Capítulo 2: Brauquiana (II-II)

Aún estaba oscuro y hacía frío. Los alumnos se aglomeraban en el estacionamiento de la universidad para brindarse calor mientras esperaban el autobús que los transportaría a su destino. Faltaban algunos, pero la mayoría ya estaba ahí. Gianna bajaba de un auto de aspecto costoso, arrastrando su maleta de ruedas. Se acercó a Finn, que estaba sentado en la banqueta tratando de romper, sin éxito, la envoltura de una barrita nutritiva con sus torpes manos envueltas en guantes muy robustos.

—Un volcán extinto. ¿No te parece interesante? —dijo ella mientras se sentaba junto y despedía a sus padres con la mano.

—La verdad es que no. Será caminar demasiado, mientras más pronto termine será mejor —dijo Finn, luchando contra el papel metálico.

—Pues podría servirte para bajar algo de peso, ¿no crees? —replicó Giana, con frialdad, pero a Finn no pareció importarle y siguió tratando de abrir la barrita, ahora con los dientes—. Además, podríamos ver algún animal exótico, o quizá, ¡podría encontrar al chico de mis sueños! ¡Todo el mundo sabe que estas salidas son la ocasión perfecta para confesar esos sentimientos ocultos! ¿Has visto cómo me mira Jaed? —dijo la chica con entusiasmo, volteando a ver a un muchacho delgado y guapo que cabeceaba recargado en un poste.

—¿Jaed? Él tiene tantas chicas que... —dijo Finn, riendo, sin dejar de morder la envoltura de su barra—. ¿Y de dónde sacas todo eso? El profesor dijo que sólo iríamos a contar arbustos.

—Pero acamparemos ahí, podría terminar sola en el bosque, con él, o pasar la noche a su lado o...

—¡Los arbustos Gianna, los arbustos! No lo olvides.

—Sí, sí, los arbustos. Pero podríamos hacer equipo juntos y trabajar lado a lado —decía ella, suspirando.

—A veces me sorprende lo rara que puedes llegar a ser. Un día quieres ser la mayor investigadora del mundo y al otro... sólo quieres besar al joven apuesto.

—¡Osh! Que tu única ilusión sea volver a casa con esa iguana no es culpa mía —dijo Gianna, dolida, arrebatándo la barrita de la mano—. ¡Y dame eso! ¡Me desespera!

Gianna abrió la golosina fácilmente con las manos y se la entregó de vuelta a Finn.

—¡Hey, gracias! —dijo Finn llevándose el alimento a la boca, dándole un gran mordisco justo cuando, el que sería su transporte, atravesaba el estacionamiento.

Era un autobús negro de aspecto lujoso. En cada lado tenía la imagen de dos ramitas de hiedra entrelazadas, formando el emblema de la UNIV. Jack —que había esperado en el frío junto con sus alumnos en lugar de hacerlo cómodamente dentro de su auto—, se acercó para hablar con el operador. Hicieron una fila frente a la puerta del transporte y esperaron la indicación para abordar. A los pocos minutos, todos comenzaron a subir.

El interior del autobús era amplio, los asientos estaban forrados con tela aterciopelada y el aire acondicionado hacía un excelente trabajo aislando el frío del exterior. Jack se sentó en el primer lugar, acomodó el respaldo del asiento y se dispuso a dormir. Gianna y Finn se sentaron juntos, detrás de él. Poco a poco los demás estudiantes fueron ocupando el resto de lugares.

Con todos a bordo, el vehículo comenzó la marcha. Eran unas dos horas de camino, las cuales Jack estaba empleando en dormir plácidamente, al igual que la mayoría de estudiantes. Finn había sacado una consola de videojuegos portátil y Gianna se había puesto a leer un libro.

Estaban por visitar el Brauquiana, un antiguo volcán que se había apagado hace miles de años. Nivek era famoso por sus volcanes. La ciudad se encontraba rodeada por enormes formaciones rocosas que, en algún momento, debieron haber sido colosos que arrojaban fuego. Las montañas adornaban los horizontes y el paisaje pasaba de ser una gran ciudad, a ser vastas tierras de cultivo conforme avanzaban. Parajes silvestres se dibujaban en el horizonte. Los caminos también dejaban de estar asfaltados, convirtiéndose en terracería y piedras.

Cuando llegaron a su destino, los pasajeros bajaron bostezando y estirándose. El paisaje era maravilloso.

Pista de audio recomendada: Malina - Vindictus.

Un bosque frondoso se materializaba frente a ellos, al pie de una pequeña montaña coloreada de verde por la vegetación que le cubría, y un cielo azul brillante les brindaba una iluminación majestuosa. El fotógrafo más afamado habría envidiado una vista como esta.

