Capítulo 12: Voces Misteriosas (I-II)
Pista de audio recomendada: Dark Ambient (incluida en el video).
Jack abrió los ojos... o eso creía, porque no podía ver nada. Bajó sus manos para sentir el piso. Ahí estaba, podía sentirlo. Se pasó una mano por la frente, estaba sudando frío. Palpó su respaldo usando sus manos, seguía recargado en la pared. Sin separarse de su apoyo, usando la roca, se fue poniendo de pie poco a poco.
Todavía respiraba agitado. Apenas se irguió, se llevó las manos al casco, despegó su linterna y la golpeó suavemente con un dedo. No pasó nada. Parece que las baterías realmente habían fallado. Afortunadamente tenía unas de repuesto, así que se quitó la linterna y comenzó a buscarlas entre su ropa, con el tacto. Sin embargo...
«Sal de aquí».
«Lo has despertado».
«No te queda mucho tiempo».
Esta vez los sonidos llegaron juntos, como susurros en su cabeza que se desencadenaron de forma incomprensible. El evento duró algunos tortuosos segundos, no podía ver nada, no sabía qué hacer. Era como si... como si proviniese de toda la mina, como si la mina estuviese hablándole. Nada lo había preparado para eso, ¿qué rayos era?, Jack no era supersticioso... pero tampoco podía explicar lo que estaba escuchando. Una voz que no era humana, repitiendo palabras amenazantes, una tras otra, incitándolo a dejar el lugar. Estaba aferrado a la roca, no podía moverse, sus músculos no respondían.
Entonces vio una luz. Se acercaba a través del túnel, dirigiéndose hacia él.
—¡Doctor Relem!, ¡doctor Relem!, ¡venga rápido! —era Niel, quien se acercaba corriendo.
«Relem —repitió la voz, coreando a Niel. Luego, agregó en un tono amenazador—: Te has condenado».
Otro escalofrío más fuerte que el anterior lo recorrió. En ese instante, la tierra comenzó a temblar y las paredes de la mina se agitaron peligrosamente. Jack se apoyó de nuevo en la roca, esperando que no se derrumbara.
—¡Niel! ¡Aquí! —gritó Jack.
El joven casi pasaba de largo sin verlo. Paró en seco y se giró, alumbrando a Jack directo a la cara. La luz lo cegó por un momento, obligándolo a levantar su mano para cubrir sus ojos. Podía moverse otra vez.
—¡Doctor! ¿Qué hace ahí? ¿Y su linterna? —preguntó Niel, extrañado al ver a Jack aferrándose a la pared del túnel.
—¡Olvida la linterna! ¡Salgamos de aquí! —dijo Jack, exaltado, algo no muy común en él.
Niel asintió, seguramente dándose cuenta del estado de su maestro, y ambos corrieron en dirección a la salida. Esta vez estaba durando demasiado, minutos... pero cesó.
Poco a poco aminoraron la marcha, jadeando. El movimiento repentino había sido justo como en el monte Brauquiana, menos intenso, pero más duradero. No parecía algo geológico, parecía ser algo más.
—Parece que ha pasado —dijo Niel, deteniéndose un momento.
—¿Escuchaste eso? —preguntó Jack, que aún tenía aquella voz grabada en la cabeza.
— ¿El temblor? —dijo Niel.
Jack negó con la cabeza.
—La voz.
El joven volvió a apuntar con su linterna a la cara de Jack, impidiendo que viera la expresión de su rostro.
—¿Doctor, se encuentra bien? —dijo Niel—. Debí ser yo, llamándolo.
Jack guardó silencio. Tuvo que haber sido el pánico.
—Debo estar enloqueciendo. Podría jurar que... —dijo, dándose unas palmadas en la frente. Ni siquiera él mismo terminaba de creer lo que había pasado—. Vale, no importa. ¿Por qué estabas buscándome?
—¡Oh, es cierto! Venga, de prisa, encontré algo bastante... desagradable. Seguro le interesará.
Jack no creía lo que escuchaba.
—Niel... podría haber otro terremoto —dijo, aún se le dificultaba hablar—. Debemos volver.
—¡No habrá otra oportunidad doctor! Usted lo sabe. No es muy lejos, hagámoslo rápido.
Jack suspiró. Pensó la situación por unos momentos, y finalmente asintió con la cabeza. Todavía no se sentía del todo bien, pero era verdad lo que Niel decía, sólo habría una oportunidad. Colocó baterías nuevas en su linterna, la encendió, y siguió al joven por el túnel.
No tardaron en llegar a la intersección en la cual se habían separado antes, y continuaron por el túnel de la derecha, siguiendo el camino que Niel había recorrido. Caminaron muy a prisa, pues no querían enfrentar otro temblor ahí dentro. Pronto, se encontraron con una segunda intersección y bajaron por una de las divisiones. Niel parecía haber recorrido casi el doble de distancia que Jack, eso era muy extraño y, a menos de que el joven lo hubiera hecho corriendo, algo aquí no cuadraba.
