Capítulo 19: Fuego y Ceniza (II-II)

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Corrían sin un rumbo aparente, hasta que pasaron una octava escalera. Jack se prensó de esta y subió, Zenna lo siguió. Subieron de prisa a la parte más alta, desde donde Jack golpeó la tapa de la alcantarilla para poder abrirla. El pesado objeto salió volando con fuerza y una gran nube de humo fue absorbida por la presión, llenándolos de hollín.

Ni siquiera supo cómo hizo eso, pero no le importó. Tosiendo, ambos salieron cautelosamente, agitando las manos para alejar el humo y el polvo. Cuando Jack pudo abrir los ojos, se dio cuenta de que estaban cerca del hospital general. El lugar estaba ardiendo y en bastante silencio. Ni siquiera había rastro de gente pidiendo ayuda, o de sus restos calcinados. Las calles estaban desoladas y cubiertas de una densa nube de polvo. Era como observar un paisaje infernal.

—Vamos —dijo Jack, ayudando a Zenna a abrirse paso entre escombros.

Lo primero que hizo fue buscar un auto, o cualquier transporte, pero todo objeto cercano parecía estar incinerado. De vehículos, sólo quedaban carrocerías incrustadas en paredes de edificios derruidos; de construcciones, sólo estaban los cimientos. La ciudad estaba en ruinas. Cenizas eran lo único que había quedado, volando en todas direcciones, uniéndose a la densa atmósfera que impedía respirar bien.


—E-esto, es horrible —dijo Zenna, temblando, limpiándose las lágrimas.

—Es... inaudito —respondió él.

El viento silbaba desolador, sumándose al chasquido de las llamas que ardían por todas partes.

—¿Ha-habrá sobrevivientes?

La pregunta de Zenna clavó una estaca en el corazón de Jack. Él también se había estado preguntando lo mismo, pero no quería buscar respuesta a esa pregunta.

—No lo sé, tiene que haber. Vamos —dijo Jack, más para él mismo que para Zenna.

La chica asintió sin agregar nada. La nube no debería haber llegado hasta las montañas. El norte era a donde se suponía que la gente debía huir en un caso así, pero Jack tenía otra preocupación en mente.

Comenzaron a caminar a través de las solitarias calles. A lo lejos se escuchaban explosiones, probablemente de los ductos de gas reventando por las llamas. El fuego lo había devorado todo. Algo que parecía imposible había ocurrido. ¿Por qué ahora? ¿Por qué tan de pronto? Niel, el Dr. Rogers, la ciudad de Nivek... todos habían perdido una carrera contra un enemigo desconocido, invisible y letal.

Conforme avanzaban, Jack se preguntaba si su familia estaría bien. Lo único que deseaba era encontrarlos a salvo, no podía pensar en otra cosa. Zenna caminaba a su lado, prensada de su brazo. Iban lento, con precaución.

El polvo se fue disipando tras algunas calles. Las explosiones se escuchaban cada vez más lejos. Debían estar alejándose de la zona de escombros. Pronto, pudieron divisar la antes imponente Universidad de Nivek, completamente destruida. Era como si un gigante hubiese soplado con fuerza contra un edificio de naipes, dejando sólo los cimientos incinerados y las varillas dobladas en la dirección opuesta al volcán.

Jack sintió un apretón en su brazo. Zenna lo estaba usando para cubrir su vista. Probablemente estaría recordando los últimos momentos que pasó con Niel. Él la abrazo mientras veía la desolada imagen.

El cielo estaba oscuro por las negras nubes de ceniza que aún prevalecían en lo alto. Hacia delante, el polvo se disipaba y les casas también parecían encontrarse en mejor estado. Por lo menos más de la mitad se mantenía en pie. De pronto, se escucharon gritos, gritos de desesperación y pánico. ¿Sobrevivientes?

Zenna y Jack comenzaron a correr al escuchar a las personas. Doblaron una esquina y se encontraron con lo que habían estado buscando todo este tiempo: esperanza. La parte norte de la ciudad no había sido alcanzada por la nube. La avenida principal estaba llena de vehículos varados, que se habían quedado ahí, abandonados por sus ocupantes al tratar de escapar de la ciudad. La gente corría hacia las montañas, en donde debería haber helicópteros de rescate. Estaban desesperados. Hombres, mujeres y niños se apretujaban en los angostos caminos.

Nada parecía importar. Personas caían entre la multitud, otros eran pisoteados por la masa de gente. El caos reinaba.

—¡Vamos! —dijo Jack, a punto de mezclarse en la dirección contraria a la cual corría la multitud.

—¡Doctor! ¡¿A dónde va?! —dijo Zenna, preocupada.

—A buscar un auto. ¡Tengo que encontrar a mi familia!

—Pero yo... yo no puedo acompañarlo —dijo la chica, sin moverse de dónde estaba.

Jack se detuvo. La imagen de Niel llegó a su mente.

—¿Qué dices? ¡No te voy a dejar sola! —exclamó.

Zenna dio un paso atrás.

—Yo también quiero encontrar a mi familia. Quisiera ir a mi casa, pero se encuentra en la otra dirección —dijo ella, señalando la zona muerta de la ciudad.

Jack miró a Zenna a los ojos. Su joven estudiante tenía una mirada decidida, quizá tan decidida como la de él mismo. Nada la haría cambiar de opinión.

—Comprendo —dijo él, después de unos segundos—. No se puede evitar, ¿cierto?

—Es lo que tenemos que hacer —respondió ella.

La decisión se escuchaba en la voz de Zenna e incluso trató de esbozar una sonrisa. Jack le correspondió de la misma manera.

—Tienes razón. —La abrazó, esperando que no fuera la última vez que la viera—. Ve y encuentra a tu familia. Nos reuniremos en las montañas. Ten cuidado.

—Antes de eso, quiero entregarle algo.

Zenna metió la mano en su bolsillo. Jack la miró con curiosidad.

—Es... lo último que Niel... —dijo Zenna, entregando la memoria electrónica que contenía los archivos de la investigación. Aquella por la que Niel había vuelto al laboratorio.

Jack sostuvo las manos de Zenna, apretándolas con fuerza antes de recibir el objeto. No pudo evitar derramar una lágrima, Niel había sido el mejor investigador que había conocido. Mejor que él, mejor que cualquiera. Toda su vida la dedicó a su pasión, hasta sus últimos momentos. Lo había dado todo para que sus esfuerzos no se perdiesen y este pequeño objeto era la prueba de ello.

—Lo hizo bien hasta el final —dijo Jack.

Zenna soltó la memoria, tenía la forma de un lagarto. Jack la presionó fuerte en sus manos y luego se la colgó del cuello. Se dirigieron una última mirada y ambos se separaron. Cada uno se fue corriendo por un extremo diferente, preparados para dar hasta el último aliento con tal de encontrar a sus seres queridos.

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