Jack, que también estaba un poco adormilado después del trayecto, espabiló un poco y comenzó a caminar. Llevaba un pantalón de mezclilla y una playera ajustada de manga larga para la ocasión. Caminó un poco, alejándose del autobús, subió a una roca para obtener una posición más alta que sus alumnos, y le habló al grupo.

—Vale, este es el volcán Brauquiana. —Señaló con el pulgar el monte que estaba detrás de él—. Seguro que ya todos lo sabíais. Como podéis observar, ya está extinto. Toda la vegetación que lo cubre es la prueba de los minerales dejados por su antigua actividad y su actual fertilidad. Vamos a repasar el trabajo de hoy —dijo con voz animada, a pesar de que su cara aún mostraba el sueño—. Nos internaremos en el bosque, hasta llegar al área que yo os indique. Una vez ahí, tendréis que elegir un cuadrante con vuestro respectivo equipo y contaréis los arbustos y helechos que encontréis, todos y cada uno de ellos. Vais a medir altura y grosor. Recordad que es inútil inventar datos, porque si lo hacéis, lo sabré... y tendréis que contar el doble.

Los alumnos asintieron y emprendieron la marcha. Jack iba al frente del grupo de veintitrés. El bosque era muy bello. Las capas de vegetación cubrían los alrededores, haciéndose más y más densas mientras avanzaban. Los trinos de las aves eran coreados por el viento que mecía las ramas de los altos árboles. Jack se sentía en su elemento, ensimismado, disfrutando del crujir de las hojas bajo sus pies e inhalando aire limpio. Adoraba estas salidas.

El camino, que era en mayor parte subida, se encontraba rodeado por grandes helechos y coloridas flores. Pasado un rato caminando, llegaron a una planicie donde un riachuelo bajaba de la montaña. Se detuvieron unos momentos para descansar. Algunos se refrescaron tomando un poco de agua y mojando su cara, pero Finn —que venía rezagado—, apenas llegaba, prácticamente arrastrándose. Y aunque ya ningún alumno traía prendas gruesas debido al calor, él era el único que se había puesto un pantalón corto. Sus piernas arañadas, estaban pagando la ocurrencia.

—¡Ah! ¿Cuánto falta? —preguntó Finn, moribundo, al tiempo que sumergía la cabeza en el riachuelo.

—¡No vamos ni a la mitad Finn! ¡Te dije que esto te haría bien! —Reía Gianna, mientras le ayudaba a levantarse. A pesar de las constantes burlas hacia su compañero, había ido arrastrándolo todo el camino en lugar de ir en el frente, evitando el polvo.

—Pues... no... estoy... de acuerdo —dijo Finn, jadeando, mientras se reincorporaba a la marcha.

Faltaron dos o tres horas más para que por fin Jack anunciara, triunfante, que habían alcanzado su destino. Vislumbraron un pequeño claro en el bosque; al llegar, muchos de los alumnos se desplomaron en el pasto. La mayoría jadeaba, otros se vaciaban sus botellas de agua encima, y Finn... Finn era un caso distinto, Gianna venía arrastrándolo y, cuando llegaron al claro, ambos se dejaron caer, rendidos ante el camino.

—¿Estáis todos bien? —dijo Jack con alegría, saltando sobre otra roca cercana. Un coro de gemidos le respondió afirmativamente. Jack sonrió. Esa escena era de todos los años—. Descansad unos minutos y, después, ¡manos a la obra!

Dicho esto, buscó un tronco en el cual recargarse y se tumbó cómodamente a leer un libro. A pesar de que Jack no era deportista, su resistencia estaba por encima del resto debido a las largas caminatas que solía a hacer al colectar muestras.

—Gi-Gi-Gianna... Ace-acércate —tartamudeó Finn, tirado en el suelo, panza arriba. Gianna se acercó para escucharlo mejor—. Cu-cuida... de... Ber... tha —decía el chico, levantando una mano hacía su amiga como si estuviese muriendo—. ¡Ay! —gritó al recibir un manotazo en la barriga que lo hizo sentarse de inmediato.

—¡No exageres Finn! Ya levántate, tenemos que contar arbustos —respondió Gianna. Y a Finn no le quedó más remedio más que levantarse, resignado.

Poco a poco, los estudiantes fueron dejando el claro y comenzaron a delimitar grandes cuadrantes con listones. Una vez acordonadas sus áreas de trabajo, comenzaban a contar las infinitas plantas que ahí se encontraban. Gianna y Finn estaban en el mismo equipo con Jaed y otro chico llamado Clen. Finn contaba helechos, mientras Gianna iba de un lado a otro, junto a Jaed, tomando nota de todo arbusto que encontrara. Clen, amigo de Jaed, se estaba encargando de separar las hierbas o las flores que no necesitaban.

Al cabo de un rato, cuando comenzaba a anochecer, los alumnos casi habían terminado sus conteos. Algunos ya descansaban en el claro, esperando a sus compañeros; Finn era uno de ellos, y se había tumbado bajo un árbol cercano a Jack, aprovechando para hablar con él.