Tras unos minutos llegaron a un lugar más amplio, parecía una antigua cámara de excavación. Un olor nauseabundo, que se incrementaba al avanzar, empezó a notarse.
—Aquí doctor, mire —dijo Niel, cubriéndose la nariz con un pañuelo y apuntando con la linterna al suelo.
Jack se acercó a donde Niel señalaba. Era una pequeña cámara cerrada de la mina, fuente del olor desagradable.
El suelo se encontraba lleno de camaleones, lagartijas y otros reptiles pequeños, todos muertos, en estado de putrefacción. Había tantos, que era imposible caminar sin pisar algunos.
Jack se acercó hasta el fatídico cementerio, se puso en cuclillas y apuntó la luz hacia los cuerpos. No presentaban ninguna herida visible y, al verlos, recordaban a las lagartijas que habían muerto en su cobertizo. La posición en la que estaban dejaba ver que trataban de excavar en una misma dirección, hacía donde el túnel debería continuar. De hecho, ahora que lo pensaba, sus lagartijas también habían aparecido agolpadas hacia una misma dirección.
—Curioso... —dijo Jack, colocándose un guante de látex para mover un poco los cadáveres.
—¿Qué cree que hacían aquí doctor? —preguntó Niel, mirando los restos de los reptiles.
—No lo sé —dijo Jack, algo perturbado—. Parece que trataban de llegar a algún sitio.
—¿Pero a dónde?
—Probablemente, a lo que sea que les haya provocado la muerte —concluyó Jack, cubriéndose la nariz con su pañuelo y pasando su mano entre los reptiles, removiéndolos, buscando alguna pista. Niel hizo lo mismo.
Ambos inspeccionaron otro poco el lugar, hasta que, al cabo de unos minutos, la voz de Niel hizo eco en el lugar.
—¡Doctor, aquí! ¡Oh... no! —dijo, señalando hacia un agujero en la tierra.
Jack se acercó hasta y apuntó su linterna. Eran los varanos. Yacían muertos, igual que los otros reptiles. No parecía que hubiese sido hace mucho, sus cuerpos estaban duros, pero aún frescos.
—Tardaron más en morir... —murmuró—. Tamaño...
Jack tomó a uno de los varanos con sus dos manos. Era joven, quizá de unos dos años, debía medir alrededor de metro y medio; su cuerpo parecía seco, había perdido algunas escamas; sus garras estaban rotas, acabadas; su cola era bastante larga y delgada... algo muy raro; sus extremidades también se veían desnutridas. Su cadáver pesaba muy poco, menos de lo que debería. Dejó el cadáver en el suelo, rompió un trozo de la cola del animal muerto, la colocó en una pequeña bolsa, y la selló. Tomó algunos cadáveres de los reptiles pequeños, al azar, e hizo lo mismo. Las causas del deceso de los varanos parecían diferentes. Estaban bastante desnutridos, como si no se hubiesen alimentado por mucho tiempo.
—Quizá hayan enterrado sus huevos por aquí cerca —dijo Niel, buscando rastros de tierra suelta—. Aunque es bastante improbable, ¿cierto?, sólo lo hacen en tiempos de buena salud y... —Miró a los varanos—, no parecían tener una muy buena salud... ¿Doctor?, ¿doctor está bien?
Jack se tambaleó peligrosamente y tuvo que apoyarse en la roca para no caerse. Debido a la intriga del descubrimiento, incluso él, había olvidado el malestar que de hace algunos minutos.
—Creo... creo que no me siento bien, deberíamos irnos —dijo Jack, con la voz débil.
—Sí claro, vamos apóyese en mí —respondió Niel, pasando uno de los brazos de Jack por encima de su propio hombro. No parecía haber mucho más que descubrir ahí, sólo quedaba interpretar.
El camino de regreso fue mucho más tardado, pues Jack iba más lento. Después de mucho caminar, llegaron a la entrada. Zenna y Finn los esperaban preocupados.
—¿Os encontráis bien? —dijo Zenna, al ver a Jack apoyándose de Niel—. ¡Habéis pasado casi cuatro horas dentro! ¿Qué le ocurre al doctor Relem? —preguntó, consternada.
—No lo sé, comenzó a marearse de pronto —respondió Niel—. Finn, tú vives cerca, ¿podemos llevarlo a tu casa?
—Estoy bien... tranquilos —dijo Jack—. De-debe ser una falla de glucosa.
—¡Sí claro! Venid, seguidme —dijo Finn, ignorando a su maestro y ayudando a Niel a llevarlo al auto.
Cuatro horas habían pasado... Jack no había sentido ese tiempo. Según él, no habrían pasado más de dos horas. ¿Es que acaso se había desmayado? ¿Esa voz habría sido un sueño o... había sido real?
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