. Todavía no sabía por qué tenía ese poder, o cómo es que todo esto estaba pasando, pero si quería saberlo y hacer algo al respecto, tenía que vivir.

Examinó los alrededores. Una idea llegó a su mente: agua. Tal vez aún no dominaba sus nuevas habilidades de forma perfecta, pero sabía de química. Las membranas que cubren las células tienen una propiedad que impide la entrada del agua a su medio interno; es una defensa natural para evitar que las sustancias dañinas ingresen al interior de las células. Si Jack lograse controlar las células de su piel, logrando que abriesen esas puertas lipoproteicas al agua, podría convertirse momentáneamente en un ser con una piel acuosa, resistente al fuego. Sonaba descabellado, pero se sentía capaz de poder lograrlo. Sólo necesitaba la concentración suficiente y la capacidad de retener, en su mente, la información necesaria para llevar a cabo el proceso.

Se acercó hasta el agua de la alcantarilla y metió una mano. Cerró sus ojos, se concentró, entró en esa especie de conexión con su interior —algo a lo que ya se estaba acostumbrando—, y sintió el contacto del agua con su piel, de cada partícula. La sustancia estaba demasiado contaminada, si hacía lo que había pensado correría demasiado riesgo, un sólo fallo y le estaría dando entrada a algún agente infeccioso a su cuerpo. Inhaló profundo. Tenía que intentarlo.

Concentró toda su atención en un sólo dedo, en sus células, en sus membranas. Observó los enlaces proteicos y elevó su propia temperatura para desnaturalizarlas. El efecto fue inmediato, las moléculas comenzaron ingresar en segundos. El agua entró a su organismo, pero... el resto de contaminantes también. Tal y como Jack lo había predicho, las células de su piel comenzaron a morir sin resistir los efectos.

«Sigues vivo, Rahkan Vuhl».

Jack escuchó la voz del dragón haciendo eco dentro de su cabeza. No había mucho tiempo, ya se había percatado de donde estaba. Sacó el dedo del agua y lo observó. No estaba sangrando, pero tampoco estaba bien; lucía de color negro, como si tuviese un avanzado estado de necrosis.

Jack suspiró, frustrado. Se dio cuenta de que aún no estaba listo para algo de ese calibre. Era un proceso que requería una capacidad mental inimaginable; poder pensar en millones de células al mismo tiempo es algo que un cerebro humano común no puede procesar. Si quería hacerlo, tendría que expandir sus límites. No se lo había preguntado antes, pero... Si un humano sólo puede usar el 10% de su cerebro, Jack tendría que usar el 100%, no... más que eso.

Desechó la idea por ahora, no era el momento. Regeneró los tejidos dañados con rapidez, devolviendo su dedo a la normalidad, y se dispuso a pensar en su siguiente movimiento. Tenía que ser algo más simple, algo que no lo pusiera en peligro.

Pero se le había agotado el tiempo, la bestia ya estaba ahí. Tal vez no podría entrar por lo angosto del lugar, pero el fuego sí que podría hacerlo. Morir aplastados por los derrumbes era otra posibilidad.

«No nos rendiremos, mi amor —pensó Jack para sí mismo, mientras las llamas avanzaban tras él, convirtiendo en cenizas todo lo que tocaban—. Te lo prometo».

Con Kail en sus brazos miró por última vez el cuerpo de su esposa, llenándose de polvo y escombros. Una llamarada se abrió paso entre los cimientos que les habían mantenido seguros, el fuego quemó todo a su paso. Por tan sólo un segundo, Jack pudo ver cómo el cabello rojo intenso de su esposa se unía al fuego en una danza que le consumía. Le dirigió, triste, una última sonrisa y corrió en dirección al túnel de las alcantarillas, mientras las llamas devoraban el cuerpo de la persona que más había amado en la tierra.

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