—Profesor, hace mucho calor, estoy agotado —decía el joven, mientras se arrojaba aire con su cuaderno. Sus piernas, arañadas por los arbustos, eran la atracción principal al mirarlo.

—El solsticio está por llegar —dijo Jack, bostezando—, el calor será nuestro amigo diario.

—Sí, debe ser eso. ¡Pero es que es insoportable! —dijo Finn, agitando con más fuerza su abanico improvisado. Después de unos momentos, abrió su mochila y sacó un folder—. Por cierto, profesor, aquí está el informe sobre el ADN de Bertha. Creo que le interesarán los resultados.

—Veamos —dijo Jack, dejando su libro y tomando los papeles para comenzar a leerlos.

Observó el cariotipo, una hoja carta con impresiones de cromosomas ordenados numéricamente y por pares. Lo repasó varias veces. Todo parecía normal, hasta que cayó en cuenta de algo. Lo que parecían ser dos conjuntos de cromosomas, en realidad era sólo uno, es decir, Bertha tenía el doble de cromosomas que una iguana normal. Eso no era viable con la vida animal en el planeta. Jack arqueó una ceja. ¿Podría haber sido un error de su alumno? De lo contrario, los pequeños cambios génicos en sus lagartijas, no eran nada comparados con esto.

La investigación de Jack trataba de probar que, la mutación, podía llevar a la evolución de un organismo. Suponiendo que la evolución fuera un "idioma" desconocido, los genes de sus lagartijas serían como "palabras" de ese idioma; y, como los cromosomas están conformados por genes, éstos serían entonces frases de ese idioma. Siguiendo esta comparación, Finn le acababa de entregar, lo que sería un libro entero lleno de palabras y frases en ese idioma que Jack desconocía. Con eso tenía la prueba de que el "idioma" existía, pero aún no podía descifrarlo. Es decir, tenía la prueba de que la evolución de un organismo podía surgir a partir de la mutación... ahora sólo debía encontrar la razón de que esto ocurriera, descifrar el idioma, comprender el proceso. Suspiró... tal vez sería más complicado de lo que creía.

—Finn... ¿Estás seguro de que lo hiciste correctamente? —dudó Jack por un momento.

—Sí profesor, lo hice varias veces, por si acaso. ¿Pasa algo malo?

—Necesitamos realizar más pruebas de inmediato, esto es... sencillamente sorprendente. Podría encajar con la investigación que estoy realizando.

Finn sonrió con entusiasmo y ambos se quedaron conversando sobre la iguana mientras la luz del sol comenzaba a apagarse. Tras el ocaso, los estudiantes comenzaron a extender su campamento, dispuestos a pasar la noche al calor de una parrilla que Jack había llevado. Todo se encontraba tranquilo hasta que, de un momento a otro, la tierra comenzó a temblar...

Los alumnos se sobresaltaron, pues no era sólo un temblor, era literalmente un fuerte terremoto que estaba sacudiendo la tierra. Pero antes de que todos pudieran reaccionar o hacer cualquier cosa, el sismo se detuvo. Fueron sólo unos pocos segundos, pero bastaron para generar pánico entre los alumnos. Había sido muy extraño... como si algo hubiese hecho explosión, muy profundo, bajo la tierra.

—Tranquilos, tranquilos, no es nada —dijo Jack, levantándose de prisa, aunque sabía perfectamente que ese temblor no había sido normal.

Todos miraron instintivamente a la montaña, pero ésta no demostraba ningún cambio, se encontraba intacta. Sin embargo, un movimiento más, igual que el anterior, volvió a aterrorizar a todos. Era como si la tierra fuera a abrirse, a resquebrajarse, a romperse. Los gritos de pánico comenzaron a hacerse presentes hasta que Jack impuso el orden.

—¡Tranquilizaos! Será mejor que nos vayamos, no pasaremos la noche aquí. Levantad el campamento, regresaremos a la ciudad.

—¡Profesor no podemos irnos aún! —gritó Finn, de pronto.

—¿Por qué no, Finn? —dijo Jack, tratando de mantenerse calmado.

—¡Gianna y Jaed! ¡Se fueron ya hace bastante y no han vuelto!

—Oh no, ahora no... —exclamó Jack, al tiempo que volteaba a ver a un grupo de alumnos—. Vosotros, acompañadme, iremos a buscarlos. —Miró al resto de alumnos—. Los demás, terminad de levantar el campamento. Nos veremos aquí tan pronto los encontremos. No os separéis. Disparad esta bengala si ocurre algo —dijo, sacando una pistola de bengalas de su maleta y entregándola a una alumna cercana.

Después de dar las instrucciones, se internó rápidamente en el bosque, seguido de un pequeño grupo de estudiantes.

Ya puedes leer la Entrada 2 en la Bitácora de Finn

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top